Cultura

Junio y sus celebraciones benditas: una serie visual para exaltar el color de la fe

Junio está lleno de fechas especiales para los creyentes. Sus festividades están cargadas de color, música y alegría. En este ensayo fotográfico, Daniel Hernández captura su historia y la esencia de su energía

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De los 12 meses del año, junio es el que más me gusta. Durante esos días hay varias concentraciones en los pueblos. Muchísimas casas huelen a hervido, pueden ser de res o chivo, pero en el proceso de cocción y celebración los habitantes olvidan los malestares sociales y económicos para enfocarse en revivir su identidad a través de las tradiciones.

Todos piensan en el santo de su pueblo, en pagar la promesa y pedir, una vez más, por todos sus seres queridos. Junio es religión y cultura.

La Semana Santa es la guía

En junio la fiesta comienza dependiendo de cuando finalice la Semana Santa. El Corpus Christi es la primera de esta serie de celebraciones religiosas y su fecha es variable. Lo cierto es que se celebra 60 días después de la Pascua o el Domingo de Resurrección. En ocasiones, puede ser antes o después del 13 de junio, que es el Día de San Antonio de Padua.

En mis paseos durante la celebración de Corpus Christi, he visto diabladas en Yare y Naiguatá. Esa es la irónica fiesta donde el mal se rinde ante el bien a través del poder del cuerpo de Cristo.

Diablos de Yare mostrando sus máscaras. Foto: Daniel Hernández

La cofradía de Yare es la más llamativa. Tiene una popularidad creciente por muchos factores: la vestimenta roja del promesero; la máscara con rostro de diablo con dos o cuatros cuernos dependiendo de la jerarquía dentro de la cofradía; la caja que suena y los hace danzar; y varias maracas que suenan al tempo del cuero.

Durante la celebración, cientos de promeseros no entran a la iglesia porque existe un temor de que el Dios divino no lo permite. Tampoco pueden tener la máscara puesta al estar frente al templo. Se postran y escuchan la misa en silencio. Aunque hayan miles de visitantes, los diablos de Yare no pierden la concentración. Para ellos, el santísimo sacramento es lo más importante.

Un diablo veterano mira la celebración desde un muro. Foto: Daniel Hernández

El grupo Caucacuar pone la voz en Yare

En Yare, el grupo Caucacuar canta la misa. Desde hace 15 años la ceremonia se enaltece con sus voces afinadas y cuando sale el santísimo, justo después de terminar la misa, los diablos caminan frente al cuerpo de Cristo. Durante el proceso, le dan la vuelta al pueblo sin llevar la máscara en el rostro. Estas solo vuelven cuando el santísimo regresa a su lugar de reposo.

En Yare la mujer no puede usar máscara. Está prohibido. Ella solo acompaña la tradición vestida de blanco y rojo.

Cada vez que cae el atardecer en el pueblo mirandino, algo queda tácito: el deber de danzar el año próximo en la celebración de Corpus Christi.

En Naiguatá la diablada es así

En Naiguatá la festividad cuenta con más tonos y ritmos cálidos. Allá hay colas de campanas y el calor es más potente.

Algo que me ha quedado claro, luego de asistir varios años al pueblo, es que Naiguatá no es solo playa y pescado frito, sino un lugar que exalta la diablada. El día de la celebración se levantan temprano para prepararse y cerca de las 10:00 am se van agrupando.

Los diablos de Naiguatá tienen alma multicolor. Foto: Daniel Hernández

El atuendo habla por los promeseros: El fondo la vestimenta es blanco para resaltar un mosaico multicolor. El velo puede ser de cualquier color . Aunque no es una ley, las máscaras tienen la forma de algún animal marino o terrestre. Los diablos de Naiguatá tampoco entran a la iglesia, pero cuando termina la misa, se postran frente a la puerta más pequeña del templo.

Corren los diablos siguiendo a su santo. Foto: Daniel Hernández

En el pueblo varguense la caja suena distinto: tiene otro ritmo y tempo. Las mujeres pueden vestir de diablo y danzar. A pesar del color, para los habitantes de Naiguatá no se trata de una fiesta, sino de una celebración religiosa.

