Crónica

La triste Navidad de 2017

A pesar de que Nicolás Maduro decretó el inicio de la Navidad en noviembre, los venezolanos ya no la celebran como acostumbraban. El panorama económico, político y social ha reconfigurado las tradiciones que se celebran en el país, y que en 2016 se disfrutaron a duras penas. Este año, el Niño Jesús regalará lo justo y necesario

Fotografía: Cristian Hernández | EFE
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Racimos de uvas, ensalada de gallina, hallacas, pan de jamón. Elio Canales aún recuerda las cenas navideñas que gozaba hace una década, cuando una variedad de platillos cubría su larga mesa de comedor. Fue un banquete que mermó con el tiempo. Las 12 uvas, correspondientes a las 12 campanadas de año nuevo, desaparecieron hace años. También la sidra de manzana con la que brindaba la llegada del Niño Jesús y del año nuevo. Para finales del 2017 no augura tener ningún plato de aquellos en su mesa.

La Navidad se le convirtió en una entelequia. “Este año ni he olido la primera hallaca”, dice con pesar el padre de familia, sin mayores expectativas de mantener la práctica culinaria que le inculcaron desde pequeño: comer el plato navideño en familia cada 24 y 31 de diciembre. Hace un año podía conseguir las hallacas alrededor de 5.000 bolívares. “Las comprábamos contadas, pero las comprábamos”, apunta. Doce meses después, oscilan entre 60 y 90 mil bolívares, para la primera semana de diciembre. Cifras extraoficiales calculadas por el diario El Universal reportan que el valor de la hallaca se incrementó en 1.300% con respecto a 2016.

Sus 456.507 bolívares de salario mínimo no le alcanzan para el disfrute de las fiestas como lo hicieron a inicios de milenio, o en tiempos de democracia. A pesar de que su esposa gana la misma cantidad, el dinero se les diluye en la comida diaria, no la navideña. “¿Qué se va a estar comprando en Navidad con sueldo mínimo, si un pan de jamón ya está en doscientos mil bolívares, si medio cartón de huevos pasó los cien mil, si un kilo de queso está por los 150 mil? Eso no alcanza”, se lamenta el vigilante de oficio.

Son pocas las tradiciones que se mantienen en su casa, gracias al empeño de su hija de 14 años. Por su cuenta, adornó el arbolito artificial con lo mismo que habían comprado en años previos. También decoró la entrada de la casa con cintas de colores. “Antes cubríamos la puerta de la casa con papel de regalo, pero imagínate, ahora el papel sale caro. Este año fueron las cintas esas y unos afiches de Santa que mi hija colgó en las paredes, unos dos que tenía por ahí”, enumera el padre de familia. El nacimiento se quedó en su caja.

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Cuando se pueda

El contexto económico llevó a Canales a desplazar las fiestas hasta previo aviso. Sus navidades actuales, como las de muchos venezolanos, no se acercan a las que vivió en 2016; están muy por debajo. La creciente inflación hace su disfrute cada vez más cuesta arriba. Según el diputado Ángel Alvarado, la inflación de noviembre se ubicó en 56,7%, lo cual suma 1.369% de inflación acumulada. El cierre de 2017 se pronostica entre 2.000% y 2.100%, que se comieron los cinco aumentos salariales que oficializó Nicolás Maduro hasta la fecha.

“Las tradiciones no van a perderse, solo que circunstancialmente quedan de lado”, explica la psicóloga social y criminóloga Magally Huggins. Ante la calidad de vida tan deteriorada del venezolano, surgen además elementos depresivos que rondan la cotidianidad, dice. La Navidad en Caracas apenas se siente con el encendido de la cruz del Ávila y del clásico Santa Claus del Centro Comercial Ciudad Tamanaco (CCCT). Son pocos los balcones que están decorados con luces y las casas con adornos navideños, que se ubican en 170.000 bolívares y desde 70.000 bolívares, respectivamente, en zonas del este de Caracas. La psicóloga social habla de una “posposición de tradiciones, porque se hace imposible celebrarlas”.

La familia de Canales se congregaba, se celebraba y se regalaban presentes entre ellos. Un ánimo muy diferente al que el padre de 53 años percibe actualmente en su hogar. “Es tenso, tenso. Hay mucha preocupación por la situación económica y política. El año pasado se sentía un poco más la fiesta, como dicen los españoles, más ‘jaleo’, pero este año nada de eso”, dice con preocupación Canales, vigilante de oficio.

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Para Huggins, el desánimo es una evidencia de la caída en picada de Venezuela en ámbitos económicos, alimenticios, incluso de salud e inseguridad. “El país está en un túnel en el que al final hay un hueco profundo. Vamos cada día peor y cada día va a ser peor. No vemos indicadores de alternativas que nos ilusionen. Cuando uno no ve luz, nos desanimados, porque la actitud es que no va a pasar nada”, aclara la psicóloga social.

