Cultura

Mercedes Pardo, la mujer que habló desde el color

Mercedes Pardo habría cumplido 100 años este 2021 y su legado se celebra como ella misma definió el camino del artista, con encuentros. Por eso, a través del relato de sus seres queridos y la observación de las líneas, figuras, colores y emociones que plasmó en sus obras, recordamos la pasión que en ningún momento dejó de sentir por su oficio

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Hasta el último día de su vida, Mercedes Pardo cumplió con su ritual creativo. Lavó sus pinceles y los puso en descanso. Guardó el tirro que servía de guía y dejó secar la pintura. Cerró el taller con cuidado y chequeó que ningún detalle quedara fuera de su lugar. Era la rutina de quien siente pasión por el oficio.

Ese 24 de marzo de 2005, esperaba tomarse el religioso café de las 7:00 am para luego pararse de su poltrona de cuero, recién estrenada. Tenía la idea de mejorar esa pieza que  al ojo del espectador no quedó inconclusa. Sin embargo, un infarto fulminante impidió saber qué más podría haberle agregado.

«Ella hizo todo eso sin saber que moriría al día siguiente. Era algo que hacía todos los días. Porque para ella amar a sus pinceles, era exactamente igual que amar a sus nietos y cuidarlos», dice Elena Plaza, artista textil, amiga y pariente lejana de la pintora.

Último cuadro que pintó Mercedes Pardo sobre el atril. Fotografía: Betania Ibarra. 

Quienes ese día entraron a su templo multicolor, vieron que aquellos tonos brillantes, las vibraciones, los planos y la yuxtaposición de figuras, características que enmarcaron su obra, estaban condensadas en el «último cuadro». Es más, como una comprobación de que sí terminó la pieza, no solo estaba listo el lienzo grande, sino también el «paralelo», un boceto pequeño que hacía con cada una de las pinturas con el fin de afinar sus colores.

Han pasado 16 años y algunos meses, pero la obra continúa sobre el atril de madera que aún conserva las gotas de pintura con tonos rosados, marrones y verdes que nos grita: «Mercedes Pardo estuvo aquí».

La única diferencia es que ya no está en el taller de su hogar en San Antonio de Los Altos, sino en la urbanización Las Mercedes, en Caracas, en una esquina del segundo piso de la galería Ascaso, a la vista de aquel que busque un refugio abstracto y colorido.

El motivo de su breve mudanza es uno solo: saber qué había detrás del silencio de una artista cuyas emociones, pintadas con acrílico, absorbió la tela y el papel.

Cuando el color habla

Desde niña, Mercedes Pardo pensaba que el color era mágico. Es imposible asegurar si tuvo influencia el hecho de que creció en espacios de amplia paleta de colores.

La pintora nació en Caracas, el 29 de julio de 1921, una época en que la capital mantenía sus techos rojos frente a una montaña de verdes diversos. Además, vivió sus primeros años entre los azules de la Isla de Margarita. Dos lugares que, para alguien que vino al mundo con el don del arte, solo termina en una cosa: inspiración visual.

Mercedes Pardo de niña.

A Pardo no solo le sobró motivación propia, sino que tuvo unos padres que dieron luz verde a sus gustos. Rafael Pardo Becerra e Inés Mercedes Ponte Machado apoyaron su formación artística.

Fue lngeborg Fostberg, una profesora danesa que daba clases de pintura y dibujo a un grupo de niños, entre ellos a unos sobrinos de Tito Salas, su primera maestra en el arte plástico.

Exposición Contemplaciones y Memorias de la Galería de Arte Ascaso. Fotografía de Alejandro Cremades.

Sin embargo, no fue sino hasta que desarrolló su técnica y conocimiento que se le hace absolutamente claro: «Si yo me he detenido tanto en el color, es porque yo encuentro una posibilidad de trabajo infinita».

A los 20 años, Pardo estudió en la Escuela de Artes Plásticas y Artes Aplicadas de Caracas (1933), donde su infinito comenzó a tomar fuerza tras estudiar las obras de los clásicos, entre ellos Paul Cézanne, cuya obra se la dio a conocer Antonio Edmundo Monsanto, director de la institución. Este artista, considerado el padre de la pintura moderna, fue quien avivó su interés por el análisis de las formas geométricas.

La influencia se hizo latente en Chile (1945), donde continúa indagando sobre Historia del Arte, pero es la Escuela Louvre, en París (1947), el lugar que le da pie para definir su obra porque coincide en clases con André Lhote, el cubista.

Para la revista Estilo, Tahía Rivero, exdirectora del Museo Alejandro Otero, escribió: «En París (…) conoce de cerca la pintura moderna y aunque ya transitaba hacia la pintura no representativa, es Lothe quien le muestra el color puro». Algo que, en sus palabras, vino a rematar Vasili Kandinsky con su abstracción lírica y expresionismo.

