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Las letras se mueren en el fútbol venezolano

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Era un lunes de 1998. La materia más complicada del primer semestre de la carrera (Economía I) abría la semana a las 7:00 am y el profesor Rafael Uzcátegui siempre exigía que estuviéramos preparados para su clase, hora y media de un brutal interrogatorio que se aproximaba siempre al adoctrinamiento marxista.

El pesadísimo comienzo de semana no disminuía mi interés de comprar dos diarios bien temprano (Meridiano y El Nacional) para empaparme de la jornada futbolera del domingo y, sobre todo, leer las columnas de opinión de Rafael Lastra Veracierto y Daniel Chapela. Aunque usted no lo crea y sin pecar de excesivo fanatismo, esos lunes prefería subirme al autobusete que cubre la ruta Silencio – Hospital Clínico que irme en Metro a la universidad, porque era más cómodo leer los análisis sentado en la comodidad del Encava que dándome piñas con la caótica afluencia de gente en la estación de Capitolio.

Vividos aquellos momentos, no deja de preocuparme que en los medios de comunicación se ha dejado de cultivar el análisis, la lectura y la investigación. La crisis ha disminuido los espacios en el papel de los diarios, ciertamente, pero en plena época de bonanza económica ya los apartados que los periódicos brindaban al ejercicio de la escritura del pensamiento eran escasos y muy limitados.

Los ya mencionados Rafael Lastra, Sabina Di Muro y Daniel Chapela eran lecturas obligadas, también las editoriales de Francisco Blavia, Gerardo Blanco y Jován Pulgarín y la palabra de todo el grupo de redactores de fútbol de los primeros años de Líder. Pocos de ellos “sobreviven” como Edgardo Broner (Últimas Noticias) y Cristóbal Guerra (Líder), amén de unos que otros columnistas regionales. La extensión informativa a lo digital ha permitido que otros espacios en Internet sirvan de plataforma a la opinión, donde las teclas siguen sonando (aunque con menor vigor), pero lo que sigue preocupando es el poco interés que el aficionado tiene en acudir a estos espacios y nutrirse del análisis.

La inmediatez del Twitter como red social de información aumenta la sed de lo fugaz, de lo poco explicado, de lo escandalosamente preciso. Es el espacio preferido por todos para leer a los opinadores que acostumbran ahora a enumerar las consideraciones de partidos y situaciones, sin importar la edición ortográfica. Es lo que más se consume. Puede que sea la realidad del nuevo camino de la expresión, pero la ligereza se pierde en la simpleza de 140 caracteres.

La globalidad de la información nos ha permitido a través de Internet a acercarnos a los grandes analistas internacionales, pero esa ampliación del espacio de alternativas no ha sido reproducida en nuestro país. Las ya mencionadas páginas especializadas y tímidos blogs de algunos comunicadores y otros en formación son las pequeñas ofertas de análisis en una desaprovechada “autopista de la información”, como le llamarían en tiempos pasados.

Y entra una preocupación enorme cuando la expectativa es funesta. En varios seminarios a los que he podido asistir como invitado o ponente, el estudiante de Comunicación Social se interesa más por ser una estrella top en la TV que por formarse y exponer sus conocimientos, análisis u opiniones desde otros espacios, tan o más importantes que el monitor televisivo. Y no deja de ser lógico cuando ya la letra ha perdido peso ante la imagen, cuando lo escrito es menos atractivo que el color del debate (a veces irracional) en una pantalla.

No es un simple capricho o gusto como parte de la vieja guardia. Es la evidencia de que, aunque crezca la formación del periodista, del analista, aunque se incrementen las opciones para acercarse del pensamiento en materia futbolística, también se han limitado los espacios y el mismo interés por escribir, por desarrollar ideas en columnas que permitan aportar al crecimiento del balompié de acá. Se ha cercenado desde hace mucho tiempo las opciones de investigación deportiva, los temores han aumentado en una realidad en la que se han perdido valores en el que triunfa el poder y el tránsito para descubrir lo bueno y lo malo se somete al riesgo del veto o del despido, sin amparo alguno de quienes pudieran impulsar un periodismo que verdaderamente pueda dar más luces. Son situaciones ante las que se debe contestar con tesón, o al menos hacer el intento.

No hay que decaer. Estimulemos desde nuestras tribunas (no son trincheras, porque aquí nada es bélico) la formación, la lectura, el desarrollo del conocimiento. Hagamos el esfuerzo de opinar con sustentos, con bases. El fútbol lo necesita. El aficionado lo necesita. La sociedad lo necesita.

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