Entrevista

Oír a Rodrigo Blanco

Aquí una entrevista en la que Rodrigo Blanco Calderón, finalista del premio de relatos Ribera del Duero con su libro Los terneros, recientemente publicado por la editorial Páginas de Espuma, reflexiona acerca del quehacer del escritor y de los vericuetos del mundo editorial

FOTOGRAFÍA: SAMUEL SÁNCHEZ (EL PAÍS)
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Rodrigo Blanco (1981) es uno de los autores venezolanos de mayor proyección fuera de Venezuela. Desde 2005, cuando obtuvo el premio de Autores inéditos de Monte Ávila editores gracias a su libro Una larga fila de hombres, viene acumulando galardones y prestigio. Ganador del concurso de premios de El Nacional, segundo lugar en la mención cuento del Premio Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz (México), finalista en el premio Cosecha Eñe de España, finalista del premio de relatos Ribera del Duero de la editorial Páginas de Espuma —uno de los más prestigiosos de la actualidad—, y recientemente merecedor del Premio Rive Gauche à París du livre étranger por su primera novela The Night, publicada por Alfaguara España y ya con un buen número de traducciones.

The Night, su primera y exitosa novela, muestra una Venezuela destrozada, oscura, sumida en la locura de sus gobernantes, y es también un homenaje a Darío Lancini, poeta venezolano autor de magníficos palíndromos recogidos en su libro Oír a Darío.

Acá, justamente, una conversación reciente con Rodrigo Blanco sobre sus libros, sus premios y su proyección internacional.

Hace unos años, leí en alguna entrevista que decías que a los autores jóvenes no ha de evaluárseles desde la etiqueta de «promesa literaria», sino que debe leérseles y evaluárseles como autores a secas. Han pasado los años, ¿te siguen llamado nueva promesa? ¿Sientes, por ejemplo, que en Venezuela es largo el período de la categoría «promesa»? Yo, por ejemplo, llevo ya más de diez años publicando, y he visto que sigo siendo, no en pocas ocasiones, nuevo autor.

—La etiqueta de «promesa» casi siempre viene precedida por el adjetivo «joven» y sucedida por el complemento «de la literatura». Lo que produce esa extraña frase que es: «joven promesa de la literatura». Y sí, parece tener una holgura con respecto a la edad biológica. Lo ves en convocatorias como Bogotá 39. O en los concursos para jóvenes escritores, cuyo límite de edad para poder participar son los 30 o 35 años. Con lo que se podría pensar que es un recurso que se usa no solo en Venezuela sino un poco en todas partes. Lo extraño es, como bien dices, que varios años y libros después de vez en cuando reaparezca el mote de «joven promesa» o «promesa literaria» para referirse a un escritor. Creo que es síntoma de pereza dentro de cierto periodismo cultural.

¿Cómo ves tu proyección internacional en este momento?

—La publicación de The Night en Alfaguara, desde la casa matriz en España, me ha permitido que la novela sea leída allí, primero, y luego en otros países de América Latina donde se ha publicado y distribuido, como Colombia, Chile, Argentina o México. Luego está el asunto de las traducciones. Se ha traducido al francés, al holandés y al checo. Lo que a su vez me ha permitido viajar y entrar en contacto con editores, lectores, escritores, traductores y periodistas de esos países. Otras traducciones puede que vengan en el transcurso de este año. Es un proceso lento, pues tener un libro traducido no garantiza eso que podríamos llamar «proyección internacional». Tener un libro traducido es apenas un primer momento. Es como una fe de vida en un ambiente nuevo que certifica que tal libro y tal autor existen. Y eso ya es bastante. Luego viene lo complicado, que es que la obra y el autor vayan generando sus lectores. Y esto es un proceso que si tienes mucha suerte puede necesitar solo un libro para que suceda. Pero lo más probable es que necesites publicar más libros (si es en varios idiomas, mejor) para que ese dato bibliográfico cobre vida y se transforme en una referencia real, en una presencia.

¿Qué importancia tiene la difusión internacional de un autor?

