Íconos

Rafael Arráiz Lucca, en daguerrotipo

Con ocasión de su recién publicado libro, Venezolanos excepcionales, el ensayista, poeta e historiador ha acudido a esta pantalla para hablar no solo de ese decálogo criollo de protagonistas insuperables con los que conversó, sino también sobre sus primeros pasos y su huesuda adolescencia, al tiempo que irá regando las pistas de sus próximas e inquietantes obras

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 Si Federico Carlos Lessmann o Henrique Avril resucitaran esta tarde —retratistas formidables del siglo XIX y XX, respectivamente— y se encontraran en la acera con Arráiz Lucca, lo saludarían como a uno de los suyos, incluso le preguntarían dónde dejó olvidados su sombrero y su bastón. Basta con verlo fotografiado para saber que el pasado le interesa profundamente. Basta con verlo aparecer en persona, calibrar sus escasos gestos, que recompensa con una amplia, constante sonrisa adornada con bigotes de plata, y advertir la incisiva observación que disparan sus ojos, para darse cuenta de que Rafael no debió nacer en el veinte (Caracas, 1959), sino centurias antes. Con todo, viste con una esmerada y clásica contemporaneidad, maneja artilugios electrónicos, sabe de sitios de moda… conoce, vive y disfruta el ahora.

Y si cuando comenzó a escribir, a eso de los 10 años, se iba al fondo del jardín de su casa debajo de un árbol enorme, un ébano granadillo, ahora lo hace en dos escenarios: el salón de estudio de su casa o el hermético cubículo que tiene como profesor titular de la Universidad Metropolitana, aquí en Caracas. “Mi hermana Leonor, que dibujaba muy bien, ilustró aquellos textos infantiles. En alguna gaveta están”. Sí, habría que buscarlos para ver las huellas de los primeros pasos.

“Tuve una infancia feliz, signada por la presencia de las mujeres de mi familia y por mis amigos del callejón Machado, donde vivíamos, en El Paraíso. Una infancia de juegos y deportes y de veranos en Caraballeda, donde teníamos una casita, cerca del mar, que es una presencia que me ha fascinado toda la vida. Una infancia de extraordinarios colegios laicos, el Neverí y el Santa Elena, también en El Paraíso. Una infancia motorizada, porque desde los ocho años tenía moto y me movía libremente por una zona de Caracas. Una infancia de un buen alumno, muy disciplinado, enamorado de los libros desde pequeño. Una infancia solitaria en mi casa y multitudinaria en la calle”, relata risueño.

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A esto habría que sumarle los valores familiares, que van a permear hondamente en la sensibilidad del niño Arráiz: lo incorporan a la mesa cuando tenía seis años y comienza a escuchar las conversaciones de sus padres, abuela y hermanas mayores sobre cine, literatura, historia de Venezuela y el mundo. “No se hablaba de ‘cosas desagradables’ ni de dinero. Ambos temas estaban muy mal vistos en aquella mesa. Allí fui educando el gusto, imperceptiblemente”.

Agua de rosas en la que no flotaría durante su “escuálida” adolescencia, según confiesa: “Un tanto traumática porque era sumamente flaco y eso me disminuía frente a las muchachas que se dejaban seducir por los ‘tipos papeaos’. A mí me quedaba la palabra. Las seducía hablando, inventando historias, echando cuentos. Esa flacura crítica me acompañó hasta los 30 años, cuando empezó ‘la curva de la felicidad’ que, hoy en día, reduje a su mínima expresión”.

Menos mal, porque el apabullante obelisco de su trayectoria, patente en una nutrida bibliografía, ahíta de disecciones sobre la historia de un país que iba en vías del desarrollo, ahíta de personajes valiosos que contribuyeron enormemente en la pujanza, se vería desmejorado; como un dandi con moflete, una figura sino incongruente con su excelencia, al menos no tan admirable por menos circunspecto. Porque Rafael Arráiz Lucca no solo es un intelectual de alta estatura, que se graduó de abogado en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), que es especialista en comunicaciones integradas de la Universidad Metropolitana, que es doctor en historia, que fue presidente de Monte Ávila Editores, director general del Consejo Nacional de la Cultura, y quien en noviembre de 2005 fue elegido para ingresar a la Academia Venezolana de la Lengua como Individuo de Número, ocupando el sillón V, sino también un refinado sibarita —desde el 2004 es miembro de la Academia de Gastronomía Venezolana— y un señor ennoblecido —en el 2007, el Gobierno español lo condecoró con la Orden de Isabel La Católica en su grado de Comendador, la orden más alta que puede recibir un extranjero en España.

Agradecido con sus padres, dirá: “Los quise profundamente y ellos a mí. Tuvimos una excelente relación y cada uno de ellos cumplió con su arquetipo. No padecí de disfuncionalidad en las relaciones familiares. Podría hablarte de ellos durante horas, pero lo dejo para un libro que escribo lentamente”. Lentamente, sin la prisa del plebeyo, con la meticulosidad del enciclopedista decimonónico que escribe poesía urbana; pero también con la fiereza de un huracán interno que teclea y teclea en los confines de un taller sensato, hecho de concreto, que huele a tinta china y a polvo para disecar mariposas.

Su obra escrita es prolífica y se pasea por la biografía, la crónica de viajes, la antología, el ensayo literario, la historia política, cultural e institucional venezolanas, y la poesía. ¿Qué pasa con esta última, tan relegada?

