Investigación

Ley contra hinchas violentos: asunto de vida o muerte en Venezuela

Aun cuando Venezuela es el único país de Suramérica que lleva más fanáticos a un estadio de béisbol que a uno de fútbol, los sucesos reiterativos de violencia en el torneo local obligan a una reflexión profunda. La Asamblea Nacional se prepara para sacar adelante una propuesta de ley que fue engavetada por el antiguo parlamento

Fotografías: Nelson Pulido
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Borges, Quino, Les Luthierss, Charly García, Maradona… Ni dándole todo el ingreso petrolero podríamos pagarle a Argentina por su legado a la cultura latinoamericana. Sin embargo, su último producto de exportación no es para sacar pecho: las barras bravas. “Y dónde están/ Y dónde están/ Los hijos de puta que nos iban a ganar” es uno de los tantos coros que tienen un origen foráneo, pero que pueden escucharse en cualquier estadio de Venezuela. Y lo de “cualquiera”, es literal.

En el mes de noviembre de 2006, luego de un incidente en Araure, el diario Líder inició una serie de trabajos sobre la necesidad de discutir, sancionar y crear un marco legal para evitar actitudes y actividades que incentiven el odio y los enfrentamientos en los estadios nacionales. En aquel episodio, algunos aficionados no digerían la derrota que sufría su Portuguesa del alma a manos del Caracas. Barristas lanzaron objetos al campo. Ever Espinoza, jugador capitalino, casi fue impactado. Tomó la botella y la tiró, sin saber –según él- que un recogepelotas estaba muy cerca. Una versión diferente dio José Rafael Vásquez, presidente del equipo local y entonces alcalde de Araure. Para él, Espinoza había intentado agredir al jovencito. Para abreviar el cuento, el equipo visitante se encerró en el camerino y el autobús en el que viajaban fue atacado. Los daños superaron los 50 millones de bolívares.

No era un caso aislado. En 2006 había sucedido otro durante el Trujillanos-Mineros y en el clásico del fútbol venezolano, Caracas-Táchira, la policía se excedió en el uso de la fuerza. El detonante fue un gesto del directivo Oswaldo Sotillo, quien agarrándose la entrepierna se dirigió a las barras escarlatas luego de que Táchira le diera vuelta al partido para imponerse 1-2. Con apenas 10 policías, el Brígido Iriarte se convirtió en una batalla campal y los violentos locales aprovecharon para vivir su Día de Furia. Este “pique” tiene su historia más allá de la eterna rivalidad. En diciembre de 2000, en Pueblo Nuevo, fue quemado un autobús de los Rojos del Ávila.

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“En Argentina, la violencia en el fútbol es un mal de larga data. Tanta, que se ha cobrado más de 150 víctimas desde 1939 en adelante. Y todo recrudeció en los últimos cinco años. Por un lado, por las condiciones sociales: la pobreza se extendió, así como  también el consumo de drogas y alcohol, y la canchas son siempre una válvula de escape donde se expresa lo peor de nosotros”, comenta Gustavo Sergio Grabia, periodista del diario Olé, quien explicó a este redactor, en 2007, un problema tan complejo. Los fallecimientos, casi diez años después, continúan.

Detrás de la violencia en Argentina existe un negocio que no ha sido atacado a fondo. Apenas la cabeza del alfiler es identificada: las barras bravas. Se trata de grupos articulados que responden a órdenes superiores y que se visten de hinchas. “Los barras bravas trabajan para los partidos políticos, llevando gente a los actos o pegando afiches por la ciudad. Por ende, tienen bastante impunidad para cometer delitos, porque están cubiertos tanto por los directivos de los clubes como de los más importantes políticos del país. Eso complica la solución, porque lo que se necesita, sobre todo, es voluntad política”, profundiza Grabia.

Fabián Rozo, periodista deportivo que trabaja en Colombia, realizó su tesis de grado sobre la violencia en el fútbol de su país. Aquí el problema muestra otra vertiente: no solo se trata de enfrentamientos entre hinchas, también  entre fanáticos, autoridades y árbitros. “Las barras violentas en Colombia son una vulgar imitación de las argentinas. Surgieron a finales de los noventas y han ido tomando fuerza por el respaldo de directivos. Bajo la excusa de apoyar viajes, fortalecieron agrupaciones de delincuentes disfrazados de hinchas, a quienes lo que menos les interesa es el porvernir deportivo de los clubes, sino su enriquecimiento personal y deseo de poder”, dice Rozo.

