Crónica

La opción es quedarse en Venezuela

Aunque más de 1,2 millones de venezolanos, en busca de mejores oportunidades, se han ido fuera de su país, muchos otros se resisten a montarse en un avión para no volver. Estas personas, a pesar de las complicaciones que viven a diario, están convencidas de que la construcción del país se hace desde adentro Yo soy de esa esquinita, chiquita, bonita, bendita de los que nunca se fueron Rubén Blades. “Las calles”

Fotografía de portada: AP Images
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Venezuela, farewell

Han pasado 18 años desde que Carlos Baute cantó: “No hay mal que dure mil años ni cuerpo que lo resista, yo me quedo en Venezuela porque yo soy optimista”. He aquí una lección exprés de ironía: desde hace una década Baute se residenció en España, donde se procuró una carrera exitosa. Sería injusto achacarle al cantante guayanés lo que está sucediendo actualmente en la nación, pero, como imagen chistosa y medio profética, su caso es capaz de contener dos contradicciones presentes en el espíritu colectivo criollo: irse o quedarse. 4

Las perspectivas de un país con índices elevados de emigración son, valga decir, amargas y sombrías. En los últimos años una gran cantidad de venezolanos, sobre todo jóvenes de clase media y clase media alta, espantados por la falta de oportunidades, la inseguridad, la debacle económica y demás problemas estructurales, han optado por mudarse a otro punto del globo terráqueo. Sin embargo, muchos todavía desean quedarse, soportar el peso de las circunstancias y llevar a cabo planes y cumplir propósitos. Sobran razones para largarse, pero sin duda existen otras igualmente válidas para hacer lo contrario.

“Cada persona es un proyecto de vida”, dice Iván de la Vega en el programa en línea Análisis Venezolano. De la Vega, sociólogo egresado de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y profesor de la Universidad Simón Bolívar (USB), se ha enfocado en el talento humano en ciencia, tecnología e innovación, así como en su movilidad, migración y desempeño. Desde 2010 ha realizado —en la UCV, USB, Universidad Metropolitana y Universidad Católica Andrés Bello (UCAB)— encuestas sobre las aspiraciones de estudiantes de los últimos semestres en carreras como medicina, ingeniería y biología.

Según resultados de sus evaluaciones recientes, poco más de 80% de estos alumnos, en un universo de 1.200 consultados, tiene intenciones de emigrar al culminar el pregrado. «Estamos hablando de un mundo en el que el valor más grande es el conocimiento», comenta el profesor, quien sostiene que no atender este problema significaría un diluvio de penurias para el futuro de Venezuela.

Organizaciones multinacionales y países de mayor desarrollo se nutren actualmente de gente cualificada, al tanto de que se avecina una transformación significativa, pues la convergencia tecnológica entre Estados Unidos, Europa y los países asiáticos consolidará un nuevo orden económico: se espera que en diez años toda la industria manufacturera posea componentes nanotecnológicos.

«Aquellos países que no tengan interlocutores válidos en nanotecnología, biotecnología, mecatrónica, ciencias cognitivas y en tecnología de comunicación e información van a estar muy por debajo y las brechas de desarrollo se van a seguir ampliando», asegura. Por tal motivo, países como Chile, Brasil y México están formando gente en estas áreas, pues saben que aprovechar esta ventana de oportunidad los colocaría en mejor posición de crecimiento.

De acuerdo con De la Vega, el panorama venezolano es alarmante. “No tenemos capacidad de interlocución en estos temas y lo más grave es que aparentemente al Gobierno esta situación no le interesa o no logra comprender que el mundo va hacia allá. Creo que el vector del desarrollo del país va contrario al desarrollo de las naciones”. La mella de conocimiento y competencias es cada vez más grande y se refleja en todos los campos de estudio. Venezuela se enrumba sin brújula a un destino con déficit de gente preparada en diversas áreas, no solo en lo científico y en lo tecnológico. Talento humano como educadores, humanistas, técnicos, etc.

