Crónica

Vivir en Venezuela como en Cuba: realidad calcada

Sobrevivientes del período especial cubano cuentan sus anécdotas de la dura década de los 90 en la isla. El país gobernado por una dictadura militar de izquierda, que enarboló el socialismo y también se sometió a elecciones bajo esquemas inderrotables, se vio sumido en la miseria de quedarse sin recursos. La sociedad tocó fondo, y buscó sobrevivir. Una historia como la de cualquier venezolano en 2017

Texto: Andreína Itriago | Fotografía: AP
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Durante una década, con la caída de la Unión Soviética y la consecuente ausencia de ayudas al gobierno de Fidel Castro, además del recrudecimiento de sanciones por parte de Estados Unidos, Cuba se sumió en la miseria. La depresión económica estuvo marcada por una pronunciada caída del Producto Interno Bruto (PIB), que se contrajo un 36% entre 1990 y 1993. En las calles se vivieron apagones de 18 horas diarias, la paralización del transporte y de las fábricas, las “vacaciones” forzadas con sueldos reducidos, el surgimiento del “jineterismo” y los “bisneros” asociados, la preparación de bistec de cáscara de toronjas y el nacimiento de otras “recetas” para sortear el hambre. Más adelante ocurrió el “Maleconazo” y luego se vio la crisis de los balseros, cuando al menos 36 mil personas se lanzaron al mar para desafiar a los tiburones en precarias embarcaciones y llegar a Estados Unidos. El retrato que de entonces hace la periodista cubana Tania Quintero es más que elocuente.

En Venezuela, la caída del PIB durante el gobierno de Maduro ya alcanza el 36%, según cálculos y estimaciones de Torino Capital. La escasez de medicinas supera el 90% a escala nacional, y los alimentos han desaparecido, se encuentran con intermitencias o son demasiado caros para poder pagarlos con los devaluados sueldos venezolanos. Hoy como ayer. “Venezuela no es Cuba”, pero se parece.

En 1991, el cubano Regis Iglesias, quien entonces tenía 20 años, perdió su trabajo como auxiliar de sonido por pertenecer al anticastrista Movimiento Cristiano de Liberación (MCL), lo que doce años después lo llevaría a ser preso político. Su despido coincidió con el inicio de una década de crisis económica, que pasó a la historia como el “período especial” cubano. Con dos hijas pequeñas por mantener, Iglesias comenzó a laborar como ayudante de plomería. Así sobrevivió lo que hoy, desde el destierro en Madrid, España, considera fue “el séptimo infierno del infierno cubano”.

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Ese año, el periodista Luis López, entonces un estudiante de 15 años, logró ingresar a la que era la mejor escuela de la isla, en las afueras de La Habana. Funcionaba como un internado, en el que los alumnos pasaban solo los fines de semana en casa, con sus familias. Al mes, las cosas comenzaron a cambiar y las visitas fueron cada vez más distantes. Y aunque al inicio allí estaban mejor que en la ciudad, pronto los suministros también fallaron y la crisis se hizo evidente para una generación que, pese a haber crecido en revolución, todavía no sabía lo que era verdaderamente difícil.

Se vació el tanque

“Hay gente en Cuba que dice que el único ‘período especial’, realmente, fueron los años 80, pues fue el único período en el que no faltó nada. Fue un período de alta, todo venía de la Unión Soviética, había de todo en Cuba, después de eso, fue terrible. Mis padres habían vivido los años 60, 70, que habían sido difíciles, y mis abuelos ni hablar. Ellos echaban cuentos de la revolución, la pobreza. Fue chocante, sobre todo, para la generación nueva. Fue terrible”, recuerda López su niñez, desde su exilio voluntario en Londres.

Para Iglesias, sin embargo, siempre hubo escasez en Cuba, desde que la revolución triunfó en 1959; y cuando hubo “cierto margen” de abastecimiento, era con productos de muy mala calidad. “En los años 80 –durante su adolescencia– se crearon unos mercados estatales, donde el Estado vendía productos fuera de la libreta de racionamiento, que en su mayoría venían del campo socialista, a un precio más elevado”, recuerda, quien hoy en día es vocero del Comité Ejecutivo del MCL.