Jorge Barraza, columnista que escribe para Latinoamérica y Europa y que ha trabajado en la Conmebol, ha vivido el tema en primera persona: “Se juntan factores explosivos. Por un lado la volcánica pasión por el fútbol, en Argentina, con todos los desbordes que ello supone; por el otro, un estado anárquico y permisivo, que ha imperado en las últimas décadas en el país. Esa tierra de nadie ha sido un caldo de cultivo muy fértil para los violentos”.

Aprender por imitación

Ya en 2006, Rafael Di Zeo, principal barrabrava de Boca Juniors y objetivo principal de la justicia argentina, había declarado a un canal de televisión de Buenos Aires que asesoraba a fanáticos ultras de otros países. “Les enseñan cómo recaudar fondos producto de la extorsión a los dirigentes y a las plantillas; cómo obtener ganancias de la reventa de entradas y la forma de cobrar peaje a los vendedores informales en la cercanía de los estadios”, explicaba el informe.

Luego de establecerse los nexos entre hinchas de diferentes países, el contacto sigue vía correo electrónico. “Una vez hecho el intercambio en presencia, el asesoramiento continúa vía Internet. Mandan canciones en formato mp3, con la música que se escucha aquí (Argentina), pero con letras para cada realidad”, explicaba el informante.

En casi todos los estadios de Venezuela se escuchan variaciones de las canciones originales que provienen de Argentina. En un dominio que ya no existe: “ladillaos.tk”, al que se llegaba  desde una versión vieja de la página caracasfutbolclub.com, se podía leer textualmente: “Ladillados es una idea únicamente para apoyar al Caracas FC., inspirado en el fútbol y en lo visto en el extranjero como barras del exterior usan una palabra y lo reflejan en un trapo en símbolo de su equipo de manera incondicional. Budge en Argentina con el Boca, Legión 1908 en México con Chivas pero en Venezuela es LADILLADOS con el Caracas”.

Que una agrupación utilice estrofas, ritmos o pancartas para apoyar, imitando a sus pares de otros países, no significa que se trate de una organización violenta o creada para delinquir. Lo que sí queda demostrado es la influencia del balompié sureño en el discurso e identidad del seguidor venezolano. No es casual que frases como “se viene” —en lugar de “a continuación” o “por comenzar” —, “Ponerle huevos” —se refiere al máximo esfuerzo—, o “la banda” —por afición o barra— formen parte del lenguaje del aficionado e incluso de los mismos comunicadores sociales del país. Incluso en casi todas las estrofas se habla de “Awante” (Aguante), término que no existe en Venezuela, pero que en Argentina se usa como sinónimo de apoyo.

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“Todos los equipos tienen cierta influencia de barras de afuera y sí reciben asesoría, aunque ahora es más difícil viajar para los venezolanos. Pero se sabe que una agrupación de fanáticos del Caracas tiene buenas migas, por así decirlo, con las barras del América de Cali y Banfield (Argentina), mientras que Táchira es más cercano al Atlético Nacional de Medellín (Colombia)”, confiesa un fotógrafo que conoce, por sus 15 años de experiencia en la fuente, la radiografía del fútbol venezolano.

“No somos culpables de todo lo que dicen, pero tampoco inocentes. A nosotros también nos atacan. Hay barras más peligrosas que otras, unos más violentos que otros. Al final, lo que en verdad nos importa es apoyar al equipo. Como decimos, esto es una manera de vivir”, dice Jesús, quien asegura formar parte de “Los demonios Rojos”, aunque declara a cambio de no dar su nombre verdadero.

Y razón tiene Jesús. No se debe generalizar. El robo de un trapo o una camiseta puede ser el principio de una afrenta que no tiene fin, pero que parte de la borrachera de uno o de apenas diez individuos. En febrero de 2007, seguidores del equipo rojo se enfrentaron con una pequeña agrupación que asistió al Brígido Iriarte para apoyar al Maracaibo. El partido culminó 1-1. Cinco minutos antes del pitazo final, se armó la tángana. “A mi juicio, la agresión fue planeada, pues 15 minutos antes vi como tres personas, que utilizaban la camiseta del Caracas, conversaban con otras que vestían franelas negras. Se decían entre sí ‘vamos a darle’. Al final, fueron a buscar a los hinchas visitantes y comenzó la trifulca”, contó en ese momento Octavio Sasso, quien cubría la fuente para el diario Líder .