El control de cambio y las trabas para salir no son políticas públicas que, a fin de frenar o aminorar el impacto de la llamada “fuga de cerebros”, la Revolución pueda adoptar sin un costo político y social. No tener suficiente dinero, la documentación necesaria, una beca o un puesto de trabajo seguro en otro país son motivos claros para no dejar atrás a la patria, pero no representan una decisión sincera. ¿El que se queda lo hace porque no quiere irse o porque no tiene cómo? Todo individuo debería disfrutar de su derecho a poder partir de su tierra, así como a no ser juzgado de ingrato o traidor por hacerlo, especialmente si el Estado no respeta los términos de reciprocidad. ¿Para qué quedarse en un país que no garantiza estabilidad económica ni calidad de vida y que además no valora el esfuerzo, el talento y el trabajo duro de los ciudadanos? El Gobierno, al ignorar la dimensión de los problemas e instaurar reglas que benefician a muy pocos, no convence a quienes piensan irse de que Venezuela es, o puede llegar a ser, un lugar con condiciones básicas de bienestar y no este limbo con un clima cotidiano tan hostil.

Tercos, comprometidos, cómodos, optimistas

Ángel Orángel estudia salud pública en la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV). Recarga su celular en una toma del lobby del edificio administrativo de su casa de estudios. En grandes letras metálicas, frente a él hay una frase de Simón Rodríguez: “Enseñen y tendrán quien diga. Eduquen y tendrán quien haga”. Seguro de su decisión de quedarse, opina que “prácticamente si uno sale del país entonces lo que volvería es a cero. Eso a mí no me funciona. Si ya yo tengo una raíz aquí, lo que quiero es que esa raíz crezca. Lo que hace falta es el empeño”.

5 Su planteamiento es claro: quedarse e insistir en construir lo que deba ser construido y cambiar lo que deba ser cambiado. “De hecho, quienes crean las condiciones del país, a pesar de que el Gobierno tiene fallas, son los ciudadanos, pues también tienen gran parte de la responsabilidad por cómo está el país. Si no te gusta este Gobierno y quieres luchar por cambiarlo, hazlo aquí. Y si te gusta es y quieres luchar para que siga, tienes que luchar aquí también”, afirma.

“A mí claro que me gustaría darle un techo a Daniel”, dice Daniel Torres en referencia a su hijo. Los afectos y los nexos familiares siempre son una razón para quedarse. Muchos no quieren ni pensar en alejarse de sus seres amados. Para Daniel, este contexto más bien fortalece su decisión, pues quiere demostrarle a su hijo lo que significa la responsabilidad con la sociedad a la que pertenece.

No obstante, Torres, coordinador de proyectos comunitarios de Hidrocapital, considera que el compromiso con sus ideas es su principal motivo para seguir a bordo de este barco. “No he sacado el pasaporte y no tengo tarjeta de crédito. Es mi forma de privarme de los requisitos para irme de aquí. Las cosas que quiero hacer están aquí. Lo que me interesa es lo comunitario. Aquí siento que puedo contribuir a crear los espacios de debate para formar una nueva dirección de mando, de izquierda de verdad. Porque me he puesto a pensar: ¿quién va a estar aquí cuando el país requiera de gente apta en la conducción necesaria, sin polarizaciones?”. Según Torres, la decisión de quedarse o irse depende de cómo se posiciona uno ante la situación: del lado de los que piensan en qué puede hacer el país por ellos o del de los que piensan en qué pueden hacer ellos por el país. 6 Isabella Saturno quiere pedir shots de tequila, pero sus amigas no la secundan, por lo que se conforma con una ronda de cervezas para brindar: el viernes 5 de junio defendió su tesis y obtuvo el título de licenciada en Letras por la UCAB. Al día siguiente presentó el segundo título de la editorial Barco de Piedra, sello independiente que coordina junto con su amiga Virginia Riquelme. Además de las razones para celebrar, Isabella cuenta con motivos para quedarse. “Bueno, yo he tenido mucha suerte porque mi hermana se fue y me dejó su casa acá. Eso es una ventaja para no querer irme. En segundo lugar, no me quiero sentir obligada a irme. No quiero sentir que alguien me está sacando del país. Por lo que siento arraigo es por las cosas que hago aquí. No por el país, no porque sus playas sean bonitas o por su gastronomía es que me quiero quedar”.

