De Interés

Matar o no matar: ¿todos somos asesinos en potencia?

No es una pregunta que uno se haga a menudo porque consideramos que “los malos” son otros. Pero, ¿qué tan capaz de asesinar puede ser una persona “normal” bajo ciertas circunstancias? La respuesta es compleja. E interesante. Y la verdad… ¿hay una respuesta posible?

matar
Ilustraciones: Daniel Hernández
Publicidad

¿Crees que puedes matar? ¿Matarías si dañan a tu hijo? ¿A tu mamá?

¿Qué tal entrar a tu casa y ver a tres ladrones intentando quitarte lo tuyo? Tienes un machete en la mano y los matas a todos. Ese caso suena un poco extremo, ¿no? Tal vez no tan relacionable…

No hay que predisponerse porque se salta al juicio. Hay que indagar. Sucedió en Machiques, estado Zulia, en el año 1984. Unos “cuatreros” (ladrones de ganado) tenían tiempo asediando a un hombre. Estaba harto. Intentaron, incluso, invadirle sus tierras.

Un mal día, el ganadero entró a su casa y encontró a tres de los hombres dándole patadas a su mamá: una señora de más de 80 años. Él tenía un machete en la mano y los mató a los tres. La jueza a cargo de su caso lo dejó libre.

Matar es malo, claro. Básicamente hemos convenido como sociedad en que es así, pero amarrarse a la dicotomía del bien y el mal nos asegura un análisis superficial: lo malo es malo y lo bueno, bueno. Nuestro pensamiento, normalmente, concluye que somos buenos (a pesar de los errores) y que los malos son los que hacen “esas cosas”.

Esas cosas trágicas, macabras y oscuras que planteamos lejos de nosotros para darle algún sentido: “Si no lo entiendo, debe ser todo lo contrario a lo que yo soy”.
El caso de Cibell Naime -1994- es uno que resuena en los oídos de los venezolanos. Especialmente si tienes unos añitos “rodando”. Es referida como “la asesina de los gatos”, “la tipa que mató a otro por un gato”, “la loca de Los Naranjos” y muchos otros apodos.

Sin mucho detalle, la historia de Cibell se cuenta en dos minutos de sobremesa: una mujer que le robó un dinero a su papá para comprar un gato, después quería el dinero de vuelta y el vendedor se negó a regresárselo y lo mató. Sencillo. Concluimos entonces que Cibell “es mala”, “enferma”, que eso no se hace. Y es verdad. Pero tampoco es tan sencillo.

La pregunta general es: ¿todos somos capaces de matar? No es tan fácil responderla. ¿O sí?

Aquí no te va a salvar la única frase de Hobbes que te sabes: “El hombre es el lobo del hombre”. O su contraparte de precepto religioso que asegura que todos somos buenos por naturaleza. No hay una respuesta definitiva. De hecho, hay muchas preguntas que hacer para tratar de asomar una conclusión, empezando por: ¿somos naturalmente agresivos?

Con intención

Gabriela Caveda -psicóloga y profesora de la UCAB que trabaja como investigadora en REACIN (la red de activismo e investigación por la convivencia) y atiende individualmente en CETIFAM (centro de educación, tratamiento e investigación familiar)- afirma que es necesario tomar en cuenta las diferencias entre agresión y violencia.

La agresión, académicamente, ha sido vista como “cualquier comportamiento que busque lastimar a otra persona que no quiere ser lastimada” (Baron & Richardson, 1994). Por lo tanto, la agresión es una forma de actuar, se puede reconocer. No es una trama interna del individuo que tiene pensamientos agresivos. Se puede ver. Además, la agresión es intencional. Si alguien le da un golpe con una silla a otra persona, levantando la silla, apuntando y dando el golpe, no es igual a que si se tropezara con la silla y esta resultara golpeando a otra persona, el segundo caso no es agresión.

La víctima no quiere ser lastimada cuando hay agresión, por eso los actos sadomasoquistas, por ejemplo, no pueden calificar como agresiones porque se está buscando el “daño” por placer. La violencia, en cambio, puede considerarse una agresión que busca causar daño físico extremo a otro. Por lo tanto, toda conducta violenta es agresiva, pero no toda conducta agresiva es violenta.

“La agresión es un elemento que nos constituye como seres humanos, se manifiesta como forma de protección, de supervivencia, tiene una función adaptativa”, explica Caveda.

Y establece la diferencia para llegar al punto clave: “La violencia es más compleja y hay que verla por capas, hay que ver lo constituido biológicamente, los aspectos ambientales, culturales, históricos que terminan fungiendo como nicho para que la violencia se instale y se sostenga. Basándome en eso, sí creo que potencialmente todos podríamos matar, podría pasar… No veo por qué no, sin embargo -y ahí está el meollo del asunto- no todos matan”.

