De Interés

The Revenant: La farsa de Iñárritu

 Allá atrás quedó Birdman, la película más lograda del mexicano. Ahora se adentra en una búsqueda constante de querer arriesgar por arriesgar sin un sentido lógico. En The Revenant todo pasa en un método forzado, innecesario, como colocado bajo una premisa manipuladora. Una rebeldía sin causa. Nunca la venganza se había tornado tan tediosa y falsificada.

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Texto de roberto franchi @RobertooFranchi

A la cinta le sobran minutos en exceso. Una hora menos de película y me siguen contando lo mismo. Es el sentimiento lujurioso de Iñárritu y las ganas de sobrepasar los límites a modo de irreverencia infantil y terca que lo ciega ante el acabado final.

Todo puesto en su lugar para dar de qué hablar y ser protagonistas en la temporada de premios. Que si las condiciones del rodaje no eran optimas. Que si la luz natural. Que si Di Caprio las pasó feas en la selva. Pura carnicería mediática que no aportan nada al resultado. Todo publicitado y colocado en la palestra para enaltecer una película que carece de altura.

El guión está lleno de altibajos, carece de ritmo y da a entender constantemente que no va hacia ningún lado. Pareciera que a DiCaprio lo sacaron de La Pasión de Cristo y lo dejaron moribundo en la selva a lo Tom Hanks pero sin pelota. El morbo lleva a tener que calarnos entonces esas escenas sin diálogo donde el protagonista sufre y sufre ante un escenario poco esperanzador, hasta que de repente, el héroe caído, se levanta milagrosamente, a modo de Lázaro, y logra su objetivo vengativo. La falta de justificación absoluta ronda cada una de las secuencias. Un camino errático por donde se le vea.

Hay una constante semejanza a Terrence Malick, y no a modo de tributo. La referencia estética está desde que comienza hasta que termina. Lo hay en la filosofía de la historia, lo hay en las características visionarias ante la vida y la existencia del personaje protagonista. Al menos lo intenta, porque nunca lo logra, y comparar sería exagerado. Ni hablar de El Chivo Lubezki, quien más allá de lucirse con unos planos espectaculares, está recordando a Malick a diestra y siniestra. Pareciera que estuviese trabajando para él y no para el mexicano. Al menos sus méritos se lleva. Es lo único salvable de la película. Los planos secuencia están de lujo.

A medida que va andando, la cinta nos envuelve con unos recuerdos del protagonista, a modo de flashbacks, para explicar toscamente la unión entre padre e hijo. Como para decir que es la figura del hijo, que de paso es indígena, para entrar en el mayor de los clichés, la que le da el poder para levantarse de su muerte y echar a andar selva adentro.

Todo indica que DiCaprio va a ganar su primer Oscar con esto. Sería una lástima que gane el premio con uno de sus peores trabajos. No le haría justicia a su pasado. Aquí la cosa está creada a propósito para dar con la estatuilla. El hombre va por toda la película entre tropiezos y tropiezos. Desde un ataque indígena a ser juguete de un oso salvaje, a ser dejado moribundo por sus propios compañeros, a esquivar balas, caer a un río y dormir dentro de los restos de un caballo. Está todo en su lugar ordenado para causar impresiones y conseguir el tesoro premio. La máxima manipulación en juego. No sabía que pasar frío, no bañarse en días y comer carne cruda daba premios. Un dato a tomar en cuenta para próximos años. La actuación es totalmente plana, y ni hablar de Tom Hardy. Si de premiar se trata que se lo den al oso.

Al final es un experimento fallido. La película sirve muy bien como documental de National Geographic. Ahí pueden embelesar la pantalla con esos planos bien trabajados a modo de postal. Pero hasta ahí se queda la cosa, porque la poca historia no da para las tres horas de duración a la que someten al espectador.  Ni los personajes la sostienen. Demostrado los aires de grandeza de Iñárritu, pero en eso queda, en puro aire, porque de renacido está muy lejos.

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