Sobre la hinchada capitalina recaen la mayoría de acusaciones, no obstante en el interior del país también se repiten estos episodios. Por ejemplo: un hincha, vestido con la camiseta del Aragua, entra con un cuchillo al Giusepppe Antonelli . En el Pachencho Romero, en 2013, un jugador salió lesionado. Era el tercer suceso en apenas cinco fechas del Apertura.

En 2014 ocurrió el primer deceso vinculado al fútbol, aunque fuera del estadio. Fue un disparo de un funcionario, que perdió el control en un momento crítico.  Al menos siete episodios de violencia se vivieron ese año en los diferentes recintos deportivos. En 2015, frente a las cámaras, un fanático agredió al jugador Aquiles Ocanto y salió de las instalaciones sin problemas. Gracias a las imágenes fue identificado.

“Yo viajaba mucho con un grupo de hinchas del Aragua. Alquilábamos un autobús y siempre llevábamos lo mismo: marihuana, algunas pastillas, ron o anís… El licor se debe consumir en la vía porque cuando vas en camino, ‘los verdes’ —Guardia Nacional— te registran y te quitan todo. Antes solo se llevaban lo que tenías, ahora te extorsionan. Conozco a dos chamas que las detuvieron y llamaron a los padres para que pagaran rescate porque les encontraron unas vainas ahí”, cuenta Johana, una chica que sigue desde los 15 años el fútbol nacional.

“Una madura y lo ve de otra forma después, cuando comienzas un trabajo. Sigues queriendo al equipo a distancia. Es obvio que si pasas por un viaje de cinco, siete o 12 horas, bebiendo y fumando, cuando estás en el partido, no estás completamente clara. Al primer problema, es probable que reacciones de la peor manera. Antes, muchas mujeres íbamos porque son a las que menos registran y eso le funciona a los hombres. Para nosotras era fácil meter alcohol en las botellitas de agua, marihuana en la cartera, pantaleta y así… Hoy no sé si es igual, pero pareciera. También hay grupos de grupos, están los violentos y los que, por ejemplo, recaudan juguetes para los chamos en diciembre”, concluye la fanática.

El profesor Andrés Recasens Salvo, antropólogo social de la Universidad de Chile, realizó un estudio denominado “Diagnóstico antropológico de las barras bravas y de la violencia ligada al fútbol”. En él, distingue entre espectadores, hinchas y barristas: “Los espectadores van al estadio para disfrutar de un partido que, de antemano, promete ser un buen espectáculo deportivo. Los hinchas se declaran partidarios de uno de los equipos y tienen distintos grados de compromisos con el club. Pero el barrista presenta particularismos culturales, que lo hacen distinto a las otras dos categorías, pudiendo construir un grupo cultural claramente identificable”.

El catedrático interpreta que el integrante típico de las barras bravas es un varón entre 14 y 25 años, aproximadamente, que encuentra en la organización de hinchas un espacio donde afirmar su identidad. “Para que la barra brava pueda afirmar su diferencia, es necesario que sea indivisa, que se haga monolítica, de tal manera que los miembros de las barra pueda enfrentar eficazmente el mundo de los ‘enemigos’. Es el estadio el espacio conquistado por algunos de los jóvenes que se sienten marginados, en una búsqueda por constituirse en pueblo aparte, ya que estiman que no se les deja estar dentro de la sociedad en plenitud”, sentencia Recasens Salvo.

Las soluciones que no se aplican

En diciembre de 2011, el diario Líder en Deportes realizó el foro “Violencia en las gradas”. El viceministro de Actividad Física y Recreación José Alejandro Terán, el diputado Miguel Pizarro, el entonces vicepresidente de la FVF Laureano González, un representante de las barras del Caracas, Diego Troya, el psicólogo Manuel Llorens y un experto en seguridad, Howard Chirinos, entre otros, se citaron en la antigua sede de la Cadena Capriles para reflexionar sobre los sucesos que se repetían en cada jornada.

