Entrevista

De viaje con Valentina Quintero y Arianna Arteaga

Valentina Quintero y su hija, Arianna Arteaga, han estado signadas por el viaje. Valentina heredó la pasión de su abuelo y Arianna no podía esperar otra suerte. Desde chiquita ha estado montada en un carro, una canoa, una avioneta y hasta un motorhome con su mamá. Cómo se entregan a la aventura, dónde han ido, qué han aprendido y, sobre todo, cómo la viajadera las mantiene unidas aún en los ratos difíciles

Fotografías: Aníbal Mestre
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Lo de la manía por los viajes de estas mujeres no es casualidad. El gusto les viene de una familia que siempre estuvo montada en el carro, inventando un plan o excusa para descubrir un nuevo destino. Valentina Quintero, periodista y creadora de la guía que lleva su nombre y del legendario programa de televisión Bitácora, es portadora confesa de ese gen. “Desde pequeñita estoy viajando. A mi papá le quedó la costumbre por mi abuelo y recuerdo que, como en el año 65 nos fuimos toda la familia —padre, madre y 5 hermanos— a la Gran Sabana. En ese momento se estaba construyendo el campamento Ucaima y no había nada más. Nos quedamos en un sitio donde se guardaba la lencería porque no había dónde hospedarse”, destaca como uno de sus primeros recuerdos.

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Su hija Arianna Arteaga heredó las dos pasiones: la del periodismo y la del movimiento perpetuo. “Me recuerdo una vez, con mi mamá en un Volkswagen azul que se caía a pedazos, yendo para Maracay. Yo estaba mínima, pero me acuerdo de que a ella se le fueron los frenos y se fue contra un matorral. Tengo clarito en la memoria el carro moviéndose entre los árboles, ver verde por todos lados y ponerme a llorar”, relata.

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Los Quintero son un clan. Valentina y sus 4 hermanos, Arianna y sus 13 primos y hasta los dos bisnietos tienen por costumbre viajar en lo que ellas llaman “combinaciones raras”. “Una vez nos fuimos Valentina, Antonio e Inés recién separados de sus respectivas parejas, con los niños. Cuando llegamos al hotel, nadie podía entender nada. Dormíamos las niñas en un cuarto y los varones en otro, y no había manera de explicar aquello”, cuenta Arianna. Hoy en día esas celebraciones rodando con los familiares se convirtieron en grandes reuniones en Caruao, en la casa de los abuelos, la misma que les hizo pasar un susto cuando a principio de 2010 fue invadida y estuvo a punto de resultar expropiada. Pero esa es otra historia.

Una carrera, dos vidas

Oír hablar a Valentina y Arianna es como entrar en un jardín en el que muchos pajaritos cantaran a la vez y, de repente y de la nada, rompieran a reír. Se nota que no es poco lo que comparten, y no es para menos. Aparte de la sonrisa, madre e hija comparten profesión y fuente. Pero las cosas no vinieron predestinadas, sino que se fueron dando. “Cuando yo empecé a estudiar comunicación social lo hice porque pensaba que era una carrera con la que podía inventar lo que fuera. Pensaba en cine, en publicidad. Y cuando me gradué dije, ‘bueno, tengo que trabajar, ¿qué hago?’ y se me ocurrió ayudar a mi mamá, porque la veía toda atareada haciendo la guía. Yo veía todo esto con los ojos de una empresaria. Nos asociamos y luego surgió la experiencia de la Guía extrema. Así fue como empecé a escribir en medios, a hacer cosas por mi cuenta. Y al principio me enrollaba que la gente pensara que yo iba a tener el mismo estilo que mi mamá, pero después se me fue quitando eso. Es obvio que tengo una herencia suya, pero yo tengo mi propia manera de hacer las cosas, soy como soy”.

