Crónica

No es una puta, es una prepago

Un negocio que se pacta a puerta cerrada. Adentro, entre las partes, todo está permitido: jadeos, látigos y suspiros. La industria del sexo se ha sofisticado. Hoy, la profesión más vieja del mundo pareciera no solo estar más aceptada entre unos y otros, sino que también se adorna con las lentejuelas de la educación y elegancia. No les llaman prostitutas, sino prepagos VIP

Fotografía: Alejandro Cremades
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Apenas repicó el teléfono, Jessica ya sabía que se trataba de un próximo encargo. Su agente —quizá jefe y casquivano— le había concertado una cita con un fuerte cliente, gerente de una célebre empresa automotriz. El encuentro tendría lugar en el Marriot de Caracas a las nueve de la noche. Sin un respingo de puritanismo, esa noche empingorotaría voluptuosidades, silueta de diosa romana servida a la lujuria. Con veleidosos andares llegó puntual. Se puso su vestido verde esmeralda: ese que le comprara otro postor en Madrid, el que le esculpe su cintura de avispa y que no enseña sino lo justo. Se entaconó con sus “stilettos” Miu Miu y se terció su cartera Prada. Sin dar más explicaciones que su misma presencia, franqueó la puerta del hotel y subió hasta la habitación 504. Frente a la puerta, aprobó sus afeites y el arsenal de juguetes para el placer: condones, cremas y hasta un lubricante caliente. Hizo un amago de huida. Vaciló. No obstante, tocó el timbre. “Siempre hay miedo, si lo pierdes estás muerta por dentro”, comenta. Sí, se estimuló pese a sus 22 años de primeriza. Y entró. Resguardado en esas cuatro paredes que otros muchos han olisqueado, estaba su galán, en mangas de camisa y con la corbata a medio anudar. Su servicio fue apenas de dos horas, con una tarifa de 5o mil bolívares, y lo que pasó intramuros —gemidos y cabalgata incluidos— no solo se diluiría con la lluvia de la regadera, sino que también lo guardarían en secreto esas sábanas manchadas de mucho más que saliva y sudor.

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Como Jessica, miles de mujeres, entre 18 y 30 años, comercian sus curvas. Como las pléyades, estas afroditas de la concupiscencia brillan en las camas públicas prodigando besos, caricias y orgasmos de alquiler. Se venden, pero no son prostitutas cualesquiera, o de poca monta, no. Sus oficios amatorios los ensayan una y otra vez alejadas de las calles, lejos de las márgenes de alguna avenida transitada e infestada de pillaje, expoliación y enfermedad. Archiconocidas como las prepagos, sus calenturientas maneras las comban, como el rímel a las pestañas, y el fuego al hierro, entres las nóminas de grandes empresas, entre ejecutivos de cuello blanco y camisas Brooks Brothers, entre políticos de credos rojos y verdes, entre deportistas de bate y home run y señores bien de “la alta” de Caracas. Muchas lucen sofisticadas, hablan en varios idiomas, se atavían con los trapos que están de moda, saben de pousse café y liban champaña. Pero, sobre todo, encopetan la discreción y los buenos modales. “Es muy importante que la chica sea reservada y prudente. Si contratas a una por un fin de semana, no puede verse como una ramera vulgar. Es más que una dama de compañía con quien vas a tomarte un whisky, hablar y pasear agarrado de manos de una ‘jeva’ que está bien buena”, susurra entre los velos del anonimato un asiduo de estos favores. Los caballeros, que subvienen y sufragan sus caprichitos con gruesas cantidades en metálico, 20 mil mínimo por encuentro y hasta 180 mil por un weekend, acorazan sus cédulas y partidas de nacimiento so pretexto de que consortes —por santo sacramento y altar— e hijos no caigan al escarnio público en este país de pacatería y falsa catolicidad. Chito. Tierra dizque no perdona la infidelidad, pese a que cada vez es más común. “Muchos panas tienen a sus amantes bien montadas. Eso sí, jamás descuidan a sus familias. Yo no. Yo solo me echo unas canitas al aire de vez en cuando”, discurre socarrón este parroquiano, algo conservador.

“La gran diferencia entre nosotras y las normales, de esas que solo atienden a sus clientes en los moteles de El Rosal, es que nos manejamos a través de agencias, como Platinum VIP. Son intermediarios entre el buscador y nosotras. Cobran un porcentaje y cuidan nuestras identidades. En la que yo trabajo hay misses, modelos y hasta animadoras de televisión muy famosas. También existen redes de prostitución que se tejen a partir de contactos. Yo entré por una amiga que me sonsacó. Al principio me sentí mal, pero los primeros milloncitos que cobré me lavaron la consciencia”, desliza Paola sin un ápice de remordimiento, una chica que contonea sus cualidades y encantos dentro y fuera de fronteras patrias. “Ahora estoy en México. Vine por un servicio. Este es un buen lugar para el negocio; por una simple razón: las mexicanas son horrendas. Acá cualquier venezolana es reina. Nosotras somos más lindas y nos cuidamos más”, suelta henchida de orgullo. Sans doute. Si de algo se envanecen las prepagos VIP es de la belleza y exuberancia que aletean por doquier. No solo afilan sus flechas de Artemisa, cazadoras son, sino que también hacen corcovear la libido de los hombres que chupan sus carnes firmes y amortizadas. Nada cuelga, todo está donde debe estar.

