Crónica

Delinquir por hambre

En 2016 repuntaron delitos que no eran comunes: hurto de comida en escuelas, supermercados y fincas. Los robos a las casas ahora tienen como parada obligada los gabinetes y neveras

Texto: Natalia Matamoros | Composición de portada: Víctor Amaya
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Un boquete en el techo y una estela de vasos y platos de plástico regados en el piso, fue el panorama que observaron los docentes de la Escuela Taller Rafael Urdaneta de Los Teques, cuando el lunes 12 de noviembre abrieron las puertas del comedor que fue saqueado. Los hampones dejaron sin comida a más de mil 600 niños que reciben clases en la estructura de tres pisos que fue remozada recientemente. Se llevaron 40 kilos de pollo, carnes, bultos de harina, azúcar, arroz y hasta las verduras que reposaban en una cesta cerca de la cocina.
El personal que se percató de la acción delictiva recorrió las aulas, la oficina de la dirección y otros departamentos para verificar qué otros equipos se llevaron los hombres que treparon la cerca e ingresaron por el techo de la institución. Las computadoras permanecían en su lugar, así como los artículos  de oficina y el material didáctico. No hubo alteraciones en esos espacios, que en otros tiempos fueron desvalijados. La razón del hurto no es otra, sino el hambre.  Las dificultades para comprar la comida por la escasez y el encarecimiento de los productos, la han convertido en un objeto de valor, tan preciado como el oro y, por ende, el principal atractivo del hampa.
Esa fue la tercera vez en un año que el comedor de la Escuela Taller, habilitado en un amplio salón con cocina, dotado de utensilios, sillas y mesones, fue vulnerado por el hampa. El plantel no tiene presupuesto para reforzar las medidas de seguridad en esa área. La única alternativa que maneja el personal directivo para frenar la incursión del hampa, es la modificación de las fechas del despacho de los productos alimenticios. “Tenemos la sospecha de que los involucrados son personas vinculadas al centro educativo, que saben cuándo llegan los camiones que distribuyen la comida y donde las guardan”.
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Para José Betancourt, jefe de la División de Relaciones con la Comunidad de Polimiranda, los responsables de este tipo de acciones delictivas no son delincuentes de oficio, sino son personas que sustraen comida para satisfacer una necesidad alimenticia, “es lo que se conoce como hurto famélico. La crisis ha propiciado un repunte de este tipo de crimen que antes no era común porque esos productos abundaban en el mercado y eran accesibles al presupuesto familiar. En lo que va del año escolar 25 instituciones educativas en el estado Miranda han sido víctimas de saqueos. Los lugares escogidos son las cantinas y comedores”, explicó la autoridad policial.
Son contadas las personas capturadas por este delito y han confesado que es la única alternativa que han encontrado para no acostarse sin un bocado en el estómago. “Yo lo hice porque tenía tres días sin comer y estaba desesperado”, decía uno de los privados de libertad por esta causa. Otro preso le comentó a Betancourt cuando fue aprehendido: “¿qué querías que hiciera, pana? Tenía que llevarle algo a mis hijos, no podía permitir que se acostaran así, sin haber comido nada en todo el día porque en la casa los granos se acabaron y no hay real para más”.
Sin embargo, hay quienes se aprovechan de la crisis para lucrarse y ofrecen en combos los alimentos sustraídos de los comedores escolares. En la comunidad de Guaremal, ubicada en Los Teques, hay sectores donde venden hasta en 15 mil bolívares las bolsas contentivas de aceite, arroz, harina y pasta.
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Aunque en Caracas no hay cifras que indiquen el número de colegios afectados por el hurto de comida, hay planteles que han acumulado un récord por la cantidad de veces que han dejado a los estudiantes sin almuerzo. Uno de ellos es la Unidad Educativa Gran Colombia de El Cementerio. Según los cálculos de Islenys Pulido, profesora de la institución, ha sido objeto de sustracciones de comida en más de 10 oportunidades. Al comedor de uno de los edificios del colegio, le han colocado, barrotes, candados y hasta  un muro para blindarlo, pero ha resultado inútil. Los kilos de pollo, carnes y la harina siguen siendo el objetivo del delincuente hambriento.