Entonces, ¿qué hace que las personas actúen para agredir?

¿Nacen o se hacen?

La psicóloga Caveda invita a estudiar tanto al sujeto violento como a la violencia en sí misma “por capas”. Para ella, estas capas son los aspectos biológicos, el contexto cercano en el que se desenvuelve dicha persona, las estrategias de crianza que vivenció, su contexto con sus pares y la realidad socio cultural e histórica en la que se desenvuelve.

Respecto a los aspectos biológicos hay varios mitos. Uno de ellos es que los asesinos “nacen así”.

Esto empezó con el doctor Cesare Lombroso, un italiano considerado uno de los padres de la criminología, que en la década de 1870 estudiaba a asesinos que cumplían condena en Turín.

Convencido por sus hallazgos, aseguró que los asesinos se encontraban un paso atrás de las personas “normales” en la escala evolutiva, lo cual los hacía sub humanos, primitivos. Entre otras cosas, resaltó que se podía diferenciar a un criminal por sus orejas, largos brazos o la forma de su rostro; que los ladrones tenían una especie de nariz plana y los asesinos, la nariz puntiaguda.

Sus descubrimientos científicos fueron rápidamente descartados, pero la búsqueda de algo que diferencie al asesino del ser humano que funciona en sociedad, en términos biológicos, sigue en pie.

Un ejemplo más cercano es el de Adrian Raine, un conocido psicólogo y académico británico. Él estudiaba la amígdala del cerebro, que es una parte del órgano muy compleja, involucrada con las emociones y sentimientos, asociada al miedo, la agresión y las interacciones sociales. Algunos estudios, como precedente, establecían que se había encontrado que varios asesinos -hombres, en sus veintitantos- tenían amígdalas poco funcionales.

El estudio de Raine, hecho con tres colegas con tanto nivel académico como él, examinó a 1.795 niños de 3 años. Pusieron electrodos en los dedos de los niños y reprodujeron distintos tipos de sonidos. La diferencia de las respuestas medía la reacción al miedo (necesaria en cada ser humano) que podía sentir un niño u otro. 20 años después, el equipo identificó a participantes que habían cometido crímenes y comparó los hallazgos con sus contrapartes “sanas” (basado en género, etnicidad y condición social).

El trabajo concluyó que aquellos que cometieron crímenes habían tenido una respuesta insuficiente al miedo. Explicado simplemente: no tuvieron miedo. Este hallazgo sugiere que una amígdala defectuosa, que es identificable a la edad de 3 años, predispone al crimen a una persona a la edad de 23 años (The American Journal of Psychiatry, 2010).

Lo interesante y el gran “plot twist” de esta historia, es que el mismo Adrian Raine descubriría, más adelante, que tenía una amígdala poco funcional. Eso quizás lo ayudó a entender que este aspecto biológico puede ser considerado vinculante con una predisposición a crímenes violentos, pero no determinante.

¿El asesino qué?

De acuerdo a Guillermo Sardi, psicólogo clínico-comunitario y master en psicología social y cultural, la biología tiene una influencia en todo el ciclo vital y hay cosas con las que funcionamos gracias a la evolución, pero el ambiente también modifica patrones biológicos.

“Decir que uno nace o se vuelve violento, es injusto. No se puede ver como que existen solo estas dos opciones. La capacidad para ser violento la tenemos todos, el terminar siéndolo, depende de las condiciones del ambiente y de la acumulación de experiencias que tenemos durante nuestras vidas”.

Fermín Mármol, abogado criminalista y director del Instituto de Ciencias Penales, Criminalísticas y Criminología de la Universidad Santa María, analiza desde su campo que la ciencia del derecho no puede ser absoluta con las respuestas.

“Hay gente incapacitada de quitarle la vida a otras personas, porque sufren de alguna enfermedad, porque son ancianos o niños, pero en términos restrictivos, buena parte de los seres humanos tiene la capacidad física y mental de poder materializar una acción que le quite la vida a otro ser humano. Es factible y materializable. Existen causas sociales, del núcleo familiar, su entorno humano, los primeros años de vida, en donde se producen, muchas veces, los daños psicológicos más importantes”.

