Deportes

Fútbol en el país del hombre nuevo

Salvo por la "recuperación" del Estadio Olímpico de la UCV, el fútbol venezolano se sigue hundiendo ante la mirada cómplice de quienes creen que subsistir es una conducta indivual. Es por ello que la queja ha dado paso a una conveniente relación entre el poder y los medios. Que nadie olvide que ese silencio es tan responsable de las miserias del fútbol venezolano como lo son las acciones de quienes se enriquecen a costa de la destrucción de esta actividad.

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(ACN)

El reclamo no debe extinguirse ni callarse; es la única herramienta que molesta a los poderosos, esos que dicen trabajar por este fútbol y nos creen idiotas, incapaces de identificar sus mentiras y sus desastres, similares al caótico andar de nuestra nación. No podía ser de otra manera. Una prueba de ello es que tras el auge de los precios del barril de petróleo, nuestros dirigentes quedaron retratados como muestra indiscutible de lo que somos: un colectivo cortoplacista, incapaz de pensar en las generaciones por venir. No da para un slogan publicitario pero vaya si nos define.

Todo ese dinero que entró al país sólo sirvió para saciar nuestro instinto consumista, y quien sabe si para intentar disimular nuestra pobreza espiritual y uno que otro complejo, mientras que la nación se deterioraba de tal manera que, apenas un puñado de años después de tal bonanza, no contamos con servicios públicos medianamente operativos, tan elementales y básicos para la subsistencia.

Al pésimo estado de esos servicios se le suma la destrucción espiritual del individuo, esa que nos hace protagonistas directos e indirectos de masacres y perversiones que nunca se habían visto. Semejante desmoralización le impide a la clase dirigente darse cuenta de cuáles son las verdaderas necesidades, porque ellos, aunque a veces no lo parezca, viven dentro de la misma dinámica que el resto de los habitantes de esta nación . Todo esto no es más que la consecuencia de la promoción de un tal “hombre nuevo” que se edificó sobre todas las debilidaes que nos describen y que alguien “atinadamente” identificó y supo sacar provecho para su propio beneficio.

Al hombre nuevo le dieron recursos para viajar, a sabiendas de que su interés no era cultivar su espíritu sino satisfacer sus caprichos más superficiales. Se hicieron populares los autos más lujosos y los grandes desembolsos por casas y apartamentos, dejando de lado al único valor que realmente cotiza en alza y que ayuda a garantizar la estabilidad de una nación: la educación. Ese hombre nuevo se asemeja perfectamente a aquellas ardillitas que se atiborran de nueces sin importarles que mañana llegará el general invierno y la comida desaparecerá. Lo que no queda claro es que tengamos algún vecino que nos rescate de semejante emergencia.

Y lo lamento por aquellos que quieran encontrar en estas líneas una inclinación favorable al gobierno o a la oposición; lo que aquí describo no es más que un tema venezolano, sin distingo de ideologías.

¿A que viene todo esto?

El deporte no es sino una expresión más de cada sociedad. Parece una teoría reduccionista pero no lo es, y es que el país es uno solo, y la clase dirigente es tan venezolana como usted y como yo. No fueron importados ni traídos por alguna fuerza extraterrestre; son educados en los mismos colegios y las mismas universidades que el resto de quienes habitamos esta nación, y sus disparates son idénticos, no importa el campo o la rama de la vida en que se cometan.

La más reciente prueba de lo que describo se vivió el pasado sábado. La directiva de Llaneros de Guanare decidió transportar a su equipo por carretera tras el partido ante Caracas FC, sin considerar que gran parte de ese trayecto se llevaría a cabo en horas de la noche, o que las vías venezolanas son tan peligrosas como una granada en las manos del hombre nuevo venezolano. De nada sirvió la reciente y humillante experiencia vivida por el plantel de Trujillanos FC, confirmando que el ser humano es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. El resultado fue el mismo: los deportistas fueron sometidos por el hampa y perdieron sus propiedades a manos de estos antisociales que se operan con total libertad.

Cuando se hizo público el contrato con la televisora uruguaya GolTV muchos pensaron que la entrada de dinero en moneda extranjera (alrededor de U$150.000 por equipo) acabaría con estas viejas prácticas que desde hace un tiempo se han denunciado. Las mejoras en la logística de los equipos no son un capricho; cualquiera con dos dedos de frente reconoce lo peligroso que es recorrer las carreteras criollas. Esas autopistas son como boletos de lotería, y al igual que cualquier otro juego de azar, nadie sabe cuando le tocará el premio gordo.

Este es uno de los tantos ejemplos que podemos citar. No en vano la gran mayoría de los equipos incumple con la normativa de la Licencia de Clubes FIFA, y operan como una empresa familiar de principios del siglo XX.

Pero a estas alturas lo que nos debe ocupar va más allá de probar que la dirigencia criolla perdió una oportunidad dorada de reinvertir en sus instituciones, potenciando la formación de las próximas generaciones y dejando un legado tangible. Tampoco es relevante recordar que, aún tras el ingreso de ese dinero en dólares americanos, son pocos los equipos que tienen cancha propia. Se necesita analizar como este hombre nuevo, representado en dirigentes, periodistas, futbolistas y público, sólo pensó y ha pensado en su propio beneficio, lo que en criollo no es mas que “pan para hoy y hambre para mañana”.

Esta denuncia no se circunscribe exclusivamente al balompié. El caso de Alex Cabrera y el Tribunal Supremo de Justicia versus los reglamentos de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional, y su posterior firma por los Tigres de Aragua, dejan en evidencia lo que estas líneas pretenden describir: el cortoplacismo nos derrotó y no se divisa cómo retornar a un estadio de normalidad. Somos circo sin pan, sin público y sin norte.

Esa ausencia de visión y planificación es la misma que presiona a la Vinotinto a conseguir un cupo a un mundial sin tener en cuenta que no poseemos estructuras, ni planes ni tan siquiera una idea clara de cómo hacerlo; los sueños venezolanos se apoyan únicamente en el optimismo y las necesidades de la prensa y los aficionados, además de un discurso sin fundamento que nace desde los directivos y entrenadores.

Y aún cuando lo que aquí describo parece evidente, no se puede permitir que tome fuerza de costumbre. Se hace insoportable asistir a la “banalización” de la queja, esa que magnifica la molestia del público por la no transmisión de partidos de la última fecha del Torneo Clausura, siendo que aquello es apenas un mal menor y no el eje de una discusión que debería llevarnos a interiorizarnos en la complejidad de una realidad que es futbolística, pero que también es social, económica, política, etc.

El deporte, actividad que idealmente educa en los valores del cooperativismo, la solidaridad, el respeto, la creatividad, la igualdad y la justicia, entre otros, ha perdido su esencia, y es que en el país del hombre nuevo, esta actividad se ha convertido en un cóctel extremadamente peligroso, en el que se mezclan las ambiciones personales de unos, los negocios de otros, y las frustraciones de todos.

Lamento mucho describir un panorama tan sombrío, pero no puede el lector asombrarse porque ésto que aquí reseño no es más que el día a día de nuestro deporte y de nuestro país. Al fin y al cabo, el deporte es otra de las muchas manifestaciones humanas, y como tal, será fiel reflejo del contexto en el que se practica. Y el nuestro, el venezolano, no hace sino recordarnos cuan vil y mediocre ha sido esta búsqueda de un hombre nuevo para una nación y un deporte que necesita imperiosamente valorar a la educación cómo única herramienta capaz de guiarnos hacia el progreso. Lo demás es humo, trampa y silencio. E insisto, el silencio es complicidad.

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