Ancianos y niños involucrados 
El desvalijamiento de los comedores de las escuelas es solo un eslabón en la cadena de robos y hurtos cometidos por hambre. Los supermercados han desplazado a los comercios de ropa y restaurantes como escenario de este tipo de delitos. En los establecimientos de venta de productos de primera necesidad del municipio Sucre y Baruta, según una fuente policial, los delincuentes se detienen en la entrada y siguen hasta el área del estacionamiento a las víctimas. Cuando van a colocar las bolsas en el maletero del carro, las interceptan con armas blancas y se las arrebatan. Otros se les acercan a los consumidores, le preguntan dónde compro la harina o dónde consiguió la leche, y en un descuido los despojan de las bolsas y corren. “Este tipo de episodios no son denunciados ante los cuerpos de seguridad y no hay registros sobre el número de casos”, dijo el funcionario.
Los vigilantes de los centros de abastecimiento han detectado en los últimos meses a ancianos y niños que esconden los productos en lugares estratégicos para llevárselos. Hace dos semanas una señora, bien arreglada con sandalias de tacón y blazer ingresó a un negocio de venta de víveres en Candelaria. Tenía un bolso tipo playero con algunas prendas de vestir. Mientras simulaba que veía los precios fijados en los anaqueles introdujo siete latas de atún en el bolso escondidas entre una camisa y unas medias. El custodio se percató del movimiento de la señora y cuando se retiraba del local le dijo que abriera el bolso. Ella nerviosa mostró parte del contenido y él tomó el paquete, lo revisó a profundidad y detectó las latas. La mujer suplicó que no la denunciara a la policía: “yo lo que tengo es hambre. En mi casa los gabinetes están vacíos, no me lleve presa por eso”. El hombre la dejó ir: “no tuve el valor de denunciarla porque se trataba de una anciana y la entiendo porque yo también he pasado trabajo”, expresó el agente de seguridad del negocio.
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Este tipo de episodios se ha ido suscitando desde hace un año en un hipermercado de Guatire. Su gerente, Humberto Herrera, detalló que semanalmente son reseñadas en el libro de novedades y entregadas a los cuerpos de seguridad entre 25 y 30 personas que hurtan bandejas de carne y embutidos. Las latas de atún, así como las panelas de papelón que hasta hace dos años registraban pocas ventas, han tenido que colocarlas cerca de las cajas registradoras para evitar que se las lleven. “En los últimos tres meses hemos registrado 62 millones de bolívares en pérdidas por el hurto de estos productos. Los padres de familia usan niños para que metan las bandejas en las carteras o en las chaquetas”, indicó.
Al menos tres veces a la semana se observan pandillas de motorizados en los alrededores del centro de abastecimiento y en la parada de bus más cercana que arrebatan las bolsas. “Ellos saben cuándo llega la harina, la leche y el azúcar, y se activan. Algunos someten con cuchillos y pistolas en las colas que se forman desde las 4:00am para colearse y vender los puestos. Es una situación incontrolable que ni las autoridades policiales pueden frenar”, explicó Herrera.
Hasta en los mercados populares el hurto famélico ha encontrado asidero. En Quinta Crespo, por ejemplo, grupos familiares distraen a los encargados de los puestos para llevarse hortalizas y frutas. “El modus operandi es el siguiente: se acerca una mujer a preguntar precios y luego desarrolla una conversación larga. Mientras que un acompañante espera a que uno se distraiga para llevarse los tomates, la cebolla y hasta las lechosas en bolsas negras. Actúan con tal habilidad que no nos damos cuenta, sino cuando se hace el inventario”, explicó un comerciante.