En una edición de 2005 de la revista de psicología clínica comunitaria de la Universidad Católica Andrés Bello, Verónica Zubillaga se refiere a que en Venezuela hay una “carrera moral del respeto y las armas” en jóvenes masculinos habitantes de las zonas populares, en donde hay 5 etapas, clasificadas en orden: 1) el despertar de la conciencia de la masculinidad de merecido respeto, 2) la necesidad de hacerse respetar, 3) la demostración de temeridad, la consecución del arma y la obtención de respeto, 4) la elaboración de la base material del respeto y 5) la consolidación de respeto en el barrio.

Esta clasificación es un asomo de lo que parece suceder en los barrios del país, la desigualdad social y pocas oportunidades hacen que algunos individuos que crecen en zonas populares le den un valor material e inmaterial (con fines económicos y de status) al respeto, respeto que se obtiene a través de la violencia y violencia que se traduce en muerte.

Es decir, que la muerte no representa lo mismo en La Tahona que en un barrio caraqueño, donde en un lugar sería (o es) un gran acontecimiento, una tragedia y un cuento que se escucha entre vecinos por un par de semanas, en el otro sitio es una situación normalizada.

“La escala del mal depende de las condiciones y lugares donde vives, en el ejemplo de ‘El Coqui’ (conocido delincuente de Caracas), la cota 905 es un universo paralelo, pareciera. En esos sectores la muerte te categoriza y se le atribuye una comprensión distinta, es casi un trofeo. También cuando algo le sale mal al ‘Coqui’, mata a 4 de sus personas y las ofrece como desagravio, como un tipo de ofrenda. El hecho es que son patrones distorsionados”, asegura Aglaia Berlutti, abogada y escritora caraqueña, además de especialista en perfilación criminal.

Berlutti explica que no se considera la vida hoy, de la misma forma que en el siglo XV, cuando se asesinó una cantidad absurda de mujeres en la quema de brujas. Dice ella que “somos hijos de nuestro tiempo” y con base en esto nos relacionamos con la vida y la muerte.

Con o sin dinero

La distinción del tipo de asesino (o criminal en general) que se ha hecho más común en Latinoamérica durante décadas, para Fermín Mármol tiene que ver con los cordones de pobreza de la región. Este sujeto criminal, según él, actúa bajo el control del territorio, es receloso de las mujeres, pareja o futura pareja, reacciona de manera violenta ante la amenaza o irrespeto, así que rompe un poco con el principio clásico de asesino serial.

Cibell Naime, sin embargo, retomando la historia de los gatos, estudiaba en Prados del Este, su padre era un doctor reconocido en Caracas, tenía una familia estable, libanesa y venezolana, gozaba de privilegios con los que muchos no contaban y eso no evitó que asesinara.

El debate entre las posibles conexiones de la pobreza y los crímenes violentos se puede remontar a Aristóteles y su famoso “el crimen es el padre de la pobreza”, un argumento transformado en posición, que ha durado siglos e indirectamente es correcto, pero no debe confundirse con que todos los asesinos son gente pobre, por ejemplo.

Una parte importante de la discusión, que no se toma en cuenta, es que los pobres no son solo instrumento del crimen, si así lo deciden, sino víctimas. Según una investigación de Civitas (organización inglesa de expertos que estudian la democracia y las políticas sociales) los ingleses que generan ingresos por menos de 10.000 libras al año, son 73% más propensos a ser víctimas de crímenes violentos, comparados con aquellos que generar más de 50.000 libras al año.

De acuerdo a Guillermo Sardi, la relación entre pobreza y crimen “no quiere decir, y con esa premisa ha habido errores; que ‘solo porque tú eres un hombre, un chamo en tal barrio, tengo que etiquetarte’, porque así estigmatizas. Termina siendo una profecía auto cumplida. Muchos jóvenes comparten ciertas características y circunstancias en su contexto y tienen los factores de riesgo, pero pocos terminan matando”.

matar

Si se lee a Alejandro Moreno en una investigación que data del 2011 (“Y salimos a matar gente”), hay dos tipos de delincuentes, los violentos estructurales y los delincuentes violentos circunstanciales o accidentales. En su trabajo concluye que “las diferencias entre unos y otros son muy importantes siendo la principal que los estructurales nunca salen de esa forma-de-vida en la que persisten hasta su muerte, generalmente violenta y temprana, mientras los segundos se recuperan como personas y se integran antes o después, sin necesidad de intervención especializada, a la normalidad de la sociedad”.

Otro mito relacionado a las personas que asesinan y que suele asomarse como respuesta fácil a la búsqueda de sentido de sus actos, es concluir que “están locos”. En un ejercicio rápido, si nos hablan de un psicópata, un esquizofrénico o un bipolar, se reproduce en nuestras mentes esta imagen de villano hollywoodense que retrata a una persona aislada, desaseada, agresiva, alucinando y hasta matando.

