Música

La pasión latente por Sentimiento Muerto

Casi 25 años han pasado desde su separación en 1992. Sentimiento Muerto se terminó pronto. Fue un final apresurado para la banda que tomando inspiración de grupos foráneos y empuje de La Seguridad Nacional embarcó a la escena del rock nacional en un nuevo rumbo. Un libro reconstruye su historia

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La banda que tuvo en su formación a Carlos Eduardo «Cayayo» Troconis, Pablo Dagnino, Alberto Cabello, Edgar Jiménez, Wincho Schäfer, José́ “Pingüino” Echezuria, Sebastián Araujo y Héctor Castillo -en diferentes momentos- se ha convertido en pilar la historia rockera vernácula y, más allá, en leyenda. Su influencia dos décadas y media después de separarse en 1992 es tan fuerte que se suceden los tributos, las versiones, los libros (se publicó una biografía cobre Cayayo por Eugenio Miranda y ahora la de la banda por William Padrón). «Sentimiento Muerto marca uno de esos momentos. Entre 1985 y 1991, fue la portada del post-punk local, con una combinación acertada de cantos de amor/desamor con contenido político, actitud frente a lo sociocultural, shows atractivos con mucha energía, sumando lo anterior a un ascenso relativamente rápido, convirtiéndose en tótem generacional», dice Félix Allueva, presidente de la Fundación Nuevas Bandas. «Nunca ha habido una desconexión con el tema de Sentimiento Muerto. Siempre ha estado allí como la banda de culto más relevante de la segunda mitad de los 80 y que ha seguido siendo así. Las canciones de sus dos primeros discos son parte del consciente colectivo de varias generaciones«, dice Juan Carlos Ballesta, director de la revista Ladosis. El también baterista afirma que la agrupación está, en la movida del rock venezolano, «de nuevo en la cresta de la ola», pero aclara que ha habido ciclos similares de tener al grupo en primer plano «como cuando hicieron las dos reuniones en 2004 y 2005 con todos los integrantes, incluyendo a Pingüino».

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El nuevo libro biográfico de la agrupación, A la hora justa, firmado por el periodista William Padrón y publicado por Ediciones B, logra reunir por primera vez los testimonios de todos los exintegrantes de la banda, incluso el relato gráfico que dejó dibujado Troconis. «Ellos se contradicen en sus historias, probablemente porque quieren olvidar algunas cosas», comenta el autor al recordar que durante muchos años Pablo Dagnino, el ex vocalista, se negó de plano a conversar al respecto. «Él es quien sobrevive a Sentimiento Muerto, el que más sufrió la ruptura. Uno pensaba que era el líder y lo que estaba era llevando golpes de todos los bandos. Incluso fue a un psicólogo para superar la separación del grupo», cuenta Padrón sobre sus tres sesiones de entrevistas con el cantante.

La llegada de ese documento, parte de la colección Música para Leer con curaduría de Allueva, permite explorar las bases de Sentimiento Muerto, su crecimiento, sus cambios y su autodestrucción. Desde los primeros escarceos de muchachos que no sabían tocar y sonaban malísimo, pasando por los casettes que se intercambiaban en la movida underground, hasta llegar al triunfo discográfico y la posterior disolución. «Sentimiento Muerto se separa por inmadurez. Sebastian (Araujo) dice que pudieron haber sido muy grandes pero eso los mató», adelanta Padrón.

Tres vidas

El embrión de Sentimiento Muerto fue una miniteca, como pasó con tantas otras bandas. La de Pablo Dagnino y Alberto Cabello -junto a Luis Chataing- se llamó Spit y ponía a sonar a otros, sus influencias: Sex Pistols, The Clash, Joy Division y Ramones, entre otros exponentes foráneos. «Nosotros nos caracterizábamos por poner punk rock y new wave, aparte de todo lo demás», recuerda Alberto Cabello en el libro A la hora justa. Así conocieron a Cayayo, con quien comenzaron a compartir «cassettes, discos, vinilos. Hablando de grupos; yo mostrándole un artista, él mostrándome otro», relata Cabello en el texto. Pero la banda nació en un garaje. Con sus integrantes repartiéndose roles porque sí, sin pensarlo. Cada quien tocaba lo que mejor quería: teclados desempolvados, baterías arruinadas, guitarras recuperadas del olvido y demás herencias. «Las primeras canciones eran como versiones, como que podíamos sacar más o menos una versión, a los golpes, no fidedigna. Había una canción que se llamaba ‘Beverly Hills Century City’ de Dead Kennedys y nosotros hicimos una que se llamaba ‘Country Club Century City’. Y otra que era ‘Anarchy in the UK’ de los Sex Pistols, nosotros sacábamos ‘Anarquía en Venezuela’. Todo era así́», rememora el baterista y principal letrista de los primeros años de Sentimiento Muerto.