Alberto Tirado suelta un largo suspiro cuando habla de navidades en 2017. “Con esto te lo digo todo”, intenta resumir, pero no se puede guardar la desesperanza que lleva por dentro. “Tarde o temprano debe haber una solución a esto, pero no sabemos. Mientras tanto, estamos como en un hipnotismo, todos entregados”, se lamenta.

Intentó dejarse llevar por el espíritu de la Navidad. Montó el arbolito, para sentir “un poco de ambiente, por lo menos, pero creo que es el único arbolito en todo Petare”. Asume que tendrá una reunión pequeña con sus dos hijos, ya adultos, pero “sin regalos, juguetes, ropa pal’ 24 ni 31, pan de jamón o Panettone. Las hallacas, que me las comía hasta antes de diciembre, ni las he visto, ni sé qué sabor tienen, ni nada”.

“Este año todo lo que me ha traído es tristeza. Uno no le ve final a nada de lo que pasa. Siento que me estoy marchitando con el país”, dice Pilar García. Es tajante cuando le preguntan cuál tradición navideña celebrará este año: “Ninguna”. Por primera vez no hará ni hallacas para su familia ni montará el arbolito en su hogar. Este 2017, la ama de casa de 68 años no piensa hacer esfuerzo alguno para mantener tradiciones, que celebró “a duras penas” el año pasado. Este año solo quedan su esposo y ella en Venezuela. Sus cuatro hijos emigraron del país.

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Guapear por los pequeños

Krisyeili Sánchez no guarda ilusiones a sus 27 años, pero sí resguarda las de su primogénita de 10. Se relaja al internalizarse que “ya está grande” para el Niño Jesús. “Ella ya sabe que no hay nada de eso, pero los niños no tienen la culpa de lo que hagan los adultos”. Es por ello que desde julio se apertrechó de prendas para armarle el regalo que le dará a su hija el 24 de diciembre: una muda de ropa. “Nos adelantamos y ya le tenemos su pinta completa”, se congratula.

Aunque no tenga arbolito con el que posar con su facha nueva. Sánchez no celebrará “ninguna tradición, ni montar la Navidad, ni estar todos reunidos en familia, ni la comida”. Enumera las razones con la misma rapidez: “1. Por falta de tiempo; y 2. Por la economía. Los reales no rinden para nada”.

Sánchez no recuerda cuándo fue la última vez que se atavió de estrenos para la fecha. Sarai Mora, de 17 años, afirma que lo hizo hace tres años, cuando vivía en San Joaquín, un pequeño pueblo cerca de Valencia. Será la primera Navidad que pasará en Caracas, tras haberse mudado a principio de año con su abuelo, hermano y padre. Sin embargo, no es una fiesta que promete presentes ni banquetes. “Capaz tenemos una reunión pequeña nosotros cuatro. No creo que hagamos hallacas, tal vez unos bollitos, será”, dice en tono jocoso.

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Mora confiesa no haber decorado su nuevo hogar con empeño. “Pusimos un nacimiento todo chimbito ahí”, suelta apenada. Cuando vivía en el pueblo de San Joaquín, disfrutaba con pequeños detalles: una hallaca que su vecino le regalaba, lanzaba fosforitos con sus amigos y familiares de su edad, adornaba su casa de color rojo. Este diciembre solo concentrará su atención en sus estudios en Economía Social en la Universidad Nacional Experimental Politécnica de la Fuerza Armada Bolivariana (Unefa), próximos a iniciar en enero, porque “salir ni se puede ya”.

Este año, a Carlos Núñez le toca quedarse en Caracas con su pareja y su bebé de un mes. Agradece que sea pequeña, sin más requerimientos que las necesidades básicas. Sin embargo, tiene una tradición que no quiere perder: “Se le va a regalar su estreno, por lo menos, pero hasta eso es difícil ahorita”.

En 2016 “más o menos se pudo viajar”. Lo logró usando gran parte de sus ahorros. Ahora el mapa se le nubla. “No vamos a tener ni fiesta, porque no se puede viajar a Oriente. Yo tengo familia en Monagas y siempre teníamos nuestra reunioncita. Este año será que nos llamemos. Tengo dos familiares acá, pero no es lo mismo”, dice el hombre de 25 años.

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Núñez se gana la vida empujando un carrito de raspados por la plaza Francia y zonas adyacentes de Altamira, en Chacao. Comenta que su trabajo informal y sueldo oscilante no le garantizan ni una rueda de pan de jamón. A inicios de noviembre, se encontraba a 85 mil bolívares en varios sectores de la ciudad capital, tal como lo reportó el portal El Interés. En la segunda semana de diciembre, ya oscilaban entre 250 y 300 mil bolívares.

Tampoco disfrutará del típico plato navideño este diciembre. “Es que la situación económica, esta pobreza extrema en la que nos está sumiendo el gobierno, hace que nos deprimamos. Yo no tengo ánimos de nada ni porque sea Navidad”, admite el vendedor de raspados. “No se dejan morir las tradiciones por los jóvenes, pero se constriñen a lo mínimo. Hay que ser realista. Habrá reuniones pero van a ser una versión, en la pobreza y con mucha tristeza”, dice la psicóloga social Huggins.

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