La realidad también ha sido cruel con pacientes mentales, no solo las películas. En la edad media se creía que estaban poseídos y necesitaban exorcismos. Desde entonces las actitudes negativas han persistido, como ejemplo está el histórico maltrato a los pacientes en el siglo XVIII en Estados Unidos, donde se registraron casos de encierros (antihigiénicos y degradantes) para individuos con cuadros psiquiátricos. Tales prácticas se pueden ver hoy en día, especialmente en instituciones públicas, en el caso de países como Venezuela.

Todo esto tiene raíces en el estigma que hay respecto a la salud mental y es contraproducente para comprender en su totalidad al criminal violento.

La investigación sobre la estigmatización involucra una disciplina especializada de las ciencias sociales que se entrelaza mucho con la investigación de actitudes en psicología social. Un concepto científico sobre el estigma de los trastornos mentales se desarrolló por primera vez a mediados del siglo XX, primero teóricamente y, luego empíricamente en la década de 1970. El libro “Stigma: Notes on the management of spoiled identity”, publicado en 1963 por el sociólogo estadounidense Erwin Goffman, sentó las bases para la investigación del estigma y describió cómo las personas discriminadas de esta forma, afrontan el desafío.

“No existe ningún país, sociedad o cultura donde las personas con enfermedades mentales tengan el mismo valor social que las personas sin una enfermedad mental”, es una frase notoria del trabajo de Goffman.

¿Entonces es mentira que para matar hay que “estar loco”?

Los “normales” al frente

“Hay que separarnos del psicópata de librito”, asegura Gabriela Caveda: “Deshumanizar este tipo de cuadros, hay que pensárselo. No todos los que asesinan calan dentro de estos trastornos y ahí se ve con claridad que hay que tomar en cuenta varios elementos interpretativos, en el manual DSM (libro que funciona como herramienta taxonómica y de diagnóstico publicada por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría) se trata de establecer un diagnóstico diferencial. Esta figura del delincuente no necesariamente va dentro del trastorno de personalidad antisocial: una persona puede asesinar y no tener ningún cuadro en específico”.

También explica que para cometer crímenes violentos no necesariamente se “requiera” de un diagnóstico. Lo abrumador para los ciudadanos es darse cuenta de que, pensando en violaciones sexuales, por ejemplo, esto pasa más seguido de lo que queremos creer y que no son estos pacientes “de librito” exclusivamente, sino personas que pueden ser catalogadas como “normales” quienes cometen estos actos.

Douglas Fields, neurocirujano y escritor, autor de la publicación “Why we snap”, compara las respuestas agresivas de las personas con la alarma de una casa cuando falla. Bajo esta analogía explica que nuestro cerebro ha evolucionado para lidiar con situaciones y amenazas que encontramos en el ambiente moderno y que el mundo de hoy presiona a los mecanismos de defensa de manera que estos pueden hacer una especie de “corto circuito”.

Es decir, en teoría puede pasarle a cualquiera. Un altercado en la calle, situaciones de alto estrés (que Fields considera un “factor de riesgo”), pueden predisponer a una persona “normal” a agredir. Dice que esto no es una opinión, sino un hecho, apoyándose en las cifras estadounidenses de crímenes violentos cometidos por respuestas de “rabia”.

Cibell se encontraba en una situación de estrés altísima: le había robado a su padre 20.000 bolívares (una cantidad importante en la década de los 90) para comprar un gato. El padre de Cibell era un tipo muy meticuloso, controlador y agresivo. Se iba a dar cuenta. Ella tenía solo 18 años, estaba aterrada por la reacción de su papá. Eso, tras las investigaciones, se tomó como el motivo para hacer lo que hizo.

“Matar es un acto de vanidad, violencia y es criminal, pero nadie está exento”, afirma Aglaia Berlutti: “Hay quien tiene más control de la violencia, personas que empatizan con más fuerza. Hay varias teorías sobre qué hace que una persona mate a otra, pero no hay una idea concreta sobre qué hace a un asesino. Pueden ser condiciones, contexto, situación específica, rabia, poder, una gran cantidad de situaciones”.

Para Mármol no es un tema de cordura tampoco: “Hay homicidas absolutamente cuerdos y conscientes, hasta del daño que ocasionaron. Muchos arrepentidos y otros no, la historia está llena de homicidas que mataron por venganza, ajuste de cuentas. No es aceptable que todo homicida es un enfermo, no es verdad. Muchas personas que le han quitado la vida a alguien, con delitos intencionales, incluso son victimarios que demuestran absoluta conciencia y es muy factible que luego muestren arrepentimiento, pero en otras también hay afirmación de que lo volverían a hacer”.

