Al término de utopía lo acompaña su antónimo, la distopía o cacotopía, que equivale a una utopía negativa, donde la realidad transcurre en términos antitéticos a los de una sociedad ideal, representando una sociedad hipotética, muchas veces real, pero ciertamente indeseable.
Ambos términos, utopía y distopía, han colmado obras literarias, películas, ciencia ficción, ideologías, pero sobre todo realidades, especialmente en el caso de la distopía o anti utopía, porque la misma, también paradójicamente, abarca y absorbe casi en su totalidad el contenido utópico.
Cada vez que un individuo o un grupo de individuos plantea una sociedad ideal o utópica en la cual en su construcción media la destrucción de libertades, la infelicidad y la miseria, entre otros males, se construye una distopía.
En este mundo, cada quien puede tener su noción de una sociedad utópica o distópica, pero cuando la noción utópica es impuesta al resto de la sociedad, sin que medie ningún tipo de consenso, el ideal va perdiendo fuerza y comienza a transformarse en forma casi inmediata en una distopía.
Entonces, si las utopías son prácticamente irrealizables, cada vez que se escuche a alguien decir que la isla de utopía, como la visualizara Moro, es realizable en este mundo, el sufrimiento estará esperando a la vuelta de la esquina, porque si hay algo cierto, es que a pesar que el mundo es casi un milagro maravilloso, sea producto de un creador o no, no está exento de muchos seres poco evolucionados, con todo y la pedancia de decirlo, que están enfocados solamente en reafirmar el infierno, y no en ayudar a sus congéneres a salir de él.
¿Debemos renunciar a construir un mundo mejor? Nunca. Pero, tampoco debemos imponer nuestra particular utopía a los demás, porque la construcción de una sociedad mejor no está dentro del rango de los mundos pensables, sino posibles.]]>