Economía

Las fuerzas ciegas de la corrupción

Sobre Tumeremo, sobre la minería ilegal en Canaima, sobre el tráfico de gasolina en las zonas fronterizas, opera una variable que hace rato sobrepasó las disposiciones del Palacio de Miraflores, y de su limitado inquilino actual, el señor Nicolás Maduro.

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El gobernador del Estado Bolívar, Francisco Rangel Gómez, ha anunciado que no asistirá a la interpelación parlamentaria que se propone investigar lo sucedido en la Masacre de Tumeremo.  Después de haber hecho lo posible por silenciar y minimizar el caso, Rangel Gómez ha dicho ahora que no se prestará a “al show político” que montarían, presumiblemente, los diputados que denunciaron lo sucedido.

Las historias de la minería ilegal y la fiebre del oro tienen rato surcando los vericuetos del sur amazónico del país. Hace unos años habrían producido un escándalo supremo, que con toda seguridad habría tocado las fibras  más íntimas de las Fuerzas Armadas.   Se han agravado a una velocidad desoladora durante los últimos años. Pudieron caminar con sigilo, en medio del ambiente de impunidad que reina en el chavismo, protegidas, en parte, por el obrar silencioso de funcionarios sin probidad y sin interés especial en el bien común, como los miembros de la bancada del PSUV del parlamento anterior, y como el propio Rangel Gómez.

Sobre Tumeremo, sobre la minería ilegal en Canaima, sobre el tráfico de gasolina en las zonas fronterizas, opera una variable que hace rato sobrepasó las disposiciones del Palacio de Miraflores, y de su limitado inquilino actual, el señor Nicolás Maduro. Se trata de las fuerzas ciegas, enloquecidas e insaciables de la corrupción. El turbión que convierte en chatarra cualquier decreto con buenas intenciones. Los poderosos intereses creados en torno a la idea de la reelección indefinida.

El régimen cambiario actual, que concentra toda la renta nacional en manos de unas pocas personas, se supone que para administrarlas, ha ido originando un sórdido modus vivendi que tiene a Venezuela en el límite de un estado forajido.  Como los hongos, han podido crecer en medio de la opacidad y la complicidad ideológica. El germen penetró cada molécula del aparato estatal del país.

Las fuerzas de la corrupción, entronizadas en el alto gobierno y el PSUV, son las que están impidiendo una corrección cambiaria sensata, que sea capaz de detener el enorme daño patrimonial producido al país.   Son las que importan comida de forma incontrolada, incluso a riesgo de que se pudra; son las que fomentan la venta de armas de guerra a la delincuencia: las que han decidido ejecutar compras militares millonarias, menospreciando por completo la causa de la seguridad ciudadana.

Las fuerzas de la corrupción, que pudieron obrar con tranquilidad en los dominios de la anterior Asamblea Nacional, le imponen su ley a los ciudadanos de a pie, sean o no sean chavistas. Siguen fiscalizando y matraqueando comerciantes en sus inútiles operativos de fiscalización.  Gracias a ellas, la comida, la gasolina y las medicinas migran a Colombia; se dilapidaron los recursos para atender la crisis eléctrica y no existe una sola empresa estatal que no sea una vergüenza convertida en chatarra y empleados que cobran sin trabajar.

Asustadas, ante la posibilidad de perder sus privilegios, las fuerzas de la corrupción hacen hoy lo posible por prolongar todo lo necesario su paciente digestión de poder. Parte de su tarea defensiva consiste en proceder sin miramientos, sin espíritu autocrítico, sin nobleza y sin honor. Desde la explosión de Amuay hasta los 20 mineros asesinados en Tumeremo.  Hacer silencio ante la sangría nacional.    Vulnerar el tejido institucional del país. Negarse a revisar un solo postulado. No asistir a la interpelaciones parlamentarias.

Terminar por asumir, sin necesidad de decirlo, que puede que sea cierto que no existan vacunas infantiles ni remedios para la hipertensión: la marcha del país será ésta, el plan de gobierno es uno, y personas como Francisco Rangel Gómez serán nuestros gobernantes. Nos guste o no nos guste.

Lo que pretende la clase dirigente chavista es que nos resignemos. Que aceptemos con mansedumbre la realidad de esta Venezuela. Que nuestras vidas terminen siendo una parábola orwelliana. Que, como en 1984, se diga de cada uno de nosotros “Se venció a si mismo: ahora ama al Gran Hermano.”

No somos nosotros los que debemos marcharnos. Los que se tienen que ir son ellos. Las fuerzas de la corrupción deben ser desalojadas de donde están.  No hay problema en Venezuela cuya resolución no pase por un cambio de gobierno.

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