Lo que deja saber el criminólogo desde su experiencia laboral es que hablamos de asesinos que, se arrepientan o no, están en plenas facultades para reconocer que asesinaron y entienden la gravedad de sus actos, así como diferencian entre el bien y el mal.

Guillermo Sardi habla de un un hito importante sobre cómo las ciencias sociales entendían este tema. A partir de la Segunda Guerra Mundial, a muchas personas participantes del régimen nazi se les llevó a juicio y una y otra vez decían que solo estaban siguiendo órdenes. Utiliza el ejemplo de Hannah Arendt, una filósofa y teórica política que era judía y alemana, quien viajó a Jerusalén al juicio de Adolf Eichmann, el encargado de aprobar que mataran a los judíos en las cámaras de gas.

“Imagínate lo movilizante que sería para ella tratar de comprenderlo. Su brillantez es que ella se da cuenta de que Eichmann tenía un nivel de vileza que no comprendía sobre sí mismo (Eichmann declaró que no era culpable pues solo estaba ‘haciendo su trabajo’). De ahí viene el concepto de la banalidad del mal. El mal no es lo que nos cuentan de niños, ese monstruo debajo de tu cama ni este malandro escondido con armas largas. Lo que hace la diferencia entre hacer daño o no es la falta de nuestra reflexión sobre las acciones”.

Pero, ¿por qué resulta tan popular el monstruo? ¿Y por más que se estudie académica y científicamente la violencia, nos conformamos con que es algo ajeno a nosotros? Comodidad, tal vez, no querer aceptar nuestra propia oscuridad.

Para Berlutti, un caso interesante es el de Jack el destripador, un asesino londinense al que se le atribuyen por lo menos 5 asesinatos en 1888: “Por ser el primero que pudo ser analizado como asesino en serie, el primero en tener método, firma y trofeo”. La trifecta de método, firma y trofeo compone el comportamiento del asesino serial. Tiene una forma específica de matar (método), algo característico en la escena o en su “trabajo” (firma) y algo que se lleva de la escena (trofeo). «Los trofeos, en ese caso, eran los órganos de la gente. Los asesinos en serie cumplen con valores dentro de su mundo distorsionado de la realidad y Jack estaba interesado en su hogar, en su comunidad (Whitechapel), se mantenía informado, escribió en una pared ‘no se puede culpar a los judíos por esto’ (como una especie de justiciero social). Su zona era extremadamente pobre y cruel e insalubre, la gran pregunta es si Jack, que solo mató a prostitutas, estaba enviando un mensaje social, tal vez. Había un patrón psicopático en su comportamiento, cualquier perfilador criminal te dice que Jack estaba obsesionado con ciertas cuestiones”.

Jack pasó a la historia como una de las más grandes figuras del “terror”. Pocas veces se habla de él como un enfermo mental con valores distorsionados, se le trata de asesino despiadado. Lo más probable es que haya sido las dos cosas, pero la primera opción no daría tanto material para películas y series.

Cibell Naime fue retratada como una versión caricaturesca de lo que era (lo que aseguró la venta de miles de periódicos, probablemente). Era una joven mujer de 18 años constantemente abusada. El mismo padre, el doctor Shauki Naime, admitió haber agredido físicamente a su hija durante su crianza. En una ocasión la arrodilló una noche entera porque ella “había engordado”.

Y cuando se enteró de que le había robado, le propinó dos palizas: una antes de que fueran juntos a un viaje familiar y la otra, cuando volvieron.
La segunda ocasión fue tan brutal que la madre de Cibell temía por su vida. Por casualidad, un día después cerró la investigación y fueron a detenerla a su casa. Las autoridades planeaban hacer una rueda de prensa con la acusada, pero no pudieron: tenía la cara desfigurada.

Otro personaje interesante para Berlutti es uno que tiene su propio documental en Netflix y una representación en una temporada de la serie American Horror Story: Richard Ramírez.

Realmente llamado Ricardo Muñoz Ramírez y bautizado el “night stalker” (acosador de la noche) por la prensa americana, fue un asesino en serie, violador, secuestrador, pederasta y ladrón que azotó a la ciudad de Los Ángeles entre junio de 1984 y agosto de 1985. A Ramírez se le atribuyeron en su sentencia 13 cargos de asesinato y 5 intentos de asesinato, y por la “crueldad, insensibilidad y vicio más allá de cualquier entendimiento humano” (palabras del juez) fue sentenciado a cumplir 19 cadenas perpetuas consecutivas.