“Recuerdo que de allí salió aquella portada en Líder en la que se hacía un llamado para que se acabara el alcohol en las gradas. Eso surtió un efecto, pero es obvio que el detonante de la violencia no es solo la gente que se emborracha. Hay muchísimos factores que juegan en contra y el alcohol es solo uno. Por lo tanto, eliminarlo no es la solución”, explica Leo Felipe Campos, periodista que coordinó el foro. “Si no existe voluntad política real, y eso incluye no solo a los equipos y sus directivos, para evitar que la violencia aparezca en todas las temporadas cortas del fútbol venezolano, eso no va a cambiar. Y eso pasa por un nivel de organización e inversión que no sé si en la actualidad eso sea posible”, ratifica quien fuera coordinador de la sección de fútbol del mencionado diario.

Cinco años después, Campos, ahora radicado en Colombia, analiza así este flagelo. “La violencia, y no digo nada nuevo en esto, es reflejo de lo que sucede en el país. No son cosas aisladas. Mientras exista un estado en cuya cotidianidad se mantenga, eso se reflejará en los estadios. Porque si pensamos que en Venezuela ocurren un promedio de 25 mil homicidios al año, y estamos hablando del crimen más abominable de todos, en una población de casi 30 millones de habitantes, concluimos que los asesinos no son la mayoría. Algo igual sucede en los estadios. En recintos de capacidad para 30 mil espectadores, puede que el grupo de violentos se reduzca a 30. Lo que se debe hacer es concentrar el trabajo sobre ese grupito y todo lo que le rodea”.

El pasado 24 de abril, antes de definirse el octagonal, que clasifica a ocho equipos para definir al campeón del torneo Apertura, de nuevo se produjeron hechos de violencia en el estadio Pueblo Nuevo de San Cristóbal. Táchira era local y el partido se suspendió por varios minutos, mientras se observaba a fanáticos del Caracas romper algunas sillas del recinto deportivo. Los capitanes de ambos equipos, Jorge Rojas y Miguel Mea Vitali se acercaron, abrazados, para solicitarle a las barras que dejaran de enfrentarse para finalizar el encuentro.

“Se toma la decisión, luego de consultarlo con los federativos y los árbitros. Veíamos que teníamos que hacer como un llamado de atención. Demostrarle no solo a los fanáticos que estaban en el estadio sino a todo el país que los máximos rivales del fútbol venezolano dieron un ejemplo, al salir los capitanes y hablar con ambas fanaticadas, más allá del riesgo que eso tenía. Eso era lo justo y necesario porque lo más importante era que se terminase el juego. Si dejábamos de jugar, dabas la imagen que con violencia puedes detener cualquier partido, en cualquier recinto”, relata Mea Vitali.

¿Cómo llegaron al acuerdo? El jugador lo recuerda. “Estamos en el camerino y el Zurdo Rojas me dice: ‘¿Qué vamos a hacer, vamos a jugar? Yo le respondo que hay que ver las condiciones. Porque hubo invasión al terreno. Vi personas heridas, en el campo. Por ejemplo a una fanática del Táchira se la llevaron cargada. Vi también que seguidores del Táchira bajaban y entraban por las puertas que dan a la cancha como si nada; otros tomaban piedras y se las tiraban a los fanáticos del Caracas, entonces las condiciones no estaban dadas. Cuando se bajaron los ánimos y la policía colocó todo como debía ser, con las separaciones como debían ser desde un principio, sí salimos a jugar”.

El jugador del Caracas cree que el fallo fue organizativo. “No estuvo a la altura del compromiso el sistema que implementaron. Había 15 o 20 metros de diferencia entre las dos fanaticadas y eso no puede pasar. No se puede subestimar. El año pasado se jugaron dos clásicos consecutivos en la capital. Y se hicieron las cosas bien, no hubo heridos. El sistema de seguridad estuvo a la altura. Me parece que estos son hechos aislados. ¿Por qué en otros países sí se pueden jugar partidos de este tipo y nosotros no? Debe haber una inversión importante. Los gerentes de equipos tienen que tomar en cuenta el espectáculo y no es necesario en todos los estadios, no todos los partidos del torneo son de alto riesgo”.

De hecho la Federación Venezolana de Fútbol, en un comunicado, coincidió con esa versión al asegurar que el aurinegro no cumplió “como equipo local la garantía de seguridad que impone no solo la obligación de impedir el acceso de objetos contundentes, sino la implementación de medidas de seguridad extraordinarias (debida separación de los espectadores de ambos equipos y zona de contención amplia entre ellos, entre otras) para evitar todo tipo de enfrentamientos (altercados, tumultos y riñas); conductas impropias que además de colocar en riesgo a los jugadores, técnicos, árbitros, comunicadores sociales y espectadores en general, van en detrimento del espectáculo; y constituyen incumplimientos graves a la obligación de resguardar y preservar su integridad física, antes, durante y después del encuentro».

