Cultura

El terror según Stephen King y el error de "Ojos de fuego"

"Ojos de fuego", de Keith Thomas, es la más reciente adaptación de una obra de Stephen King. Y deja claro que King impone un ritmo y un tono difícil de igualar. Mucho más cuando la intención parece ser integrar su reconocible estilo en una versión más amplia y comercial, en sintonía con las obsesiones del cine actual

Publicidad

«It» (2017) de Andrés Muschietti, tiene el raro honor de ser la película de terror más taquillera de la historia. Con 701 millones de dólares recaudados durante su estreno, marcó un hito en el género, casi siempre popular, pero no especialmente redituable. También tiene otro récord en materia de sagas basadas en historias terroríficas: su secuela logró imponerse con 473,1 millones en 2019. Todo lo anterior, en medio de una producción de primera categoría. Ambas películas contaron con un elenco extraordinario, un director visionario y algo más: un material de origen convertido en clásico.

La novela It de Stephen King -publicada en 1986- es considerada una de las obras definitivas del terror moderno. También una concepción a gran escala sobre un género literario que, con frecuencia, suele menospreciarse. Pero King logró convertir a su narración en una instantánea sobre la cultura norteamericana, la mitología alrededor de los terrores infantiles y el terror cósmico, además de una brillante conexión con la noción sobre la trascendencia del relato y el público entusiasta.

Tal vez por eso King es uno de los escritores con mayor número de adaptaciones de su obra en la cultura pop contemporánea. Las revisiones y versiones de sus historias suman más de 300 en todo tipo de medios. Incluso, cuenta con programas de radio y podcast, un fenómeno curioso en obras de la envergadura y complejidad de la suya.

Desde que Brian DePalma convirtiera a la novela Carrie en uno de los clásicos de la década de los años setenta, King logró empalmar su visión sobre el terror con un tipo de lenguaje cinematográfico de alto calibre. El resultado es que buena parte de sus novelas, cuentos y narraciones forman parte de un subgénero que parece alimentarse en exclusiva de la imaginación del escritor. El estilo King incluye pueblos pequeños, un sentido de lo sobrenatural mucho más cercano a lo humano que a lo inexplicable y el peso moral de sus personajes.

No es sencillo que un legado semejante pueda ser adaptado a una narrativa distinta. O transformado en sus puntos más importantes. En especial cuando King logró que su forma de contar el miedo sea un punto relacionado con la efectividad de sus historias. Por eso, el remake del clásico de 1980 «Ojos de fuego», dirigido Keith Thomas, decepciona de inmediato.

La película, que cuenta por segunda vez para el cine la historia de Charlie y su incontrolable poder para crear y manipular el fuego, llega a la pantalla grande en una versión adecuada para el contemporáneo interés por lo extraordinario.

Uno de los mayores fallos de «Firestarter» -su nombre en inglés- es transformar el ingrediente sobrenatural en una connotación más cercana a la habilidad inexplicable y portentosa de los superhéroes. Ya sea para emparentar la película con las grandes franquicias actuales o distanciarse de la primera versión del 84 dirigida por Mark L. Lester, el argumento toma caminos distintos para narrar su conocido conflicto. Lo hace, además, con la insistente noción de construir lo que se parece más a una historia de origen de un héroe de cómic, que a un singular personaje literario. La premisa falla, al encontrarse en mitad del estilo King y una narración tan genérica como insustancial.

En esta ocasión el peligroso poder de Charlie (Ryan Kiera Armstrong) tiene más de don que de amenaza. El remake está más interesado en demostrar que el personaje es una especie de heroína que un riesgo latente. Y es ese pequeño matiz, lo que provoca que la película falle en sus aspectos más importantes.

Eso, a pesar de ser más ambiciosa que su predecesora. Pero reescribir el estilo King entraña el riesgo de perder sus elementos constitutivos. De diluirlos en medio de análisis menos claros, puntuales y emocionales de los que suelen destacar en la obra del escritor. Algo que ocurrió en «Ojos de fuego» y que la hace mucho menos elocuente — y también, interesante — de lo que es la novela en la cual se basa y la primera versión cinematográfica de la historia.

Mientras King meditó acerca de los pequeños horrores a través de Charlie, el film de Thomas asume que el poder es un misterio asombroso. El argumento, que pierde el toque oscuro, imprevisible y fluido de la historia imaginada por el escritor, es incapaz de profundizar en el centro de su dilema. ¿Es Charlie una amenaza o fruto de un experimento fallido? King se hizo preguntas apropiadas sobre la cualidad de lo monstruoso en su novela. Pero la versión para el nuevo milenio de «Ojos de fuego» desmenuza la premisa del monstruo en crecimiento — análisis al margen que la novela original logra con habilidad — para sostener una concepción de lo prodigioso.