Valentina, por su parte, tiene un relato distinto. “Nunca me hubiera esperado que Arianna continuaría mi carrera. A mí me daba mucho miedo hacerle sombra por la imagen tan fuerte que tengo. Siempre pensé ‘ojalá sea odontólogo, físico’. Cuando resuelve estudiar Comunicación Social, pensé que eso no significaba que siguiera mis pasos. Y cuando se gradúa, sentadas las dos en una mesita, me dice ‘yo he pensado que lo que voy a hacer es trabajar contigo, porque tanto yo como mis hijos vamos a vivir de esa marca que has hecho tú’. Ahí me guindé a llorar”, recuerda.

Para Arianna, el hecho de recibir el testigo de manos de su mamá vino también a resolver un dilema de la que solía ser su relación con ella. “Cuando yo tenía 14 o 15 años, mi mamá estaba haciendo Bitácora y yo estaba aquí. No podía irme a los viajes con ella porque tenía que ir al colegio y siempre me quedaba sola. Recuerdo que resentía mucho eso, que ella no estuviera. Después de grande me di cuenta de que uno no puede ser tan egoísta. Y creo que el hecho de que haya terminado trabajando en esto me reconcilia con esa cosa que llegué a sentir”, reflexiona.

Su visión más práctica de las cosas la ayuda a resolver y eso, para su madre, es un alivio. Arianna montó oficina y operaciones, sacó de la casa el “despelote” —tal como ella lo describe— que significaba que su madre trabajara allí y, según Valentina “a partir de allí fue totalmente distinto. Ella me mete en cosas en las que nunca hubiera inventado estar, como la página web www.valentinaquintero.com, por ejemplo. A lo que aspiro es a que Arianna convierta esto en un emporio mientras yo paseo con mi novio”, bromea.

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Como Thelma y Louise

Que hayamos elegido esa imagen de mujeres cómplices para retratar a este dúo, no es casual. Como la pareja cinematográfica que inmortalizaran Susan Sarandon y Geena Davis en la cinta de Ridley Scott, Valentina y Arianna han tenido que revisar su relación y, gracias a tantas horas de vuelo, desarrollar la resistencia que no toda hija tiene con su madre y viceversa y la complicidad que las mantiene siempre inventando un nuevo destino.

Arianna tiene su teoría. “Creo que gracias a esa etapa de separaciones que vivimos con el programa pudimos llegar a decirnos todo. A fuerza de roce hemos limado asperezas. Hoy nuestra relación es la de dos mujeres y la verdad es que veo a mi mamá muchas veces como la púber a la que yo trato como si fuera su madre. ‘Valentina, ¿qué estás haciendo?’, es una frase que me oigo decir a menudo”, cuenta.

Pero además, Arianna acusa recibo de la fortuna que le ha reportado esa relación tan especial. “Ambas nos apoyamos mucho. El hecho de ser hija única me ha condicionado de esa manera. Eso me ha hecho vivir cosas suyas que la mayoría de las hijas no conocen de sus mamás. Para nada la tengo en un altarcito, ni ella a mí. Creo que nuestra relación es, sobre todo, muy honesta”.

Cuentos de camino

Anécdotas nunca faltan. Basta que uno pase unos días fuera del entorno “controlado”, para que empiecen a suceder. Y, por supuesto, a dos mujeres como estas, les tienen que sobrar. “Una vez nos fuimos al Amazonas, en una avionetita cuyo piloto era un loco. Empezó a volar y a decir barbaridades como ‘el que se cae en esta selva no aparece más nunca’. Resulta que había desaparecido una lancha en un río y el hombre bajó para sobrevolarlo y buscar la lancha y volaba haciendo eses sobre el río. Yo estaba muerta de miedo, con mi única hija, imagínate, y Arianna se puso como una fiera”, cuenta Valentina.

“Yendo para el Autana, con todo el equipo de Bitácora, estábamos en una churuata, durmiendo en chinchorro y arrancan todos aquellos hombres a roncar. Esta se puso bravísima y me decía ‘mamá, diles que se callen’. Se paró, se fue y durmió en medio de la selva. Al día siguiente estaba bravísima. En la noche le di un calmante y no oyó nada. Al día siguiente, mientras regresábamos, durmió todo el día”, relata Velentina.

