Internacional

Erdogan, el reis radical: Turquía se aleja de Occidente

Turquía, tierra que une a Europa y Asia, está nuevamente en disyuntiva: su identidad se debate entre el Islam y Occidente. Esta vez, sin embargo, la mano de hierro y el fuerte liderazgo de Recep Tayyip Erdogan destacan en un proceso que podría terminar en autoritarismo

Recep Tayipp Erdogan
Texto: Manuel Tovar | Fotografía de la composición: Time
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El presidente Recep Tayyip Erdogan, el 16 de abril de 2017, obtuvo el apoyo electoral para una controvertida reforma a la Constitución de Turquía —que la convertiría de república parlamentarista a presidencialista.

Con su triunfo, 51,3% votos a favor sobre 48,59% en contra, Erdogan se endilga muchas más competencias. Con ellas, abre la puerta a la islamización del estado turco.

La victoria de Erdogan es, según sus detractores, autocracia y muerte de la democracia laica. La oposición teme no solo que se silencie toda voz contraria a la línea oficial. También duda se acabe la institucionalidad al quedar bajo control de los seguidores del partido.

En cambio reis, como le dicen sus seguidores —jefe—, lo califica como el fortalecimiento de Turquía ante Occidente.

De 2013 a 2014, Erdogan fue primer ministro. De allí saltó a la silla del Ejecutivo. En esta posición, aunque con atribuciones, tenía límites. El reis hizo lo que consideró: urdió los cambios necesarios para proteger a la república tras el golpe de Estado militar del 16 de julio de 2016.

Los opositores, no obstante, aseguran que el referéndum para cambiar la carta magna tuvo como propósito la consolidación del poder para Erdogan, dejando a un lado al primer ministro Binali Yildirim —una figura similar al Dimitri Medvedev de Vladimir Putin—, a quien consideran un títere.

La purga de Ankara

La Constitución actual de Turquía fue adoptada el 7 de noviembre de 1982 tras un período de inestabilidad política y de gobierno militar, pero el laicismo siempre estuvo presente. El país ha sufrido en su historia republicana cinco golpes de Estado, el penúltimo realizado por oficiales no religiosos contra el gobierno de Necmettin Erbakan, mentor de Erdogan y primer líder islámico en hacerse del poder.

En esa ocasión y ante la amenaza de darle un giro hacia el Islam de Erbakan, el partido fue ilegalizado y el mismo Erdogan, que era alcalde de Ankara, estuvo 10 meses preso.

El 16 de julio de 2016, Erdogan viviría en carne propia un golpe de Estado, pero este, al contrario del recibido por Erbakan, no tuvo éxito. Las circunstancias poco claras señalan que fueron militares de bajo rango los que se sublevaron.

Aunque en principio se pensaba que era una medida del Ejército para detener la creciente islamización, el mismo gobierno aseveró que la insurrección tenía por autor intelectual al clérigo conservador Fetulah Gulen un octogenario exiliado en Estados Unidos, quien en principio apoyó al gobernante pero, en 2013 y tras una serie de discusiones, rompió definitivamente con el mandatario. Al caer en desgracia, Gulen pasó a ser el chivo expiatorio.

El momento esperado

Erdogan vio en la revuelta la oportunidad de limpiar los estamentos de su país. Los 290 muertos de la asonada fueron la excusa perfecta.

“El intento del golpe de Estado es una bendición de Alá”, admitió tras dominar el alzamiento. Luego de repeler a los rebeldes, inició una serie de represalias contra miembros del Ejército y la policía, empleados de la oficina del primer ministro y ministerio de Finanzas, oficiales de inteligencia, clérigos, jueces, fiscales e incluso educadores y medios de comunicación.

Cinco días después de la insurrección, el primer ministro ya había ordenado la destitución de más de 50.000 personas —entre ellos la mitad del generalato— y había 10.000 detenidos. Era su oportunidad de oro para conquistar cualquier espacio.

Ese 21 de julio, Erdogan ordenó continuar con la limpieza y declaró el “Estado de Emergencia”. Era el inicio y cristalización de todos los miedos de la oposición: el hombre se hacía fuerte, casi ubicuo.

