Íconos

Ibsen Martínez: los guisos del emprendedor

El dramaturgo reflexiona sobre el talante moral del venezolano, su estadía en Colombia y la calidad del teatro que se hace en el país. Cuestiona los devaneos éticos de la clase media empobrecida y teme que, por lo pronto, sea muy difícil superar la mentalidad rentista. El autor de Por estas calles se confiesa más feliz en Bogotá pese a que una de sus obras se ha sumado a la cartelera nacional. Panamax se exhibirá en el Centro Cultural Chacao hasta el 25 de septiembre

Composición fotográfica: Víctor Amaya | Fotografías en el texto: Vasco Szinetar
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Nada lo ata a Venezuela y no le da pena decirlo. Ibsen Martínez, escritor de ficciones, ensayos y artículos, mira los toros criollos desde la barrera. En este caso la línea imaginaria —aunque desde finales del año pasado ya no tanto— que separa a Colombia de Venezuela. Lleva tres años en Bogotá. Su verbo y su prosa, dice, emanan mejor desde allá, tanto que lo cachaco inundó su acento y anegó, al mismo tiempo, lo caraqueño.

No hay nostalgia por el Ávila, “ni por nada”. Simplemente encontró un barrio más tranquilo: “Nunca tuve bienes de fortuna. Me resultó muy fácil entregar el apartamento alquilado donde vivía, me había separado hacía ya varios años, entonces no tenía que convencer a ninguna esposa de emigrar. No tengo hijos chiquitos y me resultó muy sencillo mudarme”.

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No hay nostalgias, pero tampoco aversión. Simplemente una biblioteca pública que lo inspira: la Luis Ángel Arango. Es así como en la capital colombiana, el escritor se ha desembarazado de obras de teatro y novelas; y no desde ahora, Martínez subraya que tiene 30 años de relación amorosa con Bogotá, ciudad que solía frecuentar durante largos períodos antes de fijarla definitivamente como su código postal. “Me parezco más a mí mismo cuando estoy lejos de Venezuela. Bogotá es una ciudad en donde hago la vida de escritor, que no podría llevar en el ambiente asfixiante de allá”, afirma a través del hilo telefónico. Hace más de un año que pisó su tierra por última vez y no tiene contemplado volver pronto. Sin embargo, la distancia no melló su lucidez sobre el carácter vernáculo. Su particular punto de vista se personaliza en las tablas del Centro Cultural Chacao, donde desde el 8 y hasta el 25 de septiembre se presenta Panamax, obra en la que satiriza sobre las contradicciones morales venezolanas.

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En la obra no hay buenos ni malos, la corrupción es idiosincrática más que ideológica, resultado de la opulencia petrolera sobre la que se construye la llamada viveza criolla. Si bien las añoranzas por lo autóctono no le quitan el sueño, hubo tres relatos criollos que lo obsesionaron de tal forma que los convirtió en argumento. Los escuchó por allá en 2012, cuando todavía el precio del petróleo rondaba los 100 dólares por barril; y el cupo para viajeros que otorgaba la extinta Comisión de Administración de Divisas (Cadivi) se mantenía en 3.000 dólares para consumos con tarjeta de crédito y en 500 dólares en efectivo; por el módico precio de Bs. 4,30 por billete verde.

“Son los testimonios de tres venezolanos de mi generación, dos de ellos mujeres, que no eran amigos míos, simplemente en el curso de varias semanas, hace ya varios años, cada uno me contó su proyecto personal para salir de abajo. Todos se describían a sí mismos como emprendedores, entre comillas, pero en realidad lo que cada uno me contaba no era un emprendimiento en el sentido convencional de la palabra, lo que me contaban era lo que en venezolano llamamos un guiso”, explica. Para el autor, la anécdota más que un guion teatral encarna en gran medida la sociedad venezolana acostumbrada desde hace un siglo a vivir del crudo: “Quise hacer una pieza sobre tres cazadores de renta petrolera que además, voy a decir una procacidad, se montan el mojón de que son empresarios”.