Una madre de distintos tonos

Alejandro (hijo de su esposo), Gil Fernando Rafael (70 años), Mercedes (68 años) y Carolina (61 años) son los hijos que crió Mercedes Pardo con el también pintor Alejandro Otero. Cada uno de ellos estuvo expuesto a los estímulos artísticos de sus padres y amigos.

Mercedes, quien aún vive en Venezuela, relata: “Yo creo que fue un privilegio crecer en ese ambiente, que para mí era lo cotidiano. La casa siempre estaba llena de artistas de todas las disciplinas. A uno le permeaba todo eso. Y una de las cosas que retengo con más firmeza es el compromiso con el ser, con el devenir, con lo que tú tienes que hacer”.

Quizás por eso eligió la tercera de los Otero Pardo ser músico y entregarse al ámbito cultural a profundidad. O cómo no, también pudo ser que la experiencia de ver a su madre afinar colores dio pie a crear la melodía que acompañaría su vida.

Mercedes Otero Pardo, tercera hija de Mercedes Pardo y Alejandro Otero. Fotografía de Alejandro Cremades.

«Ella era como un músico. Ella tenía que afinar sus instrumentos. Ella hablaba de eso: ‘Estoy afinando este color’, ‘este color está desafinado’, y así lo iba preparando hasta que llegaba al tono justo que ella necesitaba (..:) nos comunicábamos mucho en ese lenguaje, había un paralelismo entre el lenguaje de la música y el de la pintura”, dice.

A diferencia de los críticos, Mercedes Otero entiende el objetivo del arte de su madre así: “Ella siempre hablaba de vibraciones, de resonancias, de armonías, de afinación tanto de forma como de colores. Esa era su búsqueda”.

Con los pies en la tierra

Quien convivió con Mercedes Pardo reconoce que había una mujer cuya identidad iba más allá del arte. Si bien era pintora, sus facetas estaban casi planificadas por horas y días.

Si le tocaba ser amiga, abuela, madre o esposa, no había espacio para algo más. La densidad que la representaba, no la dejaba entretenerse con otro aspecto que no fuera el que tenía ante sus ojos.

“Tenía muchas funciones y en todas esas funciones ella se entregaba plenamente. Para ella todo en la vida tenía un significado hondo. Ella se entregó a todas esas múltiples ocupaciones con la misma pasión y el mismo amor”, expresa su hija Mercedes.

Elena Plaza cuenta que esa característica se le hizo más llamativa el día en que Mercedes Pardo decidió acompañar a Alejandro Otero a la bienal de Venecia en el año 1982. En esa oportunidad, la pintora bien pudo haberse quedado en Venezuela, pues el representante del país en el encuentro era su esposo.

Pero Plaza cuenta que se negó: “Ella necesitaba cuidarlo”.

La artista textil, que resguarda las más de 60 piezas que integran la exposición Contemplaciones y Memorias, entiende ese acto como una muestra de su condición de mujer.

“Era una mujer madre, una mujer hija, una mujer esposa, una mujer amiga, una mujer abuela, una mujer artista, y todo eso combinado en prioridades. Mercedes estaba enterrada en la tierra hasta el torso. Alejandro podía volar, y dar vueltas, inventar vainas, salir para allá o para acá. Pero Mercedes tenía que criar cuatro hijos. Tres que tuvo con Alejandro y uno que él trajo chiquito. Tenía que educar a todo el mundo. Y si tú sacrificas eso, y estás dispuesta a pagar el precio, no haces los mismos vuelos que los hombres. Pero ella no quiso (hacer el sacrificio)”.

Aunque tal vez el lado artístico de Mercedes viajó en segundo plano hacia Venecia, en su valija seguía llevando su “vivero” de colores, varios sobres que contenían recortes de revistas, pinturas, papel, cartulina, y más materiales. Cada trozo le sirvió para crear Inesauribile Venezia (Venecia inagotable), una serie de collages que se convirtieron en un libro de postales de la ciudad.

Uno de los ejemplares que Mercedes Pardo obsequió a sus seres queridos. Fotografía de Alejandro Cremades.

“En ningún momento paró. Ella estaba creando siempre. Sin embargo, me da la impresión de que Mercedes se replegó un poquito para que Alejandro surgiera. Quizás no lo hizo de manera consciente, no lo sé. Pero podría ser”, confesó su pupila.

Vivir sin vestir sus colores

Elena Plaza cuenta que en una oportunidad viajó a Estados Unidos y le trajo a la artista un abrigo que compró en una tienda de segunda mano: «Era un suéter de una cuadrícula, multicolor. Era de un tejido abierto y con botones cuadrados de colores. Espectacular. Con los bordes en negro”.