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“Cuando estaba en tercer año de bachillerato me quedaron Matemática y Química. Mi mamá, que para todo es súper permisiva, con los estudios siempre fue una nazi, así que me tocó trabajar para pagarme el curso de reparación e irme en bicicleta, porque ella no me iba a llevar. Total que pasé —junto a mi mejor amiga, que andaba en las mismas— y de premio, mi mamá decidió llevarnos a Santa Fe. Llegando allá, me bajo en una farmacia y me caigo. Mi mamá, que no me había visto, movió el carro y me pisó una mano con el caucho. Los gritos que yo pegaba alborotaron a todo el pueblo. Pasé toda la tarde gritando y por la noche caí como muerta del cansancio, de tanto gritar. Al final, no me pasó nada, aparte de la gritería”, cuenta Arianna, haciendo un punto a su favor.

Prueba de fuego

Habrá quien piense que Valentina y Arianna tienen el trabajo más sabroso del mundo. Y es así, pero como todo trabajo tiene sus malos días. El peor de todos fue uno de 2005, en el que, durante la grabación de Bitácora, Valentina sufrió una aparatosa caída que la llevó a una sala de emergencias y la confinó, durante un tiempo, a una silla de ruedas. Arianna se fue corriendo, con su tía Inés Quintero a ver a su mamá, a una clínica en Acarigua. “Yo estaba toda preocupada porque el diagnóstico no era alentador, y tenía miedo de que mi mamá se quedara sin poder caminar y de repente en la clínica me suelta que tengo que terminar el programa yo. No podía creerlo”, cuenta.

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Valentina, que no podía dejar un episodio a medio hacer, le encargó esa tarea a su hija. “Cuando vi ese programa lloré como nunca”, cuenta y se le agua otra vez el guarapo. Su hija la ve y enseguida le grita “¡Deja!” y también llora. “Lo hizo tan divertido, tan espontáneo, tan sabroso. Y me dedicó la toma que yo quería que se hiciera y no se había podido hacer. Ese fue el programa más amarillista de Bitácora, lo han pasado muchísimo”, cuenta Valentina.

Dime con quién viajas y te diré quién es

La sabiduría popular sostiene que para conocer bien a alguien, no hay como viajar con él. Pese a que Arianna y Valentina porfían es su experiencia, una vez disparada la pregunta empiezan a salir algunos trapos al sol. “Descubrimos manías de la otra que nos desesperan. Mi mamá, por ejemplo, ronca”, suelta Arianna y Valentina se defiende rápidamente con un “la menopausia da para todo”. Cuentan que una vez, en Uruyen, se acostaron a dormir juntas muy cansadas “y Arianna me despierta, primero con un pie y al rato, con la linterna en la cara. Me calenté y le dije que si seguía en eso le iba a tirar la linterna al río”. Ante tal amenaza “lo que me dio fue un ataque de risa”, dice Arianna.

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Valentina aprovecha para contar que su hija “coge calenteras a cada rato. Le he dicho que no se puede poner así, pero es que ella colapsa en las situaciones límite”.

Arianna confiesa que “lo mejor y lo peor de viajar con mi mamá es que en todas partes nos tratan estupendo. El hecho de que todo el mundo la reconozca tiene sus cosas buenas, pero también puede llegar a ser un tormento”. Para Valentina, en cambio, “lo mejor de viajar con Arianna es que conversamos sabroso, nos divertimos y nos llevamos bien. Tenemos un espíritu de la aventura que consiste en decirnos ‘hay que llegar’ y mantenernos en eso. Lo peor es que no tiene paciencia. Se altera con extrema facilidad y hace exactamente eso que está haciendo ahorita”, dice Valentina, señalando a su hija que tiene los ojos y los dedos pegados al teléfono.

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