Mea Vitali, de 35 años, que ha defendido otros colores en el torneo nacional —UAM; Aragua, Lara— y con experiencia en España, Italia, Grecia y Suiza, cree que por estos hechos se está alejando a la familia del estadio. “Es un bochorno. Los padres, con sus hijos, con sus camisetas, no pueden ir tranquilos a ver un partido de fútbol. Tenemos esa mala costumbre de copiar lo malo y ahora lo hacemos imitando a las barras de Argentina. Algunos fanáticos dicen: ‘quiero ser como ellos’ y es un error. Debemos imitar el primer nivel, como en Europa, donde los hinchas conviven, en su mayoría. Debemos aceptar que tenemos un problema social, donde uno le dice a otro ‘yo soy más arrecho que tú’. No podemos compartir al lado del otro. Y eso que somos la última liga del continente, es una triste realidad”, explica.

El volante confiesa que la propia barra del Caracas se le ha acercado cuando los resultados no han sido positivos. “En par de oportunidades nos han impedido la salida. Hemos conversado. Ellos se han expresado y se han desahogado, por decirlo así. Gracias a Dios a mi familia y a la familia de mis compañeros no les ha pasado nada. El fanático va a apretar porque le duelen los resultados como a nosotros y eso me parece normal. Hay que respetar eso, mientras no se excedan. Uno tiene que ser responsable adentro y fuera del campo. Eso es lo más importante y debemos entender que el éxito deportivo también depende del apoyo de los fanáticos”, aconseja.

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Caracas y Táchira enfrentarán sanciones económicas y partidos sin público y sin sus seguidores, cuando jueguen de visitantes. ¿Son medidas acertadas? “No, no estoy de acuerdo con ninguna”, responde Mea Vitali y añade: “Más allá de lo que haya sucedido en el Caracas-Táchira, se trató de un operativo que no funcionó. Por el crecimiento del espectáculo es clave que ambas fanaticadas estén presentes. Directivos y federativos deben viajar, ver cómo se hace en otros países para que no existan episodios de violencia”. ¿Y restarle puntos a los equipos? “Es la mejor opción. Porque actualmente hay sanciones económicas que cancelan los directivos y no los fanáticos. Posiblemente le duela a los seguidores y se sientan responsables de sus actos si les restan puntos a sus equipos”, concluye.

La ley que se politizó

En 2014, La Asamblea Nacional (AN) instaló la Comisión Conjunta de trabajo para erradicar la violencia en los estadios de fútbol, a través de la Comisión Permanente de Política Interior y Desarrollo Social. Representantes de los equipos, de la FVF, Ministerio de Poder Popular para la Juventud y el Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Interiores y Justicia fueron adscritos al movimiento que buscaba atacar el problema desde sus raíces.

“Para evitar que hechos como los ocurridos en Portuguesa, donde un aficionado del Deportivo Lara murió en un estadio de fútbol, debemos trabajar en soluciones concretas. En esta primera reunión se discutió desde una visión integral, que va desde la creación de una ley especial o de la reforma de la existente, hasta decisiones administrativas y logísticas de las autoridades ministeriales y deportivas. En cuanto a la creación de una ley para estos casos específicos, se habló de tipificar delitos propios que pueden ocurrir en los estadios de fútbol, como la invasión de juego y el lanzamiento de objetos contundentes a jugadores o árbitros”, dijo en su momento Pizarro.

En una entrevista al diputado para este trabajo se preguntó:

¿Qué ha pasado dos años después?

—El primer documento vino con una carga muy subjetiva, llena de adjetivos. Decía, por ejemplo, que la violencia en el fútbol era producto de la alienación de la cultura de consumo del imperio. La falta de voluntad política de quienes manejaban el antiguo parlamento, que eran mayoría, derivó en una inacción que mató esa iniciativa. Con la llegada de un nuevo parlamento, me tocó asumir la presidencia de Desarrollo Social. Desempolvamos el tema e iniciamos una cadena de consultas, tomando elementos del proceso anterior.

¿El estado actual cuál es?

—Tenemos una nueva exposición de motivos redactada y consenso de la mayoría parlamentaria en la AN para levantarle la sanción a la ley anterior a esa primera discusión.

