Arte

La resistencia de hierro de Sydia Reyes

La transformación es el eje transversal de su obra, pero también es el fin último. Su obra de fuego y metal es una poética de la resistencia. Sydia Reyes manipula hierros y soldaduras con la misma bravura de Hefesto. El resultado dialoga con los espacios públicos, donde finalmente se hallan las respuestas

Texto: Diana Moncada | Fotografías: Héctor Trejo
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Las esculturas públicas de Sydia Reyes resisten las inclemencias del clima, el deterioro vertiginoso de Caracas, las frágiles políticas de preservación de las instituciones del Estado y la indolencia de quienes habitan el valle.
Así como la obra Testigos, ubicada en la autopista Caracas-La Guaria, todas las esculturas de arte público de esta artista han sido y siguen siendo testigos silenciosos de las consecuencias de la desconexión humana con su entorno —uno de sus grandes temas de estudio e investigación. Por eso, hoy más que nunca las piezas de Sydia Reyes tienen vigencia. Continúan gritando a los cuatro vientos las denuncias que hace 26 años empezó a plantearse.
Una retrospectiva de su trabajo artístico, de más de 25 años, es exhibida en la Galería Ascaso, al mismo tiempo de la publicación de su primer libro, donde la curadora e investigadora Bélgica Rodríguez y Víctor Guédez revisitan la obra de esta escultora caraqueña —otorgándole su lugar en el arte contemporáneo venezolano.
La muestra reúne estructuras tempranas de los años noventa, como sus descarrilados y alcantarillas, hasta sus bocetos para bosques, y sus más recientes multiversos. Un recorrido en el que se devela el despliegue que Reyes ha realizado desde el suelo hacia las alturas, desde el lugar de los desechos hasta los mundos posibles.
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El inicio de grandes dimensiones
Sydia Reyes comenzó sus estudios en la Escuela de Arte “Armando Reverón” en Barcelona (Anzoátegui) donde vio su primera clase de escultura. Allí, en un salón desvencijado, casi en ruinas, por el deterioro que supone el trabajo duro con los materiales —yeso, barro, madera— y donde las goteras formaban un pantano cuando llovía, el profesor Guillermo Abdala ofreció un discurso amoroso sobre el compromiso del artista. El profesor, que venía desde Caracas solo para impartir clases, afirmó entonces que su misión estaría completa si al menos uno de los estudiantes quedaba prendido al oficio de esculpir. Reyes supo inmediatamente que ella debía ser esa artista y así fue.
“Cuando metí la mano para hacer el primer ejercicio en barro me tropecé con alambres de púa, clavos sucios, desechos. Era un desastre, pero con toda esa precariedad, todo el mundo hizo sus obras y todo el mundo estaba muy entusiasmado. Guillermo me dio a mí ese aliento”, rememora Sydia.
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Así fue su ritual iniciático: fatigoso y duro. Más tarde sus intuiciones en torno a la escultura la llevaron a acompañar a una amiga al taller del maestro Pedro Barreto, donde ambas comenzaron a trabajar. La vergüenza y timidez con las que llegó Reyes se transformarían rápidamente en entusiasmo. Permaneció bajo su tutela durante dos años. En las entrañas de ese taller, Reyes desarrolló sus primeros proyectos escultóricos, algunos de los cuales participaron en varios salones de arte.
Pero su contacto definitivo con el metal, material que terminaría por definir su lenguaje plástico y con el que daría resolución a sus indagaciones e intereses temáticos, lo tuvo en el último año de carrera, cuando la cohorte de estudiantes fue desplazada a una nueva sede, bonita pero fría. Allí, como tesis de grado y despedida de la escuela, Reyes le propuso a su amiga Maylen García presentar un proyecto para la fachada de la edificación. Sería su primera propuesta a gran escala pero los directores de la institución temían dos cosas: primero, ellas no sabían soldar; y segundo, los costos serían muy altos. Pero Reyes y García no se detuvieron, buscaron los materiales y acudieron a un taller de herrería donde unos muchachos le enseñaron a soldar, alquilaron una máquina y materializaron su proyecto, una experiencia que la artista no puede más que calificar de estimulante.
Pero esta no sería la única experiencia fundacional que la llevaría a abordar el espacio público como problema artístico en su trabajo. “El primer proyecto que hice a la intemperie fue en el barrio Marín de San Agustín del Sur (1994). Allí hice una obra que se llama Cruz de mayo. Fue una solicitud que me hizo la comunidad. Yo fui para allá porque Fundarte en su momento había hecho un llamado a escultores para hacer una propuesta para Caracas. La mía era hacer una escultura en un barrio (…) Fue muy hermoso. Hasta puse a algunas señoras del barrio a soldar, todo el mundo hizo algo. Lo más lindo fue que yo les pedí que pensaran en qué necesitaban en su comunidad y ellos me pidieron un santuario. Yo me sorprendí mucho, me sentí en un gran compromiso. Les hice su Cruz de Mayo gozona, ondulada, sinuosa, como si bailara”.
