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"West Side Story", el amor de Spielberg por el cine es así

Steven Spielberg acaba de conquistar el género que aun se le resistía. O en todo caso, en el que no había incursionado con toda su potencia visual. La versión para el nuevo milenio de "West Side Story", no solo es un ejemplar ejercicio visual, sino también, una mirada potente y renovada al musical en su estado puro

"West Side Story"
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Steven Spielberg comenzó su carrera como director con un aterrador recorrido en carretera. “Duel” (1971) fue su primera película y también, uno de los debuts cinematográficos más asombrosos de la historia del séptimo arte. Con mínimos recursos, pero con el aval de un guion del escritor Richard Matheson, muestra un espeluznante duelo entre un asesino a bordo de un camión y un conductor que trata de salvar la vida. No hay mucho más en esta narración poderosa que utiliza la cámara como un ojo intrusivo y la condición del que observa como punto de tensión extremo. Solo un camino de aspecto casi distópico bajo el sol brillante, un camión descomunal y un hombre desesperado.

Quizás, el jovencísimo Spielberg que filmó con la cámara sobre el hombro no estaba consciente de que su atrevimiento y osadía marcaban un hito en el cine. “Duel” le convirtió en un pionero en docenas de dimensiones distintas sobre el lenguaje cinematográfico. Acababa de nacer un mito y en especial, un hombre capaz de empujar el cine en direcciones por completo nuevas.

El recorrido de Spielberg a través del cine parece alcanzar su punto más alto con la adaptación de “West Side Story”, el mítico musical de Robert Wise y Jerome Robbins que en 1961 causó furor y dio una bocanada de aire fresco al género. Pero más allá de eso, Spielberg completa una de las pocas casillas faltantes en su larga historia de amor con el cine. Y lo hace desde una perspectiva que asombra por su inocencia. La historia de los amantes que deben enfrentar el odio que les rodea, en mitad de espléndidas coreografías y una banda sonora icónica, se reinventa para una nueva generación desde la emoción.

Spielberg ha sabido combinar una ambientación impecable, una puesta en escena de formidable belleza y una historia conmovedora, con un elenco que destaca por sus capacidades vocales y de baile. Además, comparte una química en pantalla que deslumbra. El resultado es una cuidadosa mirada al legendario musical, pero llevado a un terreno novedoso por su visión mucho más enfocada en la identidad que la pertenencia.

La “West Side Story” de Steven Spielberg no dirime la cuestión de adónde pertenecemos, los vínculos que nos unen a la familia y a los que amamos que tanto obsesionaban a la original. En realidad, dedica una considerable cantidad de tiempo y esfuerzo visual a relatar quienes son sus personajes y por qué actúan de la forma en que lo hacen. Si la versión de 1961 dialogaba como podía con temas espinosos como la raza, la nacionalidad y el prejuicio, Spielberg optó por un discurso más interesado en profundizar en los mundos interiores de sus personales.

Ya no se trata solo de un cuerpo de hábiles bailarines y cantantes que llenan con su talento las calles de una Nueva York idílica con pesares inocentes. Ahora es una mirada directa sobre quiénes son cada uno de los rostros que cuentan una historia renovada pero que conserva lo esencial, tanto del mundo teatral que la vio nacer, como del fenómeno de masas en que se convirtió después. El musical de Spielberg es un recorrido brillante por el hecho de lo espiritual, el amor, el orgullo y la vida.

También es una travesía apoteósica, y por momentos casi perfecta, a través de décadas de historia del cine. Spielberg cuenta la historia de los desventurados amantes, dolorosamente jóvenes y separados por una brecha infranqueable. Pero en realidad está narrando la forma en que el cine ha elaborado una respuesta metafórica sobre el pulso del amor, el odio y la muerte, a través de su capacidad para mostrar el mundo. Con sus cientos de referencias aparejadas en el guion, su respeto profundo por cada musical que permitió a Spielberg crear este mundo hilvanado en color y música, “West Side Story” es un prodigio de belleza.

"West Side Story"

Y aunque la película es casi un homenaje cuadro a cuadro a su icónica predecesora, tiene la suficiente personalidad para no ser un producto genérico o una copia afortunada de uno mayor. El foco narrativo ya no está concentrado (o al menos, no tanto), en lo que separa a María (Rachel Zegler) y Tony (Ansel Elgort), sino en todo lo que palpita en la ciudad que les acoge, en los parientes y amigos que le rodean, la cualidad poderosa y casi adolescente del amor que les une.