Mucha. Primero, para el propio escritor el proceso de edición es una ganancia. El trabajo con editores como los de Alfaguara o los de Páginas de Espuma, por ejemplo, ha sido un gran aprendizaje para mí. Implica el reto de construir un lenguaje propio, marcado por los elementos del país en que uno nace, que a su vez logre conectar con unos lectores que no están familizarizados con las referencias históricas, cotidianas y linguisticas de uno. Proceso que se repite con las traducciones. Yo he tenido suerte porque, hasta ahora, me han tocado unos traductores de lujo. Lectores brillantes, con una gran sensibilidad y que me han enseñado matices y complejidades sobre mi propio idioma, que gracias a ellos se vuelve exótico y extraño.

RBC

¿Cuál crees que ha sido una de los principales problemas de la literatura venezolana?

—Uno de los problemas que he visto es que en la literatura venezolana ha habido una especie de culto al anonimato y al fracaso. Un culto que es muy atractivo como tema, yo mismo lo he incorporado en varios de mis textos, pero que es devastador para la existencia material de la literatura fuera del espacio inmediato de la comunidad local. Nos gustan esos autores que nadie más sino nosotros —y en grupo reducido— conocemos. Esos autores que murieron en una habitación oscura, con sus papeles amarillos, que jamás condescendieron a entregar a la imprenta. Conozco a narradores venezolanos contemporáneos de verdad muy buenos —a veces mejores que muchos de otros países, de esos que uno ve a cada rato en la prensa y en las vitrinas de las librerías—, pero que pareciera que estuvieran esperando a que alguien los descubriera. Hacen sus pececitos de oro, como Aureliano Buendía, pero no los vuelven a fundir. Los guardan con cuidado porque en el fondo sueñan que un día va a venir el mítico Jorge Herralde a tocarles la puerta y decirles: «te he estado buscando». Es el sindrome del doctor Livingstone. Hay más arrogancia en esa actitud que en la del escritor que escribe y quiere que sus libros sean publicados y leídos y sale a ganarse un espacio. Son casos puntuales, por supuesto, pero creo que eso ha tenido alguna incidencia. Si durante tantos años, y aún hoy, cultivamos el anonimato, ¿cómo no íbamos a ser invisibles?

Hace poco escribiste en un tu blog, un texto fuerte que plantea que los venezolanos, sobre todo, los autores, debemos dejar de considerarnos unos marginados de la literatura latinoamericana. ¿Cómo ves la proyección de la literatura venezolana en este momento?

—Creo que es buena y que estamos en un momento positivo para nuestra literatura. Los argumentos los desarrollo en ese artículo que señalas. Le agregué una «Adenda» donde hice una lista de los premios y reconocimientos que la narrativa venezolana ha recibido en el ámbito internacional sólo en estos años del siglo XXI. La «Adenda» la voy a ir engrosando con más datos, como obras venezolanas publicadas fuera de Venezuela, traducciones, coloquios, simposios y números especializados dedicados a la literatura venezolana. Esos datos deberían bastar que rebatir la versión de que nuestra literatura es invisible afuera de Venezuela. A veces pienso que lo que esos escritores en verdad lamentan —pues son escritores los que persisten en la queja— es la falta de «popularidad» de nuestra literatura. Y eso ya sería otra discusión, para nada literaria.

¿No piensas, sin embargo, que autores mexicanos, argentinos y colombianos llevan una delantera desde hace un tiempo? Si es así, ¿a qué crees que se debe?

México, Argentina y Colombia son países cuyas condiciones particulares los llevaron a tener un mercado editorial distinto al que hubo en Venezuela, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX. El mercado editorial literario en Venezuela es inconcebible sin la presencia de una editorial como Monte Ávila Editores, que se inaugura en abril de 1968, y de la Biblioteca Ayacucho. Ambas editoriales surgidas de las entrañas del estado venezolano. Del estado petrolero venezolano, habría que añadir. El trabajo de estas dos editoriales es una referencia internacional, por el cuidado de sus ediciones, por lo selecto de su catálogo, por la calidad de sus traducciones. No hay un autor venezolano importante que en el periodo democrático no hubiese publicado en Monte Ávila. Durante muchos años, en Venezuela lo editorial nunca se concibió de verdad como negocio. No había necesidad de que los libros tuvieran que ser éxitos comerciales, o de que al menos vendieran lo suficiente para que se recuperara la inversión. Esto no es algo de lo que haya que avergonzarse o arrepentirse. Es nuestra historia y así hay que aceptarla. Forma parte de esa despreocupación casi aristocrática que nos dio el petróleo durante mucho tiempo. La contraparte de esta existencia apacible es que quizás hemos empezado tarde, con respecto a esos países que mencionas, el trabajo de construir un mercado editorial privado, o no subvencionado por el Estado, lo cual implica un cambio de paradigma.