Estos protagonistas de esta teoría del “monstruo alejado”, construida socialmente, nos lleva a preguntarnos si el hecho de que sufran enfermedades mentales los hace menos condenables.

Lo interesante de Ramírez es que el psiquiatra Michael Stone lo describe como un psicópata “fabricado” y no uno “nacido”.

Dice que el trastorno de personalidad esquizoide contribuía a su indiferencia hacia el sufrimiento de sus víctimas y su poca capacidad de tratamiento, como si fuera algo para lo que “entrenó” a su mente. Stone también resalta que el asesino fue noqueado hasta quedar inconsciente y casi muere en varias ocasiones antes de cumplir los 6 años, como resultado, después desarrolló “epilepsia del lóbulo temporal, agresividad e hipersexualidad”.

Ramírez es un perfecto ejemplo de una combinación entre un cuadro psiquiátrico severo, pero tratable a tiempo y un entorno de desarrollo terrible.

“El foco del que tiene comportamiento criminal (un criminal típico venezolano, por ejemplo) se centra en obtener algún beneficio y no hay tanto énfasis en los elementos característicos del trastorno de personalidad antisocial. En el caso del trastorno son sumamente inflexibles, es desadaptativo (no funciona en sociedad), que persiste (tiene un patrón más marcado en su comportamiento), que causa un deterioro significativo, tanto a uno mismo en el caso del asesino como al otro (crueldad). Obviamente habrá diferencias en la historia de cada uno y en su contexto socio cultural”, explica Gabriela Caveda.

En la misma línea, su colega Sardi asume que la psicopatía sirve como diagnóstico, pero que el “narcisismo maligno” también es descriptivo. Según él “es útil agregar esas dos palabras a la psicopatía, ya que asesinar es un acto meramente egoísta y la víctima es un instrumento para su performance. Lo hace una y otra vez, es su motivación”.

Los violadores y pederastas también comparten ciertas características en las que se parecen a los asesinos, para Sardi. En los tres casos hay una desconsideración completa por el otro. Es la ambición de poder y dominación, dirigida hacia la víctima, que tiene un significado particular en su subjetividad.

Naime fue sentenciada a 30 años de prisión por el asesinato de dos hombres. Uno de 30 años, quien le había vendido el gato y su socio de 19 años. Se quiso apelar a esta sentencia con un informe psiquiátrico que determinaba que la acusada sufría de trastorno de personalidad borderline. Aunque es un cuadro complicado, después de dos intentos de apelaciones, una jueza denegó la solicitud asegurando que Cibell Naime estaba capacitada para decidir sobre sus acciones.

En el asesinato cometido por ella, atemorizada por la reacción de su padre, fue hasta la casa del vendedor del gato ubicada en Los Naranjos, lo engañó a él y a su socio para que salieran con ella en una camioneta y amenazó al conductor, que era el vendedor, con una pistola. Se produjo un forcejeo y un disparo atravesó la cabeza de la primera víctima, luego apuntó al copiloto y le dijo “perdón, yo no soy una mala persona, pero tú viste todo” y lo asesinó también.

Es decir, su diagnóstico, en caso de tenerlo, no justifica el accionar del asesino ni lo hace un incapacitado ante la “urgencia de matar”. Por eso, respondiendo a la cuestión planteada anteriormente, son igual de condenables.

¿Cuánta maldad hay?

Un criminal rompió el pacto social, de acuerdo con Mármol, siendo este la ley y por eso debe pagar su deuda con la sociedad a través de privación de libertad y/o rehabilitación. Berlutti establece que la enfermedad mental no le resta la gravedad a lo que hagas y no descalifica el crimen (en caso de ser feminicido, matricidio, homicidio; lo sigue siendo).

Los psicólogos Caveda y Sardi convergen en que es más importante la discusión sobre el nivel de maldad en el accionar del individuo y no su trastorno mental como causa, ya que la mayoría de los pacientes con enfermedades mentales, simplemente no delinquen. Tal vez se pudiera entender la enfermedad como un elemento que junto a otros crea un “compilado” de cosas que llevan a una persona a cometer actos viles, pero eso no significa justificarlo.

Este trabajo no pretende justificar el asesinato, ni sentar un precedente de “si todos somos capaces, es normal”: tendemos a confundir la explicación con justificación. Es importante tratar de entender un problema que es humano, tan humano que a veces nos sentimos atraídos hacia estos temas.

