Crónica

Irse demasiado en moto a Argentina

Los altos precios y la restricción en la obtención de pasajes aéreos activan otras opciones para emigrar: los más aventurados se suben a una moto y conocen el continente antes de llegar a su nueva casa. La capacidad limitada para llevar equipaje y el ahorro económico equilibran la balanza de ventajas y desventajas de lanzarse al asfalto en dos ruedas

Fotografías: Gretzon Ballesteros, Jhorenny Meléndez y Luis Fernando Ortega
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A bordo de una motocicleta comenzó el primer viaje de Ernesto «Che» Guevara, político argentino e ideólogo de la Revolución Cubana. El periplo que a mediados del siglo pasado le mostró la pobreza de muchas poblaciones de América Latina, ahora se realiza a la inversa, hacia el sur. La falta de oportunidades y las malas condiciones de vida que inspiraron una vez al Che, empujan a miles de venezolanos a salir del país. Desde el “me iría demasiado” —que consolidó una época en la que la emigración tenía defensores y detractores por igual— las opciones de transporte se han reducido para iniciar la odisea del inmigrante. No hay aerolíneas ni pasajes ni dólares, menos Cadivi. Sin embargo, las soluciones creativas crecen para irse demasiado.

Como si estuviera en Diarios de motocicleta —película que se rodó basada en los diarios de viajes del «Che» Guevara y su compañero Alberto Granado—, Gretzon Ballesteros, venezolano de 27 años de edad, se hizo con su moto y tomó la ruta al sur junto a su esposa Jhorenny Meléndez, dos años mayor que él. A diferencia de la rota y antigua Poderosa del comunista, Ballesteros y su mujer se montaron sobre una motocicleta marca United Motors, modelo Renegade Limited Edition, que los llevó a los dos desde Barquisimeto hasta Rosario, en Argentina. Llevaron a cuesta solo lo esencial: poca ropa, un par de zapatos, una toalla, una carpa y un edredón para dormir, un kit de primeros auxilios y los repuestos necesarios para mantener el vehículo rodando en perfectas condiciones. “También nos trajimos sobres de Nestea, harina y ron, que aquí no se consiguen tan fácil”, cuenta desde su nuevo hogar.

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Recorrieron en cuatro meses cinco países. Salieron el nueve de agosto de 2015, recorrieron parte de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Chile, para hacer de la emigración un transitar memorable. El cuatro de diciembre pisaron su nueva casa en Argentina. “Decidimos irnos de Venezuela debido a la paupérrima situación que está atravesando el país. Sentíamos que era imposible tener futuro y elegimos Argentina porque tenemos un familiar aquí que nos podía ayudar a arrancar”. Gretzon estudió Higiene y Seguridad Laboral, pero se dedicaba a la mecánica de motos y al comercio, Jhorenny es médico. Allá están esperando la documentación que les permita validar sus carreras y encontrar trabajos afines.

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¿Por qué en moto? Viajar en dos ruedas es la pasión de él, que pertenece a un motoclub, y ahora también la de ella. Salieron de Venezuela con 500 dólares y llevaron algunos bolívares —que en Cúcuta se diluyeron en sus manos. La ruta la eligieron en función de las ayudas que podían recibir de amigos en diversos puntos y coordenadas geográficas. Consideraron, sobre todo, posibles alojamientos y estacionamientos para el intrépido vehículo. Se fueron ocho días antes de que el gobierno del presidente Nicolás Maduro ordenara cerrar las fronteras con Colombia, por lo que no gastaron en mojar ninguna mano que les permitiera el paso, y tomaron la ruta del Pacífico.

La otra opción era bajar por Brasil. “Pero es más complicado porque de Manaos a Porto Velho había que cruzar en barco y el pasaje de la moto cuesta 400 dólares. Y si no hay que hacer el viaje por una carretera de tierra inmensa que es pura trocha y mi moto no daba para eso, a mitad de ruta se iba a desarmar”. Esa última que menciona es la ruta transamazónica, de 857 kilómetros de longitud, construida hace 40 años por la dictadura militar del momento, abandonada por dos décadas y escasamente mantenida en los últimos 15 años.

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La economía de andar al ras del suelo

El Banco Mundial de la Salud refleja en su página web que solo en 2012 emigraron 69.121 venezolanos, y la Organización Internacional para las Migraciones estima que en 2015 había 606.281 venezolanos que vivían fuera del país. Wilder Lugo sumará un dígito. El muchacho de 22 años decidió que también se irá a vivir a Argentina.

En principio había planeado vender su moto para comprar divisas que le sirvieran de apoyo los primeros meses en el sur. La dificultad para encontrar una buena suma de dinero por uno de sus bienes más preciados lo llevó a decidir que regresará tres semanas después de partir a buscar la motocicleta para llevársela por tierra.

