Cine y TV

El miedo acecha en confinamiento: de “Misery” a “Run”

En 1990, el director Rob Reiner llevó a la pantalla grande la adaptación de la novela “Misery” de Stephen King. De la inquietante ficción del libro, Reiner logró crear uno de los thrillers de suspenso y horror doméstico más efectivos hasta la fecha. Ahora, en medio de la pandemia y el confinamiento resurge la exploración del miedo puertas adentro con títulos como “Host” y “Run”

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Desde la gran ola del suspenso policíaco hasta las grandes películas rupturistas, durante la década de los años noventa hubo una evolución en lenguaje y técnica en el cine que sorprende por su huella permanente. Y hasta por el miedo que aun producen algunos títulos emblemáticos: con “Misery”, Rob Reiner creó una pequeña obra de arte que se convirtió en epítome de un tipo de suspenso que marcó una época y determinó una ambigua percepción de la oscuridad interior del ser humano.

El enemigo invisible, atrapado y confinado puertas adentro que ya John Carpenter había mostrado en su clásica “Halloween”, volvía reconvertido en algo más inquietante y duro de comprender: una villana cuya principal arma es el confinamiento.

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A la distancia y en medio de la crisis sanitaria actual, la cuestión sobre el peligro en los límites de lo cotidiano, es de enorme importancia. Pequeños pero efectivos filmes como “Host” de Tob Savage y “Run” de Aneesh Chaganty, analizan hoy el confinamiento y las fronteras de lo íntimo como una amenaza perpetua. Filmados durante la pandemia, lo hacen además, desde la concepción de lo terrorífico convertido en terreno de un tipo de desolación interior muy específica.

Antes, en la década de los noventa, los asesinos y los monstruos inquietantes se escondían en lugares sombríos y aguardaban en callejones oscuros. En su momento, Reiner subvierte esa noción y reconstruye la idea general del miedo en “Misery”.

Basada en el libro del mismo nombre de Stephen King, aquí lo terrorífico no está relacionado con monstruos sobrenaturales ni con la lucha entre el bien y el mal. En “Misery” el terror radica en lo macabro y lo extraño de una mujer que pasa desapercibida por su aspecto simple. Robusta, cálida y con una sonrisa amplia, la Annie Wilkie encarnada por Kathy Bates es la representación de un tipo de temor que subyace en el hecho de lo común.

Cuando el escritor Paul Sheldon (James Caan) abre los ojos luego de un violento accidente de tráfico, descubrirá que los límites de su mundo se han reducido al puño violento de Annie y a su trágica conciencia del mal. Juntos, en un duelo actoral que asombra por su poder y potencia, crean una renovada concepción de lo inquietante. Reiner logró construir un tipo de terror basado en la condición del hogar como espacio de lo maligno en contraposición con lo simplemente humano. Lo mismo que el Norman Bates (Anthony Perkins) de Alfred Hitchcock en “Psycho”, la Annie de Reiner se convierte en un símbolo de la crueldad y la violencia.

El director encontró, además, la forma de llevar a la pantalla grande el núcleo de la novela de King: el miedo escondido detrás de un rostro en apariencia normal. El enemigo no está afuera al acecho. Está al pie de la cama y aguarda para atacar.

«Host», terror en línea

Algo parecido ocurre en “Host” de Rob Savage. La película, estrenada en octubre de 2020, es mucho más ingeniosa de lo que parece: usar la tecnología de Zoom mezclada con lo sobrenatural para asumir la idea del confinamiento, luce como un experimento riesgoso. De nuevo, el enemigo está puertas adentro. Savage toma la fórmula de Reiner para analizar y profundizar sobre la angustia existencial y el miedo a puertas cerradas. El miedo no es un visitante, sino un habitante de los lugares más privados.

El filme —corto, concreto y honesto— basa toda la efectividad de su propuesta no solo en las nuevas formas de comunicación que se hicieron comunes con el transcurrir de los meses de pandemia y encierro, sino en las consecuencias psicológicas —aun no muy claras— que deja a su paso y que, sin duda, serán duraderas.

Una premisa tan sencilla podría resultar superficial, si el director no tomara la hábil decisión de utilizar la precariedad de las herramientas a su disposición para sostener una mirada sobre el miedo basado, en concreto, en los elementos que la pantalla no puede mostrar.

Lo que se oculta a la periferia, la oscuridad que rodea, es el centro de todos los terrores. Y para Savage, es de enorme importancia que el espectador no olvide que en “Host” narra una historia que podría estar ocurriendo en cualquier lugar y en cualquier momento de un mundo hiperconectado por necesidad.

Quizás, es esa noción misteriosa sobre lo cotidiano subvertido debido a la pandemia —y cómo el director usa todos los trucos a su disposición para aterrorizar— lo que hace tan efectiva a la película, que tiene el mérito de ser una de las primeras en usar el escenario actual como un mapa de ruta hacia terrores más evidentes que los expuestos en el planteamiento inicial del guion, también escrito por Savage.

Aunque se trata de una historia con base en lo sobrenatural, lo que realmente está en juego y se plantea, es el hecho de que la vida tal y como la conocemos se redujo a una serie de variables mínimas. De las grandes épicas de terror con escenarios estrafalarios y escenas asombrosas, Savage encuentra en lo mínimo y en cierta furia nihilista una concepción sobre el mal por completo nueva.

