Cultura

Pese a todo y contra todo, estudiar humanidades

A pesar de la situación económica, muchos venezolanos escogen las letras sobre los números, los óleos sobre las calculadoras, el “ser o no ser” o la belleza sobre las ecuaciones matemáticas. Quienes optaron por estudiar carreras humanísticas en sus épocas universitarias viven tiempos de reinvención y resistencia, de encontrar su espacio en el socialismo del siglo XXI

Composición fotográfica: Andrea Tosta
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“En condiciones normales de un país, un ‘humanista’ no tendría ningún problema en procurar hacer carrera diplomática, política, pública. Precisamente, eso se espera del ‘humanista’ que no se dedica a la Academia, o a la docencia”, explica Daniel Esparza, licenciado en Historia del Arte en la Universidad Central de Venezuela (UCV). La restricción al área no es un condicional para el también profesor de la Universidad de Columbia, con un posgrado en Filosofía de la Universidad Simón Bolívar. En efecto, muchos pueden ser comerciantes, cocineros, periodistas, entre mil y un posibilidades laborales, entre la resistencia y la decisión personal. Desde su trinchera, se abren paso en un país donde la cultura y sus distintas manifestaciones merman.

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Una necesidad latente de expresión prevalece, más allá de la sustentabilidad económica. Rafael Arteaga tuvo la suerte de contar con el apoyo de sus padres en su escogencia profesional y a lo largo de su carrera. Con los óleos entre cejas desde que era niño, Arteaga devino pintura, mención en la que se especializó en su licenciatura en Artes Plásticas en la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte) —Universidad Armando Reverón para cuando se graduó en 2013. “Es una decisión que llevas con los miedos. Se convive con: de qué vive un artista, cómo será la carrera laboral cuando te gradúas. Pero cuando quieres hacer las cosas, todo lo anterior queda en segundo plano”, cuenta.

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Desempeñar su carrera se ha vuelto complicado con los altos costos de los materiales. Trabaja actualmente en un taller y presenta su arte en tres galerías caraqueñas, una valenciana y una margariteña. “Estoy vendiendo y desarrollando mis investigaciones. Es un trabajo de mucha disciplina, de tocar puertas, de no desmayar. Es la única manera de un artista”, aquí y en cualquier rincón del globo, aclara, aunque considera que adentrarse en el mundo laboral con un título de licenciado en Artes Plásticas es “por no decir totalmente imposible, sumamente difícil”. “No existen ofertas, tampoco hay empresas actualmente que le dedique demasiado a la agenda cultural ni proyectos que promuevan esas actividades. En el área gubernamental, las actividades dedicadas a las artes son cuestiones básicas, panfletarias”. Según Arteaga, la forma más idónea de encajar en este terreno es por medio del diseño gráfico y la fotografía.

“Decir que es reducido el campo laboral en las artes es mentira, pero por la situación del país es cierto”, se lamenta Kevin Bordigioni, tesista de la misma universidad, ubicada en Caño Amarillo. El artista considera que el campo laboral es “más grande de lo que uno se imagina”. Él acumula experiencia profesional en fotografía y restauración de patrimonios culturales de la ciudad, como el Panteón Nacional y el Palacio de Miraflores. Se inclina hacía la fotografía, capturar el momento, documentarlo, a pesar de haberse especializado en pintura. Actualmente trabaja en una productora de cine llamada Témpano Film, en Mérida, mientras deja pasar su trabajo soñado: la educación en las artes. “Es un campo muy abierto, pero con muy poca profesionalización”.

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Como Arteaga, una vocación artística lo llamó a la licenciatura desde pequeño y “me metí sin saber en qué iba a trabajar”, recuerda. Para entonces, hacía dibujos en sus años como liceísta. Sin embargo, ve con preocupación cómo compañeros suyos no corrieron con la misma suerte de estabilizar sus finanzas a través de sus creaciones. “Mi generación se ha visto anulada. Hay mucho por hacer, en promoción y gestión cultural, restauración en la red de museos, pero como está en manos del Gobierno, si no simpatizas con él, no tienes el trabajo”, narra.

La escritora y profesora de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Gisela Kozak, afirma que la crisis en dichas ramas de la educación no es cosa exclusiva de las humanidades. “Si te pones a ver cómo están las cosas en el aspecto remunerativo, todas las carreras están mal. Lo que sucede con las artes podría decirse igualmente con las carreras científicas, como las Matemáticas o la Física”. Kozak, también consultora de políticas y diversidad culturales, fue de igual modo víctima de sus pasiones cuando escogió estudiar Letras en la UCV y saber que “podía vivir dedicada a lo que me gustaba”. Entonces y ahora, no recomienda las carreras humanísticas a aquellos que busquen la supervivencia. “No todos se complacen con este tipo de vida. Depende de la persona, para desenvolverse deben ser buenos y saber qué vas a sacrificar”, aclara.

