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Los errores que hundieron a la serie El Comandante

En Colombia la han tildado de fracaso, debido a su bajo rating, mientras en Venezuela se buscan los episodios en internet por la censura. ¿Cómo ha evolucionado la historia ficcionada de Hugo Chávez desde su primer capítulo? Veamos.

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Irregular. Esa es la frase que define a la serie de televisión que se puede ver por RCN y  TNT, menos en el país en el que nació el creador del Por Ahora. El primer capítulo generó muchas expectativas debido a su buena factura, apego histórico, uso de exteriores y brillantes escenas de acción. Lamentablemente esos ingredientes no se han repetido en los siguientes episodios y El Comandante ha derivado en una extraña combinación, entre la comedia blanca y la novela rosa.

Sin embargo, la serie también tiene cosas positivas, como el trabajo de cámara, la documentación de los pasajes más fieles de la vida de Hugo Chávez y algunas actuaciones. Revisemos en detalle las sombras y luces de esta producción colombiana.

Lo mejor

7- La cantidad de exteriores. Para cualquier venezolano que vio cómo la producción de novelas en el país se fue al piso, sorprende el empaque del proyecto. Los productores realizaron un gran esfuerzo para encontrar locaciones verosímiles con el relato histórico. Caracas, Maracay, Valencia e incluso Barinas están muy bien retratadas. Las cárceles, las casas de campo, los barrios… cada espacio tiene su sentido y en ningún momento el estudio suple a la experiencia de campo.

6- Los compañeros de Chávez. Julian Román interpreta a Carlos Uzcátegui, un personaje inspirado en Diosdado Cabello y Vicente Peña a Ángel Saveedra, el Francisco Arias Cardenas de la serie. Los mejores momentos de la trama suceden cuando los socios de la asonada militar se hartan del Hugo dicharachero, soñador, que sin querer queriendo asume el liderazgo de los insurrectos. Los celos que mutan en pugnas y las dudas sobre la valentía de El Comandante impulsan el conflicto.

5- No toma partido. Hasta ahora, y debo recalcar ese hasta ahora, el ascenso de los militares, en medio de ese cóctel de desencanto por los partidos tradicionales y las desigualdades sociales y económicas, está perfectamente detallado. Además, el pobre, el clase media, la familia que perdió a un ser querido en la asonada militar, el ignorado por la clase dominante, tiene su voz en la historia. Cada uno expone con argumentos las razones por las cuales están a favor o en contra de Hugo Chávez y su movimiento. Esta objetividad brinda un plus para cualquier espectador que desconozca cómo se dieron las condiciones para el ascenso del golpista.

4- Los efectos especiales y las escenas de acción. Después del primer capítulo, que comienza con el golpe de Estado de 1992, merman. Aún así, las tomas de las bases aéreas (usan green screen), la explosión en un atentado a la esposa de un periodista y los enfrentamientos cuerpo a cuerpo (Chávez debe pelear en un calabozo), evidencian una enorme preocupación por los detalles técnicos. Además no se tratan de artilugios o fuegos artificiales, por el contrario, están justificados y cuadran con el argumento de la serie.

3- La documentación. Desde un principio se dejó claro que El Comandante no es una biografía ni un documental. A pesar de ello, la vida de Hugo Chávez Frías, como niño, adolescente, militar y ciudadano, se apega a las biografías y anécdotas contadas por el propio exmandatario. Un recurso muy utilizado en la teleserie es el de combinar hechos registrados por la televisión y el video (discursos, protestas, combates) con recreaciones. Por ejemplo, podemos ver a Chávez dando sus primeras palabras como civil en Los Próceres, para que luego el propio actor (Andrés Parra) lo continúe. El resultado es interesante porque la obra destila verosimilitud.

2- El enemigo de Chávez. Francisco Denis, venezolano que en la serie Narcos interpreta al hermano menor de los narcotraficantes Rodríguez Orejuela, es el antagonista del expresidente venezolano. Bajo el simple nombre de Brizuela, representa a cualquier militar  que, con cuatro dedos de frente, percibía lo que había detrás de las diferentes personalidades de Hugo Rafael en La Academia.

