Al punto de partida de esa enemistad le llamaron la discusión del siglo. La disputa entre Jean-Paul Sartre y Albert Camus ocurrida en 1952, lejos de ser un debate teórico solo interesante para estudiosos de las ciencias sociales, encuentra espacio en las calles de la Venezuela del siglo XXI. Así lo percibió el sociólogo y coordinador de Provea, Rafael Uzcátegui, mientras investigaba sobre ella.
El resultado de las pesquisas se materializó en un libro: La rebeldía más allá de la izquierda, prologado por el profesor español Tomás Ibáñez, que no solo recoge aquella polémica pelea entre dos intelectuales europeos que produjo una profunda división en la izquierda, sino que la compara con la realidad venezolana del presente, donde la ideologización política emanada del poder separó a familias y desprestigió a los disidentes.
Uzcátegui, aparte de su trayectoria como defensor de derechos humanos, simpatizó con la izquierda durante un tiempo, pero se desligó cuando sus camaradas internacionales no fueron solidarios con la crisis venezolana y decidieron respaldar a los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, pese a los crímenes de lesa humanidad y las múltiples denuncias presentadas en este sentido.
Y esa es la premisa de su nuevo libro, donde responde, enmarcado en la anécdota de Sartre y Camus, la pregunta: ¿por qué a nivel regional un manifestante asesinado en Venezuela “duele menos” que uno asesinado en Colombia, Chile o Brasil? Al final, señala las herramientas para la reconstrucción del país. Y así también lo apunta en la siguiente entrevista.
—Su libro parte de una discusión entre dos intelectuales europeos del siglo XX. Un debate enmarcado dentro de la Guerra Fría y las ideologías pugnantes entonces. ¿Cómo aterrizamos ese debate ideológico en la práctica de la Venezuela del siglo XXI, más allá de la teoría y el papel?
—Yo quería escribir sobre esa discusión desde hace mucho tiempo. Cuando comencé a investigar para hacerlo vi que tenía mucho sentido para hablar sobre la Venezuela de ahora, porque las cuestiones que están de fondo sirven para explicar el porqué amplios sectores de la izquierda internacional, o el progresismo internacional, han visto a Venezuela como la han visto. Han traicionado sus propios principios por apoyar a un gobierno autoritario, dándole la espalda a la lucha por la democracia y los derechos humanos. Por eso escogí ese debate, porque yo creo que para podernos salir de ese falso dilema –que es la discusión sobre Venezuela desde un encuadramiento ideológico–, habría que hacer una propuesta situada en otro lugar, uno distinto al de la lucha ideológica. Y eso es lo que intento hacer con ese libro: primero, explicar el debate; luego explicar cómo lo que estaba en el fondo de ese debate fue lo que hizo que mucha de la izquierda internacional viera a Venezuela de la manera como la ha visto; y, finalmente, cómo nosotros estamos obligados a superar los contornos de ese debate, bajo un posicionamiento que no sea ideológico, para contener la mirada pragmática de mucha gente en el futuro, como reacción a esta confrontación ideológica.
Eso me ayuda a explicarle a mi hermano, por ejemplo, que es una persona mucho más joven que yo, que lo importante para la reconstrucción de la Venezuela del mañana son los principios y no la ideología política. No es una imposición de una ideología sobre la otra, que seguramente va a ser la tentación de la Venezuela del mañana, sino mantener ciertos principios.
—Por eso habla del “efecto Sartre” en Venezuela, a partir de la pregunta: ¿por qué a nivel regional un manifestante asesinado en Venezuela “duele menos” que uno asesinado en Colombia, Chile o Brasil? Podría explicar ese efecto y en qué se basa esa comparación.
—Claro. Yo vengo de dos mundos: uno es el mundo de los derechos humanos y el otro el del activismo de izquierda, donde estuve mucho tiempo, desde el anarquismo. Yo sufrí en primera persona, en los últimos 20 años, como todos los colegas y todas las personas que pensaban igual que yo me dieron la espalda cuando les pedí auxilio para denunciar la deriva autoritaria y el asesinato de los manifestantes en Venezuela. Gente que supuestamente pensaba como yo –y que pensaba que se pondrían de lado de las luchas del pueblo venezolano, porque supuestamente compartíamos los mismos principios y los mismos postulados– me dio la espalda y justificaron para Venezuela lo que en otro país ellos rechazaban.
Eso hizo que yo me reubicara y volviera a pensar muchas cosas. Me preguntaba: ¿por qué esta persona que dice estar en contra de la tortura y la denuncia en Colombia o Brasil, no se solidariza cuando le cuento que hay tortura en Venezuela? Eso fue lo que yo intenté explicar racionalmente. Y la mejor manera que encontré para explicarlo fue la vida de Jean-Paul Sartre, uno de los protagonistas de ese debate.
