Inflación Anual = [(1 + i)^12 – 1] x 100, donde “i” es la inflación promedio mensual entre 100.
Durante los meses de diciembre, enero y febrero, la inflación mensual ha rondado el 85%. De mantenerse tal promedio estaríamos superando, conforme a la fórmula anterior, una hiperinflación superior al 106.000% anual en el 2018 o más. Todo es culpa del financiamiento del gasto público por parte del BCV.
La hiperinflación es el último estadio del mal inflacionario. Es una patología económica en estado terminal.
Muchos creen que una forma eficaz de acabar la inflación de cuajo es dolarizando. Veamos sus ventajas y sus desventajas.
Dolarizar implicaría sustituir el bolívar por el dólar como unidad de cuenta, como moneda de curso legal y como reserva de valor. Al no poder el gobierno emitir dólares, perdería la capacidad de recurrir al Banco Central para que financie el déficit con emisiones de dinero. Así, desaparecen los excedentes monetarios del sistema que son la causa última de la inflación. Esta es la ventaja de una dolarización.
Por otra parte, una medida así sólo se puede aplicar con abundantes fuentes de ingresos en dólares, vía exportaciones variadas, a fin de que esas divisas remplacen el signo monetario local.
En el caso de Venezuela luce imposible. Somos mono exportadores de petróleo, producto que aporta el 96% de los dólares que recibimos. Para colmo el petróleo muestra severas oscilaciones en su precio, con lo cual la cantidad de dólares que circulan en la economía (la liquidez monetaria) padecería también fuertes vaivenes, imposibilitando el funcionamiento normal de la actividad económica.
Además, uno de los grandes problemas que hemos padecido es que durante años la sobrevaluación del bolívar impidió que, a excepción del petróleo, la mayoría de nuestros demás productos fuesen competitivos en los mercados internacionales. Por eso nos volvimos mono exportadores. Si tomásemos la decisión de dolarizar, el problema se agravaría imposibilitando la diversificación. Con una moneda tan dura como el dólar el país no podría competir con las exportaciones de otras naciones.
Pero el impacto de una medida de esa naturaleza iría mucho más allá. Puesto que las reservas internacionales en poder del BCV son exiguas, si decidiésemos dolarizar no habría dólares suficientes en el sistema para mantener el normal funcionamiento de las actividades económicas, en particular en momentos en que nuestra producción petrolera se está viniendo a pique. El resultado inmediato es que pasaríamos de una hiperinflación al polo opuesto del espectro monetario, es decir, una deflación.
En una hiperinflación hay excedentes de moneda demandando bienes que no están disponibles. En una deflación ocurre todo lo contrario. Puede incluso haber bienes en el mercado, pero no hay dinero con el cual realizar transacciones. Tan perjudicial es una hiperinflación como lo es una deflación. Ambas se traducen en una fuerte contracción de la actividad económica. Se detienen las transacciones y las inversiones. Las empresas se ven obligadas a cerrar y las economías caen en un marasmo de inactividad y de desempleo.
Bajo tales circunstancias el gobierno se vería obligado a aumentar el gasto público para reactivar la economía. Incurriría entonces en un déficit fiscal que sólo podría atender mediante préstamos del exterior puesto que se vería obligado a inyectar dólares; pero en el caso específico de Venezuela, incursa ya en un creciente default de sus obligaciones, nadie está dispuesto a otorgarle financiamientos.
La experiencia de la dolarización en Ecuador fue excelente para combatir la inflación pero ahora está atrapado en una trampa de crecimiento.
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