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Entre ambigüedades te veas

El dramaturgo no se censura para decir lo que piensa. Escudriña en la paradójica miseria nacional que tuvo como resultado la quiebra no solo de las arcas del Banco Central de Venezuela (BCV), sino también de la integridad de los habitantes de este petroestado patriarcal que, a los ojos de Martínez, está lejos de abandonar el imaginario nacional. “Voy a decir algo muy duro y muy incorrecto políticamente: creo que la gran mayoría de ese pueblo llano, pobre, empobrecido, necesitado que hace cola y que se somete a todo tipo de humillaciones está molesto con Maduro, pero no ha roto con el modelo rentista. Dicho en criollo, está arrecho con Maduro porque le parece que es un inepto que no reparte, pero si usted lo jorunga un poquito se da cuenta de que su expectativa sigue siendo la misma de hace pocos años, que le dé, que el Estado asuma sus necesidades”, reflexiona para inmediatamente aclarar que más allá de la mentalidad rentista Panamax se refiere a la ambigüedad moral.

La crisis económica desmorona conciencias. Con la obra, Martínez hace un cuestionamiento deliberado a la clase media, otrora alta, que un día se halla en aprietos. Ejemplifica con el despido de 20.000 técnicos de Petróleos de Venezuela, que conformaron la primera etapa de la diáspora. “Esa misma gente terminó 10 años más tarde asociándose con los bolichicos en una empresa petrolera en Colombia. Derwick Associates compró una porción importantísima de acciones de Pacific Rubiales y no hubo ninguno de estos ejecutivos que manifestara su desacuerdo con eso. Allí hay un ejemplo absolutamente típico de nuestra ambigüedad moral”. El talante patrio se manifiesta; pero Panamax no es una obra para autoflagelarse, o llenarse de remordimiento. Tampoco es una tragedia política o una denuncia. Más bien se trata de una comedia negra que se propone la risa del espectador. “El público se ríe, siente empatía con lo que les ocurre a estos inescrupulosos y algunos miembros de la audiencia se apenan al ver esas conductas. Dicho sin falsa modestia, creo que este uno de sus logros. Panamax es la mejor pieza que he escrito y los resultados están a la vista porque la gente sale como debe salir alguien de una obra teatral: entretenidos, divertidos, pero también pensando”.

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Lejos de El Comandante

La televisión para él siempre ha sido una especie de némesis. Odia escribir 120 episodios, al punto de que nunca lo ha hecho, con la excepción de Por estas calles, que dejó hasta el capítulo 218. Confiesa que ha ido superando su animadversión; y ese es uno de los motivos por los que vive en Colombia. Ahora está contratado por una casa productora estadounidense que le encomendó el desarrollo de una serie corta; pero este proyecto nada tiene que ver con El Comandante, el programa que Sony Pictures Television desarrolla sobre la vida de Hugo Chávez. Martínez estuvo involucrado con el proyecto hace tres años, fue el autor del episodio piloto que sirvió para cerrar el trato y echar a andar el seriado, “pero me aparté porque me contrató una casa colombiana para desarrollar una idea mía, un argumento propio. De manera que yo no tengo en este momento nada que ver con El Comandante, pero tampoco voy a negar que participé al comienzo. Eso ahora lo escriben otros autores y me va a gustar como a cualquier televidente ver cuál es el resultado; pero del modo más enfático digo que no tengo nada que ver”.

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Se define como alguien que profesionalmente escribe televisión y que ha superado su “culebra” con el género. Está en Colombia terminando un libro y escribiendo mucho teatro. Para Panamax escogió esta plataforma siguiendo un consejo del fallecido dramaturgo estadounidense Arthur Miller. Primero escribió la idea como un relato en prosa, y al ver que no se prolongaba por más de diez cuartillas se dio cuenta de que sí funcionaría para las maltratadas tablas venezolanas. Se considera afortunado por haber logrado montar la pieza en una sala diseñada especialmente para espectáculos teatrales; ya que sobre la calidad del teatro nacional también tiene sus reservas. “Pienso que es infame, y subrayo la palabra infame. Las personas del mundo teatral se engañan al afirmar que hay un boom. Hay una superabundancia de actividad, pero lo que se ofrece en la cartelera no es teatro. Una de las aberraciones más grandes es el llamado microteatro. Entiendo que es una fuente de trabajo para muchos, pero eso no es teatro”.

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Rechaza además que los espacios naturales para esta actividad hayan sido confiscados por el Estado. Ni siquiera el estreno de Panamax lo trajo a las salas caraqueñas: “La paso mejor en Bogotá. Entre otras cosas porque no hay Diosdado Cabello en televisión, es un país donde la guerrilla de izquierda ha sido derrotada. Soy un hombre de centro derecha, un liberal de centro y prefiero vivir en Colombia que en un país comunista, donde el Estado ha confiscado todas las actividades. No echo de menos Caracas, tengo que confesarlo. Suena muy feo, pero es así”.

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