Spielberg mira a sus personajes con una amabilidad sensible, sencilla, pero también con una intuitiva inteligencia. Si en la versión de 1961 las grandes coreografías callejeras eran parte de un corpus más amplio, de la vitalidad de una ciudad que oculta milagros y pesares, Spielberg tomó la inteligente decisión de convertir al musical en un pasaje por pequeños fragmentos de ternura.

El director sostiene el argumento mil veces narrado sobre un amor imposible en la estructura de una historia que tiene sus propias pautas y dinámicas. “West Side Story” es un estudio sobre Nueva York en plena transición de lo antiguo a lo nuevo, una cápsula del tiempo en que cada elemento narra una percepción de lo sensible desde diferentes puntos de vista. En una época en que los musicales son una mezcla de la mirada exultante sobre la ingenuidad, “West Side Story” brilla con toda la elocuencia de una herencia condensada en escenas inolvidables y una narración de enorme potencia.

«West Side Story», el homenaje perfecto

La primera escena de la “West Side Story” de Spielberg es un plano secuencia aéreo sobre una ciudad en tonos grises. Nueva York muestra sus heridas, sus dolores y sus silencios. Pero pronto, el director avanza rápido para presentar a los “Jets”, la pandilla que abre lo que será una mirada por el mundo de infinitas posibilidades del cine como lienzo. Si algo sorprende de la película es la forma en la que el coreógrafo Justin Peck integra el sentido del ritmo a la actuación.

Como si se tratara de una obra de teatro, cada escena es un prodigio de habilidad en la que Spielberg combina la iluminación, la fotografía y el sentido de lo hermoso para narrar su historia. Para cuando los “Sharks” hacen su aparición, el color envuelve a la narración como una oleada matutina. Para entonces, queda claro dos cosas: Spielberg decidió crear la versión más exacta de un musical que marcó época para una generación de distinta sensibilidad a la que disfrutó su estreno. Y que “West Side Story” continúa incombustible y potente.

"West Side Story"

Claro está, se trata de un prodigio de precisión y pulso escénico. Spielberg dota a su película de un animus tan poderoso, que en sus momentos extraordinarios combina la música como una experiencia total e inmersiva. Nunca hay silencios en la película, tampoco momentos de quietud. La paleta de colores muta para expresar la riqueza del amor juvenil, la dureza de las calles, el entusiasmo del baile, el pesar de la muerte.

El director hace de lo cromático y lo acústico parte de la narración. Golpes de metal que asemejan timbales, suspiros que marcan acordes, incluso los diálogos —en un delicioso spanglish que celebra el idioma como un puente que une y separa dos culturas— rebosan de la potencia de lo sensorial. Con la partitura en manos del venezolano Gustavo Dudamel y el mismo espíritu subversivo de Leonard Bernstein, “West Side Story” cree en el amor, el odio y la emoción como dilema y lo plasma en pantalla.

Tal vez la evidencia más clara de esa noción sobre el cine como vehículo de todo y de todos, es la sonrisa de Valentina (una espléndida Rita Moreno), que vincula la antigua versión con la nueva y es el golpe de efecto más significativo en una película llena de metáforas. Para Spielberg, la actriz (y productora ejecutiva), es el corazón de su film. El palpitar dulce y bondadoso que hereda una generación.

El mayor mérito de la que está llamada a ser la gran película del año es justo ese: tener un corazón, una brillante capacidad para emocionar y ser un homenaje de alto calibre que no olvida su propia identidad.

Spielberg, que comenzó su carrera en un duelo a muerte entre dos desconocidos, llega a su pináculo más alto con otro duelo fatal, esta vez en las calles de Nueva York. Entre ambas películas, hay cincuenta años de aprendizaje. Entre ambas películas, hay un director que madura para comprender el tejido conjuntivo del cine. Si “West Side Story” recuerda que el cine de alto calibre regresó, también es una mirada al Spielberg maduro que deja claro su amor por lo que hace. Sin duda, uno de los méritos invisibles, pero más emocionantes, de esta gran oda al lenguaje cinematográfico.

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