De Interés

Escrache: otra forma de la rabia

Venezuela había sido un país tan feliz, que nunca tuvimos que afrontar la complicada discusión de los bordes éticos del llamado escrache. En nuestra breve época republicana los expresidentes, aunque adversarios políticos, bromeaban con irse a jugar partidas de dominó dos contra dos. Ellos y sus hijos vivían aquí, atendían el teléfono y hacían mercado, y uno no los apuntaba con el dedo. Hubo, es cierto, una fugaz ráfaga de saqueos (y cosas peores) cuando el perejimenizmo cayó y dejó a algunos guindados de la brocha y de este lado del charco. En épocas más recientes, Lina Ron y sus visitas a Globovisión, o los Círculos Bolivarianos asediando la Asamblea Nacional. Intimidaciones, conatos, escarceos de escrache.

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Por Fátima Dos Santos (psicóloga social)

Pero sólo hasta ahora se convierte en una discusión ética nacional, ante la posibilidad (ya aparentemente caducada) de que se convirtiera en una acción política continuada y valorada. Una cosa hay que reconocerle a los eventos “escrachísticos” de los últimos días: mostrarnos que tanto la nomenklatura como sus herederos ponen pies en polvorosa apenas pueden. Y también que su nueva vida medra entre yates, jacuzzis, deportivos, ventanas panorámicas en pisos altos de ciudades caras y mucho alcohol servido en copa alta, que a mí me recuerda las caras (aunque prosaicas) botellas de whisky con las que se fotografían los pranes  (jefes de las bandas criminales que controlan las cárceles).
Es difícil conseguir un grupo humano más interesado en parecer recién sacado de una publicidad de Tag Heuer o One Million. Mostrar el lujo los moviliza profundamente. Y claro, también moviliza a la vapuleada audiencia. Y es que, en un país donde la gente muere por hambre y falta de medicinas, esos contenidos indignan y asquean. Y ni siquiera hay que mencionar el asunto de las fortunas bien o mal habidas, porque sobre eso no vale la pena discutir.
La rabia es básica, y por ello natural, instintiva, automática. No hay que desmerecerla. La rabia es buena y útil, necesaria en la vida. Es, a nivel psicológico, lo que una fiebre sería en el ámbito físico: nos alerta de algo que está mal. Si fuéramos animales libres y despreocupados, simplemente le daríamos curso hasta donde llegara, sin medir consecuencias. Por nuestra condición social es que comienzan los dilemas.
El primero y más fácil de entender es un tema estratégico: la violencia cohesiona el núcleo de comprometidos, pero no gana adeptos e incluso puede generar que algunos partidarios se desmarquen. Y en un momento en el cual se está buscando un quiebre en las filas chavistas, es inadecuado presentarles desde este lado un horizonte de lanzas erizadas.
El segundo dilema es más profundo, y tiene que ver con los principios. Y es que, como decía El Quijote, no eres más que otro si no haces más que otro. La oposición no puede jugar a ser el chavismo de ahora, porque el país necesita una reconstrucción urgente, con todos.
Ahora bien, está presente un tercer problema, que tocamos poco, quizá porque no es el momento de abordar algo tan complicado: la necesidad de justicia. Quien asedia en el exterior a un personero o a su familiar, está tomando la justicia por su propia mano, en un acto peligroso que en cualquier momento se va de bruces. La administración de castigos a los delincuentes es crucial en la construcción de las sociedades, y ocupa buena parte de la legislación, que gasta ríos de tinta intentando que la culpa sea demostrable y el castigo sea proporcional y oportuno.
Quien actúa con rabia no puede ser justo, porque la pasión lo ciega. Por eso la justicia se delega en un aparato construido para ello: policías, fiscalía, tribunales, etc. Y por eso la justicia demora.
Y creo yo que allí está un desencadenante de este problema: no confiamos en que haya justicia respecto a los saqueadores del país, a los hambreadores de la nación. Antes del chavismo, el sistema judicial venezolano dejaba mucho que desear, pero hoy en día es un híbrido entre bacanal y mamotreto. En Argentina, el escrache cundió cuando Menen indultó a los responsables de los crímenes de la dictadura. El escrache (y a otro nivel, los linchamientos y sicariatos) es una de las formas que toma la rabia cuando ya no se confía en la justicia.
Es necesario que los líderes de la oposición generen la convicción de que en el país los sistemas policial y judicial funcionarán como nunca antes lo han hecho. Hay que prometerlo una y otra vez, y hay que creerlo. Pero ahora también habría que darle forma a la comprensible rabia de los exiliados, que la tienen muy difícil afuera mientras sus verdugos pasean sus glorias. Los venezolanos de la diáspora, comprometidos con el cambio, quieren y merecen ayudar y visibilizar en una forma que resulte adecuada a la estrategia. No se les puede pedir simplemente que depongan sus sentimientos, o que los difieran hasta una mejor ocasión, porque la rabia hay que reconocerla y transitarla primero, para después poder superarla. Hay que proponerles (y ellos deben generar) formas válidas de dar curso a su rabia.
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