La otra opción es hacer el camino en autobús y fue la que eligió Armando Montesinos. Su viaje a Chile le tomó ocho días. Metió 28 años de vida en una maleta mediana y un morral. En total gastó 230 dólares —200 en pasajes y 30 en comida— frente a los 1.000 dólares en promedio que le habría costado volar, por ejemplo, en Aerolíneas Argentinas —teniendo que cancelar en divisas extranjeras, claro, pues la disponibilidad de pasajes en bolívares es muy restringida. La situación de crisis permanente en la que vivía en Venezuela lo impulsó a irse con poco dinero y poca anticipación. Armando soñaba con poder tener planes para el futuro y sentía que en el país no podría lograrlos. “Armé un grupo por Facebook y nos reunimos en Valencia el 15 de julio porque los vuelos hacia Puerto Ordaz estaban colapsados para la fecha, porque era temporada alta. El 17 de julio arrancamos a Santa Elena de Uairén, llegamos al día siguiente, sellamos el pasaporte y tomamos un carro por puesto hasta Boa Vista, eso fueron tres horas de camino”, cuenta el muchacho, oriundo de Bejuma.

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En Boa Vista apelaron a la bondad de la empleada de la agencia de viajes para conseguir una rebaja en el pasaje de autobús hacia Manaos, y el último tramo de esa sección que atraviesa el Amazonas lo hicieron en chalana. “Estuvimos hasta un día sin comer porque el bus no hacía paradas o cuando se paraba no queríamos gastar plata. Y casi dos días sin bañarnos”. Siguieron 15 horas montados en un bus rústico hasta Porto Velho —que saltaba tanto en el camino de tierra que no les permitió ni pegar un ojo. De Guajará-Mirim a Bolivia cruzaron en lancha y al día siguiente hicieron “el peor recorrido”: el camino a Los Yungas.

Son apenas 64 kilómetros de recorrido, pero se le conoce como carretera de la muerte por la cantidad de despeñaderos y las vidas que cobra: en promedio se registran 209 accidentes y mueren 94 personas al año. Va desde la población de los Yungas, asciende hasta su altura máxima a 4.650 metros sobre el nivel del mar —300 metros menos de lo que mide el Pico Bolívar, en Mérida— y conecta con La Paz. “En La Paz conocimos a un muchacho de Oruro que había visto a muchos venezolanos viajando por tierra a Chile, estaba muy interesado en conocer la situación del país, nos preguntaba mucho si las noticias que le llegaban eran ciertas o no. Él nos ofreció su casa en Oruro si no conseguíamos pasaje para irnos a Chile, cuando llegamos a su ciudad, nos había apartado unos puestos en el autobús a Iquique y nos regaló unas mantas para que no pasáramos frío”.

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Durante el trayecto, Armando y sus compañeros de viaje se consiguieron a otro grupo de cinco personas, una pareja de señoras y tres muchachos más. Los 10 eran venezolanos que emigraban. De Iquique siguieron a Calama y de allí a Santiago de Chile. Mientras espera sus documentos legales, el muchacho trabaja en oficios a los que no estaba acostumbrado en Venezuela, donde era profesor de Educación Física y árbitro profesional. Por ahora se desempeña como empleado de un almacén en un supermercado de 11:00 pm a 7:00 am. Después de la travesía, asegura que volvería a hacerlo sin pensarlo dos veces.

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Enamorado del camino

Salió de Venezuela a bordo de su moto con planes de conocer, pero el trayecto y las dificultades del país le han hecho plantearse emigrar. Empezó el camino solo y ahora, cuando ya viene de regreso, lo hace acompañado. Luis Fernando Ortega, de 33 años, viaja acompañado de Isis: una perrita que adoptó estando en Argentina y que lleva a su lado en un carrito que le construyó a mano. “Estoy conociendo la economía de cada país, las costumbres, a ver a cuál podría optar como nuevo destino para emigrar. Me fui en moto porque así siempre es mejor. También está en mis planes seguir recorriendo el mundo, que es muy grande y hay que conocerlo”.

Mucho asfalto ha pasado debajo de sus cauchos desde que saliera el 13 de octubre de 2015 de Venezuela con destino a Argentina, y otro tanto falta hasta que vuelva en diciembre. “Para quedarme me ha gustado mucho Salta. El norte argentino es hermoso, la cultura, el paisaje, la gente. La situación del país está extremadamente difícil. Después de que uno sale ve que, a pesar de que en otros países se quejan, están muchísimo mejor que Venezuela. Lamentablemente”.

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Arrancó sin nada en los bolsillos y desde que entró en Brasil buscó cómo generar ingresos: ahí vendió artesanías, en Paraguay y Argentina ha trabajado con amigos moteros. “El viaje te enseña a ser más humilde, menos ambicioso, a despegarte de lo material y a defenderte cuando no tienes nada en el bolsillo”, sentencia.

Decalogo

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