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"Oso vicioso", el chiste se pasó de cocaína

“Oso vicioso”, de Elizabeth Banks, es una combinación estrafalaria entre humor y gore. La película trata de hacer reír  -y lo logra - apelando a las equivocaciones, solo que aquí vienen con sangre, vísceras y algunas decapitaciones. ¿Se sostiene una combinación semejante? Solo en ocasiones y no siempre gracias a su guion

oso vicioso
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En una de las escenas de “Oso vicioso” («Cocaine Bear») la bestia arremete contra una patrulla policial: no hay otro sonido que sus aullidos y los alaridos de las víctimas, encerradas dentro del vehículo. Se trata de un monstruo de pesadilla con aspecto vulgar. Una criatura de casi dos metros de altura y más de cien kilos, intoxicada por una inaudita dosis de cocaína. El vehículo se sacude mientras los personajes gritan y tratan de escapar de una situación inexplicable. Una que, por supuesto, empeorará por momentos y que tendrá un desenlace sangriento. Pero por curioso que parezca, el animal no será el responsable  -no el directo- de las muertes que veremos. 

Este tipo de secuencias se repiten una y otra vez en la película dirigida por Elizabeth Banks. El oso cocainómano aparecerá entre arbustos, caminos boscosos, saltará desde piedras. Siempre en persecución de un grupo de paseantes, senderistas o la habitual damisela en peligro. Aun así, el violento animal no es el único peligro.

También lo es la torpeza. Banks crea una larga cadena de circunstancias tragicómicas, terroríficas o en el mejor de los casos, temibles, para contar una trama tan sencilla que se desploma casi de inmediato. Como si se tratara de una comedia burlona sobre la capacidad del hombre para ser su propio depredador, el film juega al caos. Pero lo hace sin la suficiente habilidad o precisión para ser algo más que una rareza que, sin embargo, muestra un nuevo tipo de comedia en Hollywood: la que se limita a mostrar la estupidez como causa probable de toda desgracia.

Desde experimentos metarreferenciales y en apariencia irónicos como “La burbuja” de Judd Apatow, hasta esa glorificación de la necedad como lo es “Jackass Forever” de Jeff Tremaine. Durante los últimos meses, la comedia absurda que apela a una completa falta de sentido para hacer reír, es la nueva moda en el género. Pero “Oso vicioso” lleva la idea más allá, al convertir a su nutrida colección de muertes aparatosas en una versión acerca de la trivialidad y el azar que resulta ser tediosa.

El film, que se consideró uno de los grandes estrenos del 2023, es de una sencillez desconcertante. Un oso encuentra por accidente cantidades ingentes de cocaína, que consumirá hasta saciarse. Después, se dedicará a matar. No hay añadido ni dobles lecturas en la trama. Apenas una mezcla casi minimalista entre el habitual tropo de la criatura imparable, combinada con una supuesta exploración del comportamiento despreciable colectivo.

El resultado podría haber sido más que una dantesca colección de imágenes tintas en sangre si pudiera manejar con mayor habilidad sus interminables situaciones perversas. O quizás, considerar al humor algo más que simple sorpresa o risa nerviosa.

Érase una vez un oso

Banks se basa en un suceso real que pudo explotar con más habilidad y mayor provecho. En 1985 una avioneta se estrelló en mitad de los bosques de Georgia y dejó a su paso varios paquetes llenos de cocaína. Meses más tarde y en la búsqueda de los restos del siniestro, las autoridades locales tropezaron con el cuerpo de un oso negro, momificado por el sol, y a su alrededor, 40 paquetes abiertos de cocaína. La sorpresa fue mayúscula al explorar los restos y descubrir que el estómago del animal estaba lleno de grumos de droga. Tanto, como para provocar su muerte instantánea. 

Pero la anécdota se hace más compleja. Meses antes del hallazgo, en septiembre de 1985, una familia de Knoxville (Tennessee), encontró en su jardín el cuerpo de un hombre envuelto en tela de lona. La policía diría, después, que se trataba de la víctima de algún tipo de “siniestro aéreo” del que no se tenía mayores datos. Después, las tres circunstancias se unieron en la más peculiar historia. 

Un narcotraficante había intentado llevar por aire cuarenta kilos de cocaína, pero el aeroplano en que viajaba sufrió un desperfecto y se precipitó al suelo. En medio de la desesperación, el piloto y único tripulante, se lanzó al aire en paracaídas. Eso, después de arrojar parte de su ilegal y valiosa carga, además de llevar otra tanta encima. Pero el peso fue excesivo y el traficante murió a kilómetros de distancia del lugar en el que la avioneta se estrelló.

Entre ambos sucesos se encuentra el oso muerto. Nadie pudo explicar cómo logró abrir los contenedores que cayeron en los bosques de Georgia y consumir cocaína. El relato, repetido primero como una curiosidad periodística y después como una leyenda urbana, se hizo uno de los favoritos de la región. También, el punto de partida para el guion de Jimmy Warden, que Banks adapta en tono de comedia negra.

No obstante, el film no logra captar — no lo intenta del todo, tampoco — el aire de casualidad disparatada de la historia verídica. En vez de eso, exagera hasta el cansancio la sensación de que todo cuanto ocurre — ya sea en la cinta o fuera de ella — tiene una relación directa con la bobería en masa. Caídas que provocan cráneos rotos, peleas a puño limpio con un oso corpulento. Incluso enfrentamientos inexplicables contra muros rocosos. Más que una narración cinematográfica, la cinta es un alegato de la incapacidad de cualquiera para evitar ser parte de una tontería total, genética y parte esencial del hombre como criatura. 

“Oso vicioso” tiene un humor pendenciero, brutal y cruel que exagera u olvida sin que haya una explicación real a su irregularidad. Va de un extremo a otro sin dejar claro cuál es su intención. ¿Pretende demostrar que el humor no necesita artificio más que una narración que apele a nuestros peores instintos? ¿O es una mirada experimental a lo absurdo, hasta regiones incómodas? 

Sin duda, la intención de la directora es hacer reír — y lo logra — al burlarse de la simple cuestión de la banalidad. Pero la película solo demuestra que cuando Hollywood intenta ser grotesco e irreverente, recurre a la simpleza. En el film de Banks, el chiste no termina de contarse o lo hace tan mal que la carcajada floja que produce es casi un regalo accidental del espectador de turno. Algo que podría decirse de casi cualquier comedia estrenada en el último lustro. 

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