Internacional

Donald Trump y el fracaso de las élites

El triunfo del candidato republicano demostró que la “América profunda” aún puede imponerse. La falta de “momentum” de la campaña de Hillary Clinton, y el último jab propinado por el FBI, terminaron de abrirle camino al multimillonario cuyo discurso despertó pasiones en muchos y miedo en otros

José De Bastos (Washington DC) y Víctor Amaya (Caracas) | Fotografía de portada: AP
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Nos equivocamos todos. Encuestadoras, analistas, politólogos, dirigentes, los periodistas. El mensaje anti-élite, anti-Washington de Donald Trump fue suficiente para superar una férrea oposición a la candidatura más inesperada y despreciada de la era moderna en Estados Unidos. Ninguna de las encuestas publicadas en la última semana predijeron el triunfo. Aun el martes en la noche, cuando las votaciones ya habían terminado en todo el territorio estadounidense, las proyecciones eran frágiles. Horas antes, el sitio web FiveThirtyEighdel encuestador Nate Silver ubicaba las posibilidades de ganar de Hillary Clinton en 72%. A la medianoche ya el dato mostraba un 84% de posibilidades para el magnate, luego de las victorias regionales en Florida, Carolina del Norte y Wisconsin, donde las encuestas habían dado una mínima ventaja a la ex Secretaria de Estado.

No fueron suficientes los cambios demográficos ni culturales en el país para extender el dominio del partido demócrata en la Casa Blanca. De 1965 a 2015, el porcentaje de negros, latinos, asiáticos y miembros de otros grupos raciales y étnicos pasó de 16% a 38% del total de la población estadounidense. En 50 años se calcula que la cifra llegue a 54%, según registros poblacionales oficiales.

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Al contrario, probablemente fueron éstos los motores de la victoria de Donald Trump, con un discurso duro en contra de la inmigración, de los musulmanes, y sin delicadezas al hablar de mujeres. Buena parte del país quiere aferrarse al antiguo Estados Unidos, más conservador, más homogéneo, y donde la religión y las armas están presentes en cada hogar. Hoy ese país no se reconoce en la televisión, no se reconoce en sus élites y no se reconoce en Washington. Según el Pew Research Center, apenas 13% de los republicanos tiene confianza en el gobierno y sólo 14%, de acuerdo a Gallup, confía en los medios de comunicación.

Ahora, ese país de Trump se siente más acorralado, más abandonado y más pobre que nunca, con algo de razón. Un reciente estudio, publicado en la revista The Atlantic, determinó que, en 2014, por primera vez en la historia, los “blancos cristianos” pasaron a ser menos de la mitad de la población estadounidense. Una investigación de los economistas Angus Deaton y Anne Case en 2015, mostró que, a diferencia de los demás grupos raciales o de edad, los hombres blancos de entre 45 y 54 años, sin estudios universitarios, habían visto aumentar su tasa de mortalidad entre 1999 y 2014.

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Durante este año electoral, de hecho, los “supremacistas blancos dijeron que Trump “representa nuestros intereses”, en palabras de Andrew Anglin, fundador del sitio neonazi Daily Stormer; o que “la desmoralización ha sido el gran enemigo y Trump está cambiando eso”, según Don Black, fundador de Stormfront; o que su figura es “la primera con los recursos financieros, culturales y económicos para abiertamente desafiar los consensos de élites”, según escribió el sitio VDARE, plataforma nacionalista blanca.

No es casualidad entonces que los resultados electorales muestren que los hombres blancos sin título universitario inclinaron la balanza a favor de Trump con 72% frente a un 23% que escogió a Clinton, según un primer recuento de ABC News. En el caso de las mujeres no universitarias, 62% se inclinó por el multimillonario, y solo 34% por la ex Primera Dama, según la misma fuente.

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Momentum y voto oculto

Donald Trump ganó en colegios electorales pero no en voto popular. Se hizo de 279 colegios electorales -necesitaba 270- y obtuvo 59.704.733 votos, el 47,5%. Hillary Clinton apenas llegó a 228 representantes con sus 59.942.629 sufragios (47,7%). El escrutinio continúa, pero las tendencias son “irreversibles”.

Los resultados tumbaron las predicciones de la mayoría de los estudios de opinión. «Los encuestadores han perdido mucha credibilidad», dijo Jonathan Barnett, integrante del Comité Nacional Republicano de Arkansas que apoyó a Trump. «La manera en que hacen las encuestas ya no sirve», dijo a Politico. Allí se incluye la noción del «voto oculto» de quienes querían votar por el republicano pero no lo decían a viva voz por algún tipo de vergüenza. «La premisa de hacer encuestas es que los votantes serán completamente honestos con extraños», dijo Bed Ryun, otro republicano veterano, cabeza de un grupo de base llamado American Majority.


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No deja de tener impacto el anuncio del FBI 11 días antes de la elección de que estaba revisando de nuevo el caso de los correos electrónicos de Clinton, aunque días antes de las votaciones anunciara -de nuevo- que no había delito alguno. El daño estaba hecho.

Según Politico, el equipo de Clinton entendió que su candidata no representaba el «cambio», así que decidieron enfocar la cuestión hacia el temperamento y el tipo de país que se aspiraba obtener. No fue suficiente. Tampoco mostrar sus capacidades para el cargo frente a un hombre sin experiencia en oficina pública. Él tenía “un movimiento”, ella raciocinio. Como escribe Edward-Isaac Dovere en Politico: “No pudo escapar ser la candidata equivocada para el momento político”.

