Cine y TV

Las esposas perfectas de Oliva Wilde

"No te preocupes querida" es, en apariencia, una oscura alegoría sobre el amor, el poder y el género. Todo, bajo un juego astuto sobre la identidad y la forma en que comprendemos lo que puede -o no- definirnos. Pero esta mezcla entre retrofuturismo y un drama, con un singular comentario político, se queda a medias: el guion no logra sostener sus ambiciosas premisas

Publicidad
wilde

En buena parte de la película “No te preocupes querida” de Olivia Wilde, Alice (Florence Pugh) parece incómoda e inquieta. Como si fuera incapaz de lidiar con la sensación de ser aplastada por los pulcros espacios de su vida hogareña. De la mañana a la noche, Alice sabe cuál es su sitio en el mundo. Con su pulcro vestido de joven esposa de la década de los 50, tiende la cama, prepara el desayuno, despide a Jack (Harry Styles) frente a la puerta de la casa simétrica, en una calle con césped verde bien cortado y vecinos adorables que nunca dejan de sonreír. La viva estampa de la felicidad.

Poco a poco, la radiante Alice descubre evidencia sutil de que el mundo que la rodea carece de bordes imperfectos. Y ese es el primer indicio de que algo fuera de toda explicación -o al menos, una inmediata- ocurre. Tanto, como para que deba enfrentar la perspectiva de la locura o algo mucho más retorcido.

Por supuesto, nada es tan claro. En el pueblo de Victory el tiempo pasa con una lentitud exquisita, en medio de una plácida sensación de satisfacción. Nada parece amenazar el equilibrio que sostiene lo corriente cristalizado en su pulcritud. Todo transcurre con el orden de un mecanismo perfectamente equilibrado.

“¿No tenemos un gran papel, al cuidar de nuestros queridos maridos?”, dice Bunny (Olivia Wilde), madre de dos y también, esposa ejemplar. “La vida aquí es feliz porque se sujeta al orden”, explica Frank (Chris Pine), el maquiavélico artífice del truco que se esconde detrás de un escenario perverso. Alice lo sabe, tropieza con los indicios paso a paso. Pero ninguna pieza parece encajar. “¿No ve lo que yo veo?”, increpa al chofer del único transporte del pueblo, testigo como ella, de una rasgadura en la sustancia de lo real. El hombre la observa, los ojos muy abiertos, casi inocentes: “¿Qué debo ver?” Alice retrocede, aturdida, sofocada por el terror ¿Se trata de paranoia, la huella de un secreto inclasificable que se extiende a lo largo y ancho del extraño valle en que se levanta el lugar en el que vive?

Pugh imprime energía y furiosa belleza a su personaje. Y es ella quien sostiene este laberinto con pretensiones de trampa mortal que revela sus secretos muy pronto. Porque si algo falla en “No te preocupes querida”, es en la obviedad. La forma en que los puntos de sutil burla que indican lo que en verdad ocurre son tan directos como innecesarios. Más allá de las mujeres felices y los hombres que cuidan de ellas, habita la oscuridad. Algo que Alice descubrirá casi por accidente y sin que la película pueda construir una idea elegante sobre su amplia y ambiciosa premisa.

Lo que esconde la sonrisa perfecta de un ama de casa 

Claro está, es un viejo truco del cine. Peter Weir utilizó en “The Truman Show” la misma observación maníaca que Wilde dedica al personaje de Pugh. La cámara de la directora la sigue con especial interés, como si se tratara de una criatura encantadora atrapada en un espacio del que no podrá escapar. La película se esfuerza por dejar claro que el personaje disfruta del privilegio de un hogar impecable, un hogar amoroso, un futuro radiante.

Pero esta instantánea de la vida doméstica ideal es tan endeble y se tambalea con rapidez. El argumento tiene dificultades para sostener la historia de dos realidades que coexisten en un mismo punto. Es inevitable que Alice parezca una pieza de utilería, mientras su esposo Jack (Harry Styles) la contempla desde una distancia más que sospechosa.