El Tamunange para San Antonio

Mi familia guara no es cultora, pero respeta mucho la tradición del estado Lara. «Coco», una tía muy querida, me contaba que el Tamunange y las fiestas de San Antonio eran lo mejor.

Fiestas en honor a San Antonio de Padua, El Tocuyo Edo Lara Foto: Daniel Hernandez

Tanto fue su pavoneo, que decidí ir a la fiesta de San Antonio de Padua en El Tocuyo, estado Lara.

A San Antonio se le acompaña con música, alegría y ron en la mano. Foto: Daniel Hernández

La celebración empieza desde la noche anterior con canto y golpe hasta que llega la madrugada. Entre las 5:30 o 6:00 de la mañana, el pueblo sale detrás de los músicos, que para mí son ancestrales.

La alegría al cantar es solo una de las tantas formas de venerar al santo. Foto: Daniel Hernández

Durante el recorrido, los bailadores se inclinan ante el santo y se mueven al son de cada golpe. Mujeres y hombres de todas las edades bailan de manera elegante. Nada aburre: mientras unos cantan, algunos danzan, y otros llevan su cuero o su botella de cocuy, que se suele mezclar con ramas, frutas o especias para darle un sabor personal.

Que las notas musicales y las voces acompañen la fiesta desde la medianoche hasta el atardecer del próximo día. Foto: Daniel Hernández

La gastronomía también es parte de la fiesta: todo lo que se pueda hacer con chivo es el manjar del día. Un hervido, un guiso, un asado. La fiesta termina cuando se va la luz del día y las puertas se dejan abiertas para que la festividad sea buena el año siguiente.

San Juancito, niño bonito

En la zona más profunda de Barlovento, está un espacio que los negros quieren que suene con voz propia: Curiepe. El pueblo de gente con ojos ámbar y color prieto se engalana desde el 23 de junio para rendirle canto sentido al San Juan niño, manopoderosa que se levanta y bendice al hijo de Dios con las palabras más humildes: «No soy digno de desatar sus sandalias».

En Curiepe hay espacios para todos los habitantes. Foto: Daniel Hernández

Este San Juan no tiene final triste. Al niño bendito de Barlovento lo claman apenas se hacen las 12 del mediodía, pues al instante un trance colectivo pide que salga de la Iglesia. Todo pasa con la compañía de un ritmo seco de madero y palo que dan idea de los minutos que faltan para que la lluvia de arroz caiga y San Juanito aparezca.

Al ritmo del madero. Foto: Daniel Hernández

«Malembe, malembe, malembe no’ más», dice el hermoso coro que acompaña al cantador y su voz es una explosión de alegría.

Mientras eso sucede, los visitantes pueden ver a los lejos a los sanjuaneros de todas las edades con su vestimenta blanca con rojo y el icónico sombrero tejido. En ese momento, el santo está presente en cualquier lugar de Curiepe.

El pueblo se llena del santo por cualquier lugar: San Juan es el amo y señor. Y esa realidad la revela el coro de armonías vocales autóctonas de esa tierra donde se escondieron los esclavos cuyos descendientes hoy son testigos de la herencia y tradición del sincretismo religioso que nos hace venezolanos.

En Curiepe se baila bajo la mirada de San Juan. Foto: Daniel Hernández

«San Juanito bendito, no crezcas jamás. Ay malembe, malembe no’ más. El año que viene San Juan volverá», repiten los cantores.

Así como hay San Juan en todo Barlovento, lo hay en otros lugares. Mi lente los ha captado en Guatire y sus parrandas, siendo las de la difunta Ñeta y la de Lucio dos de las más populares. Aquí el santo crece, ya no es el niño de Curiepe, ya que tiene el aspecto del que bautizó al primo en el Jordán.

San Juan de Curiepe en La Vega. Foto: Daniel Hernández

San Agustín, en Caracas, también se adorna con los colores y banderas para San Juan. Y después de un día entero de parranda, va llegando al afinque donde toda la parroquia disfruta la noche del santo. La Vega, El Guarataro también tienen su San Juan. La capital no se queda atrás.

San Juan de paseo. Foto: Daniel Hernández

El San Pedro de Guatire es un santo milagroso

Por ignorancia de la vida pensaba que en los pueblos de Guarenas y Guatire no había más que barrios e invasiones, alguno que otro comando policial y dos centros comerciales. Con esas limitaciones los imaginaba, y obviamente estaba renuente de estar allí.