“La atracción por la muerte y la violencia es normal en ambientes controlados, estamos en una cápsula controlada, a medida que la cápsula te permite entender algo sin correr el riesgo, hay una sensación que llama la atención. Cuando una persona ve ‘El silencio de los inocentes’, eso es atracción morbosa, como te la puede despertar el interés por Jack el destripador, pero no quiere decir en absoluto que seamos proclives a la violencia por eso”, asegura Aglaia Berlutti.

No, tu primo punketo no va a matar a nadie, es lo más probable. Tampoco es raro que te guste consumir contenido audiovisual sobre asesinos, ni tampoco sobre los nazis.

“El ser humano debe ser ilimitado en el saber, ilimitado en la aventura de conocer y tenemos que aprender de la muerte y del crimen, de la violencia. Descubriendo causas que devienen en la muerte, la medicina la evitará. Entendiendo las causas del crimen, buscaremos las maneras de tener una sociedad más moderna y equilibrada. Por eso es necesario comprender a la muerte y el crimen”, dice Fermín Mármol.

Sobre este acto de comprender, no queda claro cómo un psicólogo o psiquiatra no advierten señales de un futuro asesino.

Los psicólogos entrevistados discrepan entre si pueden o no predecir que un asesino vaya a actuar.

Guillermo Sardi dice que no se puede precisar si alguien va a matar ya que lo actos son cometidos tanto por personas diagnosticadas, como por personas que no tienen diagnóstico. Gabriela Caveda se mantiene más esperanzada en el futuro y se convence de que se irán perfeccionando técnicas de diagnóstico y perfilación que sirvan para predecir un acto violento.

Mientras tanto, ¿habrá alguna solución? ¿una manera de frenar los asesinatos?

De acuerdo a Sardi hay que pensar más productivamente, porque si hay entre los jóvenes que crecen en zonas populares más casos positivos que negativos, en Venezuela ¿cómo estás protegiendo a esos jóvenes en situaciones de riesgo que no asesinan o delinquen, siendo la mayoría?

“Si un chamo que tiene 15 años, tiene un plan de alimentación escolar y la escuela lo prepara técnicamente para el trabajo, ahí puedes salvar a un grupo considerable. El sistema de justicia tiene las cárceles abarrotadas de chamos a los que consiguieron vendiendo unos pocos gramos de marihuana o que los atraparon robando una vez. Fino, no los dejes libres porque crea impunidad, pero se pueden crear dinámicas donde penalizas de acuerdo a su crimen y los tratas para reinsertarlos, en vez de mandarlos a una cárcel al otro lado del país donde ni los visita la familia y aprenden a ser mucho más violentos”, explica Sardi.

Y completa la idea: “Como Estado, agarras a los pocos jueces honestos que tiene un sistema institucional débil y a las pocas cárceles que tienes y a los pocos policías que tienes, orientados en buscar al que mata, al que secuestra y buscar a estos crímenes que hacen más daño, entonces tienes a la comunidad encargada de las ofensas menores y al sistema de justicia encargado de las ofensas mayores, si se integran esas tres cosas, salvarían muchísimas vidas”.

Gabriela Caveda piensa que nos atrae la muerte y la evitamos al mismo tiempo: “Trabajo de la mano con un grupo de investigadores y tratamos estos temas. Hay que comprender y pensarnos. A través de la investigación se piensa en reducirla o buscar salidas de la misma. Parte de la incidencia está en la comunicación, es un tema que puede llegar a ser muy aversivo, lo pienso con respecto a mí misma también, no solo visto en el otro, más en un país como Venezuela donde hay que leer sobre muchas formas de violencia. Una reacción normal es distanciarse. De alguna manera nos atrae porque nos ha acompañado por mucho tiempo y sentimos a la muerte cerca y se vuelve algo íntimo, personal. Es un tema natural. Queremos darle significado a lo que parece no tenerlo”.

Para ella la violencia genera acciones de más violencia: venganza, “culebras”. Cuenta también que los ejemplos de gente que han sido víctimas de acciones violentas y asumen una vía pacífica como solución a sus problemas, la conmueven. Como persona le resulta conmovedor, y como investigadora y psicóloga, prometedor, ya que le afirma que hay una luz en la naturaleza humana y debe seguir adelante con su trabajo. La violencia es un problema complejo, que no se resuelve en una semana y que no tiene una solución lineal y progresiva.

Mármol insiste en el cumplimiento de las leyes como medida de condena, pero en la instrucción académica como principal herramienta para evitar los crímenes: “Hay delitos atroces que no tendrán comprensión desde un punto de vista humano, para la sociedad en general, como los delitos donde las víctimas son niños o ancianos. Ahora, pueden encontrarse causas psicológicas o criminológicas que hagan a esa persona capaz de esas acciones. El ser humano no es aislado, el hombre moderno es gregario, de contacto social y hay que estudiarlo como tal”.