En sintonía con las expectativas que tienen muchas personas de obtener, mediante iniciativas propias, recompensas personales, vocacionales y lucrativas ante las peliagudas condiciones del modelo socioeconómico bolivariano, Saturno expresa: “Trabajo todos los días en una oficina y por más que sea eso me da una estabilidad, siento que estoy haciendo algo, estoy escribiendo. Además está Barco de Piedra, que para mí es importante y que está respondiendo a un momento de crisis del país. De alguna forma uno está capitalizando o ahorrando algo que puede ser más grande después”. Comienzan a destacarse entonces quienes se ponen a prueba ante la adversidad. Venezuela, donde faltan muchas cosas por hacerse, se convierte en el escenario perfecto para que emprendedores creativos propongan alternativas de producción. 2 Betania Martínez tiene 20 años y estudia primer semestre de comunicación social en la UBV. Confiesa que la inseguridad y el hampa la hacen pensar en lo angustioso que es querer quedarse en Venezuela, pero pone en duda que la solución a los problemas del país sea tomar un avión. Por encima de los inconvenientes, surge otro ángulo de enfoque. “Cuando hay carencias, pues hay que ver las oportunidades. Por eso sí me gustaría quedarme, porque es más fácil emprender en tu país algo propio que hacerlo en otro sitio”.

Raíces vs. alas

La fuerza de la costumbre podría afianzar las convicciones de permanecer aquí. El factor cultural, por ejemplo, sirve de ancla. ¿Cuán dispuesto está el venezolano a aprender un nuevo idioma, calarse otro acento, trabajar largas jornadas, gozar de poquísimos días de vacaciones, adaptarse a códigos interpersonales diferentes, prescindir de las hallacas y el pan de jamón en Navidad, pasar largas temporadas de frío hereje, expuestos a la soledad y a la nostalgia, lejos de familiares y amigos? Es necesario entender que no es nada fácil ser emigrante. Además de la entereza emocional que se precisa para construir nuevos espacios y nuevas relaciones en un país ajeno, el desarraigo es un trance largo y doloroso que no todos quieren experimentar. 3 La imagen del país papá, próspero, con mujeres bellas, gente chévere y recursos para subsidiar los servicios básicos de la población concuerda con la comodidad a la que muchos están habituados. Es decir, si es cuestión de pasar roncha, pues qué mejor lugar que casa, ¿no? “De hecho, la situación en otros países tampoco es que está muy buena. Todo país tiene sus altos y sus bajos, sus cosas buenas y sus cosas malas. Mira, tú te vas a España, tú te vas a otro país y tú el agua no la vas a cancelar como la cancelas aquí, por ejemplo”, asevera Betania.

Es evidente que las generaciones de relevo enfrentarán el reto de reanimar el motor productivo del país y deberán comprender que dicho proceso empieza por sumar esfuerzos de todas partes. Por ahora el camino está en construcción para quienes asumen el llamado, tal vez conscientes de que su decisión es meramente personal o entienden, sin ínfulas de heroísmo ideológico, que la Venezuela donde nacieron, crecieron y se formaron los necesita para el porvenir. 1 Por fortuna y por lógica, al reducirse los espacios de encuentro, se abren los círculos y quienes persisten en este pequeño rincón del Caribe van conociéndose y estrechando redes de comunicación y apoyo, tejiendo nuevas alianzas de conocimiento. Esto fomenta una reconciliación con el paisano, sumamente necesaria en estos momentos de parcialización, y fortalece la resistencia de los que, por equis o ye razón, no piensan irse a ninguna parte, aunque este mal dure mil años.

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