El guion de Katie Silberman y Carey Van Dykee no logra crear la atmósfera tensa y peligrosa que requiere el destacado apartado visual. Los días muy brillantes, una casa lujosa de pisos y muebles impecables. La sensación de que el tiempo atraviesa la narración como una presencia borrosa. ¿Se trata de los amables años cincuenta, una época anterior? ¿O un futuro apenas esbozado que refleja -y la mayoría de las veces, de forma poco eficaz- algo más inquietante?

Wilde tiene un talento más que evidente para elaborar una historia cuidadosa con respecto a ritmo y tono y para utilizar lo siniestro para sugerir lo que ocurre al fondo de las escenas estilizadas del film. De hecho, el punto de mayor interés en la producción es cómo la directora logra evitar la obviedad del mensaje al fondo del argumento.

Una y otra vez, la casa de Alice y Jack se convierte en un conjunto de espacios claustrofóbicos. Las paredes parecen hacerse enormes o los pasillos interminables. Entre ambas cosas, los personajes son rehenes, figuras casi espectrales que se mueven de un lado a otro con una estricta severidad.

¿Qué es lo que ocurre con exactitud entre este joven matrimonio? Wilde se esfuerza en detallar la incomodidad de los silencios, de los rostros extrañamente sonrientes de sus personajes. De la percepción tenebrosa de que todo su brillo juvenil e impecable esconde un punto amargo. ¿Qué es lo que ocurre en los límites de la historia y que apenas se deja entrever por momentos?

Un argumento poco refinado

La pregunta surge de inmediato y la respuesta se insinúa demasiado pronto. Se responde con pistas falsas de una torpeza preocupante, en los primeros veinte minutos. El guion, que intenta desarrollar como puede la noción de paranoia alrededor de lo que parece un drama doméstico, no lo logra.

El film no guarda sus secretos con la suficiente habilidad. Eso, a pesar de que la directora profundiza en la premisa con una habilidad maliciosa. La sobriedad artificial de las casas coloridas se transforma en un escenario malsano. El sol siempre brillante es una presencia inexplicable. Wilde opta por cierto aire onírico, irreal, que se desliza hacia lo temible.

Alice comienza a contemplar lo ocurre a su alrededor con una angustia evidente. ¿Desvaría, hay una grieta en este fluir del tiempo en el que cada elemento ocupa un lugar específico? Para Alice, la sensación de miedo se convierte en recelo. ¿Miente Jack? ¿Es posible que todos los que le rodean mientan de una forma u otra? Poco a poco, la premisa de un mundo dentro de otro mundo, se desvela con facilidad. Pero es tan excesiva que entorpece la capacidad del film para construir una realidad alterna. Hacerlo de modo creíble, sustancial o con el suficiente impacto para sostener el nudo de la narración.

El experimento narrativo mal ejecutado

Uno de los puntos más lamentables del film, es el hecho de perder de inmediato su eficacia como una trampa gigantesca. El relato de Alice, que duda de su mente, de lo que puede ver y tocar, de las conclusiones de su mente, se desvirtúa de súbito.

El argumento se derrumba en un segundo acto, en el que toda la atmósfera adquiere un tono de innecesaria urgencia. Wilde se esfuerza y la película se hace una magnífica visión de horrores inquietantes a medio descubrir. Pero por último, el guion falla otra vez al concluir todas las líneas narrativas que sugirió.

En un intento de emular el golpe de realidad descarnada de “The Truman Show”, Wilde juega con la idea de un escenario superpuesto a lo cotidiano. Pero el guion es en exceso blando para sostener un giro narrativo de semejante calibre y la película deja sus obsesiones más obvias sin concluir.

El film añade un innecesario comentario socialy mal ejecutado, que hace que el guion sea incapaz de narrar el centro del misterio. En un intento de crear capas de profundidad “No te preocupes, querida” termina por ser un desatino en lo esencial de su relato. El supuesto mecanismo macabro que muestra se erosiona de forma acelerada hasta su tercer tramo, cuya conclusión roza lo ridículo.

Al final, “No te preocupes, querida” es un mecanismo que falla y se desploma por inconsistente: es solo el anuncio de un conflicto más complejo que no llega a desarrollarse jamás.

Publicidad
Publicidad