Entre 1993 e inicios de 1994, ambos recuerdan haber vivido lo peor. Cuba había dejado de recibir, después de 1991, el petróleo pactado con la Unión Soviética, con lo que la crisis energética se volvió evidente. Iglesias recuerda que los habitantes de la isla, que aún conservaban sus carros americanos desde los años 40 o 50, los tuvieron que parar. La circulación de autobuses se restringió mucho. “Las colas para subir a los buses siempre habían sido tremendas pero se multiplicaron”, rememora.

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Los apagones en la isla, que antes duraban unas pocas horas, quizás una vez a la semana, recuerda Iglesias que comenzaron a ser diarios y que duraban hasta 18 horas. “Teníamos alumbrones en vez de apagones”, acota López. “A la gente se les rompían los equipos electrodomésticos, la comida se echaba a perder (…) El calor era insoportable y no había ventiladores, nada, dormíamos con las puertas abiertas, en las azoteas”, evoca el periodista.

El béisbol, una de las pocas actividades recreacionales que podían disfrutar los habitantes de la isla –hasta los 80 de manera gratuita y, a partir de entonces, a un precio muy accesible– comenzó a jugarse por las tardes, en vez las noches, y se autorizaba un solo estadio por semana para ello. La televisión dejó de ser una opción. En verano, los cubanos podían disfrutarla las 24 horas del día. En otras temporadas, la programación era solo en las mañanas y en las noches. Pero cuando empezó a fallar la electricidad, ni siquiera eso se podía ver.

Los hoteles tenían discotecas pero recuerda López que eran muy caras, por lo que, para divertirse, los habitantes de la isla hacían fiestas en casa, con amigos y vecinos, o en las calles. También había una heladería famosa, Copelia, en la que, sin embargo, solo había una opción de sabor. Los parques de diversiones comenzaron a dañarse, y el endeudado Gobierno, que controlaba todo, no tenía cómo repararlos. Pero tampoco para subsanar las fallas urbanas que comenzaron a acumularse.

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La falta de combustible afectó, además, la agricultura, la ganadería y la industria. Entonces la mesa del cubano cambió la dieta. “Hubo cubanos que les salió el cocinero que todos llevamos dentro y prefirieron hacer aportes a la gastronomía criolla. Toda una variedad de platos a partir del fongo o plátano burro surgió (…) Los ‘privilegiados’ que poseían especies y sazonadores en la alacena de su cocina, preparaban verdaderos menús. Nació el “arroz saborizado”, a base de cuadritos de caldo de pollo o carne (…) El comino, orégano, laurel, pimentón, con sus olores y sabores quedaron en la memoria de tías y abuelas (…) Mi madre, de origen campesino, sustituyó los chicharrones de puerco, por ‘chicharroncitos’ obtenidos del pellejo del pollo, tremendamente dañino por el alto contenido de colesterol”, relata Tania Quintero.

Cerdos en casa y beriberi

“Antes había carnicerías estatales y también se conseguían pescados de mar de alguna calidad”, recuerda Iglesias, quien asegura que ambas proteínas desaparecieron de la dieta del cubano en la década de los 90. Conocieron, entonces, la pasta o paté de oca, el picadillo de soya y los pescados de agua dulce. Todos de mala calidad.

“La gente empezó a criar cerdos en las casas para comérselos. Los mantenían a base de sobras”, cuenta el vocero del MCL. López agrega que en las de por sí saturadas viviendas cubanas –con varias generaciones familiares y sus cónyuges, ante la dificultad de adquirir una vivienda propia– también comenzaron a habitar pollos y gallos, para el mismo fin. En Venezuela Maduro ha hablado del Plan Conejo para cría de conejos como alimento.

Los cubanos recurrieron, además, a la siembra. Cuenta López que en su internado hicieron un huerto gigante para sembrar plátano, y que lo consumían de todas las formas posibles: dulce o salado, entero o licuado, solo o con arroz. Este último cereal nunca falló, jura, como tampoco lo hizo el azúcar ni el pan –vaya envidia–, aunque sí disminuyó su calidad. “El que antes vendían en las bodegas era como de hamburguesa. Ya en esa época era muy duro, incomible. Los ancianos les dejaban el pan que les tocaba cada día a los más jóvenes”, acota Iglesias.