Estamos separados. Nos dejamos ambos. Fue un matrimonio de muchos años y de enorme intensidad. Llegó un momento en que nos fuimos distanciando sin que mediara un pleito específico. Quién quita que volvamos, pero por ahora solo siento su distancia.

¿Quiere que su obra se lea como un recordatorio de lo positivamente prominentes que han sido algunos venezolanos y motivar a que aparezcan nuevos actores de esa talla?

La verdad es ese no es mi propósito con los libros Civiles y Venezolanos excepcionales. No albergo misiones ejemplarizantes, pero sí creo que los venezolanos debemos querernos un poco más, a pesar de que los últimos años no son como para lanzar cohetes al cielo de alegría. En todo caso, la autoestima es necesaria siempre; incluso en el caso en que no haya motivos para ella.

Un nuevo libro, Venezolanos excepcionales, es una suerte de retablo del siglo pasado a partir de conversaciones con sus protagonistas. De nuevo, ¿una bocanada de oxígeno histórico para los tiempos de desafíos en que vivimos?

Puede ser tenido así, pero no tengo intensiones ulteriores en relación con el libro. Es sólo eso: diez entrevistas con venezolanos excepcionales, amables, considerables y entrañables.

Arturo Uslar lo mantuvo cautivo, amistosa y profesionalmente. ¿Llegó a obsesionarse con su obra?

No, para nada. Su obra no es de las que más me emocionan. Me gustan mucho algunos de sus ensayos. Diría más: algunos son brillantes. Me gustan mucho algunos de sus cuentos; menos sus novelas, pero igual de las siete que escribió hay tres que estimo altamente. Sus artículos eran de primera, eso sí, así como sus programas de televisión, ya que él gozaba de un descomunal poder de síntesis y de una memoria prodigiosa. Sus posiciones políticas no siempre fueron las mejores, de hecho, su figuración con “Los Notables” en los años 90 le causaron un grave daño al país: la injusta e innecesaria destitución de Carlos Andrés Pérez. Trato de no dejarme cegar por nadie, Carlos.

¿Qué le reprocharía a los diez personajes entrevistados en su libro: Uslar Pietri, Ramón J. Velásquez, Domingo Maza Zavala, Jesús Soto, Carlos Cruz Diez, Juan Ignacio Cabrujas, Eugenio Montejo, Hanni Ossott, Luis Ugalde, Soledad Bravo?

No tengo nada que reprocharles. No soy juez. No dicto sentencias. Intento valorar y comprender más que reprochar. Busco siempre el vínculo más que la separación.

 Se declara un escritor más nocturno que diurno. ¿Propio de un autor taciturno?

Si algo no soy es taciturno. Si lo fuese tendría otro tempo de trabajo y más bien me afano demasiado. De hecho, tengo libros escritos y no publicados para que no se atropellen unos a otros. Fui nocturno para escribir durante muchos años, ahora soy diurno para escribir, pero leo mucho de noche, hasta que me vence el sueño.

Un aura nostálgica nimba su obra. ¿Solo el pasado nos empuja a un mejor futuro?

¿Nostalgia? En mi poesía sí hay mucha melancolía, pero en mis trabajos de historia no hay espacio para esa emoción. Trabajar con el pasado no supone nostalgia, incluso puede traer lo contrario: confianza en el futuro. Entusiasmo y optimismo. Yo padezco de esto último.

El DRAE define “excepcional” como algo o alguien que constituye excepción a la regla común, que se aparta de lo ordinario, o que ocurre rara vez. Y esto puede aplicar para algo magnífico o algo terrible. ¿Hugo Chávez fue un venezolano excepcional?

Sin la menor duda. De hecho, no descarto escribir algún día un estudio biográfico sobre el personaje. Chávez es la epifanía de todos los lugares comunes nacionales. Una suerte de arquetipo del hombre de la izquierda pre-moderna. Un intento de alcanzar unos resultados transitando los mismos caminos que condujeron al fracaso. Un personaje trágico. Si se hubiese formado un poco, tan solo un poco, no habría quedado atrapado en el laberinto de la ideología.

¿Qué tiene en el tintero?

Un libro sobre Colombia; una biografía del general Rafael Alfonzo Ravard y una historia del petróleo en Venezuela. En eso estoy.

 

Las buenas maneras claramente le interesan, y las conserva. ¿La sensibilidad por la estética, por lo bello, por lo sabroso, por la moda, por ser “un hombre fino”, que diría Uslar, no tiende a cultivar más la superficie que el fondo?

No creo que esas divisiones cartesianas entre forma y fondo, profundidad y superficie sirvan para entender a fondo los fenómenos y las personas. La forma es el fondo y viceversa. Todas las partes son factores del todo. Creer que cuidar las formas es obviar el fondo es un error. Las formas son esenciales para la convivencia grata y pacífica. Hay que buscar el equilibrio, siempre. De hecho, la pérdida del equilibrio y la pérdida de la salud son la misma cosa.

¿Cuál será el futuro de la literatura en el país? ¿Seguirá la producción para las élites; se agudizará la pacotilla de los bestsellers, el revolú de los libros de autoayuda, el carnaval de relatos pornográficos en voces de artistas; lo sensacionalista se superpondrá a la pureza; aparecerán libros cual hologramas?

Sobre estos temas no tengo respuesta. Es imposible prever qué va a pasar. En todo caso, no comparto la crítica implícita de la pregunta. En Venezuela hay formidables escritores haciendo su trabajo, y a sus obras te remito. Son muchas y muy buenas. A lo que no tiene importancia no se le hace caso.

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