Cultura

¿Y si a Elle le gusta que la violen?

Ganadora de dos Gloden Globes y multipremiada en los festivales independientes, Elle significa el regreso del odiado-amado Paul Verhoeven a la dirección y con eso, la vuelta a viejas discusiones sobre las identidades sexuales y las parafilias.

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Diez años tardó el director holandés en invitarnos de nuevo a una sala de cine y el resultado es ambiguo, como ha sido su marca de distinción. A Verhoeven se le ve mejor con los años y hoy Robocop (1987), Total Recall (1990), Basic Instinct (1992) y StarShip Troopers (1997) gozan de la ansiada etiqueta películas de culto. Incluso obras regularsonas o malitas como Hollow Man (2000) o Showgirls (1995) han subido su porcentaje de aceptación en IMDb. La pregunta era, obviamente, si el director podría seguir la línea de su penúltimo trabajo para la gran pantalla, Zwartboek (El libro negro), un sorprendente filme de espías, ambientada en la ocupación nazi, que vapuleapa a Munich de Steven Spielberg, estrenada un año antes. La respuesta a esa interrogante dependerá de cada espectador.

Desde que dejó Hollywood en 2000, las acciones de Verhoeven se revalorizaron. Además de Zwartboek, que significaba volver a filmar en su país de origen tras 20 años de ausencia, en 2012 realizó un mediometraje para televisión llamado Steekspel (algo así como «ajustar» o en un concepto más exacto «ajustar cuentas»), una tragicomedia muy inteligente que recomiendo ver antes de enfrentarse a Elle.

Steekspel cuenta la historia de Remco (Peter Blok), un magnate que de regalo de cumpleaños recibe un balance de su vida (de allí el título). Los excesos sexuales y económicos, con las respectivas consecuencias afectivas, serán parte de un menú que dura apenas 55 minutos. Si bien Elle parte del libro de David Birke, aunque el guión lo firma Philippe Djian (Betty Blue/ L’amour est un crime perfect), ambas películas coinciden en una visión aguda sobre el aburguesamiento, el desinterés por el otro y las necesidades de experiencias fuertes (algunas traumáticas incluso) como catarsis para el aprecio de los mínimos placeres.

Desarrollo y pequeñísimos spoilers 

En Elle, como regularmente sucede en el thriller, el director se guarda varios ases bajo la manga para justificar un final que gustará o no en la medida que el espectador se enganche con el metraje. En mi caso, a mitad del filme ya estaba cansado y si no fuera por la espectacular actuación de Isabell Huppert (La pianiste/ 8 femmes/ Amour), habría abandonado la carrera. La actriz borda un poderoso papel que nos invita, en un principio, a odiarla y hacia el final de la cinta tal vez a comprenderla.

Huppert interpreta a Michele Blanc, una escritora muy exitosa en el desarrollo de historias para juegos de videos pero disfuncional en la relación con su exesposo, hijo, amigos y compañeros de trabajo. Por eso prefiere vivir con un gato. Una tarde es atacada por un misterioso encapuchado. La escena es todo un manifiesto de intenciones. Porque Verhoeven deja que el audio corra un largo rato antes de que la cámara encuadre a los protagonistas. Por los sonidos, pareciera que estamos ante una relación consentida. Incluso se intuye la llegada del orgasmo. No obstante, todo cambia cuando vemos lo que pasa.

A partir de ese inicio, la película puede dividirse en dos caminos paralelos que terminan por cruzarse en el controvertido final. Por un lado, la manera como Elle enfrenta el ultraje y la investigación personal que conduce para encontrar (¿y castigar?) a su verdugo y luego como lidia con su entorno, que la reconoce como una mujer sin debilidades, capaz de dirigir con mano de hierro a sus trabajadores y amantes. De allí el título minimalista (Elle=Ella).

Lo mejor de Elle es cuando se emparenta con Steekspel. Es decir, cuando se convierte en una radiografía de una burguesía francesa hipócrita, infiel, capaz de humillar y humillarse. En este sentido, Verhoeven realiza un potente filme sobre una sociedad liberal, cuya base principal de Laissez faire, laissez passer ha decantado en un atomización del individuo.

En esa sociedad aséptica, de corrección política, se fraguan los juegos más violentos -en los que la mujer es víctima de monstruos con garras fálicas- a la vez que confunde afecto con dinero. No es de extrañar pues que Michele termine por descubrir su placer por el sexo extremo. Paradójicamente, cuando la cinta toma estos derroteros, pierde total interés. En determinado momento empezamos a recordar a los 80s y 90s, que fueron prolíficos en los thrillers con cargas eróticas: Body Double (1984, Brian de Palma), Blue Velvet (1986, David Lynch), Matador (1986, Pedro Almodóvar), Bitter Moon (1992), The Last Seduction (1994, John Dahl) y un largo etcétera que formó parte del famoso Cine Prohibido que transmitía RCTV en las noches.

A pesar de que es Verhoeven, no hay escenas completamente explícitas a lo Irreversible (2002, Gaspar Noé), ni desnudos memorables. No obstante, la contención sexual de Huppert (una demostración de que no hace falta grandes tetas ni 20 años para lucir profundamente deseable) permea toda la cinta. Conspira lamentablemente un villano (Laurent Lafitte) que cualquier fanático al cine descubre rápidamente, incidiendo en la sorpresa final. Esto no sabemos si es una pifia del director o un cachondeo, una forma de burlarse del género.

Porque Elle no es un filme de «rape and revenge» (violación y venganza). No estamos ante una revisión de El Manatial de la Doncella (Jungfrukällan en su idioma original) de Ingmar Bergman o la clave I Spit on your grave, tampoco en un estudio del comportamiento sexual a lo Last Tango in Paris (1972, Bernardo Bertolucci) o 9 Semanas y Media (1986, Adrian Lyne). Se trata de un extraño híbrido que coquetea más con la comedia negra, que funciona para dirigir dardos envenenados a los medios de comunicación, la religión (especialmente al Papa) y el sistema legal francés; una extraña combinación no completamente digerible aunque preciosa en dirección y locaciones.

¿Si Elle se hubiera hecho en Estados Unidos hubiera tenido tanto éxito? Lo dudo. Que se haya rodado en París y que sea la representante de Francia en muchos festivales le ha dado ese caché intelectual que Hollywood no posee. En conclusión, una cinta que nos recuerda a lo mejor de Verhoeven, un hombre que tiene aún mucho qué decir en la industria y del que esperamos que no tarde 10 años más en ponerse de nuevo detrás de las cámaras.

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