Aquí vivimos

Hay una realidad innegable en el país: reina la impunidad. Según el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) en el año 2020 la epidemia de violencia resultó 11 veces más letal que el coronavirus.

Entre las palabras finales del informe anual de la institución, declaran que: “…lo que ocurre en Venezuela es el resultado de decisiones equivocadas de unas personas, y de las acciones y graves omisiones de otras. Sólo será posible transformar estas realidades y superar esta tragedia, poniendo en práctica decisiones y actuaciones distintas, inspiradas en los valores de honestidad, trabajo, cumplimiento de la ley y respeto a la dignidad de todas las personas”.

En Venezuela nuestros Ramírez, Bundy y Chikatilo no es que “no existen”. Toman otras formas y colores. Por ejemplo, un torturador policial, con método, que sabe hasta donde “aguanta” el cuerpo humano antes de morir, que viola, es un asesino serial. El gran problema a revisar para Berlutti es la impunidad.

“A mayor impunidad, mayor es la tasa de crimen: si sabes que no vas a tener castigo, los cometes”, explica: “Cuando pasó lo de Turén (asesinato de dos mujeres), conversamos en un diplomado que estaba dictando e inmediatamente supimos que era un solo asesino. También identificamos que tenía método, que buscaba a mujeres jóvenes sin relación entre sí, las convencía, era un conocido del pueblo, las mataba, estrangulaba, se llevó los celulares y los escondió, su trofeo que lo lleva a la gratificación del modelo. Si no hay castigo, sistema, protocolo, posibilidad de rehabilitación, estamos perdidos y a años luz de avanzar criminológicamente”.

Los ejemplos de hoy son más evidenciables: criminales que disparan en plena luz del día y no sucede nada, policías que asesinan y no sucede nada. este nivel de corrupción no llegó de la noche a la mañana.

En el caso de Cibell Naime, de los 30 años a los que fue sentenciada, solo cumplió 9. La Corte de Apelaciones presidida por el juez Maikel Moreno (actual presidente del Tribunal Supremo de Justicia venezolano) le otorgó a Naime el beneficio de libertad en septiembre de 2004 debido a “su buena conducta y preparación académica”.

En Venezuela la urgencia es revisar el sistema (entre tantas otras urgencias) y analizar qué tanto está colaborando la situación actual respecto al tratamiento del crimen, la investigación y la penalización con el hecho de que sigan ocurriendo actos terribles de violencia.

Respondiendo a la gran pregunta sobre si todos somos capaces de matar, la verdad es que no se sabe.

Todo parece apuntar a que sí lo somos. Si no son las circunstancias socio económicas o culturales las que te hacen matar, ni un factor de predisposición genética o enfermedad mental, ni situaciones de estrés, por sí solas, todo apunta a la mezcla de varios de estos “ingredientes”.

Para ejemplificar en dos contextos distintos: si tomamos a un “gringo” parcializado políticamente, sesgado, que tiene un problema de salud mental que no se ha tratado y le agregamos consumo de drogas e inestabilidad laboral, se dan todos los elementos para que asesine (hay un trabajo que estudia el “efecto Trump”, desde su primera campaña en el 2015 y lo relaciona directamente con ataques contra grupos minoritarios, de igual forma se han dado casos aislados como el de Steve Sinclair, un hombre arrestado en agosto de 2020 por gritar “black lives matter” antes de apuñalar a un hombre blanco).

De igual manera, si un venezolano joven ve a su familia ser empujada a la pobreza, se rodea de actos de crueldad debido a sus circunstancias, por lo que está en situaciones de alto estrés (el más alto, se pudiera decir), y a eso se le suma que en su zona hay una normalización del acto de asesinar (que además no se condena) y este acto conlleva al respeto y al beneficio económico. ¿Qué puede suceder?

Tal vez nada, pero aumentan las posibilidades de que exista otro futuro asesino.

Así, que se sigan cometiendo asesinatos en sociedades tan distintas y con niveles distintos de desarrollo, es una responsabilidad compartida entre el que decide matar y el Estado.

Por esto mismo Gabriela Caveda cree, como muchos que la estudian y ejercen, que la psicología es la ciencia del “depende”. Desde esa misma óptica debe mirarse este tema: ¿todos somos capaces de matar? Depende. Decir que sí o que no es asumir el riesgo de simplificar. Hagámoslo.

Si se tuviera que decidir con una pistola en la cabeza, valga la ironía, se pudiera decir que cualquier persona es capaz de matar.

Publicidad
Publicidad