Cine y TV

"La caída de la casa Usher": el mal somos nosotros

El cuento de Edgar Allan Poe “La caída de la casa Usher” es un clásico del terror con varias versiones cinematográficas elegantes. Pero la de Mike Flanagan se sale de toda norma y límite, para encaminarse a un nuevo lugar: la ambición contemporánea, tan violenta y voraz como cualquier monstruo  

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En «La caída de la casa Usher» (Netflix) todo pasa por una razón: una violenta, imparable y voraz ambición que conduce a los miembros de la numerosa y detestable familia a caer en una condena que tiene poco de sobrenatural y mucho de poética. Si la premisa te resulta familiar, no vas del todo desencaminado. La más reciente versión del cuento clásico de terror de Edgar Allan Poe, tiene mucho más parecido con «Succession» de HBO, que con el film de terror de 1960, protagonizado por Vincent Price. Lo que convierte a la última obra de Mike Flanagan en toda una rareza. 

Y lo es porque por primera vez esta historia es mucho más que un relato puro de terror. También es una exploración acerca del odio, el apego codicioso a los símbolos de poder y a la necesidad inquietante de trascender, incluso por medios fraudulentos y muy cerca de lo criminal. La adaptación de Netflix de «La caída de la casa Usher» está más consciente de eso que ninguna otra. Y lo plasma con una elegancia decadente que resulta siniestra, aunque la violencia empresarial y la manipulación abundan mucho más que los fantasmas y los dolores místicos.

Si algo sorprende de la serie de Netflix es su radical y bien construida necesidad de evitar todo paralelismo con cualquier idea relacionada con el miedo. Pero lo causa. Lo profundiza, lo muestra. Sólo que no se trata de los temores victorianos a sótanos destrozados por años de abandono o fantasmas con cadenas. En esta ocasión, Flanagan usa la alegoría de la herencia familiar lóbrega para hablar acerca de cómo la ambición se puede volver una tortuosa forma de desastre.

Mucho más, la forma en que esa necesidad retorcida de poseer, triunfar y conquistar del hombre moderno — que no ha cambiado del todo en miles de años — se transforma en algo más oscuro. Si Poe, drogadicto y pendenciero, se obsesionó con tener lo que no podía alcanzar y en aferrarse con ferocidad a su talento, sus obras reflejaron esa obsesión mejor que cualquier otra cosa. «La caída de la casa Usher» lo muestra en varias maneras distintas. 

Hambre de éxito

Poe insistió una vez en que concebía a la literatura como una forma de «rebeldía». Lo dijo pocos meses antes de la publicación en 1846 del ensayo «La filosofía de la composición», una de sus obras más discretas. E insistió cuando el editor, desconcertado por el contenido y motivo por el cual había escrito el texto, le preguntó qué deseaba decir en realidad. “Sólo deseaba explicar el porqué la palabra es un acto destructivo” contó después el editor George Rex Graham. Se trataba de una frase desconcertante para el restringido y severo mundo literario norteamericano.

Mucha de esa percepción se encuentra en la adaptación de Mike Flanagan de la «La caída de la casa Usher». Desde el primer capítulo, que presenta al patriarca familiar Roderick Usher (Bruce Greenwood), la serie se encamina a emparentar el acto de violencia del poder mal utilizado con el destino familiar. Porque Roderick tiene todo el poder que podría necesitar y ambicionar, pero no la felicidad. Como padre de seis hijos muertos, el personaje es una criatura en la periferia, en la oscuridad de su mente, tan furiosa y rota como para crear una versión de la lucha por el éxito que se equipara a un monstruo hambriento. 

Poco a poco Flanagan convierte el cuento en una reflexión acerca del por qué deseamos el éxito y el motivo por el cual, muchas veces, ese camino es poco ético y casi siempre levemente inmoral. Se trata de una jugada arriesgada. El cuento de Poe admite pocas reinvenciones. En la película de 1960, el director Roger Corman imaginó a un núcleo familiar corrompido, a punto de derrumbarse en medio del fracaso.

La producción de Netflix es deudora de todas las reflexiones sobre el poder mal habido de los últimos años. De modo que en lugar de fantasmas y una casa embrujada por poderes inexplicables, se trata de una herencia que incluye manipular datos científicos, convertir un medicamento en adicción y la malversación del dinero.

¿El terror moderno está en el hombre? ¿Es el hombre en sí mismo? Es la pregunta que la serie se hace en ocho capítulos que rinden tributo a Poe, a Logan Roy (Brian Cox) e incluso, a casos de malversación tan actuales que convierten a los últimos episodios en algo más parecido a un docudrama. ¿Funciona algo así?

Sí, en la medida en que para Poe el poder terrenal era maldad pura en manos casi siempre inescrupulosas.

Flanagan, incomprendido

En el texto “La filosofía de la composición”, Poe intentaba explicar el motivo por el cual escribió su poema El cuervo en un sentido inaudito en el orden narrativo. En otras palabras, rompió la sagrada regla al fracturar el orden temporal y contar la historia de atrás hacia adelante. En 1846, la idea que un poema — que además intentaba narrar un hecho terrorífico — fuera por completo inexplicable, era poco menos que un despropósito.

Flanagan menciona el texto y crea la reinvención más poderosa de la obra de un escritor a menudo considerado remilgado. Para su época, Poe había creado algo inexplicable para los lectores, sorprendente y sin sentido para sus críticos: cuentos sobre la maldad que no necesitaban lo sobrenatural para funcionar bien.

“Nadie puede entender el espiral de las pequeñas cosas terroríficas” escribió a Graham, su editor. Se refería por supuesto, al hecho de que El cuervo era una obra de escalas y reconstrucciones de lenguaje que mostraba un nuevo sentido del luto. Pero también, al resto de su obra. Algo que el director Flanagan recuerda en «La caída de la casa Usher», una de sus mejores obras y que, quizás, será la menos comprendida, justamente por su rareza. 

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