Economía

De vacaciones con el Banco Central

La charla para niños “Aprendiendo economía con el BCV”, dictada por funcionarios de una entidad que ya no tiene autonomía ni para facilitarle la vida a la gente con billetes de alta denominación, terminó sin un solo consejo sobre qué hacer con el dinero.

Publicidad
FOTOGRAFÍA: ALEXIS CORREIA

El pasado jueves 28 de julio a las 10:00 de la mañana, en la Casa de la Juventud “Robert Serra” del sector Puerta de Caracas, en la parroquia capitalina de La Pastora, y dentro del marco de las vacaciones escolares, se celebró la actividad para niños y niñas Aprendiendo economía con el Banco Central de Venezuela.

Como vecino de la zona, cuando vi el cartel escrito a mano que convocaba para la charla, confieso que experimenté un poco de alarma. ¿Qué clase de lecciones de economía pueden ofrecer a nuestros pequeños aquellos que han sido cómplices en la destrucción del signo monetario? ¿Dictará acaso el BCV un curso acerca de cómo fabricar billeticos de monopolio sin ningún respaldo? ¿Instruirá a los niños sobre cómo jurungar de madrugada las cajas fuertes y escondites secretos de sus papás y a empeñar luego sus prendas de oro? ¿Enseñará a los carricitos la maquiavélica conveniencia de ocultar y manipular las cuentas transparentes de lo que hacen con sus mesadas? ¿A pedir prestado y hacer chanchullos en el salón sin control de lo que decida en asamblea la mayoría de sus compañeritos de clase? Me sentí impelido a asistir a la Casa de la Juventud y modestamente ejercer la contraloría social.

Para mi decepción, y con toda la probabilidad la suya, la sangre no llegó al río. No le voy a contar nada que despierte indignación. La rutina del oficialismo se ha vuelto burocrática y grisácea incluso para los planes vacacionales. La actividad Aprendiendo economía con el BCV de verdad que más inofensiva, imposible. Una atractiva funcionaria de cabello corto comenzó su exposición explicándole a los niños qué era el Banco Central: “Un lugar en el que guardamos el oro de todos los venezolanos en unas bóvedas espectaculares que cuidan unos señores muy fuertes”.

“Les presento a nuestro primer amigo”, prosiguió la muchacha sin ninguna intención oculta, antes de mostrar a los pequeños un facsímil ampliado del billete de dos bolívares, “azul por el mar en el que viajó el barco Leander de Francisco de Miranda”.

La lánguida exhibición prosiguió por los siguientes papeles del cono monetario (ni rastro de las moneditas) y los animalitos en vías de extinción que aparecen en sus reversos: “El águila harpía vuela muy alto y luego caza cayendo en picado”. “El oso frontino es exterminado para obtener cuero y en realidad no es un oso muy grande, aunque igual deben correr cuando vean uno”. Y las toninas. Y el cachicamo. Y el cardenalito. Todos en riesgo de desaparición, al igual que el billetico azul, que algunos vendedores de empanadas usan como sustituto de las servilletas.

“Le decían Negro Primero porque llegaba primero a las batallas. Luisa Cáceres de Arismendi no está en el billete de veinte por ser mujer o por ser bonita. Al cacique Guaicaipuro lo quemaron los españoles”. Aquello terminó como a las 15 minutos sin un solo consejo o noción de economía para los más pequeños: quizás era mucho pedir que les explicaran qué ocurre con los precios cuando se contrae la oferta de productos y se dispara la demanda (y entonces, como consecuencia lógica, aparecen unos señores llamados bachacos que en tales ecosistemas jamás se extinguen, aunque los pisen y los pisen).

Quizás no están todavía en la edad de contarles que, en una situación tan desesperada como la venezolana, y derribada la utopía colectivista, la única escapatoria posible es el emprendimiento, la creatividad y la iniciativa privada, vaya usted a saber con qué recursos (lo del huerto escolar no es ni mala idea). Quizás es absurdo hablarle a un niño venezolano del valor del ahorro cuando el billete en el que sale Simón Bolívar, “el más importante de todos”, tampoco vale nada.

¿Qué le estará diciendo hoy un padre a su hijo? “Qué cochinito ni que nada, cómete todos los churupos que te caigan en las manos así sea jugando ajiley”. El dinero quema, es arena en las manos.

La única recomendación que dio la chica del BCV a los niños de La Pastora fue que los billetes no deben arrugarse.

“Tampoco son para anotar un número de teléfono o dibujarles una carita feliz”. Mucho menos para envolver empanadas. No hubo tiempo ni para intenciones ocultas. Aquello terminó tan rápido que dos funcionarias del Ministerio de Interior y Justicia se pusieron de pie para llenar los minutos.

“Si dañan un billete, están cometiendo un delito”, recordaron, e invitaron a los pequeños a cantar las canciones de “La lechuza hace shhhhh” y otra que decía “Cabeza, hombro, cintura, rodilla, piernas-pies, piernas-pies, piernas-pies”, antes de anunciar para el futuro charlas sobre prevención del delito en el mismo lugar. Se procedió al reparto de obsequios del BCV: pulseritas de goma, bolsitos y facsímiles de los billeticos a los que pronto habrá que afeitarles de nuevo los ceros a la derecha.

Despreocúpese, sus hijos están en buenas manos. En ningún momento hubo ideologización, a excepción de un discurso de un buen hombre del consejo comunal de la zona al que nadie escuchó en medio del bululú. El oficialismo ha perdido calorías hasta para levantar polémica. No puede dar más lecciones que las de cómo sostener el cascarón del simulacro funcionarial.

Publicidad
Publicidad