Para mucha gente, Sartre es el símbolo del intelectual comprometido. Sin embargo, cuando revisas su actuación –que fue la que lo separó de su amigo Albert Camus–, te das cuenta de que utilizó la inteligencia para mentir de manera deliberada. Lo que apoyaba para algunos países lo rechazaba para otros. Utilizaba el prestigio personal contra las personas que lo adversaban en sus ideas. Es el modelo de actuación que ha primado en muchos de los activistas de izquierda internacional para hablar sobre Venezuela. Rechazan abiertamente el asesinato de manifestantes en Colombia, pero callan con la denuncia de asesinatos de manifestantes en Venezuela, Cuba o Nicaragua.
El efecto Sartre es el uso de la inteligencia para violar tus principios, utilizar el doble rasero, desde una postura de superioridad moral, sin reconocer ningún tipo de pragmatismo tan siquiera. Esa doble moral es lo que ha primado en las izquierdas internacionales al hablar sobre los venezolanos.
—¿Por qué tanto énfasis en la izquierda internacional?
—Porque si hubieran tenido una postura crítica, más acorde con los principios que supuestamente ellos defienden, el conflicto venezolano sería diferente. Si ellos hubieran cuestionado, tal vez todavía estuviéramos bajo un autoritarismo abierto, pero probablemente ese autoritarismo abierto no hubiera llegado a los crímenes de lesa humanidad que existen hoy en día.
—Pero eso no solo ocurrió en el ámbito internacional. Dentro del mundo intelectual venezolano ha pasado lo mismo: basta ver lo ocurrido con Margarita López Maya o con Nicmer Evans, que se ganaron la aversión de sus antiguos camaradas por ser disidentes del chavismo.
—Sí, efectivamente. El problema es que el pensamiento de izquierda nunca ha podido responder satisfactoriamente la pregunta de qué hacer con las personas que piensan diferente. La izquierda no acepta la alteridad ni la diferencia, porque ellos suponen que tienen el pensamiento correcto para todo el mundo. Y las personas que piensan distinto deben ser eliminadas simbólica o físicamente. El pensamiento de izquierda es un pensamiento religioso racionalizado, que también tiene milagros, un mesías, una profecía y hasta un libro sagrado que no se puede cuestionar, a pesar de que dicen que son ateos o racionales. Es la secularización del pensamiento religioso.
Por eso te digo que la discusión entre Sartre y Camus es importante. Sartre lo que hacía era justificar los gulags de la Unión Soviética mientras que Camus decía que la vida humana estaba por encima de cualquier ideología. Esa es básicamente la razón por la que ellos se separan a raíz de la publicación de su libro El hombre rebelde. Una posición ética que es absolutamente reivindicable para la Venezuela de hoy: uno debería cuestionar la violación de los derechos humanos independientemente de la ideología que la cometa. Es la lucha por la democracia la que debe importar.
—El chavismo ha separado familias. ¿Cabe una comparación entre eso y la pelea entre Sartre y Camus? No solo dentro del “chavismo crítico”.
—Claro, es que los revolucionarios no tienen amigos, sino compañeros de viaje o camaradas. Son personas que sintonizan con ellos de manera ideológica y en el momento en el que dejan de sintonizar con su propio pensamiento, terminan siendo personas eliminadas física o simbólicamente.
En Venezuela tuvimos un caso emblemático, el de Raúl Isaías Baduel, quien fue el héroe del mes de abril de 2002, el que rescató a Hugo Chávez tras el golpe de Estado. Pero cuando empezó a tener un pensamiento diferente al de Chávez, y lo expresó públicamente, cayó en desgracia. Supuestamente, Chávez le tenía un expediente de corrupción, como seguramente el chavismo se lo tiene a sus integrantes como un mecanismo de chantaje político para evitar la disidencia.
El chavismo en el poder fue particularmente duro contra Baduel y su familia, al punto de que murió en prisión. Para el chavismo, que representa mucho el pensamiento revolucionario del siglo XX, la ideología debe estar por encima de todo. Eso deja por fuera muchos otros ámbitos: la familia, el sentimiento, el sitio en el que naces, los amigos que muchas veces son diferentes a nosotros. Por eso te digo que los revolucionarios no tienen amigos y eso se lo expresa Sartre a Camus en su carta de despedida: que a pesar de tener algunas cosas que los unían, eran más las cosas que los separaban. Esa tentación totalitaria de la izquierda en el poder tiene que ver con la imposición de una hegemonía del pensar y deja por fuera cualquier otra dimensión de la vida.
—¿Debemos trascender ese debate de la izquierda versus la derecha?
—Sí. Los venezolanos tenemos 20 años en este conflicto y estamos agotados. Por eso es que ahorita es muy importante pensar fuera de la caja. Si bien el chavismo tiene la mayor responsabilidad, también dentro del campo democrático no hemos sabido ser más inteligentes que el chavismo para poder revertir esa situación. En parte porque lo hemos hecho en el marco de confrontación que el chavismo ha querido.
La narrativa del chavismo ha sido debatir eso en el contorno ideológico: la izquierda versus la derecha, porque esa narrativa lo fortalece. La izquierda tiene la franquicia de la pobreza, de la preocupación por el Estado y la situación de las mayorías, de la innovación en la cultura y las ciencias sociales.