Pero los efectos positivos ya son palpables. Los escritores y los lectores venezolanos se han encontrado al fin. Y ese sí es un dato nuevo de los últimos años. Novelistas, cronistas, poetas, narradores, historiadores, han encontrado un grupo bastante nutrido de lectores. Y ese es, me parece, el primer paso. Hemos sido capaces de crear un público lectorpropio.

El proceso actual de la emigración de los venezolanos es algo inédito en nuestra historia. Llevo un tiempo estudiando el tema con detenimiento, y el fenómeno de la diáspora venezolana es algo que jamás había ocurrido, en estos términos, en doscientos años de historia republicana. Es una experiencia terrible para todo el país, pero no deja de brindar sus frutos. Dentro de esa diáspora, están los escritores, quienes se verán obligados, si de verdad tienen vocación, a buscar un lugar allí afuera, donde nadie los conoce. También hay no pocos investigadores y profesores que se están convirtiendo en embajadores de nuestra literatura en las universidades en el extranjero. Y, como lo digo en mi artículo, las pruebas de que el panorama internacional de la literatura venezolana ha mejorado mucho están allí. Quienes lo niegan son los propios escritores, algunos de ellos, que se buscan argumentos peregrinos para negarlo. Lo cual tampoco es una novedad: la autonegación es una de las grandes tradiciones venezolanas.

Sobre los premios siempre se escuchan cantidad de descargas. Entre ellas, he leído a autores decir que los premios no tienen la más mínima importancia, que son afeites, negocios, etcétera. ¿Cuál crees que es el verdadero rol de los premios? Y digo tanto los premios nacionales como internacionales. ¿Es un proceso progresivo que los afianza y les da visibilidad?

—Quienes reniegan de los premios es porque ya han ganado varios y no los necesitan más. O porque tienen mucho dinero, a veces ganado con honradez por el éxito de sus libros, y nunca los han necesitado. O, en el otro extremo, porque han intentado ganar tal o cual premio y no lo han conseguido. Ganar un premio no debe ser la motivación de la escritura, pero el no ganarlos tampoco es una justificación del oficio. Ni una garantía de lucidez ni de calidad literaria. Los premios suelen dar dinero y visibilidad, y estos son elementos que pueden ayudar a crear mejores condiciones para escribir. Tener menos desahogos económicos y saber que gracias a algún premio hay uno o dos editores que no te trancarán la puerta en la cara cuando termines tu libro es una ventaja que sería tonto negar.

Firmaste con Páginas de espuma para tu libro de cuentos Los terneros, que fue finalista en la pasada edición del prestigioso premio Ribera del Duero. Cuéntame sobre Los terneros, ¿qué nos traes allí?

—Los terneros es mi regreso al género del cuento después de siete años. Es un conjunto de siete historias que, sin darme cuenta, se fueron configurando alrededor de la noción de sacrificio, que parece hoy tan desprestigiada. Es un mosaico que reúne temas que me son caros, como la violencia y la literatura, en espacios familiares para mí, como Caracas, pero también en otras ciudades a las que por suerte he ido a parar, por poco o por mucho tiempo, como el DF mexicano o París.

¿Viene otra novela? ¿Qué viene?

—Hay una novela en la que llevo años trabajando. Es una novela que empecé a perfilar incluso antes de The Night. Y yo The Night la terminé en 2013, aunque no salió hasta el 2016. Es un proyecto largo, tanto en su propia extensión, como en el tiempo que ha ido exigiendo. No tengo idea de cuándo la termine. Mientras, voy trabajando en un par de libros de ensayos.

Para finalizar, ¿hacia dónde va Venezuela? ¿Qué esperas que ocurra en los próximos tiempos?

—No tengo la menor idea de hacia dónde va Venezuela. Pero como mi familia vive en Venezuela, estoy obligado a ser optimista con respecto a su futuro y mantener la esperanza de poder regresar.

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