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anuelita, una niña de la revolución, una obra del colectivo teatral Comunicalle (lema: La Revolución en Escena), se presentó el martes 21 de abril poco después de la 1:00 pm en la Plaza de los Museos, ante preescolares uniformados con camisitas rojas de dos colegios del Oeste de Caracas. “¿Quiénes de ustedes han nacido en revolución?”, preguntó, mientras se vestían los actores, un animador con franela firmada por Chávez, que explicó que el montaje se inspiraba en un programa de Radio Nacional de Venezuela.
Antes de la pieza, se repartieron ejemplares del libro infantil Hugo Chávez: una biografía que es como un cuento, de Armando Carías. En la ilustración de sus dos últimas páginas, el fallecido presidente es recibido en algún tipo de limbo ultraterrenal (quizás el mismo donde Dumbledore esperaba a Harry) por una comitiva integrada por Simón Bolívar, Francisco de Miranda, el Ché Guevara, Alí Primera, el “Catire” Acosta Carlez y Aquiles Nazoa. ¿Aquiles, chico, qué haces tú ahí?
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Manuelita, una niña de la revolución, “un espectáculo para niñas y niños revolucionarios”, se indica,está estructurada como un musical. Manuelita, que tiene dos representaciones (un títere y una adulta con un disfraz que me hizo evocar a Lina Ron, que en paz descanse), es una niña que nació el mismo día de la Constitución de 1999, por lo que ya no es tan niña. Los jóvenes actores, algunos con brazaletes tricolores, descienden de la tarima con espejitos de mano que colocan ante los pequeños espectadores: Manuelita debe servirles de ejemplo.
El papá de Manuelita, un títere con uniforme de miliciano, explica que el nombre de la niña lo escogió la abuela. A continuación, se representa la historia de cómo Manuela Sáenz enamoró a Simón Bolívar al lanzar un ramillete de flores desde un balcón. Una de las actrices saca un fusil. En escena, se lee un artículo publicado ese mismo día en el diario Ciudad CCS sobre el Libertador. “¿Quién conoce a un rico que haya dado todo su dinero por los demás? Bolívar era demasiado pana”, resalta Manuelita. En el siguiente número musical, se explica que la Constitución es un libro azul que funciona como las reglas de un juego de beisbol (díganselo a Antonio Ledezma, que no se salva ni con replay). Posteriormente, Manuelita saca un gran Libro Rojo (un diccionario, ojo), y con el cover de Limp Bizkit de Misión Imposible de fondo (está en una misión secreta), indaga sobre el significado de las palabras Bicentenario e Independencia.
Las obras infantiles suelen tener un villano. En el punto culminante de la obra, un títere que representa a la emisora RNV explica que a veces los medios de comunicación no cumplen su función de contar las cosas que pasan. “Nuestros medios tienen un dueño, y nuestros dueños tienen un dueño mayor”.
Se llama el Tragalotodo del Norte. Es el villano de la obra, representado por tres monstruos verdes deformes que llevan un sus manos un zapato Nike, una orejas del Ratón Miguelito y una hamburguesa de McDonald’s. “Los jefecitos obedecen. Los medios obedecen al Gran Tragalotodo”, se advierte. En algún momento, da la impresión de que el Tragalotodo del Norte ha logrado reducir a Manuelita bajo algún tipo de trance hipnótico: “¡Necesitas muchas cosas! Si no las compras, no eres nadie. ¡Compra la comida que te ofrece el Gran Tragalotodo del Norte!”.
Venezuela, por cierto, queda también en el hemisferio Norte. En la rayita, pero queda. Podríamos disertar acerca de los presuntos beneficios sociales de la redistribución de la renta petrolera, pero también de una administración de gobierno que no aprovechó los mayores precios de la historia del barril de crudo para colocar a su amada población en una posición menos desventajosa de cara hacia un futuro incierto. También del fracaso de la campaña Agarra Dato, Come Sano, palpable en cualquiera de los anaqueles monocolores de los abastos estatales. El Tragalotodo. Ajá.
Poco antes de que empezara la obra de teatro, curiosamente escuchaba en la radio a Mariclen Stelling, socióloga notoriamente chavista, que criticaba al gobierno por su locus de control externo, es decir, su tendencia a culpar siempre a terceros en vez de rectificar sus propias fallas. Una maestra retiró a sus preescolares a mitad de acto, no sé si por la obra o porque a alguien se le ocurrió poner un toldo de plástico transparente para resguardar la tarima del sol.
Manuelita ha roto las cadenas de la hipnosis, y ante el público nacido en revolución, siente la urgencia de justificar su existencia como personaje teatral: “Nos dicen: ¿cómo van a hablarle de política a los niños? ¿Pero es que acaso tenemos que esperar a crecer para hablar de palabras como libertad, igualdad o justicia? ¡Yo soy una niña política!”, exclama, con Alí Primera de fondo.
Se repite la coreografía inicial (Manuelita, Manuelita, es de la revolución), que esta vez termina con los jóvenes actores, tan norcoreanos los muchachos, formando un mosaico de ojitos. ¿Son de Bolívar? ¿Son de Chávez? Me pregunto porqué los sistemas que proclaman que todos somos iguales exaltan siempre a personajes que nos hacen sentir tan poquita cosa. Fin.