En ese trabajo, una radiografía de la derrota desde adentro de la campaña demócrata, se revela la frustración por no haber convencido al público de votar por Hillary. “No hubo posibilidad de generar un momentum”, confió un asesor de primer nivel. Ya había ocurrido frente a Bernie Sanders.

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Al contrario, Donald Trump seguía hablando y manteniendo su discurso que conectaba con la creencia de que un personaje Nuevo, con una nueva historia, podía lograr lo que nadie hasta ahora había hecho, bien sea victorias económicas sobre China, un muro contra los mexicanos o un regreso a la Nación que se creía perdida, la del “sueño americano” de hace 50 años. Además, mientras más extravagante el discurso, más cobertura y, por tanto, más posibilidad de llegar a la audiencia, como sostienen Alex Isenstadt, Eli Stokols, Shane Goldmacher y Kenneth Vogel en Politico, a pesar de que a ratos la campaña pareciera “un desastre”.

Comienza la era Trump

Los padres fundadores de Estados Unidos siempre temieron que el voto popular pudiera ser una amenaza en contra del sistema de libertades que estaban generando en ese nuevo experimento de nación. Confiaban, sin embargo, que la diversidad dentro de su amplio territorio, y los distintos equilibrios institucionales que estaban creando, serían suficientes para evitar que una “facción” pudiera acabar con la república. De allí el esquema de «colegios electorales».

Esa república se enfrenta ahora a una de sus más duras pruebas en más de 200 años de democracia. Trump llegará a la presidencia con mayorías en la Cámara de Representantes y el Senado, una mayoría de gobernadores y la posibilidad de cambiar la balanza de poder en la Corte Suprema de Justicia. Así tendrá la posibilidad de abolir el llamado Obamacare, endurecer políticas migratorias, revisar los acuerdos nucleares con Irán y hasta reconsiderar los acercamientos con Cuba. El “legado” de Obama no está asegurado.

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Nada de lo que dijo lo frenó. Ninguna amenaza sobre lo que significaría un país bajo Trump fue capaz de motivar suficientemente a latinos, afroamericanos, jóvenes y mujeres, para repetir los triunfos electorales de Obama. El multimillonario, según exit polls, mejoró ligeramente los números de Mitt Romney entre los grupos minoritarios, al tiempo que expandió su voto entre blancos, tantos los de baja educación (ganó 67% a 28%), como entre los blancos con estudios universitarios (49% vs. 45%). Con éstos pudo ganar Wisconsin por primera vez para el partido republicano desde 1984, y Michigan y Pensilvania –donde fue el mitin de cierre de Clinton junto al propio Barack Obama-, que desde 1992 siempre habían sido azules. No hubo muro de contención latino en Florida, ni afroamericano en Carolina del Norte.

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Hubo una rebelión de quienes ahora, en este nuevo país y en este nuevo mundo, se sientes abandonados por los dirigentes y aislados por los medios de comunicación. Los blancos de los pequeños pueblos estadounidenses añoran el pasado en el que sus padres y abuelos triunfaron, o quizá ellos mismos: según el New York Times, los votantes de 45 años en adelante votaron a favor de The Donald, mientras que los menores a 44 años lo hicieron por su rival. Quieren empleos que no volverán, y una sociedad en la que mujeres, afroamericanos y latinos no compiten a su altura. Lo advertía desde hace meses el cineasta Michael Moore en un artículo publicado en su web donde afirmaba que Trump ganaría, uno de los pocos que se atrevían a decirlo. Lo ratifica El País al hablar de “voto disruptivo”: «la expresión de un malestar generalizado en amplias capas de la sociedad, sin distinción de edades, una rebelión contra la modernidad y los valores de la Ilustración, entre ellos los medios».

Es la añoranza de hacer a Estados Unidos grande otra vez, la tierra prometida por Trump, y vilipendiada por unas élites que, sin importar el rechazo casi unánime que mostraron hacia el republicano, no pudieron convencer a un sector de votantes que nunca pensaron representarían una mayoría.

Todo es incertidumbre a partir de ahora. Trump tendrá la legitimidad y el impulso para imponer su dominio en el partido republicano, y poco podrán hacer sus detractores internos para contenerlo. En las primeras horas, el Presidente electo se ha mostrado conciliador y felicitó a su rival Clinton –quien siete horas después de conocidos los resultados aún no daba declaración alguna – “por una campaña muy muy peleada (…) Hillary ha trabajado largo y duro por mucho tiempo y le debemos mucha gratitud por su servicio a nuestro país”, dijo el ganador de la contienda convirtiéndose en el sepulturero de la carrera política de la ex Senadora por Nueva York.

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El republicano, leyendo de teleprompter, afirmó que “ahora es tiempo de cerrar las heridas de la división y estar juntos. A todos los republicanos y demócratas e independientes de la nación, es tiempo de unirnos como un solo pueblo. Es tiempo. Le digo a cada ciudadano de nuestro país que será e Presidente de todos los norteamericanos. Le hablo a quienes no me apoyaron en el pasado, para que me guíen y me ayuden para que podamos trabajar juntos y unificar a nuestra gran nación”.

¿Podrá el presidente Donald Trump ser más comedido que el candidato Donald Trump? ¿Las instituciones contendrán al rebelde “antisistema”? La democracia constitucional más antigua, más ininterrumpida y a ratos más admirada del mundo acaba de poner al mando a un hombre calificado por megalómano por sus contrincantes y críticos, cuyos asesores de campaña nunca lograron quitarle el control sobre su Twitter para que no iniciara un conflicto en medio de la noche. Esa democracia deberá demostrar ser lo suficientemente fuerte para contener a una facción que amenaza con destruirla.

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