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Somos esclavos de los resultados

Una pequeña dosis de cancha, de gritos en el entrenamiento, de intercambio de estados de ánimo de los jugadores y su cuerpo técnico, siempre nos ayudará a entender que más allá del drama generado por una derrota y la euforia de una victoria, hay un juego y sus circunstancias.

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Para quienes trabajan en la cobertura de medios relacionados al fútbol, me atrevo a darles una recomendación: háganse una costumbre, un vicio, un ritual, el acudir con cierta asiduidad a los entrenamientos de equipos profesionales. Estoy seguro que me lo van a agradecer.

No tiene usted idea, amigo lector, de cuántos elementos se pueden descubrir para nutrir nuestros análisis y cuánta comprensión nos generará encontrar el por qué se registran ciertos resultados (manejando el término en sus ambos sentidos: como consecuencia de la preparación o como marcador final) en la cancha. El fútbol, como toda actividad, tiene muchos elementos extrapolares que van más allá de lo que se ve en un terreno de juego.

Desde hace un buen tiempo, el técnico caraqueño José Hernández me permitió la posibilidad de acercarme cada vez más al día a día del trabajo de una entidad de fútbol. Y no sólo me cedió un pequeño espacio para ver lo que él y sus dirigidos hacían, sino que pude compartir con él conversaciones sobre diversos aspectos del juego: ¿Qué es “jugar bien”? ¿Quién es un “buen jugador”? ¿Cuánto porcentaje de importancia tiene el talento innato o la preparación física en el juego?

Entre todas las pláticas, tocamos alguna vez el tema de los resultados. Hernández, hoy día seleccionador Sub 17, instructor certificado FIFA y además con una importante trayectoria en el fútbol de formación, explica algo que parece tan sencillo pero que nos encargamos de hacerlo tan complicado: el resultado es la consecuencia del juego y su valorización debe ser integral y no disgregada. Para él, el simple marcador final de un partido hoy es una “condena”, una alegría momentánea o una frustración que no estima las formas, las causas y las maneras a partir de las cuales el resultado se da.

Es harto difícil que una sociedad en constante competencia se permita aceptar como satisfactorio el hecho de que su querido equipo no gane. Desde la trinchera detrás del micrófono, nos dedicamos a disparar en la cabeza de quienes no alcanzan victorias y centramos el análisis en encontrar las causas por las cuales no se gana.

Ejemplifico: En el fútbol local, Zamora tiene tres partidos sin ganar. Ha empatado sus tres últimos compromisos y el debate parte del saber por qué el equipo de Francesco Stifano dejó de sumar de a tres. “Le tomaron la medida”, “Soteldo dejó de ser decisivo”, “Ese equipo no era capaz de mantener un ritmo tan altamente ganador”, “Ya le falla la profundidad”, son algunos de las conclusiones que he escuchado. Pasamos por encima del análisis que el equipo sigue practicando un fútbol fiel a su filosofía de juego, que no traiciona su idea por acomodarse a las circunstancias. Un penal inventado por Adrián Cabello en el epílogo del partido y un bombazo de Jarol Herrera fueron suficientes para destartalar otra buena puesta en escena de los blanquinegros en Maracay. Tiene más relevancia el marcador final y el hecho que Zamora no haya ganado los últimos tres duelos, que el análisis minucioso de los elementos del partido, del juego en su esencia.

El Real Madrid de hoy día es criticado por haber perdido el rumbo en su gestión administrativa, la misma que ha levantado dos Ligas de Campeones y que brindó al mundo del fútbol la oportunidad de ver a Beckham, Zidane, Figo y Ronaldo juntos. Importa la inmediatez, importa el hoy, lo que tiene relevancia es que perdieron el sábado con el Atlético de Madrid. De “fracasado” tildan a Florentino Pérez y su equipo cuando el problema real ha sido haber coincidido en el tiempo con el mejor equipo de la historia del fútbol y una filosofía antagónica que ahora triunfa: la del Barcelona.

De nada vale haberlo ganado todo cuando al otro día ya es necesario seguir ganando. De historia no vive nadie: pocos se atrevieron a cuestionar a Noel Sanvicente como el más firme candidato a asumir las riendas de la Selección Nacional. Quienes vivimos del y en el fútbol, sabíamos, por nuestra cercanía con la realidad nacional, que nadie mejor que un auténtico ganador como el guayanés para traspasar sus éxitos hacia el combinado Vinotinto. Pero hoy, para la mayoría crítica, Noel es un perdedor, se duda hasta de sus capacidades.

“Chita” hoy es el que no logra un triunfo oficial hace casi un año, sin que alguno recuerde que en su haber tiene siete campeonatos de liga, el técnico más ganador en la historia del fútbol criollo. Se le acusa de no tener un verbo convincente, de no saber asumir la realidad de un contexto de Selección diferente al de clubes, que su mensaje “no llega”. Si le toca irse, será un fracasado, cuando hace poco era la mejor opción para asumir el cargo por sus estrellas acumuladas. Una ironía.

Los resultados adversos siempre tienen un culpable. Nuestra cultura condenatoria es hábil para buscar un responsable cuando un marcador no sea favorable. “El juego ha dejado de importar: lo importante es el resultado”, me decía José. Ya no son relevantes los valores, la inversión del tiempo en querer innovar, en arriesgarse y tomar decisiones que en algunos casos, no tienen el respaldo de los resultados inmediatos. Con escasas excepciones, no somos capaces de permitir la experimentación en el juego. El hoy arropa el mañana. El que no gana, es un perdedor.

Una pequeña dosis de cancha, de gritos en el entrenamiento, de intercambio de estados de ánimo de los jugadores y su cuerpo técnico, siempre nos ayudará a entender que más allá del drama generado por una derrota y la euforia de una victoria, hay un juego y sus circunstancias. Que una cosa deriva de la otra y que esa relación es vital para entender el fútbol y hacer que la gente lo entienda. En eso, los medios, también somos responsables.

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