Cine y TV

La belleza sangrienta e imposible de "John Wick 4"

“John Wick 4”, de Chad Stahelski, es la quintaesencia del cine de acción. Y también el aparente cierre de una de las sagas más innovadoras en un género que, por lo general, no admite grandes cambios. El asesino a sueldo favorito de la cultura pop es innovación pura. Estreno: 24 de marzo

john wick
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Por allá en el 2014 las historias de los asesinos cinematográficos eran muy semejante entre sí. El ejército de un solo hombre en busca de venganza y una probable secuela que mostrara el día después que el antihéroe de turno se retiraba a una vida apacible y aislada. Al menos fue lo que sucedió con el Rambo y con la multitud de personajes idénticos de Sylvester Stallone y si vamos unas décadas más atrás, con el vengador anónimo de Charles Bronson.

La premisa, con algunos cambios y matices, era siempre idéntica y el propósito básico. Demostrar que a las buenas figuras de acción les movía la venganza. O, mejor dicho, la reivindicación de dolores personales convertidos en objetivo militar o armado. Algo que el John McClane de Bruce Willis llevó a un nivel más humano y rampante. No obstante, las historias sobre grandes hombres, arrasando con todo lo que pudieran para ejecutar una satisfacción mayor, llegaron al nuevo milenio sin mucho qué decir. En el mejor de los casos, convertidas en reliquias para los amantes de las revanchas parcialmente idénticas. Hasta que John Wick entró en el escenario.

El personaje, encarnado por un imperturbable Keanu Reeves, tenía la misma catadura de sus predecesores y también cuentas por saldar con enemigos varios. Pero sus motivos no eran una esposa muerta — aunque había una — o traumas de guerra. Era el asesinato de un cachorro Beagle a manos del hijo mimado de un mafioso. Un hecho en apariencia cruel, pero circunstancial, desataba la ira de Wick, un asesino retirado que había intentado enmendar su camino pero descubría que después de todo, lo suyo no era el lado hogareño de la vida. 

La película de Chad Stahelski se convertía, entonces, en una batalla campal que abarcaba al menos dos continentes y una extraña sociedad de asesinos. Sin embargo, lo verdaderamente significativo, era la manera en que John se convertía en epítome del tropo del ejército de un solo hombre. Uno que mostraba una evolución formal. Más que un asesino (que lo era), Wick era un reflejo de un tipo de violencia marcada por la rabia más sofisticado, preciso e imparable que cualquiera de sus predecesores. A la vez, un enemigo implacable de figuras tan siniestras como él mismo.

No obstante, el mayor atractivo de Wick era el hecho de que se movía en su propio mundo. Sus enemigos eran, además de mafiosos y asesinos, un singular submundo siniestro, estratificado y gobernado por misteriosas figuras. Stahelski usaba la premisa del hombre que no pertenece a ninguna parte sino al territorio de su odio, bajo un aspecto curioso. Había un lugar al que John Wick — y otros tanto como él — pertenecían. Una hermandad enigmática de asesinos con un específico código de conducta, comportamiento y límites. Transgredir cualquiera de ellos, significaba la muerte. Como también lo era, enfrentar a John Wick.

Este universo macabro y ultraviolento convirtió a la película en un éxito inmediato. Después en una saga y al final, en la que es probablemente la mejor película de acción de los últimos veinte años: la incomparable y brutal “John Wick 4”.

Con todo y contra todos

Si algo sorprende de la cuarta parte de la franquicia Wick es su magnitud. La sociedad High Table, ya no es una curiosidad, sino una serie de hilos de muerte y destrucción que se extienden como una telaraña a través de escenarios y personajes. Ya no se trata del New York Continental, sino de las fuerzas que representa. También, de la envergadura de la misión de Wick. Ya no se trata de una venganza, sino de escapar de una legión de asesinos que van en su búsqueda.

Una colosal tragedia en tres actos que comienza con el asesino titular demostrando su fortaleza. Los puños ensangrentados, el cuerpo en tensión, el anuncio de que esta criatura surgida de la furia, las balas y una cultura de homicidas, está a punto de utilizar todos los medios a su alcance para salvar su vida.

John Wick es de nuevo el centro de la escena. Pero Keanu Reeves imprime ahora cierto aire de exclusión dolorosa a este hombre herido y en busca de un propósito mayor. Como si se tratara de una búsqueda religiosa, el film enfoca el propósito del personaje de arrasar con la High Table y todo lo que representa, desde cierto aire de ideal inalcanzable. Ahora bien, en lugar de tratar de encontrar la redención, la determinación del asesino es tránsito hacia la pérdida de cualquier límite. Ya no hay nada que detenga a Wick o a quienes le persiguen. La guerra total es imparable y está a punto de elevarse en una ráfaga de balas que alcanza cada lugar en que la sociedad mantuvo influencia.

Una premisa semejante es, por necesidad, de una magnitud difícil de abarcar. Pero el director reconstruye la historia original de Wick — un hombre solitario en busca de satisfacción violenta — y lo extrapola a una necesidad mayor: la de arrasar el mundo tal y como lo conoció. También, evitar ser asesinado, lo que convierte su supervivencia en un objetivo que nada tiene que ver con el instinto de autopreservación. John quiere sobrevivir para ejecutar un plan de proporciones inabarcables que incluye devastar los cimientos de lo que conoció como hogar, coto de entrenamiento y enemigo.

La película se hace entonces colosal, viaja en direcciones distintas y en espacios nuevos del cine de acción. A las usuales balaceras y explosiones se le suma un sentido singular de un mundo inexplorado, que la saga insinuó antes, pero que ahora abarca en todo un fulgor novedoso. Nueva York es campo de batalla, pero también París y en especial Osaka, con una perspectiva sobre la violencia que se hace orgánica, pendenciera y total. Con, quizás, la más ambiciosa escena de acción de historia reciente del género, la ciudad japonesa se convierte en un escenario extraordinario e inquietante. Las luces y las sombras encarnan los temores y la búsqueda de Wick. Pero también, la demostración de hasta dónde llegará y qué está dispuesto a hacer para imponerse a un nuevo enemigo -encarnado por Bill Skarsgård- y triunfar. 

Más de una docena de escenas de acción hacen de la película una travesía frenética sin un momento de respiro. A pesar de ser la cinta más extensa de la saga, es también la más compacta, mejor construida y la que está más dispuesta a tomar riesgos. Eso, sin caer en el ridículo de la exageración o la creación de situaciones forzadas. En realidad, la extravagancia está al servicio de una mirada a lo monumental, que asombra por su contundencia a todo nivel.

“John Wick 4”es el rostro contemporáneo del cine de acción. La elocuente muestra de su evolución y de su crecimiento como un género capaz de ser algo más que entretenimiento. Con una osadía visual que rompe moldes — se agradece la forma en que reconfigura enfrentamientos y peleas cuerpo a cuerpo — la saga es una celebración a un tipo de cine con frecuencia menospreciado. Pero también, un hilo conductor entre el presente y el futuro de cómo se concibe la ultraviolencia en el ámbito cinematográfico. Un logro que incluso el circunspecto Charles Bronson habría aprobado. 

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