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El nacimiento de una obra política
El metal se convertiría en su material predilecto y a través del hierro sus inquietudes y preocupaciones comenzarían a encontrar su cauce en sus famosas alcantarillas, obras con las que Reyes comenzó a plantear su denuncia contra la hostilidad del espacio público de la ciudad capital. “El hierro me atrapó y su encuentro con él fue mágico. Al llegar a Caracas, después de vivir trece años en el oriente del país, me dio por observar atentamente lo urbano. Empiezo a tener un sentimiento de indignación, de querer denunciar la desidia en la que se encontraba sumida una ciudad tan hermosa. De ahí salió el tema de las alcantarillas con sus torsiones y alambres de púas. Eso me dio pie para continuar con otros planteamientos que estaban relacionados con la ciudad. Hice la serie de los descarriados, torcidos, golpeados, ondulados, muy difíciles de ejecutar. Luego trabajé las cama-calles, un trabajo social sobre los indigentes en la ciudad”.
Así se fueron tramando los hilos de una propuesta política que reúne numerosas obras en el espacio público. Entre ellas: su árbol caído —Boceto para un bosque— en el Boulevard de Sabana Grande; su rejilla doblada, aludiendo a las alcantarillas, en el Parque Los Caobos; y su esfera de acero —Multiverso—, ubicada en la avenida Río de Janeiro de Caracas. Además sus obras públicas no sólo se encuentran en Venezuela. Forjó caminerías y jardines en Panamá y Chicago. En esta última, sus armatostes se convirtieron en emblema de la ciudad.
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Al mismo tiempo, tiene esculturas e instalaciones en colecciones venezolanas. Hay Sydia Reyes en el Museo de Arte Contemporáneo, Museo Alejandro Otero, Fundación Polar, Fundación Provincial, así como en colecciones de museos e instituciones de Japón, Francia y Estados Unidos. “Mis obras están más que nunca vigentes”, sentencia Reyes, quien después de realizar sus series de denuncia sobre la ciudad, un viaje al Amazonas la hizo cambiar abruptamente de dirección. “Al ver la destrucción de la selva no pude quedarme tranquila, tenía que hacer esa denuncia ecológica, a algunas de esas instalaciones las llamé Prótesis, otras son mis Bocetos para un bosque, todas tienen un sentido crítico”, levanta su voz dulce.
Sus bocetos de bosques son a la vez una esperanza y una alerta ante la avasallante destrucción del planeta. “Trato la esperanza pero bajo una situación de S.O.S. Las resoluciones que tiene el tema urbano y ecológico conectan con el pensamiento. Hay muchos artistas que mantienen durante toda su trayectoria una sola forma de expresión. A mí no me gusta encasillar mi trabajo. Pueden haber tendencias que siempre afloran en la composición de las obras, pero más que todo tiendo a ir a la expresión de lo que me mueve o motiva. Veo un Amazonas destruido, y no puedo seguir haciendo tramas de un lado, es imposible no cambiar porque debo trabajar con los códigos de lo que me espanta y me duele”, se abate.
Se cae
La decadente realidad en la que se encuentra la ciudad capital ha arrastrado a las obras de Reyes a un estado de desamparo inexorable. Sin embargo continúan resistiendo. A sus árboles de la autopista Caracas-La Guaira le hurtaron las luces azules y se llevaron la placa identificadora. Pero Reyes no se compunge. Afirma que ese es el destino natural de las obras pensadas para los espacios públicos “resistir el rigor de la intemperie y del vandalismo… pero ellas son muy fuertes”, sentencia.
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Sydia se considera una artista de denuncia a pesar de que su más reciente trabajo toma un vuelo radical. Los Multiversos son más livianos y etéreos comparados con la dureza, el herrumbre y la hostilidad de sus alcantarillas iniciales. De esta manera se establece un puente dialogante entre dos percepciones: la ruina y los mundos paralelos. “Estas obras hablan de las vidas paralelas, del tiempo, del futuro, del espacio y de nosotros que estamos dentro de él. Nosotros somos el universo y tenemos que cambiar si no queremos más destrucción. Tenemos que tomar consciencia. Esa es mi alerta. De seguir como vamos solo vendrá más desgracia”.
Para ella lo más importante durante todos estos años de trabajo es saber que el arte ha tendido en el canal para expresar sus inquietudes y tormentos, pensamientos y convicciones. Su mayor satisfacción ha sido y sigue siendo la difícil tarea de convertir en arte metales en bruto, darle forma a lo que no está pensado para la contemplación. Quizás es difícil imaginar a una mujer tan femenina en un oficio tan duro y rígido como la forja y fragua. Detrás de su dulzura y su delicadeza nace una fuerza incalculable para manipular volúmenes sorprendentes.
¿Qué gana un paisaje urbano con una escultura?
La transformación del hombre. Las obras de arte, a pesar de que algunos no la entienden, subliman de alguna manera en el inconsciente su pensamiento.]]>

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