Ciudad

Airbnb en el oeste de Caracas: yo amo el peligro

Llegan de Rusia, Nueva Zelanda o Letonia. Algunos a trabajar, otros a conocer. Lo sorprendente no es la procedencia de los turistas, sino el lugar de Caracas en el que deciden quedarse: Caricuao, Agua Salud, Altagracia, las avenidas Panteón o la Urdaneta. No se alojan en hoteles, aprovechan los más de 300 hospedajes en la ciudad que ofrece Airbnb

Composición fotográfica: Pedro Agranitis
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Ofrecen comodidad y calor de hogar. Una buena vista y cercanía con el centro histórico. Fácil acceso y proximidad a las estaciones del Metro. Los anfitriones de Airbnb en Caracas lanzan la carnada, con la esperanza de que algún turista, viajero de paso, incauto o periodista pique el anzuelo. A cambio, tan solo, de un colchón inflable y desayuno. O al menos esa es la premisa de este marketplace, cuyo nombre es un acrónimo de airbed and breakfast. La plataforma permite publicar, descubrir y reservar viviendas privadas para un breve alquiler así sea en Catia, Altagracia, Caricuao o la avenida Urdaneta.

Nada de qué sorprenderse. El asunto ha resultado ser más común de lo que el venezolano agobiado por las colas, la falta de comidas, o medicinas podría sospechar. Hay más de un intrépido dispuesto a entrar a las fauces de la sucursal del cielo —o del infierno—, montarse en Metro, ir a La Guaira o mirar el Ávila de cerquita. En el país con mayor violencia letal del mundo, es un asunto de turismo de aventura, o de venir a echar un ojo y tratar de comprender el llamado socialismo del siglo XXI y sus consecuencias.

Rosa es simpatiquísima. En su apartamento en la avenida Panteón ha recibido a viajeros que llegan de España, República Checa, Rusia, Francia o Nueva Zelanda. Y aunque la anfitriona no habla inglés, el idioma no es una barrera. Cuando quienes llegan, por turismo o por trabajo, no hablan español ni por señas, Rosa saca la laptop la pone sobre la mesa del comedor y aprovechan el traductor de Google. En un cuadro ella pregunta y por el otro le responden. Si la cosa es muy urgente, llama a su sobrina que sí habla inglés, ella se entiende con el huésped y luego le explica a la tía lo que el visitante necesita. Algunos solo pasan una noche allí con la intención de aventurarse luego en la playa o la montaña. Otros se han quedado hasta quince días. Los más generosos incluso le preguntan qué necesita, y le han traído desde leche en polvo y café, hasta productos de belleza: «Ellos saben a dónde vienen».

Ha acompañado a gente que viene a ver cómo es el tema de las colas y le ha dado estadía a un escritor que participó en La Feria Internacional del Libro, que se realizó en noviembre de 2016. La mayoría de sus huéspedes han sido hombres que llegan solos al país. “Al principio pensé que no iba a funcionar, pero sí vienen”, alega superada la sorpresa. 

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Su apartamento está disponible desde enero de 2016. Rosa no lleva la cuenta de cuánta gente ha recibido, aunque en la web tiene 17 evaluaciones y ninguno de sus huéspedes ha dicho algo malo de la experiencia. El cuarto que alquila solía pertenecer a su hija, que se fue del país. En una visita para las navidades de 2015, la joven tuvo la idea de acondicionar el espacio después de que ella misma había utilizado Airbnb, pero en Europa. Revisaron la página, vieron otros modelos de habitaciones y se prepararon para atender a gente de todo el mundo. Prometen acceso a todos los servicios, desde la cocina hasta lavandería; además de ayudas y consejos para conocer Caracas “in a safe way”.

Las anfitrionas buscan diferenciarse de los más de 300 alquileres disponibles, con recorridos guiados por el casco histórico, paseos a la playa y la posibilidad de buscar a los viajeros en el aeropuerto, eso sí, con un costo adicional. “No sé cuántos han venido, y no he tenido huéspedes todos los meses, pero sí he tenido meses en que se quedan varios”.

En el oeste también se puede

Cristina Filatova atravesó los 12.441,17 kilómetros que separan a Rusia de Venezuela en un acto de amor. Consiguió alojamiento con Airbnb en el apartamento de Rosa. Dice no ser una simple turista. Su interés está lejos de las playas de arena blanca, las caídas de agua de vértigo o las formaciones rocosas más antiguas del planeta. “Me llaman la atención los hombres venezolanos”, bromea la abogada de 28 años de edad para explicar que vino a reencontrarse con su novio.

A la espera de esa reunión tuvo tiempo de tomar el Metro y el Metrobús. Asegura no tener miedo; pero no salió de noche haciendo caso a las recomendaciones de su anfitriona. Tampoco le importó: no era la primera vez que visitaba el país. En febrero pasó una semana hospedada en el Hotel Savoy, en la avenida Solano. No le gustó. “Los hoteles económicos prestan un mal servicio, y los que son buenos son muy costosos”, opina. De manera que si es cuestión de comparar prefiere, sin dudar, la casa de Rosa.

