El Estímulo

Dudamel debe apostar por construir una identidad

Se acumulan las frustraciones alrededor de la Vinotinto. Tomás Rincón, capitán de este barco, lo resumió perfectamente cuando luego de la caída ante Brasil, expresó aquello de que son ellos quienes lloran y sufren este presente. Tanto sufrimiento sólo tendrá justificación si puertas adentro, la selección no confunde la gimnasia con la magnesia.

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(EFE)

Es preocupante que tras una nueva fecha de las Eliminatorias Suramericanas al Mundial Rusia 2018, en la que Venezuela sumó dos derrotas, aún no se planteen debates en pro de la construcción de una identidad. Y es que aún cuando le pese a la ignorancia y los publicistas de la mediocridad, al fútbol se juega pensando, y si bien es cierto los intérpretes son los futbolistas, vale la pena recordar que a ellos se les convence a través de ideas, con modelos, con puestas en escena. Sin esto que aquí menciono el fútbol venezolano seguirá siendo un compilado de buenas intenciones sin mayor sustento que el intervencionismo de una supuesta divinidad.

Puede sonar pesado pero revisemos todo lo que se ha conversado tras la doble presentación ante Uruguay y Brasil. No hay debate. Lo que se conoce como reflexión no forma parte de este ecosistema conocido como fútbol criollo. Y en medio de tanta miseria y complicidad todavía hay quienes rematan diciendo que lo que importa es el resultado. ¡Pero por supuesto que lo que importa es ganar! Pero para llegar al triunfo hay que encontrar, examinar, probar y mejorar las formas que acerquen a un colectivo a ese objetivo que no es otro que el triunfo.

Que no crean estos profetas y representantes de la idiotez que el ser humano compitió alguna vez por otra cosa distinta que el reconocimiento y la satisfacción que da la victoria, pero para que ésta sea una constante y no una casualidad, hay que examinar, debatir, pensar y elaborar mil y un planes hasta dar con el que mejor explote las cualidades de quienes saldrán en búsqueda de los tres puntos.

Ganar no es un estilo. En los dos períodos más trascendentales de la selección nacional, aquellos conducidos por Richard Páez y César Farías, el equipo tenía eso que se conoce como identidad. Podemos pasar horas discutiendo el gusto por cualquiera de esas propuestas, pero sin duda alguna la selección tuvo un modelo de juego que la hacía reconocible, y no en vano ambas versiones compitieron hasta instancias que eran desconocidas hasta ese entonces.

A eso debe apuntar Rafael Dudamel. Por ello uno insiste en que no debe el cuerpo técnico de la selección encerrarse en la búsqueda descarnada de la victoria, porque a veces, cuando uno baila con el diablo, es él quien nos cambia a nosotros y no nosotros a él. Lo importante en este momento es sacudir y olvidarse de presiones que nada tienen que ver con nuestra realidad; lo realmente sustancial es la construcción de un ecosistema, y eso no se consigue por medio de  caprichos sino a través de las interacciones entre los futbolistas, de estos con el cuerpo técnico y con el contexto, y por supuesto, de la competencia. Si no se experimenta seguiremos caminando al borde del precipicio.

Veámonos en el ejemplo argentino. Durante muchos años nuestros competidores insistieron en que ganar era lo único que importaba, y que la revisión de las formas posibles para buscar ese triunfo no era más que una tarea para filósofos y mentes ajenas al juego. Como algunos avanzados previeron, Argentina se encuentra en un desierto futbolístico del cual le va a costar salir, porque a la ausencia de planes concretos hay que sumarle la inexplicable desaparición de la charla futbolística, esta que de una u otra manera ayudaba a identificar los principios de cada quien, y a la misma vez, defendía una identidad, una manera de ser que les permitió lograr hasta dos campeonatos del mundo.

Pero amparados en esas victorias, los sureños, en su gran mayoría influenciados por el discurso de periodistas que se enriquecieron irrespetando su profesión, se convirtieron en los promotores de aquella falacia que dice que el segundo no es más que el primero de los perdedores. Así han brincado de Basile a Maradona, de Maradona a Batista, de Batista a Sabela, de Sabela a Martino y de Martino a Bauza, acumulando frustraciones sin mayor plan que encomendarse a Messi.

Nosotros, que aún no tenemos grandes episodios triunfales, nos hemos dejado llevar por esa “argentinidad” que de ninguna manera tiene que ver con nuestra corta historia. Claro que hay que competir, y por supuesto que hay que intentar llegar al triunfo, pero no de cualquier manera, más aún cuando en el repaso de las actuaciones de nuestra selección apenas se divisa un puñado de acontecimientos felices.

Insisto, Rafael Dudamel tiene ante sí una posibilidad magnífica de cambiar esta realidad que tanto daño nos hace, pero sólo él está capacitado para darle la vuelta de tuerca necesaria para promulgar la evolución de este equipo, o por el contrario quedarse en esta especie de zona de confort en la cual los entrenadores no debaten, los periodistas no discuten y el fútbol criollo sigue estancado en una especie de edad media que sólo beneficia a quienes siguen haciendo negocios en la oscuridad, apoyados en las emociones de un público que todavía no despierta.

Llegó la hora de definirse y no mirar atrás.

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