Opinión

Cinco años sin Mercedes Pulido de Briceño

Su paso por la gestión pública, nacional e internacional, le dejó tremendas satisfacciones, pero todas ellas se asociaban a los cambios que había impulsado, al servicio que había prestado. Entendió y cumplió con el ejercicio del poder como un deber y compromiso con el país

Publicidad
Mercedes Pulido

La desaparición física de Mercedes Pulido de Briceño, insigne venezolana y símbolo del papel de la mujer en la vida pública del país, ha coincidido con este lustro en el cual nos sumergimos como sociedad en la crisis humanitaria. Personalmente, en estos cinco años he echado en falta su aguda visión de lo social y lo político.

Cuando falleció, en agosto de 2016, algunas personas recordaron su rol de profesora tanto de pregrado como de postgrado, lo más adultos trajeron a colación su papel singular en la gestión pública. Se le recordó como mujer de avanzada, también se mencionó su paso por organismos internacionales y no pocos lamentaron su muerte porque ya no podrían leer más sus artículos de prensa. Así fue ella, polifacética y comprometida con Venezuela.

En estos años que hemos vivido de caída libre en el foso de una crisis multifacética y compleja, y ya sin la interlocución personal que sostuve con ella, me he dado cuenta de que fue un referente para orientar mis reflexiones sobre el país.

Esta anécdota, que he mencionado en otros artículos, marcó mi relación con Mercedes. Con mucha frecuencia pulsé su opinión con la pregunta ineludible entre ambos: «¿Está tocando fondo la crisis que nos agobia a los venezolanos?».

La primera vez que hablamos de aquello fue en medio del fragor de los años 2002-2003, cuando ella dirigía la revista SIC del Centro Gumilla. Su visión, entonces, era que aún estábamos muy lejos de tocar fondo como sociedad. «Solo cuando toquemos fondo vendrá el verdadero cambio en Venezuela», me decía.

Aquello se convirtió en una suerte de santo y seña entre nosotros, con mucha frecuencia mi saludo –al pasar los años- fue preguntarle: “Entonces Mercedes, ¿ahora sí estamos tocando fondo?”.

Aunque Mercedes Pulido de Briceño fue mi profesora tanto en la maestría como en el doctorado de Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar, primero a mediados de los 1990 y ya luego en el despuntar del siglo XXI, la posibilidad de acercamiento, de confianza, se tejió en las reuniones del consejo de redacción de la revista SIC, del Centro Gumilla, que ella dirigió desde 1996 hasta 2003. Yo empecé a asistir a estas reuniones en el año 2000.

Poco después de que Mercedes falleció, el buen amigo Ángel Oropeza me recordó que él y ella me hicieron el examen de ingreso al postgrado en la USB. En las aulas de la Simón, Mercedes fue siempre la profesora. Cuando me encontré con ella en el Gumilla y le dije profesora ella me paró en seco: «Soy Mercedes».

El fragor de la crisis del 2002, que estuvo precedida por un ya intenso 2001, lo viví en las imperdibles reuniones semanales del consejo de redacción de la revista SIC. Con Mercedes tuve muchísimas diferencias de criterios, pero igual me solicitaba artículos para la revista en los que no cambiaba un ápice de aquellos puntos de vista que yo defendía y con los que ella no siempre estaba de acuerdo.

Mercedes me retaba, me proponía temas, me regañaba, pero nunca dejó de publicarme. Me dio una lección de tolerancia y de ser una mujer fiel a sus creencias. Ella creía y defendía la libertad de expresión: «No para que se expresen lo que opinan igual que yo, sino precisamente para que se manifiesten aquellos que contradicen mis puntos de vista».

En la navidad de 2001 ó 2002, no lo recuerdo con exactitud, Mercedes me ofreció en venta unas hallacas. Hallacas que ella hacía no solo para darse el gusto de cocinarlas, sino como una manera de obtener algún ingreso económico en los días navideños. En ese momento quedé impactada, y hoy me conmueve. Cuando recuerdo aquello, Mercedes se me agiganta. Aquella mujer que había sido ministra, senadora, subsecretaria adjunta de la Naciones Unidas y que ocupó otras diversas posiciones de poder en Venezuela, en las que muchos habrían aprovechado de enriquecerse, ella sencillamente había servido.

Su paso por la gestión pública, nacional e internacional, le dejó tremendas satisfacciones (sobre eso hablamos en algunas ocasiones), pero todas ellas se asociaban a los cambios que había impulsado, al servicio que había prestado. Entendió y cumplió con el ejercicio del poder como un deber y compromiso con el país.

En estos cinco años que se cumplen de su muerte, y estando Venezuela en el peor lustro de su historia contemporánea en materia social y económica, muchas veces me he encontrado pensando en qué diría Mercedes Pulido de Briceño de esto o aquello. Lo que sí estoy seguro es que me diría: “Andrés, estamos lejos de tocar fondo, sólo cuando toquemos fondo vendrá el cambio verdadero”.

Publicidad
Publicidad