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Desdemocratización de Venezuela: Un positivo 1991 no impidió descalabro democrático de 1992

1991, positivo en lo macroeconómico, había sido un año de protestas callejeras y conmoción social. Aunque por primera vez se había detenido de forma real el deterioro de los ingresos, los venezolanos no estaban satisfechos

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Entre 1990-1991, ciertamente el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez había logrado enderezar algunos aspectos clave de la dinámica económica, como era su prioridad, pero aquello no parecía cambiar la negativa imagen de su gobierno. El malestar social, que tuvo un estallido en 1989, no se apaciguó en verdad y fue el telón de fondo para quienes con el poder de las armas pretendían un cambio abrupto en el orden constitucional.

Enero 1992. A escasos días de la asonada militar del 4 de febrero, de cuyas secuelas aún el país no parece recuperarse, un artículo de análisis que firmaban Ramón Espinasa y Miguel Ignacio Purroy mostraba un positivo balance de 1991, en materia de cifras macroeconómicas. Sin embargo, un “vigoroso crecimiento” del 9,2% del Producto Interno Bruto, que recién obtenía el país, no logró impedir o postergar la decisión de un grupo organizado de militares de tratar de derrocar a un presidente electo democráticamente.

Espinasa, quien años después sería el economista jefe de Petróleos de Venezuela (PDVSA), y Purroy, quien ocupó por varios años la presidencia de Bancaribe ya en el siglo XXI, se adentraron no sólo en la lectura económica de 1991, que repetimos fue positivo: creció el PIB, creció la inversión, el Estado tuvo un superávit en su balance fiscal, el país recibió financiamiento internacional, aumentaron las reservas internacionales.

Es difícil imaginar, leyendo este documento previo -por poco tiempo- al 4 de febrero, que, con tal recuperación económica, al registrarse la intentona golpista del 4F que catapultó a un hasta entonces desconocido Hugo Chávez, una buena parte del país y actores claves de la clase política terminaran justificando aquella ruptura fallida del modelo democrático.

Pérez logró mantenerse en el poder ciertamente, pero su gobierno que ya venía con plomo en el ala no salió fortalecido de aquel febrero, en 1992.

En materia de opinión pública no fue valorado positivamente aquel que de forma denodada defendió el orden constitucional, sino que quien habló de que había sido derrotado “por ahora” se convirtió en la vedette. Y si a esto se suma que uno de los padres fundadores del sistema tuvo un discurso que de alguna manera justificaba la asonada, pues todo aquello dejaba en evidencia que la democracia estaba comatosa.

La sociedad no percibía que se beneficiaba del cambio de modelo económico que se proponía Pérez, con su propuesta del “gran viraje”.

1991, positivo en lo macroeconómico, había sido un año de protestas callejeras y conmoción social, como lo definen los propios Espinasa y Purroy. Ambos en aquel momento se preguntan porqué si por primera vez se había detenido de forma real el deterioro de los ingresos, cosa inédita en los 10 años anteriores, los venezolanos no estaban satisfechos.

En 1991 había aumentado el consumo de alimentos de forma importante, había descendido el desempleo y la informalidad (es decir se habían creado empleos formales) y en general prevalecía un clima positivo. Pero aquello, sin embargo, no revertía el malestar social. El modelo de 1958, que no sólo era político, sino económico y social (redistribución de la renta petrolera) estaba sin duda agotado y tenían un peso importante las percepciones de la gente, más allá de las cifras duras de la economía macro.

Para Espinasa y Purroy se conjugaban, en contra de los logros de Pérez en 1991, que tras el terrible 1989 se le había pintado a la población “un panorama engañoso” de que habría una rápida recuperación, cosa que no ocurrió de manera veloz. A esto se sumaba “la intuición popular de que la carga y beneficios de los ajustes no están siendo distribuidos equitativamente”.

Era cierto, según estos expertos, que había aumentado la concentración de la riqueza y la desigualdad. Así que no sólo era un asunto de encuestas y manejo de la opinión pública. La redistribución de la riqueza petrolera ya no era tal y la clase política hizo de oídos sordos a las demandas de la sociedad.

El peso del ajuste, y esta era la percepción prevaleciente, la llevaban los pobres. Los beneficios iban a los bolsillos de los más ricos. Y cambiar aquella imagen no fue posible para un presidente Pérez que además de ser jefe de Estado en Venezuela se asumía como un líder global.

Fuentes: Espinasa, Ramón y Purroy, Miguel Ignacio (1992). “Actualidad económica: Balance 1991 y perspectivas 1992”. Revista SIC. Vol. 55. N° 541. Páginas 8-13.

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