Deportes

Las gradas del fútbol venezolano no escapan a la crisis

El esfuerzo de los clubes por mejorar el espectáculo futbolístico en el país es notable e innegable. Ingentes recursos se han destinado en mejorar el producto partiendo del fichaje de jugadores de renombre, reacondicionando escenarios y estimulando la asistencia del público a los estadios. Sin embargo, en este último apartado, las fórmulas no han servido para que los diferentes campos del país muestren una cara de plenos en los graderíos. Al contrario, la disminución de la asistencia de público al fútbol es alarmante y es inversamente proporcional a la inversión. Las causas, continúan siendo las mismas, pero hay algunas que comenzaron siendo circunstanciales y hoy son estructurales.

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El fútbol venezolano es el espectáculo deportivo más económico al que los aficionados pueden acudir en Sudamérica. A dólar libre, el precio de una entrada promedio no llega a los cincuenta centavos. Si usted le comenta eso a un uruguayo o a un brasileño, tendrá la misma reacción de asombro que cuando alguno de estos conocen el costo de llenar un tanque de combustible en la tierra de Simón Bolívar. Es decir, directamente, cómo poder entrar al estadio no es el problema que causa la baja asistencia. Incluso los equipos que no cobran absolutamente nada por concepto de boletería o aquellos que hacen distintas promociones, no logran el objetivo de aumentar el público en la grada. Hay una serie de causas paralelas que lo provocan.

Es escaso aquel que disfruta de un partido sin consumir algún alimento y bebida y estos productos son en exceso costosos dentro de un estadio. En un país donde la inflación galopa, cada día se hace más difícil ingerir algo durante un partido. Súmele a eso el hecho de que generalmente usted no va solo al fútbol, lo que implica que se lo piense bien antes de ir a gastar multiplicando todo por dos o tres. Si le agrega además el grave problema de la disponibilidad de dinero efectivo y lo expuesto que usted queda con el calibre del tamaño de la paca de billetes de 100 bolívares que debe enfundarse (el nuevo cono monetario sigue siendo un asunto de publicidad), entonces hay una causa más para pensárselo dos veces antes de ir a ver un Monagas-Estudiantes, un Portuguesa-Caracas o un Atlético-Táchira.

Es sabido que la inexistencia de un transporte público eficiente, englobando aquí los motivos de seguridad en los horarios de salida de los partidos, aumentan los considerandos para no acudir al fútbol, pero ha quedado también demostrado que los intentos hechos por directivas como la de Táchira (habilitando buses desde y hasta distintos puntos del estado) tampoco han surgido el efecto esperado. Entonces uno entiende que la causa puede ser otra.

En Caracas, por ejemplo, es un «apología a que te hurten» el llevar el vehículo al estadio. No hay estacionamientos seguros ni tampoco servicios privados que puedan garantizar el resguardo y usar el transporte público es correr con el mismo riesgo. Aquí se aprecia un motivo importante para no ir al fútbol, pero no es mayoría quien deja de ir por no tener donde estacionar ni sentirse seguro en el Metro o en las camioneticas.

Los motivos económicos son, dada la crisis real en el país, la principal causa de la ausencia de público en los estadios. La paradoja: ante la peor situación económica que atraviesa Venezuela en su historia contemporánea, el fútbol profesional venezolano se fortalece y consolida en lo financiero. Es por ello que los intentos reales de las instituciones y clubes por estimular la ida al espectáculo se estrella contra el duro panorama real que atraviesa el aficionado, quien prefiere ocupar su tiempo y dinero en ubicar y comprar comida que otra cosa. Y sí, es verdad, mucha gente sigue distrayéndose en otras cosas entre las cuales el fútbol no es prioridad, pero hoy el venezolano tiene la cabeza en otro lado. Lo sufre el fútbol, lo sufre el béisbol y el baloncesto.

Por más intentos de mejorar el espectáculo que se puedan hacer, por más Arangos que retornen al fútbol venezolano, la situación política, social y económica del país, arrolla esos esfuerzos. Son realidades ineludibles que provocan el desierto de los graderíos.

Sin considerar estas causas, es imposible entender por qué un Deportivo Táchira, representativo icónico de ese pueblo andino, invicto en el campeonato, escoltando a Zamora con tres partidos menos disputados, con más de treinta partidos sin perder en su feudo, no sea capaz de superar los diez mil espectadores en su tribuna. Porque abajo, unas cuantas cuadras más abajo, justo el mismo domingo que venció a Aragua, encapuchados arremetían a tiros contra manifestantes en la Avenida Ferrero Tamayo. El descontento de San Cristóbal, una de las ciudades más afectadas por la crisis, hace que el adorado aurinegro quede en otro plano.

Lo digo yo, que viví en esa Avenida durante las protestas de 2014.

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