“Contentísima, la llamé: “Mercedes, mira lo que te compré”. Y ella me dice: “¡Conchale! ¡Un suéter Mercedes Pardo, de todos los colores! (…) Yo soy incapaz de ponerme un cuadro mío encima. Úsalo tú y así me cargas puesta”. Esa era Mercedes. Con esa naturalidad”, expresa.

Elena no confirmó si al final usó la prenda, pero sí dio a entrever que Mercedes Pardo tenía clara cuál era su identidad. Aun así, saberlo no implica ser la estrella mediática de un mundo artístico lleno de competencias.

Los óleos, las acuarelas, las serigrafías, los acrílicos, las impresiones, los vitrales y los cientos de bocetos que dejó, Mercedes los trabajó desde un espacio solitario. En su taller solo pocos tuvieron la oportunidad de acompañarla.

Su hija y su amiga, Mercedes y Elena, afirman que no se trataba de superioridad, sino que la pintora tenía una inseguridad: no sabía cuál era su fórmula.

Mercedes Pardo trabajando en su taller.

Según Mercedes Pardo, si el artista encontraba su fórmula de trabajo, se le simplificaba la vida en un 90%.

Su confesión llegó a los oídos de Elena un día cualquiera en medio de una gran frustración: “Mercedes se sirvió un whisky, lo tomaba en copa, y me dijo: “A mí me da una envidia Cruz Diez porque yo no he logrado encontrar la fórmula. (…) cada vez que me enfrento a una obra, me enfrento a un problema nuevo”.

La serigrafista se quedó en blanco en numerosas ocasiones. No porque no supiera, sino que por su mente se fijó una frase que hizo suya: “El cuadro lleva a uno, no uno al cuadro”.

Y si el cuadro tomaba tiempo, mucho tiempo, entonces no daba abasto para hacer algo más. Quizás de ahí viene la impresión que sus espectadores, desde el 29 de julio de 2021, han dejado por escrito en un libro de la recepción de la galería de arte Ascaso: «¿Por qué hubo tanto silencio alrededor de una cosa tan maravillosa, tan alegre, tan optimista, como lo es el trabajo de Mercedes Pardo?»

Eso lo pueden responder quienes la acompañaron hasta el último momento: “Porque Mercedes era de una modestia y de una humildad abrumadora, y tomó la decisión de convivir con todos los planos”.

El legado

“Una de las cosas más importantes para los seres humanos, para los ciudadanos, es que se les dignifique la vida”, dijo Mercedes Pardo sobre el arte, específicamente cuando hablaba de los vitrales que hizo para la estación de metro La Hoyada, en un documental que hizo Cuadernos Lagoven en 1997.

Vitral hecho por Mercedes Pardo que se conserva en la estación de metro La Hoyada. Foto cortesía de la Fundación Otero Pardo.

Sus hijos crecieron con esa idea rondando en sus mentes, y desde ese punto tomaron la gran decisión de conmemorar el centenario, y el legado, de su madre, la artista plástica Mercedes Pardo.

“El legado es la creación que ella hizo. Lo que nosotros estamos haciendo es proteger y difundir ese legado. Desde hace rato yo siento que el arte le pertenece a la humanidad, y a nosotros nos corresponde ubicar a Mercedes Pardo donde pueda acceder a ella la mayor cantidad de gente posible, que ella pueda entregar eso que hizo como creadora”, manifestó Mercedes Otero.

Collages de Mercedes Pardo. Fotografía de Alejandro Cremades.

Actualmente, las pinturas de Pardo se encuentran expuestas en las tres plantas de la galería de arte Ascaso. Cada pared tiene más de seis obras cuyos colores juegan con el ojo humano debido a las técnicas tridimensionales que ella puso en práctica.

El lugar, cuya iluminación resalta todas las piezas que familiares y cinco coleccionistas reunieron, está abierto de lunes a sábado a partir de las 11:00 am para que quien desee, tenga un encuentro con figuras y tonos balanceados de color que presentan a la artista que se descubrió siempre frente a un lienzo.

Hasta el 15 de octubre, visitar las obras de Pardo es gratuito. Y como quien ahora sí toma el abrigo multicolor, se lo pone, lo celebra y lo muestra, no será la única oportunidad de verla.

Mercedes Otero informó que la Fundación de Museos Nacionales organiza un homenaje para su madre y su padre, quien también cumple 100 años, para noviembre próximo.

Es una exposición que se llamará Iluminaciones e involucra el esfuerzo de la Galería de Arte Nacional, el Museo de Bellas Artes, el Museo del Arte y la Estampa de Carlos Cruz Diez y el Museo Alejandro Otero, donde se podrá observar.

La tercera de los Otero Pardo invita a los ciudadanos a ver ambas galerías como ella piensa que su madre lo hubiera querido: “Sin prejuicios. Solo hay que pararse delante de un cuadro y ver qué te dice. No hay reglas”

Edición y vídeo: Betania Ibarra.

Fotografías: Alejandro Cremades.

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