Brizuela recuerda a villanos como Pierre Nodoyuna  y el Coyote del Correcaminos. A pesar de tener muy claro cuáles eran los planes de Chávez, fracasa en todos los intentos por detenerlo. Al final, como le sucede al propio líder del Escuadrón Mete La Pata (NO DOY UNA), por el contexto y la torpeza de sus colaboradores, la presa se escapa. Por cierto, en una entrevista dijo unas palabras proféticas antes de las elecciones del 6 de diciembre en Venezuela: «No creo que vaya a haber un cambio fundamental». 

1- Andrés Parra. Ha realizado un estudio profundo para captar los gestos y tics de Hugo Chávez. En ese sentido, no hay nada qué reprocharle. Resulta loable también todo el esfuerzo para el manejo de la voz y, sobre todo, para eliminar las eses que delatan a los actores colombianos. Debido a que la obra se centra en este personaje, es obvio que la tensión, el drama o la comicidad suben de nivel cuando está en pantalla. Descifra y aplica el carácter camaleónico que le exige su rol.

Lo peor

7- El maquillaje. A veces Chávez parece un hijo ilegítimo de Donald Trump. Al ser tan blanco Andrés Parra, la mezcla de pinturas que le aplican para oscurecer la piel produce una capa anaranjada rarísima. Dependiendo de la luz en exteriores o la iluminación en interiores, Hugo Rafael luce como Naranjito, aquella mascota de España 82. En otras escenas, pareciera que se olvidaron de echarle alguna base al rostro (¿o es la iluminación?) y sale tan pálido como el propio actor. El cabello también es un tema que fue mejorando con el paso de los capítulos.

6- El acento. Algunos actores se acercan y otros no. Estamos hablando de una serie por la que desfilan más de 200 personajes, por lo cual es natural que no todos hayan trabajado su acento. Así como puede ser molesto para muchos colombianos el dejo portuñol de Wagner Moura (Pablo Escobar) en  la serie Narcos, para los venezolanos causa cierto escozor los intentos de imitar el tumbao caraqueño. A Julián Román, un actorazo que nos sorprendió como Juan Gabriel, le cuesta bastante y esa obsesión por no perder el tono a veces confabula con las exigencias del carácter que interpreta. Ni hablar de los secundarios y extras. El gran problema con esto es que las escenas dramáticas pueden causar risa.

carmen

5- Los carácteres femeninos. Un grave problema que arrastra el cine y la televisión. Le cuesta a los escritores concebir papeles que no sean las imples acompañantes de los protagonistas. Al vuelo, La Dueña (Amanda Gutiérrez), Xica Da Silva (Taís Araujo) y Betty la Fea (Ana María Orozco) son las excepciones de una industria manejada por los hombres. Una investigación del Centro para el Estudio de Mujeres en Televisión y Cine, en la Universidad Estatal de San Diego, encontró que en 2016 los personajes femeninos dieron un saltito con respecto al comportamiento histórico. Los principales roles, de las 100 películas de mayor recaudación en Estados Unidos, fueron para hombres y apenas 29% para las mujeres. Se trata, sin embargo, de una cifra récord para la industria y un aumento del 7% con respecto a 2015. Pero si se toma el espectro general (principales y secundarios), la presencia de féminas en largometrajes taquilleros continúa en 32%, como en años anteriores.

En El Comandante las mujeres son objetos decorativos, al menos hasta ahora (esperamos por el ingreso de Marisabel en la trama). Las dibujan como serpientes dormidas por la flauta de Chávez. Incluso las que muestran cierta afinidad política terminan retratadas como comparsas sentimentales. En los últimos capítulos vistos para este trabajo, una periodista se deja seducir para conseguir una entrevista y una secretaria con mucho placer se ofrece para cumplir «cualquier deseo» de su nuevo jefe, lo que incluye sexo oral. Tal vez sea cierto que en la vida del militar ocuparon ese lugar, pero al tratarse de una ficción, echamos de menos una girl power. Lo intentan con una comunicadora peruana, ejemplo de integridad y ética, sin embargo al tratarse de la esposa de Albi de Abreu (un empresario corrupto), se repite la historia de la ingenuidad asociada a la mujer (se supone que una periodista de su experiencia sospecha de todos y todo, principalmente de la pareja).

