Cine y TV

"Sin novedad en el frente": el horror de la guerra sigue seduciendo al cine

La película de Edward Berger, se alzó con nueve nominaciones en los premios Oscar de la Academia 2023. Una hazaña que reafirma el punto de vista de los BAFTA, que le otorgó 14, un número inédito en la premiación. Por tercera vez en la historia del cine esta historia de guerra desconcierta y conmueve a la crítica especializada 

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La novela “Sin novedad en el frente” (Im Westen nichts Neues) de Erich Maria Remarque, se publicó en 1928 y de inmediato se convirtió en un éxito de librería. Se trataba de la guerra, narrada desde el fragor de la batalla y entre los campos tintos de sangre. Pero a la vez, era también una historia sensible acerca de la humanidad de los combatientes: de todos, sin importar el bando.

En medio de ficciones propagandísticas y llena de opiniones ideológicas, la mirada de Remarque logró que los lectores de Europa comprendieran el sentido real de la muerte en el campo de batalla. A la vez, los horrores y las heridas colectivas que los sucesivos conflictos que el continente sufrió a lo largo del siglo XX, dejó en toda una generación.

Un fenómeno semejante no podía mantenerse alejado del cine por demasiado tiempo. En 1930, la primera adaptación de la obra, dirigida por Lewis Milestone, llegó a la pantalla grande. El film deslumbró y además elaboró un discurso pacifista que estremeció al público y a la crítica de Hollywood. De la misma forma que el material original, el largometraje no estaba interesado en proclamar a vencedores o perdedores. Tampoco en señalar culpables. Con un recorrido por desolados campos de batalla, cadáveres de jóvenes asesinados en medio del caos y la sensación perenne del horror cercano, la producción se convirtió en un alegato pacifista sin intentar serlo. Ese año, levantó la estatuilla del premio Oscar al mejor director y mejor película.

En 1938, “Tres camaradas”, de Frank Borzage, adaptó la historia de Remarque, aunque tomándose algunas libertades artísticas. Aun así, la película se convirtió en una mirada dolorosa sobre la guerra, más allá de las balas y los uniformes militares. El guion explora los terrores y angustias de tres soldados al regresar a una Alemania en ruinas. Pero lo más sorprendente de la visión de Borzage, es la percepción del desarraigo y la destrucción moral de las víctimas que sobreviven, como pueden, al miedo colectivo. No obstante, su aproximación se desvía de sus puntos más poderosos hacia un drama romántico y quizás por eso no fue tan exitosa como su predecesora.

El trauma reciente

«Así acaba nuestra noche» (1941), de John Cromwell, es también una aproximación al libro alemán, pero esta vez, bajo la alargada sombra de la Alemania nazi. Menos elegante y profunda que las anteriores versiones es, a la vez, la única que conduce a sus personajes a hacerse en voz alta las mismas preguntas que la obra literaria. “¿La guerra es la muerte y solo eso?”, murmura Ludwig Kern (Glenn Ford), mientras huye por una Europa en escombros.

Estrenada en mitad de una agria discusión sobre la guerra y el espíritu combativo estadounidense, la película fue considerada un “panfleto de cobardes” por algunos críticos enfurecidos. Pero a pesar de eso, el mensaje era claro. El dolor de la violencia convertida en una ráfaga de pura destrucción, era mucho más potente que los alegatos en su contra. Un mensaje que se hizo tan inquietante como para, incluso, llegar al senado estadounidense, en el cual se debatió la película entre grupos políticos.

Tuvo que transcurrir más de treinta años, para que la historia de Remarque volviera a ser motivo de discusión. La obra llegó a la televisión británica en 1979 de la mano de Delbert Mann. Y aunque no tuvo la potencia, ni tampoco la elegancia narrativa y visual de cualquiera de las otras, tuvo un relativo impacto. En particular, porque el trauma de la guerra de Vietnam era tan reciente como para convertir el film en un manifiesto pacifista discreto. Con todo y a pesar de las inevitables comparaciones, obtuvo el Globo de Oro en 1980 a mejor largometraje.

Otra vez

Para su versión del nuevo milenio, “Sin novedad en el frente” es una mirada silenciosa y temible a la guerra. No obstante, a diferencia del resto de las adaptaciones, su poder está en cierto contenido nihilismo. Este alegato en contra de los horrores de la guerra, podría pertenecer a cualquier época y lugar. Eso, a pesar de su lustre histórico y de documento visual construido para deslumbrar en el apartado de puesta en escena. Pero su objetivo no es reflejar un período histórico — su parte más blanda, docenas de expertos han criticado su inexactitud — sino, enfrentar el hecho de la muerte y la vida como un conjunto de ideas turbias. 

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Edward Berger construye un discurso que se basa en paisajes destruidos, en el sonido realista de gemidos y jadeos aterrorizados, además de la sensación perenne, de un peligro inevitable. Lo que comienza con una toma naturalista — que intenta, al igual que la novela, demostrar que la única fuente de bondad real está lejos del hombre — la cámara sigue su recorrido hacia regiones más tenebrosas. Las víctimas de la guerra se convierten de súbito en parte del paisaje. Lo mismo que el sonido de las balas y la sensación inevitable que el peligro es inminente, destructor e implacable.

“Sin novedad en el frente” no es un relato que abogue por la paz de manera directa, sino al mostrar de forma descarnada las consecuencias de la irresponsabilidad del hombre. La carnicería de la guerra, por cualquier motivo o sentido, se analiza como un estrato de pura y salvaje necesidad de poder. La conflagración, centro de todos los horrores, podría ocurrir en cualquier parte y el peso de su dolor sería el mismo. Tal vez por eso la versión de Berger sea tan adecuada para una época cínica como la actual. Pero en especial, para un público para el que la violencia es parte de la vida rutinaria. 

Uno de los grandes logros del director, es delastrar el mensaje central de la película de un objetivo o un mensaje claro. La muerte está en todas partes, la sangre lo cubre todo. Poco a poco, el film relata la vida detrás de las trincheras con un realismo brutal que tiene poco de lírico y mucho de sincero y arrollador. Tal vez ese es el motivo por el que superó a propuestas más elaboradas y complejas en su camino al Oscar. «Sin novedad en el frente» no es una colección de imágenes extraordinarias que resultan por ser insoportables  -como «1917» de Sam Mendes - sino un recorrido por la nada. El fuego de lo que destruye y la noción de la fugacidad de lo humano. En una década en la que la vanidad y la presencia del yo individual es un punto elemental para entender la identidad de una nueva generación, la deshumanización del film es total, crudo y carente de toda redención. La guerra, vista a través de un cristal manchado con la sangre de sus propios testigos. 

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