Elecciones 2024

Cuatro verdades sobre la Venezuela postelectoral

Decir que Venezuela está en crisis es de Perogrullo, casi. Hablamos de un país en crisis desde qué año: ¿2002? ¿2014? ¿2017? Pero en este 2024 posiblemente asistimos a Crisis con C mayúscula por la combinación de factores, una muestra civil mayoritaria a favor del cambio y un poder con las armas que se niega a reconocerlo, y de telón de fondo un descrédito institucional severo

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La historia de un país en medio de conflictividades de menor o mayor intensidad ha sido característica del siglo XXI en Venezuela. La forma de ejercer la presidencia durante los gobiernos de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro enfatizaron la confrontación, entendieron el consenso y diálogo como debilidad, y priorizaron la conservación del poder por encima de los intereses de la sociedad. Esto lo presenciamos con distintas facetas, especialmente a partir de 2001.

A diferencia de otros momentos de crisis, en los que también el meollo era un cambio en la conducción nacional, en esta oportunidad el debate gira en torno al no reconocimiento de una masiva votación, que transcurrió en paz. Eso le otorga a este 2024 una identidad distinta a lo que fue el fallido golpe de Estado de 2002 o “la salida” de 2014

El 28 de julio, pero especialmente los días subsiguientes, dejaron en evidencia que el modelo de gobierno de Maduro, heredado de Chávez, estaba en una etapa agónica. El 28J sepultó la narrativa que viene de los años del comandante, de que el pueblo mayoritariamente estaba con el chavismo. Eso quedó roto ese último domingo de julio y muy rápido tuvo lugar una transformación para consolidarse un modelo represivo a secas, sin contar con una mayoría popular que le respalde.

Al contrario, las razias lanzadas desde el poder sobre los sectores populares, en castigo por no haber respaldado la reelección de Maduro, ahondan la brecha que separa a la cúpula del pueblo.

Estas intensas semanas en Venezuela, dejan algunas verdades.

El pueblo quiere un cambio

El clima de convivencia pacífica que se registró en los centros de votación el 28J, una jornada histórica por lo masiva, por la ausencia de hechos de violencia y por el clima de respeto que se evidenció entre factores muy distintos, realmente con contadas excepciones, hablan del alma genuina del venezolano. Ya las encuestas desde el año pasado venían reflejando la voluntad de cambio, pero al mismo tiempo la paciencia colectiva para esperar la oportunidad de votar.

El mensaje fue claro, contundente. Las actas recopiladas por el comando de la oposición, y sobre las cuales se puede acceder a datos desagregados hablan de una decisión de cambio sin distinción geográfica o social. Una mayoría abrumadora optó por la candidatura de Edmundo González, apalancada por la figura central de María Corina Machado.

La limitada influencia de la comunidad internacional

A diferencia de otros momentos en los que un grupo de países democráticos, especialmente americanos y europeos, han estado activos para buscar salidas a la crisis venezolana, este capítulo 2024 de esta larga historia deja en evidencia que el nudo principal está en quienes ocupan el poder y la ausencia de voluntad política para asumir lo que ocurrió el 28J.

En una situación de juego trancado, como estamos en Venezuela, estando el poder de las armas entre quienes perdieron en las urnas, la capacidad de incidir o influir de otros países parece bastante limitada, especialmente en el contexto geopolítico actual en el cual luce descartada cualquier intervención militar abierta o solapada en Venezuela.

El mundo de hoy difícilmente presenciaría, de nuevo, la invasión de Estados Unidos en Panamá, en 1989, para llevarse detenido al dictador Manuel Noriega y abrir el juego político a una transición democrática.

Tampoco luce eficaz, si nos guiamos por lo ocurrido en los días posteriores al 28J, el esquema de acercamiento que adelantan dos gobiernos de dos presidentes de izquierda, Gustavo Petro (Colombia) y Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil) y que ha tenido nulos resultados, hasta ahora.

La represión puede ser peor

Hemos asistido al más oscuro capítulo de la historia nacional en derechos humanos desde 1958, alarmante incluso si sólo tomamos el número total de detenciones políticas al 26 de agosto, eran 1.674, según el Foro Penal.

La represión puede mostrar un peor rostro en Venezuela. Tal cosa ocurrió, pese a que no pocos pronósticos sostenían que un escenario de represión masiva en Venezuela no parecía ser el más probable, ya que se asumía como un factor disuasivo entre los uniformados el proceso que se adelanta ente la Corte Penal Internacional (CPI), precisamente por las oleadas represivas de 2014 y 2017.

La posibilidad de sanciones personales penales por crímenes de lesa humanidad, que puede dictar la CPI contra altos mandos en Venezuela por ordenar la represión terminó siendo un costo menor que entregar el poder.

La precaria institucionalidad resultó dinamitada

Si algo será distinto en Venezuela después del 28J será la ausencia de instituciones, que si bien estaban parcializadas, hicieron un esfuerzo por abrirse a una participación más plural, siendo el caso emblemático el Consejo Nacional Electoral.

Será muy difícil recuperar al CNE para una Venezuela futura. Incluso el anuncio de Maduro de realizar elecciones de alcaldes, gobernadores y Asamblea Nacional en 2025, tendrá en contra, de manera central, a su propio “árbitro” electoral.

Finalmente, una interrogante. Las cosas pueden empeorar en Venezuela, ciertamente puede ser así.

Sin embargo, a diferencia de otros momentos de crisis, en la actual etapa esa represión masiva es prácticamente lo que le permite a Maduro prolongar su presencia en el poder. No hay pueblo, no mayoritario, las instituciones están desteñidas y antiguos aliados marcan distancia. Ya el chavismo vivió las sanciones de 2019-2020, cuando fueron más duras, pero en aquel momento el país, el propio gobierno y la comunidad internacional, eran otros. Sólo cabe preguntarse ¿cuán viable será un período presidencial de Maduro hasta 2031?

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