Deportes

Atletas olímpicos, el blanco de los disparos entre el chavismo y el antichavismo

Vivir de tus capacidades atléticas es muy difícil. Solamente una élite puede darse el lujo de dedicarse a una disciplina sin preocuparse por problemas mundanos, como hacer la cola para comprar harina, por ejemplo. Para que tengamos una idea, Gonzalo Corrales, extenista profesional y director de Athletes  Global Managment,  maneja esta demoledora estadística: 1 de cada 16 mil deportistas llega a vivir profesionalmente del deporte.

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Jóvenes chavistas
Fotografía: EFE

Vamos a aterrizar más la cifra. El béisbol es el deporte más popular en Venezuela. El aporte de nuestro país a las Grandes Ligas es reconocido en todo el mundo. Desde que Alejandro Carrasquel debutó en la pelota norteamericana a Orlando Arcia, 351 peloteros han actuado en las mayores. ¿Una potencia? No. De hecho, se calcula que solo el 2% de quienes intentan llegar a la Gran Carpa, lo logra. Esto quiere decir que 98% de los aspirantes no consiguen llegar a la élite del deporte con mayor arraigo en estas tierras. Imaginemos entonces lo complicado que resulta el panorama para quienes deciden hacer una carrera en esgrima, gimnasia o boxeo, para no hablar de otras “exóticas” como aguas abiertas o ciclismo BMX.

Añadamos contexto a esa cifra. Algunos consiguen patrocinio individual debido a las características que pueden servir a la marca. Puede ser carismático (Rubén Limardo), prospecto (Salomón Rondón), atractivo (José Manuel Rey) o exitoso (Miguel Cabrera). Son nombres tomados al vuelo, claro. Pero en una economía deprimida como la venezolana, ¿cuántas empresas pueden invertir en estas figuras cuando apenas inician sus carreras? Así las cosas, salvo que consiga una beca, fuera del país, es el Estado quien asume el rol de inversor.

El lector avisado sabe que cuando los deportistas reciben un salario de una organización privada (clubes) se convierten en “profesionales”, mientras que cuando representan a Venezuela en el ciclo olímpico, son “amateurs” (término que nunca me ha parecido acertado). Sin embargo, en el país se dan casos atípicos en los que el gobierno difumina su presupuesto para actividades que, por naturaleza, no deberían necesitarla. Sucede con el béisbol y el fútbol. Al primero, por ejemplo, se le ofrece un dólar preferencial. Sucedió cuando en el país no se conseguía ni una pastilla de Atamel. En el segundo, son las alcadías, gobernaciones y otros entes, los que permiten que muchos equipos del torneo no desaparezcan ante la incapacidad de conseguir recursos propios.

Las declaraciones de varios jugadores de la selección de baloncesto, sobre el trato preferencial a la Vinotinto, de parte del Ministerio del Deporte, tras la contratación de un vuelo chárter para el traslado de futbolistas foráneos al país en las próximas fechas de la eliminatoria a Rusia 2018, es consecuencia de esa política reaccionaria, que no responde a la planificación sino a la urgencia populista. Los comentarios de Gregory Vargas, José “Grillito” Vargas, Luis Bethelmy y Miguel Ruiz no provenían de la envidia, sino de un trato discriminatorio en la preparación, cuando los Juegos Olímpicos estaban a la vuelta de la esquina.

Si tomamos en cuenta que la selección dirigida por Néstor “Che” García se tituló en el Campeonato Sudamericano de Baloncesto 2016 y recibió ese trato, es imposible no deducir que atletas de menor impacto en la opinión pública también sufrieron durante el ciclo olímpico. A los medios de comunicación trascendió que Rosa Rodríguez (lanzamiento de martillo), Alberth Bravo (400 metros y 4 x 400), Elías Malavé (Tiro con arco), Nercely Soto (200 metros) y Erwin Maldonado (aguas abiertas) enfrentaron muchas dificultades camino a Río 2016. Algunos utilizaron las redes sociales para denunciarlo. El nadador declaró, tras quedar penúltimo en su prueba, que tuvo que vender su carro para entrenarse. Se sabe, por supuesto, que los casos se multiplican, pero el silencio por temor a represalias impide que el público los conozca a detalle.

El multicampeón de buceo y opositor, Carlos Coste, se radicó en Bonaire luego de no conseguir recursos para realizar proyectos en Venezuela. “Desgraciadamente ahorita para apoyar las iniciativas deportivas en Venezuela tienes que involucrarte de alguna u otra manera con el ministerio del Deporte y el gobierno y, sinceramente, yo le tengo alergia a todo eso. Allí todo es política y una política muy dañina para el deporte”, declaró entonces.

“La mayoría de atletas tiene claro que debe estar bien con el gobierno para recibir lo poco que dan, que no es mucho, pero ayuda. Además, si quieres tener tu fundación, para ayudar a escuelitas o niños, debes ser amigo del ministro de turno. ¿Lamentable? Sí, pero hoy en día, en Venezuela, todo es así”, cuenta un familiar de un atleta que compitió, sin mucha suerte, en Río.

Así, los deportistas venezolanos, profesionales o amateurs, son víctimas de un fuego cruzado. Si no están bien con el gobierno, reciben poco o nada de apoyo en ruta a los Juegos Olímpicos. Obviamente, si no se preparan a tope, es improbable que consigan resultados positivos (porque incluso con todo el dinero del mundo, puedes perder ante atletas con condiciones superiores o en un mejor momento) y tras quedar eliminados, son objeto de críticas –algunas objetivas otras despiadadas- de parte de la prensa y la opinión pública.

Y cuando ganan, reciben los otros disparos. Es en las redes sociales donde el fusilamiento tiene mayor rating. La última víctima fue Yulimar Rojas. La joven de 20 años, que no contó con el apoyo de su padre y que creció en una zona muy humilde de Puerto La Cruz, encontró en Aristóbulo Istúriz y Eduardo Álvarez, el apoyo para crecer y destacarse en el salto. Puliría luego su talento natural con Iván Pedroso, la leyenda cubana.

Existen razones para que Rojas se sienta agradecida con diferentes autoridades deportivas del país. Pero en sus declaraciones y a pesar de la insistencia del entrevistador de turno, no dirigió su triunfo hacia alguna parcialidad política, a diferencia de Alejandra Benítez. Se lo dedicó a Venezuela. De esta manera, una muchachita que apenas está comenzando su carrera y de la que tendremos más noticias en los años que vienen, manejó con inteligencia un acoso liderado por un presentador, César Díaz, que le triplica la edad.

¿Qué hubiera pasado si Rojas fuera una opositora furibunda? Si se pronunciara a favor del Revocatorio, ¿la habrían tratado igual en las redes sociales? ¿Recibiría el mismo apoyo del gobierno? ¿Debería importarnos la militancia política de un atleta para valorar sus logros o derrotas? Son preguntas que, creo, no se hacen en ningún otro país.

Por supuesto que el gobierno no debería usar los triunfos deportivos como propaganda. Principalmente porque el dinero para la preparación sale de los bolsillos de los venezolanos y de recursos naturales que debían servir para que no solo llegaran medallas, sino para que tuviéramos una mejor calidad de vida. Sin embargo, y a pesar de esa propaganda, los destinatarios de nuestros demonios no deberían ser los atletas, quienes además de todas las dificultades deben caminar como equilibristas, entre el chavismo y el antichavismo, para conseguir resultados que los jueces adjudican aun país: Venezuela, y no a un color, rojo o azul.

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