Opinión

El verde olivo en la cabeza

El actor que interpreta al general Tejero aparece en escena gritando su “Quieto todo el mundo” dentro del parlamento español, lanza disparos al aire y aturde a los diputados. Es el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. El público del teatro se deshace en aplausos.

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Foto: AP | Ariana Cubillos

No me lo puedo imaginar. Por más que lo intento, extrapolo la escena a España y me cuesta. Pero tal cual se pudo vivir el pasado sábado en la Sala Ríos Reyna del Teresa Carreño, solo que el protagonista no era el golpista de Tejero, sino el fallecido presidente Hugo Chávez, interpretado por un bailarín. Claro, porque esto era un ballet, “De arañero a Libertador. Un homenaje a El Gigante (sic)”. Si de por sí es llamativo que se haga una obra con un presidente contemporáneo como protagonista, más aún que esté basada en la épica de este personaje. Pero este no es el tema que nos ocupa.

Tras varias escenas donde se intuye a un joven Chávez vendedor de arañas, se ve en su faceta de pelotero o aparece con la manifestación de los espíritus de la Sabana, Maisanta, Bolívar, Zamora y Rodríguez, llega una que parece sacada de esas películas al más puro estilo Hollywood que tanto critican desde el Gobierno. Tres bailarines ataviados con la boina roja y el brazalete tricolor descienden por unas cuerdas desde el techo del teatro hacia la platea, donde los espectadores, atónitos, ven en “momento GI Joe”. Pero me quedé aún más atónita cuando el público empezó, literalmente, a romperse en aplausos.

Salvo algunos curiosos, entiendo que los asistentes eran afines al Gobierno, pero sigo sin entender varias cosas. La primera es que alguien aplauda un golpe de Estado. En este caso, era el del 4F. Pero tampoco entiendo quienes alaban el del 27F o el de 2002. Porque se supone que un golpe no es bueno, que es un quiebre a la institucionalidad. Y partiendo de eso, además, ¿por qué aplauden un golpe que encima fue fallido?

No sé cómo es en el resto de Latinoamérica –aunque imagino Chile, o Argentina-, pero lo que sé es de España, y allá aún dan prurito los militares en el poder. Pensar en eso es traer la idea de dictadura, represión, miedo. Y alguien que lea dirá que estos 15 años volvieron a muchos locos, que adoran lo militar. Pero no es menos cierto que una parte de esa gente que los critica son los mismos que me han sorprendido con comentarios del estilo “con Pérez Jiménez se podían tener las puertas de la casa abiertas”. Y señores, Pérez Jiménez era un militar, un represor y un dictador. Peor son esos que aún, a día de hoy, dicen que “aquí lo falta es alguien que ponga orden, un militar serio”. ¿No fue eso lo mismo que dijeron en 1998?

Entonces, empiezas a ver –aunque no a comprender-, que existe una fascinación por el uniforme, que el verde oliva está metido entre ceja y ceja de muchos, y que se aplaude con la misma naturalidad un golpe de Estado que un estallido popular o una Constituyente.

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