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Con una carrera profesional que zigzaguea entre las letras y las políticas públicas, Kozak ve con buenos ojos la reinvención de quien estudia carreras humanísticas. Su versatilidad la ha granjeado de premios y reconocimientos internacionales en narrativa e investigación. “Las dobles titulaciones volverían a darle sentido a las carreras humanísticas. Debe haber un cambio de paradigma universitario, no solo en las carreras, sino en las nuevas maneras de entender el mundo, en el conocimiento”, explica. Bordigioni es el vivo ejemplo, mientras se dedica a la producción audiovisual con conocimientos de artes plásticas como base profesional.

A sus cortos 22 años, Oriana Camejo también conoce de combinar disciplinas. La lectura fue el punto de partida para la actual tesista de la carrera de Letras en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Su decisión fue personal, en confidencia consigo misma. “En mi núcleo familiar aspiran por carreras prácticas, útiles, que generen plata. Yo no iba por esa rama y con las letras me fui creando un camino para mí”, rememora. Sin embargo, la inestabilidad social y política de la última década la llevó a plantearse el carácter utilitario de su especialidad. “Leía sobre historia, cultura, arte, pero se me metió el país en la carrera. Mientras yo leía a Shakespeare, tenía las protestas de fondo, sucedía todo un contexto político en el que finalmente me inmiscuí”, explica. Actualmente, Camejo trabaja como Community Manager en el medio web Efecto Cocuyo, luego de haber pasado por Revista Ojo en sus últimos años universitarios, hecho que ha moldeado su afición narrativa al punto de “moverla todos los días”.

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Jacqueline Goldberg también fue víctima de la inmersión interdisciplinaria: del periodismo, de los ensayos, de la dramaturgia, de la poesía —por la que es actualmente reconocida. La presión familiar que la llevó a estudiar Economía no pudo más que su vocación artística, al punto de cambiar de carrera, estudiar Letras en la Universidad del Zulia (LUZ) y luego especializarse con un doctorado en Ciencias Políticas en la UCV. Con una vida laboral construida con base en las humanidades, entiende que las limitaciones personales “están en la cabeza de la gente. Todo depende de la capacidad de cada quien de buscarse su camino, de fortalezas personales”. Considera las profesiones intelectuales vitales, fundamentales, pues “allí es donde está la producción de conocimiento, la investigación, totalmente subvalorada en este país donde la inteligencia y la sensibilidad no valen nada”.

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Dicha sensibilidad también rige la vida de artistas como la Bordigioni: “Cuando vemos una película, escuchamos música, hay un dialogo entre la obra y el espectador que no es necesariamente consciente, pero existe y ese disfrute te hace feliz, te da paz, comprensión. Las Artes Plásticas te pueden conectar, te hacen más tolerante al otro”. Su colega Arteaga entiende que, aunque una minoría vinculada con el tema valora el quehacer artístico, desempeñarse en el área y seguir sus pasiones contribuye con las manifestaciones culturales de su patria, dejadas de lado por un discurso gubernamental que cada vez más buscar imponer en vez de dejar ser y crear. Sus procesos de producción pictórica, individuales y colectivos, se han convertido en su espacio de lucha. “Un pequeño canal para decir las cosas por las que el venezolano está disgustado. Una obra de arte impone ideas muy fuertes y es peligrosa para cualquier Estado”. Su resistencia es desde los pinceles.

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Y sin embargo, el paso por las Artes y la Filosofía de Esparza lo ha llevado a entender que una sociedad ilustrada no es garantía de la perfecta funcionalidad de un país, incluso en condiciones idóneas. Recuerda baches de la historia mundial. “Ahí tenemos el ejemplo de la Alemania de 1932, que votó masivamente por Hitler. Sin ir muy lejos, fueron los dueños de los medios de comunicación y los intelectuales quienes dieron a Chávez el espaldarazo definitivo. Antes del apoyo de medios y de voceros de las universidades venezolanas, Irene punteaba en las encuestas. Quizá les faltaron más ‘humanidades’, que deberían encargarse de apuntalar el sentido común”.

Como el común denominador de los egresados en Letras, el escritor Fedosy Santaella encontró su vocación profesional en la lectura, a diferencia de las matemáticas, el comercio, la ingeniería y el «vivarachismo». Mientras la pulía en la UCV, sabía que no lo ayudaría a escribir, pero sí le traería lecturas incontables. Estaba consciente de que hacerse cuestionamientos sobre su elección era un sinsentido: «Cuando la gente empieza a preguntarse para qué sirve Letras, sin duda se está haciendo una pregunta inútil en estos tiempos de utilidades, competencias y mercados. Está haciéndose una pregunta propia del mundo que pretende negar». A pesar de que en aquel entonces no pensaba en su futuro laboral, hoy en día considera las Letras y demás carreras humanísticas vitales, tanto «como que no todo es este mundo se mide con una estadística, una competencia y un hacer práctico. No somos autómatas, somos seres humanos y la literatura, es otra forma de conocimiento, tan válida espiritualmente, como la de la ciencia. O eso creemos los que amamos la lectura».

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