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De Petare al Universitario para vender solo 13 cervezas

Lleva 10 temporadas trabajando en el estadio Universitario y por primera vez no le está viendo queso a la tostada. Un día se fue a casa, luego de 9 innings, con solo 1300 bolívares en el bolsillo.

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FOTOGRAFÍAS: DAGNE COBO BUSCHBECK

Busca la caja de cervezas. La coloca sobre un peldaño de la escalera. Tiene tanta demanda como vender agua helada en el Everest. «Esto no va bien», suelta mientras se sienta para ver en qué termina el ataque de los Leones, que pierde 3-0 contra Bravos. Su comentario nada tiene que ver con la pizarra. «El año pasado, en un juego como este, podría vender 5 cajas de cervezas, ahora si llego a 2 es un milagro. En los Caracas-Magallanes vendía 15 cajas, este año no he llegado a 7». Sabe de lo que habla. «Mi hermana me trajo a trabajar aquí. Ella lleva 17 temporadas, yo apenas 10. Es un buen trabajo. En un día bueno, conseguía 25 bolos, hasta 27 si las propinas eran buenas». Habla con la jerga de la calle, esa que entiende que ponerle «mil» al bolívar es darle un valor excesivo.

Los Leones solo descuentan una, por sencillo de Danry Vásquez y doblete de Gregorio Petit. 3-1.

Su nombre es la combinación de varios. Termina con esa suma de equis yes y zetas, que complican su pronunciación. «Tengo 28 años, osea que casi que estoy desde los 18 en el estadio. Antes tenía un sobrino que me ayudaba. Mi hermana era caraquista, pero un buen día, no sé por qué, se pasó al dogout de La Guaira y ahora yque es guairista. Yo soy del Caracas, aunque en este año no le está yendo bien, creo que eso también está afectando las ventas».

Es bonita. No es difícil imaginarla siendo el centro de atención en una fiesta, con tacones, maquillaje y ropa ajustada. Sin embargo, ser padre y madre le aleja de la pista de baile. «Tengo tres hijos. Una de 12 años, uno de 9 y uno de cuatro meses. Todos vivimos en una misma casa, con mi hermana que también tiene su pareja y sus hijos. Cuando supe que estaba embarazada del último, me puse a llorar, porque yo no quería tener más».

¿Y si no quería tener más, por qué no se cuidó? «Me agarró en pleno cambio de pastillas», responde de memoria. «Fíjate que yo estaba en el estadio cuando me enteré, como en diciembre del año pasado. Acababa de subir una caja de cervezas cuando de repente me dio un yeyo, empecé a ver estrellitas. Los clientes fijos que tenía me ayudaron a sentarme. Me llevaron a Tropizona (una arepera que está adentro del estadio) y me dieron agua con azúcar. Al día siguiente decidí ir de una vez al médico».

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Y el ginecólogo le confirmó la noticia: «Le pregunté si podía tomar algo para no tenerlo, pero me explicó que ya tenía sus huesitos. Yo sé que los hijos son una bendición. Los amo a todos, y al bebé lo quiero mucho, pero en ese momento me sentí horrible porque además había terminado con esa nueva pareja. Yo le agarré una rabia inmediatamente al papá. ‘Eso va a ser varón’, me dijeron, por esa rabia que le agarré. Y así fue. Él ahora me ayuda, pero esa molestia como que es algo que está ahí. Después de eso, y aunque el doctor no quería, me ligué».

Con tantas bocas que alimentar, tantos útiles por comprar, tantos regalos que debe buscar en diciembre, deposita sus esperanzas en las navidades adelantadas por el presidente Nicolás Maduro. «¿Cuándo pagan las utilidades, el 15? ¿Por ahí? Tal vez eso ayude. Un día apenas vendí 13 cervezas, me fui como con 1300 bolívares en la casa. Yo lo que hice fue reírme. Y eso gracias a unos clientes fijos, que me pidieron que no me fuera».

El  negocio es bastante simple. Los propietarios de las cajas de cerveza (que venden en las barras en las bocas de entrada), le fían la caja. Ella vende cada Zulia en Bs. 700 (fijada en 600) y la Regional Light en Bs. 600 (550 para el público). «Antes no podíamos devolver cervezas, ahora sí. El problema pasa por los puntos de venta. Son de ellos, porque ya nadie trae ese poco de billetes para comprar. Entonces dicen ‘cóbrate como si fueran 15’ y son 13, para que nos quede la propina. Pero los dueños de los puntos no te quieren dar ese diferencial, y se quedan con eso. Ahí tenemos un problema».

Y puntos de venta sobran en el estadio. Hasta los vendedores de cotufas lo tienen. El «Sí hay punto de venta», que luce más como un ruego para que compren que una comodidad, inicia desde La Plaza Tres Gracias. La primera tienda que le da la bienvenida a los fanáticos es la de Maikel Rodríguez. Las gorras cuestan Bs. 6.500 y las camisas entre 15 y 18 mil. «Con respecto al año pasado, yo calculo que se está vendiendo 70% menos. Espero que en diciembre mejore un poco la cosa, porque si no…». Si no, muy poca gente tiene claro qué va a hacer si no.

