Cultura

Jackie, imperfección de un mito y de un proyecto muy ambicioso

El chileno Pablo Larraín se aleja de los lugares comunes del biopic para acercarse a la complejidad de Jacqueline Lee Bouvier Kennedy Onassis. Le ayuda en su misión una Natalie Portman que le saca todo el jugo a un guión que lamentablemente peca de complacencia.

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Quedará la duda de cómo habría sido el resultado de Jackie si Darren Aronofsky (Pi, The Wrestler, Black Swan) se hubiera encargado de la dirección y su esposa Rachel Weisz (The Mummy, The Constant Gardener, The Deep Blue Sea) del papel principal, como estaba planeado. Tras la ruptura matrimonial, el proyecto fue a manos de Pablo Larraín y Natalie Portman. El guión también pasó por diferentes modificaciones desde que Steven Spielberg se interesara por ella para que fuera una miniserie de HBO. ¿Cuál es el resultado?

Larraín se mueve en una dirección diferente a las típicas biopics que tratan sus historias como hagiografías costumbristas -pienso en todas las que se han hecho de Mandela por ejemplo- para regalarnos una fotografía con cierta profundidad de campo sobre los cuatro días posteriores al asesinato del presidente John. F. Kennedy, contados por la viuda Jackie.

No sorprende el eficiente trabajo del chileno. En 2015 demostró lo que puede hacer dirigiendo a buenos actores en espacios cerrados y apuntando a los primeros planos en la fantástica El Club. Y en No, fue evidente su capacidad para recrear una época y las circunstancias que rodean a un hecho histórico (el plebiscito del dictador chileno Augusto Pinochet). Pero es en Fuga, filme que significó su debut detrás de las cámaras, donde debemos poner mayor atención. Porque he allí el germen de cómo Larraín trata las expresiones de los personajes que han sufrido un trauma importante. Si en este thriller es el asesinato de una hermana, en Jackie es la de un esposo. Claro, no cualquier esposo.

Por eso, lo mejor que tiene Jackie, después de la extraordinaria interpretación de Portman, es la dirección de Larraín. No solo se esfuerza por evadir todos los clichés de los filmes biográficos que tienden a exaltar al protagonista por su bondad (Invictus), amaneramientos (Truman Capote) o redención (Ray), sino que narra la historia abriéndole espacio al drama, al suspenso y al horror. Allí también se ve la mano del productor: Aronofsky.

A pesar de ser cintas muy diferentes, Black Swan (protagonizada por la misma Portman) y Jackie coinciden en el detalle de las transformaciones, sicológicas y físicas, de las protagonistas. De hecho, el guión que firma Noah Oppenheim está desarrollado de manera tan inteligente que cierra con una imagen que resume uno de los más conocidos legados de la primera dama de la sociedad norteamericana.

Es en la toma de decisiones después del asesinato de Kennedy, cuando se hace visible ese cambio. La conflictiva relación, cuasi paternal, con Bobby Kennedy (extraordinario Peter Sarsgaard), la extraña dependencia de su asistente cuasi tutora Nancy (Greta Gerwig) y el menosprecio tras la llegada del presidente Johnson (John Carroll Lynch), son los obstáculos que Jackie debe enfrentar para salir del capullo, de una sumisión que tiene como origen no poseer un nombre propio sino una función decorativa: la esposa de.

Portman está estupenda y no sería cuestionable que ganara el Óscar. Cuesta en un principio adaptarse a su tono de voz que parece realmente falso. «Trabajé con una profesora de dialecto para conseguir el acento de Jackie que era muy particular, parte por vivir en Nueva York y parte por su elevada educación. Y escuché entrevistas suyas durante horas: las tenía grabadas en mi iPhone y me las ponía incluso mientras cocinaba o hacía deporte. Además, hay muchos videos en YouTube de cuando John Kennedy se presentó al Senado, y ella todavía no era el icono de sofisticación que todos conocemos. Su acento no cambió su presencia, pero su tono sí», explicó la actriz en una entrevista a El País.

Jackie es muy fuerte cuando Larraín se aleja del biopic y se concentra en los sentimientos puros y duros de la protagonista. Por momentos pareciera que estuviéramos asistiendo a una obra de teatro o a un filme de ensayo, debido a esos primerísimos primeros planos, uso de la música y manejo subjetivo de la cámara. Incluso hay tintes kubrickcianos (The Shining), cuando la Casa Blanca se convierte en un elemento aterrador, con su propio fantasma (Lincoln) y una soledad alienante. No obstante, pierde fuelle cuando utiliza la entrevista (una referencia al biógrafo Theodore H. White) para echar andar el andamiaje.

En conclusión, estamos ante un trabajo que resbala cuando tiene pretensiones grandilocuentes, pero que acierta cuando asume la intimidad. Otra pifia es que no cuestiona ni indaga, solo reproduce una visión. Decía Jackie, parafraseando a la obra de Broadway y comparando al Rey Arturo con su fallecido: «No permitas que se olvide que una vez hubo un lugar, por un breve y brillante momento, que fue conocido como Camelot». Lo curioso del caso es que hasta el sol de hoy, y a pesar que desde el siglo XV se habla de él, no se ha podido comprobar que ese lugar existiera.

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