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Los más buscados en el campo
El robo y hurto de comida ha trascendido las fronteras de los establecimientos convencionales y ha ganado terreno en las fincas ubicadas en caseríos que no llegan a los 10.000 habitantes. Una fuente policial indicó que este año se manejó un promedio de 360 casos de hurtos de gallinas ponedoras, cacao y mandarinas en las poblaciones de los municipios Acevedo, Brión y Pedro Gual. También los delincuentes han ingresado en las parcelas, someten a los propietarios y encargados. “Los amarran y se llevan las reses, otros las sacrifican delante de sus dueños y venden los cortes de carne en los mercados a 3.000 bolívares el kilo”.
Los camiones distribuidores de alimentos este año fueron atacados por grupos delictivos y familias hambrientas en apoderarse de los productos de primera necesidad. En la Autopista Regional del Centro y en la vía Oriente, según Marco Ponce, director del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, las comunidades y las bandas colocaban “miguelitos”, atravesaban troncos de árboles y mujeres embarazadas para que los conductores se detuvieran. Entonces, los sometían, se apoderaban de la mercancía y luego los liberaban en zonas boscosas. En su más reciente informe estadístico, el organismo reveló que durante el año 2016 hubo 711 saqueos. De esa cantidad, al menos 30% corresponden a vehículos de carga. Los robos a camiones fueron tan frecuentes a mediados de año que solo en la vía a Oriente se registraban entre tres y cuatros asaltos semanales. “Tuvimos que enviar a más de 20 funcionarios a escoltar los camiones en la ruta porque los tenían asediados”, indicó el director de Polibrión, Jaime Rojas.   
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De las casas arrasan con comida y ropa
Los signos de la crisis se han puesto de manifiesto en los robos registrados en las viviendas de las zonas residenciales de Caracas. Hace cuatro meses, un trío de delincuentes ingresó a la quinta de Manuel Barrios, de 84 años, en la urbanización El Marqués. A él lo sometieron mientras pelaba unas verduras para hacerle una sopa a su esposa. Lo obligaron a abrir la caja fuerte y posteriormente lo llevaron a otros ambientes de la casa para sustraer otros objetos de valor. No le perdonaron la vida a Manuel, pese a que la esposa suplicó que no le hicieran nada. Lo degollaron y, antes de irse con el botín, los hampones -unos muchachos que no llegaban a 25 años-, se acercaron a la nevera y se llevaron tres kilos de pollo. Uno de ellos, le dijo al otro delincuente: “resolvimos el almuerzo, papá”.
Ahora los ladrones no solo se llevan el efectivo, joyas y electrodomésticos de las propiedades, sino que arrasan con la comida, prendas de vestir y zapatos; artículos que en otras épocas no formaban parte del pillaje. Al apartamento de Graciela Jiménez, en la avenida principal de Macaracuay, dos hombres que entraron con la excusa de ver el inmueble para comprarlo, la amordazaron para neutralizarla. De la propiedad se llevaron unos dólares, anillos y cadenas de oro. También se llevaron vestidos, pantalones y blusas. Los cuatro paquetes de harina pan que tenía de reserva, así como las latas de atún, dos kilos de leche y azúcar fueron sustraídos de los gabinetes de su cocina. Una fuente del Cicpc indicó que de cada 10 robos en viviendas que fueron denunciados este año, tres incluyeron comida y ropa entre los bienes sustraídos.
“Hasta hace poco los delincuentes tenían otras aspiraciones: robar motos, dinero, vehículos; pero la crisis económica ha propiciado que éstas se inclinen hacia la apropiación indebida de comida y ropa; para satisfacer una necesidad y a la vez lucrarse. Resulta más ventajoso y menos riesgoso revender a precio de bachaquero estos objetos que, por ejemplo, cometer un secuestro”, explicó Luis Cedeño, director del Observatorio Venezolano del Delito Organizado.
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