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“Airbnb me da confianza porque verifican los perfiles de los anfitriones y de los huéspedes; y es una página muy popular. No me incomoda estar con una desconocida porque, de hecho, me ha ayudado mucho. En Venezuela es difícil buscar comida y con ella consigo. Aquí puedo preparar mi comida. También me ayudó a comprar una SIM para el teléfono, yo no podía por no tener cédula. Conocí la plaza Bolívar y fui al Panteón”, relata Cristina sobre su estancia en Caracas.

La página arroja unos 20 resultados hacia el centro y el oeste de la ciudad:

Tu cuarto y desayuno en Caricuao

Hemos sido huéspedes en numerosas oportunidades y sabemos lo importante que es hospedarse con los mejores hosts de la comunidad de Airbnb. Mientras estés con nosotros serás parte de nuestra familia. Tu hogar en Caracas está aquí con nosotros

Así reza el anuncio de Many & More por Morela. Many no recuerda si empezaron en 2012 o 2014. El negocio se acabó cuando ellos mismos se fueron del país. Sin embargo, pese a su ubicación no convencional para un turista, la página los califica como “superhost. En su haber tienen 50 comentarios —en español, francés, inglés y portugués— y todos son positivos. Bianca de Besigheim, Alemania, les escribe: “A su hospedaje se puede llegar con el sistema de transporte público y se encuentra en un barrio seguro de Caracas”. Guilherme, que vino desde Santa María, Brasil, opina: “La casa está un poco lejos, pero un taxi o el metro lo hacen fácil de conseguir. Sí regresaría algún día”. Many cuenta que no pararon de recibir visitas “hasta que la situación de Venezuela se difundió de tal manera que ya muy poca gente se atreve a ir al país. Yo mismo estoy fuera”. A Caricuao llegó gente de Alemania, Italia, Noruega, Japón, Chile, Argentina, Colombia, Malta, Reino Unido, Suráfrica, Rumania, Finlandia, Letonia, Estados Unidos, Brasil y hasta venezolanos que regresaban por poco tiempo o que viajaban del interior a Caracas por distintas razones.

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El Airbnb de Luis estaba en Agua Salud, en la boca de Catia y frente al 23 de Enero. Su gancho era la cercanía al aeropuerto. Ofrecía movilidad, las comidas y pensó en los tours aunque nunca tuvo la oportunidad de hacerlos. Todos sus huéspedes se quedaron tan solo una noche. Entre 2012 y 2014 recibió a siete personas que llegaron de España, Chile, Argentina y Holanda. “Lo importante es que la gente se sintiera a gusto y que quisieran volver. Ofrecíamos la compañía porque es peligrosos para un turista moverse sin conocer, incluso sobre las horas a las que no era seguro estar en la calle. Era muy útil porque en el oeste de la ciudad hay pocos servicios de hoteles y lo que hay no es bueno”.

¿Y cuánto cuesta?

Cada noche en casa Rosa tiene un costo de 10 dólares, con Many y Morela valía 11 dólares y Luis cobrara 15 billetes verdes. El precio del servicio queda en manos del anfitrión, por lo que el espectro de precios es amplio. Una estadía en la parroquia Altagracia —también cerca del centro— se oferta en 49 dólares por noche. Hay otro “totalmente céntrico” en 80 dólares por noche. Y hubo otro anunciado por José que costaba 480 dólares la noche. No obstante, este anuncio suena a engaño: decía estar en el centro de Caracas, pero su ubicación marcaba el estado Miranda, y como sitio de interés apostaban por el Sambil.

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Ricardo, un venezolano viviendo en Suiza, regresará al país de visita y busca hospedaje a través de la plataforma que ya le ha funcionado en Estados Unidos y España y la propia Suiza, se queja precisamente porque en los avisos de Airbnb en Caracas todo parece ser perfecto, cuando no lo es: “Describen la ciudad como si fuera Beverly Hills. Una vez me quedé en Sebucán y el anuncio decía que estaba a tan solo 300 metros de los restaurantes más exclusivos de la ciudad. ¿Quién en su sano juicio camina 350 metros en Sebucán? Será buscando que lo roben”, reclama. Afirma que la idea no es ser benevolente, sino objetivo, y recomienda a los anfitriones hacer los anuncios en su justa dimensión.

No tener una cuenta en divisas no es problema, si se quiere ser anfitrión. Basta con abrir una cuenta en PayPal —un sistema de pagos en línea que soporta transferencias en divisas— y la diligencia está hecha. Si el problema es conseguir un ingreso en divisas para sobrevivir a la crisis venezolana, inscribirse en la plataforma es una alternativa. Dejemos entonces que el mercado decida.

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