¿Por qué se repiten tantos hechos de violencia en el fútbol nacional?

—Sobre lo último que pasó en el Táchira-Caracas, yo escribía en Twitter que un dispositivo de seguridad diseñado así, trae resultados así. Cuando no repites ejemplos exitosos, como colocar con separación suficiente a los fanáticos, terminas dando resultados que eran previsibles. Pero no es solo eso, peor fue lo que le pasó a Joel Cáceres, en Portuguesa, por ejemplo Si él no corriera como corre, no lo estaría contando. Recordemos que en Portuguesa se registró el primer deceso en el contexto de un partido.

¿Tienen una fecha exacta para que deje de ser un proyecto y sea una ley?

—  Mi compromiso, el mismo día que instalé la comisión, es tener esa ley aprobada en primera y segunda discusión, artículo por artículo, para tener un informe completo que permita que esta ley se convierta en una realidad este año.

¿De qué tipo de ley estamos hablando exactamente? ¿Cuál es es su alcance?

—No es castigar los cánticos, el tambor o los papelillos. Sancionaremos al que le tire una botella al otro por tener camisetas distintas. La idea es que no se tengan que matar en la taquilla porque coincidieron ambas fanaticadas.

¿Cómo acabar con los violentos si en las cárceles hay sobrepoblación de presos y la violencia en el deporte no es vista con la misma severidad que un asesinato en la calle?

—Cuando son delitos penales, proponemos que la ley contemple agravantes. Si le partes una botella en la cabeza a alguien, que es considerado como una lesión leve en un código penal, cuando sea en el marco de una actividad deportiva, tendrá agravantes y doble castigo. Para la invasión al terreno, daño a la propiedad pública, xenofobia y racismo, planteamos sanciones que van desde lo tributario hasta la prohibición de la entrada al recinto deportivo —que puede ser de por vida. Buscamos una ley que desarrolle los códigos propios de la actividad deportiva, porque por ejemplo, el Código Civil no contempla la invasión al terreno como delito.

Cuando hablamos de sanciones tributarias, ¿es cobrarle todo al fanático por su delito?

—Sí y que no sean unos piches cinco mil bolos, porque el barra que mete alcohol, drogas, que revende entradas, no le temblará el pulso para caerle a golpes a la gente ya que puede pagar eso. También sancionaremos a los equipos, porque tiene que haber responsabilidad de quienes permiten el ingreso de violentos. Los que dirigen los equipos, la FVF, los gerentes saben quienes son los que empañan el espectáculo. Es hora que sean parte de la solución.

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No basta con una ley

Se necesitaron tres desastres y muchas muertes para que en Inglaterra comprendieran que su fútbol debía cambiar. El primero fue el incendio de una tribuna de madera, en el estadio Bradford City, el 11 de mayo de 1985. Fallecieron 85 personas. El segundo ocurrió 18 días después, cuando murieron 39 personas en la conocida “Tragedia de Heysel”, durante un encuentro entre Liverpool y Juventus. El tercero sucedió en 1989: 96 seguidores del Liverpool murieron aplastados contra los alambrados, en el estadio Sheffield Wednesday.

En consecuencia, se tomaron las siguientes decisiones

Prohibición de ventas alcohólicas.

– Los clubes debían modernizar los estadios y derribar los alambrados.

– Se reglamentó la identificación y registro de los hinchas violentos y se les prohibió ingresar a los estadios.

– En 1989, con la introducción de la Ley de los Espectadores de Fútbol, se creó un organismo que otorga licencias habilitantes con poder para cerrar los estadios que no se ajusten a las reglas, extendiendo las restricciones a los hinchas violentos.

– De la Ley anterior, se creó una sección especial para el fútbol en el National Criminal Intelligence. Este departamento policial logró registrar inmediatamente a más de 6 mil hooligans, que no podían ingresar en toda Europa a los estadios.

– Se implementó la tecnología, cámaras digitales de circuito cerrado, que permitían la identificación instantánea de cualquier sospechoso o acto violento.

– Se obligó a los fanáticos a ver los encuentros sentados.

La pregunta se cae de madura: con un país en crisis y con un fútbol deficitario, de pobres resultados competitivos y bajos ingresos económicos, ¿cómo y sobre todo cuándo se podrán imitar estas medidas? Porque sin ellas, la Ley, como muchas en Venezuela, será pura tinta.

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