4- El ritmo. Gravísimo problema de la serie. El pasado miércoles el capítulo solo duró media hora, lo que le benefició, pero es evidente que hay deficiencias en la edición. El actor Julián Román, en días pasados, expresó su descontento por lo que se grabó y lo que realmente se ve en pantalla: «El canal o el que compra el producto, puede hacer con el producto lo que quiera, si lo quiere pasar de media hora, si lo quiere pasar de una hora; lo que nos pasó a nosotros es que lo que vimos en RCN no es lo mismo que lo que estamos viendo en TNT, y lo que nosotros vemos en RCN, no es lo que hicimos; la molestia es de nuestro trabajo, de donde está el esfuerzo que le metimos, no se está viendo ahí. (…) Y entiendo que tienen unas políticas de que los productos sean ágiles y que sean más rápidos. Creo que han editado y al editarlo se han quitado una cantidad de cosas que si tú lo ves en TNT no se ven en RCN, entonces yo siento que es una molestia normal de todo el equipo, por qué ‘machetean’ en edición un producto que está escrito de una forma y está editado de una forma, para ser contado así, esa es la molestia que sentimos».

Como fuere, lo que percibimos como espectadores es un producto por momentos amateur en cuanto a la conexión de los hechos y que ha derivado en un relato más cercano a la novela latinoamericana que a una serie de televisión.

3- Las tramas secundarias. Pobres, muy pobres. En recientes capítulos apareció el típico conflicto amoroso: una mujer dos hombres. Pero temas como la ética del comunicador, la lealtad a las instituciones, el desencanto por la violencia de los militares o el populismo de Chávez, son esbozados sin ningún tipo de profundidad. La serie parecía propicia para reflexionar sobre los problemas de las democracias latinoamericanas, el resurgimiento de las izquierdas y los conflictos internos entre el deber y el ser, e incluso sobre la identidad sicológica del propio Hugo Rafael. Lo que hemos visto, lamentablemente, son conflictos epidérmicos y demasiados estereotipos.

2- El engaño del primer capítulo. Solo los dueños del producto sabrán el riesgo que tomaron, pero todo lo bueno del estreno, que nos hizo recordar una etapa funesta en la historia democrática de Venezuela, desapareció por arte de magia. La hiperrealidad del episodio inicial se esfumó para concentrarse en la rocambolesca personalidad de Chávez. La sobredosis de su lenguaje, gestos y épica termina por aburrir al televidente. Se echa de menos diálogos más naturales y sutiles, que logren conectar con el espectador. Cuando los antagonistas (pobre/rico;Chávez/Brizuela; progolpistas/antigolpistas) exponen sus ideas pareciera que estuviéramos ante una obra panfletaria. Todo se reduce a extremos fácilmente identificables. ¿Es o era la sociedad venezolana así? Tal vez, sin embargo los productos intelectuales como esta serie llevan en su esencia unas características particulares que les alejan de los melodramas. Si no lo consiguen, han fracasado en su misión.

1- Andrés Parra. ¿Cómo es posible si lo colocamos en lo mejor? Porque el actor es su propio enemigo. A pesar de su trabajo físico, no observamos una evolución en la gestualidad del personaje. Puede que sea un problema de asesoría. El monstruo comunicacional que surgió luego del Chávez militar fue producto del tiempo. En la serie, sin embargo, pareciera que el expresidente de Venezuela hubiera nacido con un cigarro y un refrán entre labios. En muchas oportunidades -esto sí es culpa del guión- Parra caricaturiza a El Comandante, toma el camino fácil y en lugar de generar alguna reacción dramática solo consigue que soltemos la carcajada.

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