Charlie, con una capacidad para crear fuego que no reviste misterio ni se analiza de forma profunda, es una criatura asombrosa. O lo es para el guion. La historia dota a quienes le persiguen, su padre y quienes la rodean de un asombro ingenuo. Todos los elementos que sostenían la curiosa e incómoda historia de King y la película de 1984 de Mark L. Lester desaparecen. Y de hecho, la insistencia en mostrar a su protagonista como un ser excepcional, termina por convertir el guion en una historia de heroica — y deslucida — a toda regla.

Incluso en sus momentos más siniestros y violentos (que los hay), «Ojos de fuego» sigue siendo solo un relato sobre un nuevo tipo de poder. Jamás profundiza, se interesa o muestra a Charlie como la anomalía sobrenatural (o físicamente incomprensible), sino más bien como un ser cercano al portento. El cambio de registro y de tono, convierte al film en una aventura visualmente atractiva, pero con poco que ofrecer a nivel argumental.

Una travesía a ninguna parte

Por casi cuarenta años se ha insistido en la formidable manera en que Stephen King analiza a sus personajes femeninos. Primero Carrie — arquetipo de la furia encarnada — y después Charlie — la inocencia sobrenatural — convirtieron a las mujeres del mundo del escritor en criaturas complejas. Pero el remake de «Ojos de fuego» parece olvidarlo e insiste en emparentar al personaje con héroes cinematográficos básicos.

Charlie tiene once años y la ¿habilidad? de crear y manejar el fuego a voluntad. Junto a su padre, huye de una agencia de gobierno que desea estudiarla. En la década de los ochenta, la película pudo vincular la paranoia de los secretos de estado con un ingrediente sobrenatural inquietante. Pero para el nuevo milenio, Charlie está consciente de que es poderosa y de que ese poder tiene un precio. No entiende del todo sus consecuencias, pero no parece preocupada por eso. Y llega a un punto en el que incluso parece disfrutar de su extraño y cada vez más complicado poder. La analogía con «Los nuevos mutantes» de Josh Boone es inevitable y, de hecho, la película se cuestiona las mismas ideas y prácticamente en el mismo tono.

¿Qué ocurre con la percepción sobre el bien y el mal en una película en que el baremo recae sobre los hombros de una niña?. El argumento tampoco se interesa por el tema y de hecho, su mayor punto de atención es cómo Charlie lidia con sus ¿superpoderes?. A pesar de que en los créditos de apertura dejan claro que todo lo ocurrido se debe a la experimentación, el film analiza la idea del don. Y lo hace enalteciendo la capacidad de Charlie al extremo de ser indiferenciable con la variedad de héroes que llenan la pantalla de cine en la actualidad.

Uno de los grandes retos de «Ojos de fuego» era luchar contra los cánones y estereotipos de personajes dotados de poderes extraordinarios. Algo que menoscabó el sentido del remake de «Carrie» del 2013 dirigido por Kimberly Peirce. En este caso, el problema es el mismo. Charlie y su padre Andy, son sobrevivientes. Pero también, personajes genéricos que deben huir de una situación predecible. Mucho peor aún, la película carece de la pericia para narrar la percepción sobre lo temible que la historia original exploró con inteligencia.

Una niña, una catástrofe en puertas, una decepción

Para Stephen King la normalidad es una gran simulación. El escritor es capaz de utilizar detalles en apariencia insustanciales, para elaborar circunstancias mucho más complejas y violentas. En la novela «Ojos de fuego», King profundizó en la concepción de la teoría conspirativa por excelencia y la enlazó, con la consecuencia moral de la búsqueda de un bien mayor. Para su versión cinematográfica más reciente, la historia se desploma en la búsqueda de emparentar el viejo dilema moral sobre el bien y el mal, con el sentido del propósito. Una combinación que desluce el trasfondo de la narración y le arrebata su cualidad de búsqueda del sentido existencial de sus personajes.

«Ojos de fuego» intenta reescribir el estilo King y pierde en el trayecto lo que ha hecho el trabajo del escritor, fuente de inspiración para cientos de creadores a través de la década. Un dilema que no logra resolver — ¿cómo tratar de contradecir al hombre que estructuró el terror moderno? — y que termina por convertir al film, en una deslucida colección de pirotecnia visual sin identidad. El mayor error al tratar de narrar el terror con sello King.

Publicidad
Publicidad