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Las areperas, afuera del estadio, están vacías. A pesar de que ofrecen el menú más barato (Bs. 2 mil), después de los perros calientes (Bs. 1000). Los encargados no quieren hablar, sin embargo uno de los empleados sí se queja. «Tuvimos que bajar la cantidad de ingredientes. La que más salía era la reina pepeada. Ahora esperamos que diciembre nos eche una mano, eso y que los Leones mejoren», dice el espigado moreno que no tiene nada que hacer más que espantar alguna que otra mosca que rodea el establecimiento.

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Adentro del estadio la situación no cambia. «Ayer vendimos apenas 13 raciones», cuenta Edwin Márquez, encargado de Tequechongos. «Y eso que somos los más económicos», acota. Una ración cuesta Bs. 2100, un Tequeñón Bs. 982 y los intervenidos con otros sabores varían entre Bs. 1.071 y 1.510.

Richard, técnico de la planta que levanta las transmisiones para los diferentes canales, se sabe el menú de memoria. «Lo mejor de afuera es la arepa del Morocho Jr. Son grandes y mixtas y cuestan dos mil, más un jugo de papelón Los Ándes, que sale en 500. Allí comemos con frecuencia todo el equipo de trabajo, que reúne a más de treinta personas. Adentro, Tropizonia las tiene en Bs. 2.200. Todo lo demás es una locura, como hamburguesas a cuatro mil. Después, si quieres una chuchería, lo mejor es el helado. El Magnum cuestan Bs. 1200 y las paletas Bs. 550». En efecto son mejores opciones que la bolsa de pepitos (Bs. 1500).

A pesar del oscuro panorama, en la tienda oficial de los Leones, hay vida. Dos chicas compran, mientras unos cinco fanáticos preguntan por los precios. Las camisas cuestan casi dos salarios mínimos: Bs. 49.000 y las gorras uno: Bs. 25.000. «Se sigue vendiendo bien», dice la encargada, Margaret Escalante, sin deseos de explayarse en el tema.

«Si bien los precios no ayudan, yo creo que lo que realmente está alejando al fanático del estadio es la inseguridad. Si uno entra por las Plazas, eso está pelado y salir de aquí, si no tienes carro, es una guillotina. Yo lo hice y en pleno camino por el puente dije ‘estoy loco e bola’. Afortunadamente no me pasó nada. Tampoco se ha dado la información pertinente. La salida por El Estructural (estacionamiento), hacia La Parroquia ya no es posible y la gente se confunde. Y prueba de lo de la inseguridad es que vienen más a los juegos de La Guaira, que son a la una de la tarde, que a los de Leones de las seis», narra Richard Torres.

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Esa inseguridad no sólo está afuera. Varios niños y adolescentes dan vueltas y chequean con rayos equis a los que salen a comer entre los innings. Su hábitat natural es las gradas. Esperan agarrar una pelota para cambiarla por dinero entre los fanáticos o por comida, si se interesa alguno de los encargados de los puestos. «Hay que tenerlos a raya», cuenta un empleado de seguridad. «Pero siempre se meten. Uno no sabe bien si los revendedores están en eso y les dan entradas en las gradas y si roban algo, comparten ganancias. No lo sé. Pero más que robar, sirven para echar pitazos a los mayores, sobre quién tiene un buen celular, una cámara o un bolso pagando por ahí».

Molestia por el 2×1

«Yo he visto más gente en los juegos de Tiburones», asegura la vendedora de cerveza, que se para a aplaudir el jonrón de Henry Rodríguez. Bravos 3 – Leones 2. Séptimo inning. ¨Pero igual, vienen y compran su jugo, su agua, su refresco. De cerveza, nada. Y yo los entiendo, yo no puedo comprar una hamburguesa a cuatro bolos. Así que mi hermana y yo nos paramos tempranito y hacemos nuestra comida y nos la traemos al estadio».

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«Hay que llegar comido», explica Alejandro Surumay, quien renovó por tercera temporada su abono melenudo, desembolsillando 130 mil bolívares. «Disminuyes la cantidad de cervezas que consumes y tampoco vas a todos los encuentros, a pesar de ser abonado».

Los Leones, impulsaron el el 2×1 como estrategia inédita para enfrentar la baja asistencia, grave si tomamos en cuenta que 14 mil espectadores (Caracas-Magallanes) se ve como bueno, cuando antes superaban los 20 mil. «Uno hace ese esfuerzo para que te salgan con ese 2×1. Chévere para ellos, pero ¿y para el abonado? ¿Qué ganamos nosotros?», confiesa molesto Andrés, sentado en las sillas amarillas.

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Sin embargo, ese 2×1 tampoco ha funcionado. Desde que se impuso la modalidad, las sillas verdes siguen a medio llenar. «Y no entiendo porque me paré temprano y fui a comprarlas y se acabaron rapidito», relata Jorge Centeno. «Fue obvio que eso estaba lleno pero de revendedores. Me devolví triste para la casa. Mi sorpresa fue ver el juego por televisión y comprobar que ese sector permaneció vacío durante los nueve episodios».

Henry Rodríguez falla con un elevado en la zona de foul. Fue el tercer out. 3-2. Bravos sigue con su campaña admirable. «Ojalá Caracas mejore porque si no…», suspira la protagonista de esta historia, que debía salir corriendo para agarrar el Metro, quedarse en La California y tomar el jeep, después de cuadrar cuentas con el proveedor de cerveza.

– ¿Y si no funciona más como negocio?, le pregunto.

– Yo le meto a todo, si esto deja de dar plata, algo saldrá. Una siempre se la inventa.

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