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Comenzó entonces la “camponización” de Cuba, como refiere el desterrado en Madrid, y una “parálisis” de las distintas áreas profesionales: “El Estado comenzó a enviar a los trabajadores 20, 45 días al campo (…) La gente iba por no buscarse problemas con el régimen y porque hacían contacto con campesinos, y después volvían y traían frutas, cerdos, gallinas, terneros”.

Un artículo publicado en 2007 en el Diario Americano de Epidemiología afirma que durante la crisis cubana, la ingesta diaria de energía disminuyó de 2.899 calorías a 1.863. En Venezuela, según la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) de las universidades Central, Simón Bolívar y Católica Andrés Bello, la población consume menos de 2000 calorías diarias –el mínimo recomendado.

La misma investigación asegura que cada cubano adulto perdió entre 5% y 25% de su peso corporal entre 1990 y 1995. Mientras que los adolescentes, que aún estaban en crecimiento, en palabras de López, comenzaron a ser “más chiquitos”. Según la Encovi, en 2016, el 74,3% de los venezolanos perdieron al menos 8,7 kilos de peso de forma no controlada.

Los infiernos

De acuerdo con López, el período especial desarticuló la red de profesionales del país. Debido a la crisis, recuerda que era muy fácil encontrar a médicos como conductores de taxi, y a ingenieros trabajando como baristas en los hoteles.

La única profesión que se mantuvo fue la de aquellos que vendían sus cuerpos. “Fue una época en la que la prostitución se disparó. Las uniones de matrimonios entre cubanos con extranjeros se empezó a ver, ya era aceptada la prostituta del barrio como persona de éxito, importante”, recuerda Iglesias.

Pero también aumentó la indigencia y la mendicidad, aunque esta última estaba prohibida, además de la delincuencia. “Te asaltaban, si tenías una cadena te la arrancaban. Empezó a haber más marginalidad y más violencia”, narra el periodista. En contraste, en Venezuela se ha generalizado el consumo de comida obtenida de la basura, y las personas en situación de calle han vuelto a poblar las vías.

Y los pocos privilegiados que viajaban al extranjero, o visitaban desde otros países, llevaban en las maletas, en vez de suvenires, productos que escaseaban en el mercado. “Cristina Agostinho, una escritora de Minas Gerais, con un amigo me mandó un maletín lleno de jabones Palmolive (…) Distribuí una cantidad entre familiares, amigos y vecinos y los restantes nos alcanzaron para bañarnos durante tres meses. ¿Quién dijo que la felicidad no existe?”, escribe Tania Quintero.

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En 1993 Fidel Castro firmó un decreto para despenalizar la tenencia de dólares y otras monedas extranjeras. “Quienes tenían familiares en Miami, principalmente, les mandaban dinero. Empezaron las remesas”, recapitula Luis López. Mientras las divisas viajaban de Estados Unidos a Cuba, personas se inventaban cómo hacer el tránsito a la inversa.

El período especial cubano nunca terminó formalmente. Algunos creen que se hizo permanente, otros asumen que su final se dio a partir de 1995, con la promulgación de la Ley de Inversiones Extranjeras. Entonces, llegaron capitales foráneos y, también la “jabita”: una bolsita de nylon con productos de primera necesidad que entregaban en las empresas internacionales a sus trabajadores cubanos. Pero no venía de gratis, pues había que asistir a todas las actividades políticas del régimen. “Si faltabas a alguna, no te daban la jaba del mes”, acota Iglesias. Como el Clap, pero sin caja.

Al cierre de los años 90 “la situación mejoró un poco. Cuando estás en el séptimo infierno y pasas al sexto infierno, hay una mejora. Eso para tratar de volver al tercer infierno, que fue donde estuvimos por 30 años”, explica el vocero del MCL. En siglo XXI comenzó con Hugo Chávez instalado en Miraflores y una línea directa de ayuda y soporte financiero a la isla. Una economía comenzó a destruirse en favor de otra que dejó de ser tan miserable, aunque nunca dejó de tener libreta de racionamiento, escasez, menús de guerra (en paz) y mercados negros por doquier.

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