Fue él quien le puso el ácido lírico al post punk estético. Canciones suyas como «Miraflores» denunciando la corrupción combinaban con las acciones estéticas de Edgar Jiménez: el graffiti, la intervención de calle, el rayado de paredes, el «aquí estamos». «Ellos crearon quizá sin saberlo, sin darse cuenta, una campaña de intriga con sus graffitis. Parecía algo subersivo de algún movimiento político con los corazones tachados. Esa parte cimentó el mito de Sentimiento Muerto. En esa etapa tenían una actitud bastante irreverente», afirma Juan Carlos Ballesta. En la escena underground se fueron consolidando, llenando conciertos, entrando en las casas con aquél casette que grabaron -con muy mal sonido- y pasaba de mano en mano, haciéndose copias. «El movimiento punk plantea una ruptura con todos los cánones: no tenías que ser un buen músico sino ser muy creativo y salir a expresarte. Había que ser muy creativo, no un virtuoso«, dice Fernando Batoni, fundador de Zapato 3. Horacio Blanco, de Desorden Público, aún recuerda cuando «nos jactábamos de ser muy subterráneos, y existía un fenómeno increíble que era que la música se pirateaba entre los chamos, se copiaban cassettes, y en algún punto las disqueras se dieron cuenta». Sentimiento Muerto fue la primera banda de esa generación en grabar disco. Convocados por Sonorodven en 1985 logran tener a Fito Páez primero y Guillermo Carrasco después como productores. Así publican El amor ya no existe (1987) regrabando muchas de las canciones que ya habían registrado de manera doméstica. «Al principio la música era bastante cruda, y luego fue mucho más pulida aunque fueran las mismas canciones», a decir de Ballesta. Luego llegaron Sin sombra no hay luz (1989) e Infecto de afecto (1991).

El director de Ladosis afirma que aunque hubo cambios de formación, el sonido en los primeros dos discos se mantuvo estable. William Padrón confirma que a pesar de que Alberto Cabello se había ido a estudiar en el extranjero, sus canciones seguían siendo el pilar del grupo. «Pablo en algun momento se sintió intérprete de las canciones de Alberto pero no cantante de Sentimiento Muerto», lanza el biógrafo al comentar que en el segundo LP el sonido es más cuidado con una batería mejor trabajada (sin Cabello -«quien nunca supo despedirse de la banda y siempre quiso volver»- y ahora en manos de Araujo). En Infecto de afecto «notas el choque, Pablo -que por fin pudo incorporar un buen número de canciones propias- y Cayayo luchando contra sus problemas personales», agrega Padrón. «Ellos fueron puliendo la propuesta hasta llegar al final donde hubo arreglos de metales», dice Ballesta sobre la etapa en la que Pingüino y Wincho abandonan la alineación y la banda queda como un cuarteto «que termina transformándose en el génesis de Dermis Tatú» (el trío Cayayo-Araujo-Castillo, sin Dagnino).

Pilares de una era

Los años 80 comenzaron heredando el sonido del rock nacional que se formó en los años 70. En los tres primeros años de la década, grabaron sus debuts discográficos bandas como Arkangel, La Misma Gente y Resistencia, que ya venían haciendo música desde la década anterior pero en un ambiente «underground», generando un público de culto. Fueron bandas que, a pesar de su calidad musical y de su impacto generacional y desarrollo melódico, se fueron quedando rezagadas del gran público. Los 70 terminaban con el disco triunfando y arrasando los mercados. No había género capaz de hacerle frente a la estética de la fiebre del sábado por la noche y en el país cierta juventud comenzó a buscar alternativas ante el dominio del color, como también ocurrió en Estados Unidos. De hecho, en 1979 se organiza en Valencia una protesta «anti disco», donde incluso se quemaron LPs de este género musical. Allí participó Paul Gillman, un jovencito. Así se comienza a solidificar la escena del heavy metal criollo, y también propuestas como el new wave nacional, cuyo primer exponente fue Pedro Pérez y su PP’S. Pero en el ambiente rock se venía gestado esa herencia del sonido punk inglés y norteamericano, encabezadas y empujadas por La Seguridad Nacional que le hablaba a otra generación sobre sexo, drogas, calles. Era un sonido desordenado y febril nacido de las entrañas de Gustavo Corma, un experimentado músico que venía de ser guitarrista en Sky White Meditation, junto a Yatu y Cangrejo. De esa movida punk beben quienes se convertiría en «los tres pilares del rock en Venezuela»: Sentimiento Muerto, Zapato 3 y Desorden Público, a decir de Fernando Batoni, bajista y fundador de la segunda agrupación. Sentimiento Muerto marcó un antes y un después en el rock hecho en Venezuela. Su teatralidad, sus ritmos, su estilo y su capacidad de conectarse con un nuevo público joven fue fundamental. No es gratuito que Cayayo, su guitarrista, sea una de las mayores leyendas de la escena rockera nacional. Mientras el músico y periodista Eric Colón asegura que el fallecido músico e ilustrador no vería con buenos ojos tanto homenaje, Ballesta afirma que sobre Sentimiento Muerto hay mucho material documental audiovisual aún resguardado, y William Padrón cree que «A la hora justa (los exintegrantes de la banda) se sentaron a conversar sobre eso que no querían hablar».

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