A punta de pinchazos de silicona y workout le escamotean al cuerpo, por aquí y por allá, algún rollo indeseado. “Cuando empecé no tenía los senos operados y estaba un poco gordita. Pero luego de dos meses de entrenamientos y de las prótesis, empecé a cotizarme mejor. ¡A los tipos les encantan las tetas grandes! Además, son necesarias si te piden un masaje ruso. Es decir: la paja rusa”, suscribe Aisha otra que pavonea sus escotes seguida por una corte de ninfas sexuales. “Trabajo con varias amigas. Tenemos clientes que piden fiestas y orgías. A veces no es necesario tener sexo. A veces solo nos piden compañía. Ir a Los Roques, Aruba u otra isla de El Caribe para armas fiestas. Si quien nos solicita nos pide que bailemos… bailamos y si nos pide desnudos… nos desnudamos. En una oportunidad por un viaje, en el que no me acosté con nadie, me pagaron 25 mil bolívares, más los regalitos”, vuelve retórica y con las maletas repletas de perfumes, carteras y finas pantaletas de encaje La Perla.

“Me llevé a una a Curazao. Participó en el Miss Venezuela. Una morena que estaba riquísima. Sus funciones eran seguirme a todas partes. Sumisa. Yo la sacaba a comer, le compraba chucherías y, por supuesto…”, hace un minuto de silencio Mauricio, cuyo apellido arrebuja entre ligueros negros, acaso porque en su mente relampaguean las imágenes de aquellas rumbas de éxtasis, frenesí y Viagra —de las que no suelta ni ñé. Continúa: “la gente cree que eso es una tiradera, pero no”. “Es verdad. Si se negocia una de mis chicas para un viaje largo, está permitido un evento por día”, señala las reglas del juego Mari, alias “Little Puppy”, una madame conocida entre la fanfarria de los amores remunerados. “¿Qué es un evento? Una relación sexual”, explica en un mail el caló usado entre los sabedores del tema. “Hay mucho diálogo cuando estás con ellas. Es un momento de tranquilidad para liberar el stress”, recalca Mauricio, quien se remansa en lechos tibios de a ratos, entre arrumacos y silencios comprados, entre piernas que han recorrido harto kilometraje, y no precisamente los 42 km. del maratón de New York. Es que las prepago VIP encarnan el asidero para conseguir la paz. Paz sin increpaciones, paz sin los incordios de la vida doméstica y marital y paz sin los reproches ni angustias de las cuentas por pagar. “Nuestro oficio tiene de sicología. Nos pagan por escuchar y entender. Asentimos lo que nos dicen. No rechistamos y complacemos. Somos terapistas pero también actrices”, asegura Jessica

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Viernes. Desde el otro lado del teléfono, Jessica recibe las instrucciones. A las diez debía estar en casa de un cliente fijo cuyos goces los comparte con Blanca Nieves, Heidi y La Bella Durmiente. “Le gusta que me disfrace de colegiala. Antes del acto, me pone a jugar con Barbies, muñecas y peluches, mientras corre en la televisión una película Disney. Cuando me ve así es que consigue una potente erección”, narra sus peripecias de Candy Candy con su particular Anthony. “Yo tengo uno que gusta de la mujeres chiquitas. Cada vez que nos vemos me pide que me arrodille. Entonces, camino como si fuera una enana”, interviene en esta competencia de filias y fetiches, como en un contrapunteo, una homóloga que mientan “La Verónica”. “Pues yo tuve uno que, apenas crucé la puerta, me pidió que lo pintara de payaso. Yo no tenía maquillaje y se lo hice saber. Pero él había traído todo. Cerró los ojos para no ver el proceso. Le puse la cara blanca, unas gotas negras debajo de los ojos y los cachetes y nariz rojos. Cuando terminé se acercó al espejo. Se contempló y con el reflejo acabó”, señala sin un atisbo de extrañeza. Bingo. Se ganó el premio gordo de las perversiones. “Es que si demuestro rechazo o asco, no me llaman. Lo más importante es ganarse la confianza para que te vuelvan a buscar. Por otra parte, para eso nos buscan: para hacer posible lo que no se atreven con sus esposas”, se excusa sin engurruñar su hambre por el dinero.

Por billetes constantes y sonantes, se alistó “La Verónica” en estos ejércitos de la lascivia y liviandad. Por el color del verde dólar o del devaluado bolívar desata lúbricas fantasías y deseos. “Porque no quiero para mí sueldo mínimo, porque soy sostén de familia y porque quiero que mis hijos tengan lo que pidan”, sentencia definitiva. Se le ve llegar a las discotecas en camionetas de última factura, cabalgar a horcajadas en furiosas motos de agua en los días de playa o meciéndose sobre lujosos yates. Una vida de princesa sin olvidar en fondo que es Cenicienta. “Claro, algunas corren con más suerte. Tengo amigas cuyos maridos eran sus clientes. Se enamoraron y la sacaron de este mundo. Le montaron una peluquería o un spa, con eso limpiaron su pasado”, levanta las cejas Paola azuzada por la envidia.

“Pero la gente cree que esto es fácil o que somos millonarias. Es verdad, hay temporadas muy buenas y otras malas. Si trabajas todos los días podrías hacer hasta 150 mil bolívares en un mes, pero eso no ocurre. Es muy poco probable. ¿Tú crees que es divertido que te manoseen cientos? No. Hay quienes te prometen villas y castillas, y otros te tratan como lo que somos: putas”, alza su voz de protesta Aisha. “Es muy fácil entrar y muy difícil salir. Es como el narcotráfico, solo que la mercancía no es cocaína, sino mi culo”, pone Jessica el punto final.

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