Los rostros de la celebración De San Pedro. Foto: Daniel Hernández

Por trabajo, me asignaron a una ya extinta corresponsalía de prensa donde estuve por 11 años. Los primeros meses no era lo que esperaba hasta que llegó el 29 de junio del 2003.

Como cualquier inexperto, me asombró el cambio de semblante del pueblo de Guatire en la mañana. Vi una oleada de hombres vestidos con la levita negra y el sombrero pumpá (que en la actualidad es una recreación del sombrero de la elite blanca), alpargatas y sus rostros pintados con betún negro.

Estos personajes estaban frente a la iglesia de Pacairigua y los visitantes podían disfrutar de escenas como un abrazo o la conversación entre vecinos porque casi todo el pueblo está en la plaza 24 de junio. Sin embargo, al entrar al recinto religioso todo cambia. El respeto por la misa es importante mantenerlo, todas las parrandas de Guatire se dan la mano y empieza la liturgia.

Hombre viste su levita. Foto: Daniel Hernández

El día en que lo viví por primera vez, sentía que era una fecha sobrevalorada, pero todo cambió cuando vi a las parrandas salir de la iglesia. Para mis adentros dije: «¡No! ¿Qué es esto?». Luego, Irama Delgado, periodista local, me explicó la historia detrás de la alegría.

Ella habló  de la leyenda de la negra María Ignacia y cómo su esposo debía continuar la tradición que ella empezó. No era un simple cuento. Incluso ahora conozco más matices que le dan punto de ebullición a la historia de cómo dos pueblos poseen una tradición que inicia desde la época de la esclavitud y su canto de rebeldía.

Detalles de la celebración. Foto: Daniel Hernández

Tampoco hay que olvidar a dos representantes de esta festividad: los cargadores de santo del CEA y de la parranda del 23 de Enero. Del primer grupo, el «Negro Plaza» destacaba por su seriedad ante todo momento. Siempre tenía un gesto de que no jugaba con nadie. Del segundo, a Juan Segovia, que al contrario de Plaza salía de la iglesia con su nicho floreado dandole hogar al santo calvo, con una sonrisa que iluminaba todo el lugar.

Cuando se celebra a San Pedro, la plaza se llena de guatireños que le hacen trocha a la parranda que va saliendo. En este día, las mujeres del pueblo solo acompañan. Sin embargo, hay entre la parranda una figura aparentemente femenina que realmente es un hombre vestido de mujer que cumple una promesa.

De esos días también recuerdo a Fidelina Tachón, una barloventeña con un arraigo por la tradición de un pueblo ajeno. Ella, con los años, logró enseñar a niños a ser los actuales sanpedreños de muchas parrandas que hoy son importantes.

Los hombres del CEA danzando. Foto: Daniel Hernández

Esos personajes, el Negro Plaza, Juan Segovia, Fidelina y Rojitas (el primer blanco con el betún en la cara), están al lado del guardián del cielo.

En Guatire las parrandas crecen con los años, ya no son una ,ni dos ni tres, son muchas. Y las escuelas básicas públicas y privadas fomentan la tradición como materia vista.

En el caso de Guarenas, la tradición parte del mismo origen. Sin embargo, hay muchas diferencias que mi ojo tiene muy claras. Más allá de que el canto tenga una melodía distinta y que el santo es una figura grande y va en procesión, solo hay una parrada especial: la de la familia Nuñez.

Hombre danza vestido de mujer para pagar la promesa. Foto: Daniel Hernández

Esta es una parranda que se hereda de padre a hijo, pero que crece si los que desean participar se arropan bajo la levita de los Nuñez, y aunque no es una regla escrita, los Nuñez no permiten que surjan otras parrandas. No obstante, deleitan con pasión a los guareneros el día del San Pedro, la piedra de cristo.

Junio cierra con fechas llena del color que recuerdan a la Venezuela ancestral, donde el indio, el negro y el blanco se encuentran y es algo innegable porque en todo lo que he visto tiene esa mezcla.

Disfrutar visitando estos lugares, me lleva mas allá de la noticia rigurosa, plana o triste, también hay momentos donde el color se impone y el canto de los pueblos sobresale.

Texto editado por María José Dugarte.

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