Creo que, si bien ese debate de izquierda y derecha es necesario e interesante porque habrá una izquierda renovada y debe surgir un chavismo renovado también en el futuro, cada vez más las izquierdas y las derechas definen lo que pasó en un tiempo pasado y no el futuro de la sociedad. Ese debate ha dejado de tener el protagonismo que tuvo en el siglo XX, porque ahorita hay muchos deseos y subjetividades de los seres humanos que no pasan por una definición ideológica. Las izquierdas, como los partidos políticos, han dejado de tener la centralidad en la sociedad y en lo político. Esa modernidad movida por las ideologías deja de tener predominio y por eso surgen nuevos deseos, que tienen que ver con el cuerpo, la identidad sexual, con la naturaleza, que no se definen con la política, seas de izquierda o de derecha.
—Lo que usted comenta en el último capítulo del libro.
—Sí, en el tercer capítulo del libro hablo de una caja de herramientas, donde digo que si bien la ideología seguirá teniendo peso, la importancia es de los principios que cada uno de nosotros debe defender. Muchos venezolanos hoy no quieren saber nada de política precisamente porque la hiperpolarización de la vida cotidiana marcó sus dinámicas diarias y eso no significó una mejora en sus condiciones de vida. Hay un amplio sector que no quiere saber del debate ideológico, porque les parece que la izquierda y la derecha son iguales. Por eso debemos hablar de los principios y de los deseos, para reconstruir una sociedad inclusiva. Por eso el subtítulo del libro es “Un enfoque postideológico para la transición democrática en Venezuela”, porque está destinado a las nuevas generaciones, a los jóvenes.
—¿Está la izquierda destinada al fracaso en Venezuela? Lo pregunto porque, después de estos 22 años, hay rechazo. Incluso, existe un germen de conservadurismo en espacios como la Universidad Central de Venezuela, que ha sido en la modernidad un foco de las izquierdas.
—Eso lo dijo uno de los intelectuales del chavismo. Edgardo Lander dijo que el chavismo había clausurado la posibilidad del socialismo para Venezuela. Ellos mismos están reconociendo que la izquierda que gobierna desde hace años vació muchos de sus postulados.
Sobre esa reacción conservadora que existe y que comentas, es una respuesta a las personas que se han adueñado de una serie de símbolos, códigos y lenguajes para imponer un modelo de dominación.
En Provea nosotros entendimos en 2017 que para poder conversar con un manifestante en la calle debíamos utilizar un lenguaje diferente. Yo, que vengo de una formación anarquista, tengo referentes distintos a los del joven que estaba manifestando en la calle. Así que, entre los que están afuera y los que estamos adentro, debemos conseguir códigos comunes para construir un proyecto de país que nos vuelva a entusiasmar a todos. Y seguiré insistiendo en que esos códigos comunes van a ser los principios compartidos.
Es normal que un joven venezolano de 30 años rechace la figura de Ernesto “Che” Guevara pero que también crea que toda familia en situación de pobreza tenga la posibilidad de salir de ahí. Y con relación a tu pregunta: yo ya no me considero una persona de izquierda. Hay una corriente a nivel internacional que es la postizquierda, que intenta pensar después de las ideologías. Me identifico con ella, porque tiene que ver con mis propias amarguras y decepciones con respecto a la Venezuela que me tocó vivir y el cómo los movimientos de izquierda internacionales abandonaron la cancha y dejaron que Estados Unidos jugara solo a ser el principal ´influencer´ sobre Venezuela. Si los progresismos hubieran sido coherentes con sus principios, le hubieran dado a ese joven de 30 años otros referentes. A estas alturas, lo que nos toca buscar es una narrativa diferente, que nos ayude a recuperar la esperanza y terminar de construir esa Venezuela inclusiva que viene para el mañana.
—Y en el libro, usted apunta nueve pertrechos para la Venezuela postchavista, entre ellos el civilismo. Sin embargo, ¿puede concebirse una sociedad sin militares activos? Comprendo los daños causados por el excesivo uso de la fuerza, pero esa distinción entre civiles y militares fue afincada por Hugo Chávez y le sirvió para sostener su proyecto.
—Yo pertenezco a una organización que se llama Internacional de Resistentes a la Guerra y desde allí vimos cómo, cada vez más, la función militar es una función excesivamente especializada y profesional que solamente se remite a algunos ámbitos del funcionamiento de la sociedad. Es decir, por eso ves que las guerras modernas son guerras de drones hipertecnificadas, donde los militares están recluidos en sectores específicos. La tendencia es que los trabajos de los militares sean cada vez más especializados.
El caso venezolano ha sido diferente. Pero los militares también van a tener su papel en la Venezuela del mañana, recluidos en los cuarteles, subordinados al poder civil, porque tenemos que recordar a referentes del civilismo: Rómulo Gallegos, por ejemplo, que además de ser un excelente escritor y primer presidente electo por el voto universal, directo y secreto, fue el primer presidente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Y como él, tenemos que seguir buscando referentes que nos ayuden a inspirarnos en esta lucha para revertir la influencia de los militares en la conducción de la sociedad. Hay que volver a contar la historia de Venezuela desde sus referentes civiles y hay historiadores que ya están en esa onda, la de desmitificar la militarización venezolana, porque el chavismo hasta erosionó también esas dimensiones.