“Run”, el enemigo en casa

En la vida de Chloe (Kiera Allen) todo tiene un orden preciso y mecánico. Víctima de varios síndromes debilitantes, debe soportar una dura condición física, pero también, el peso de la sobreprotección de su madre, Diane (Sarah Paulson). Las primeras escenas de “Run”, del director Aneesh Chaganty, muestran a Diane ocupándose a detalle de la vida de su hija. Se trata de una relación angustiosa, emotiva y a primera vista, abnegada. Diane está atenta a cada momento, en una vigilancia amorosa y agobiante.

Chloe lo acepta lo mejor que puede. O quizás, sin tener la alternativa de algo distinto.

Chaganty aprovecha la atmósfera irrespirable de esta relación casi simbiótica sin melodrama alguno. Y ese es uno de los puntos más altos de su película, estrenada en noviembre de 2020. El guion (escrito a cuatro manos por el director y el escritor Sev Ohanian), en realidad está más interesado en observar que en explicar qué ocurre. Pareciera que todo es tan obvio como para no necesitar una segunda interpretación. Chloe se encuentra inmovilizada, con problemas para respirar, incapaz de cuidar de sí misma y Diane dedica su vida a protegerla.

No obstante, la mirada del argumento no olvida la tensión, la sensación de que hay algo excesivo en el amor de Diane. Su mirada está en todas partes y no permite a Chloe la más mínima posibilidad de libertad. Hay algo brillante y bien construido, en la idea de que en toda la efusión de amor y cuidados de Diane existe un elemento obsesivo.

Y que claro muy pronto que se trata de una situación anómala. El espectador poco a poco descubre con Chloe que la mirada atenta de Diane en realidad es más de vigilancia que de compromiso. Pero el cambio de percepción en la atmósfera ocurre con tanta elegancia, que es difícil precisar el momento exacto de la ruptura.

La película no prodiga información con facilidad, al menos en sus primeras secuencias. La rutina de Chloe es de una simplicidad agotadora. Aguarda además, el correo de la Universidad a la que se postuló y se dedica a pasatiempos complicados. Eso, mientras se hace evidente que más que protegida, está por completo aislada. Chloe no tiene amigos, conexión a internet o un teléfono inteligente. Diane observa, parece cada vez más cerca, más semejante a un guardián que a una madre amorosa.

Y aunque la relación de codependencia queda de inmediato establecida, las connotaciones de los hilos que la sustentan solo se muestran al avanzar la trama. Diane deja claro a quien quiera escucharla que su vida está dedicada a su hija, en una miserable pero beatífica dedicación. Chloe lo acepta todo, incluso cuando comienza a sentir la incomodidad del cerco que se cierra a su alrededor.

Y cuando finalmente la placidez se rompe, Chloe se encuentra en una cárcel planeada con cuidado. Chaganty aprovecha los espacios en el guion para crear la alegoría de un rehén en manos de un secuestrador violento. Y lo hace con habilidad. Tanto como para que incluso la asfixiante simetría de la casa sea una forma de delimitar el cautiverio físico de Chloe. Los largos pasillos, las habitaciones cuadradas, la imagen delgada e inevitable de Diane, son códigos visuales precisos de asombrosa eficacia.

La actriz Kiera Allen crea un personaje de enorme complejidad con una cuidada tensión interior. Su Chloe no es solo una víctima, es también una horrorizada testigo de una situación que le supera. El hecho de que, como su personaje, también se encuentre en silla de ruedas, hace que el lenguaje corporal sea más elaborado. Hay dolor, terror, tensión, una furia contenida y atroz, en la forma como Chloe descubre punto a punto el engaño al que ha estado sometida. Madre e hija, se convierten en dos contrincantes enfurecidas y cada vez más cerca del horror puro.

Hay mucho de “Misery” en la primera hora de la película. La Diane de Paulson es la encarnación contenida, desbordante de emotividad cruel y una hipocresía casi repulsiva de la Annie de Kathy Bates. Pero a diferencia de la cruel enfermera del film de Reiner, Paulson crea una dimensión desdichada y enfurecida que la hace menos creíble. De hecho, es ese rasgo lo que hace que la película rompa con su preciso equilibrio durante el segundo tramo.

Toda la película pierde la tensión que había logrado acumular a medida que el enfrentamiento entre los personajes se hace abierto, directo y cruel. Y el director parece no tener la habilidad siguiente para extrapolar el elegante juego del gato y el ratón, que hasta entonces había mostrado.

Una vez que Chloe comienza a resistirse al amor asfixiante y violento de Diane, la película navega en direcciones contradictorias. Como si no pudiera mostrar la batalla silenciosa entre una víctima que no quiere creer que lo es su y su verdugo, “Run” decae y para su última hora se convierte en una caricatura de su propuesta inicial. Por supuesto, el duelo de actuación entre Allen y Poulson es lo suficientemente sólido para mantener el ritmo de la película. Pero aun así, hay cierta perdida de identidad que se lamenta.

Si durante el primer tramo “Run” había sido una pieza de suspenso sujeta a sus propias reglas claustrofóbicas, para la segunda mitad se vuelve genérica. Chagasy desecha la audacia de las primeras secuencias y se lanza a una persecución sin trascendencia. La mirada fría y despiadada de la cámara sobre madre e hija, se rompe hasta volverse una colección de clichés.

Quizás sin su prescindible segundo tramo la película podría ser un recorrido por las líneas de la obsesión, mucho más pulcra y directa. Con todo, este thriller poderoso muestra una singular eficacia. Incluso en sus momentos más predecibles, todavía sostiene sin flaquear su complicado mecanismo de trampas a medio revelar: las trampas del encierro.

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