Estocada final

El 22 de julio cuando suspendió la adhesión a la Convención Europea de Derechos Humanos. Era cerrarle el paso a un objetivo histórico: el ingreso como miembro de la Unión Europea —con la que ha tenido una mayor tensión— mientras ha buscado el acercamiento a la Rusia de Putin.

La depuración sigue en Turquía: más de 110.000 personas, entre ellos 80 periodistas, han sido detenidas por asociación en el intento de golpe, mientras que 140.000 empleados públicos han sido suspendidos de sus cargos, 4.000 de estos el pasado 29 de abril.

Erdogan ha ido aún más allá con la Unión Europea y con la OTAN, de la que sí forma parte Turquía. Con el logro del referéndum bajo el brazo, dijo que estaba de acuerdo con la institucionalización de la pena de muerte. Ambos organismos respondieron instando a respetar el Estado de Derecho.

Organizaciones de Derechos Humanos han suscrito que tras el acto de sedición muchos de los detenidos han sido torturados.

Adiós Occidente

Turquía es la nación que une a Europa y Asia y que tiene un rol clave en la lucha contra el Estado Islámico. El país es preponderante para Europa ante el aumento de la inmigración ilegal y en el control de la tragedia de los refugiados en el Mediterráneo.

Fue históricamente una gran aliada de Occidente. Estados Unidos, por ejemplo, le brindó ayuda militar y Ankara pasó a formar parte de la OTAN en la Guerra Fría. Actualmente es parte de la Alianza Atlántica y tiene el segundo ejército más grande de la organización. Su influencia fue determinante para impedir la expansión soviética en el Mediterráneo.

Pero en los últimos años las relaciones con Occidente se deterioraron. Estados Unidos apoya a los kurdos en la lucha contra el Estado Islámico, mientras Ankara considera al grupo como terrorista.

Con Europa también ha aumentado la tirantez en las relaciones, la decisión de Erdogan de apoyar la pena de muerte y las constantes acusaciones de supuesta islamofobia a varios gobernantes del continente han contribuido a remarcar distanciamiento. Sin embargo, la llegada de Donald Trump, un líder que el mandatario turco ve como “fuerte”, por su forma autocrática, podría escribir una nueva página entre ambas naciones.

Una ocasión para ello es el 16 de mayo 2017, cuando los presidentes se encuentren en Washington.

Con Europa no se prevé cordialidad en las relaciones próximamente. De hecho, la OTAN critica a Turquía por el afán de limitar o escamotear derechos civiles.

“Turquía debe protegerse y enjuiciar a los que estuvieron detrás de ese golpe fallido. Pero eso tiene que suceder sobre la base del total respeto al Estado de Derecho. Concedo gran importancia a esos valores y es un asunto que hemos discutido con las autoridades turcas”, señaló su secretario general Jens Stoltenberg.

Oriente en el horizonte

La Unión Europea critica las medidas que vulneran derechos humanos y Bruselas se muestra hosca.

La alta representante de la Unión Europea para la Política Exterior, Federica Mogherini, lo dejó claro tras un encuentro con el canciller turco, Mevlut Cavusoglu. Ella indicó que se deben cumplir los requisitos necesarios del bloque.

“Las negociaciones de ampliación continúan, no se han detenido, pero no estamos trabajando en abrir nuevos capítulos. Si Turquía está interesada en las negociaciones de acceso, sabe muy bien lo que significa, especialmente en el ámbito de los derechos humanos, el respeto a la ley internacional o la pena de muerte”, afirmó.

Desde 1990 Turquía ha abierto su horizonte hacia Oriente y ha ampliado sus negociaciones con China y Corea.

Además, ha surgido como una tercera vía en Medio Oriente en la lucha entre Arabia Saudita e Irán para presentarse como poder regional, aunque parte con desventaja entre esos países por no ser terruño árabe.

Con Erdogan, Ankara se aleja de sus aliados occidentales para acercarse a la Rusia de Putin o al Israel de Benjamin Netanyahu, naciones con líderes fuertes que se han sabido mantener en las cúspides. El reis, soberbio en el poder, ansía su elación.

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